Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 29 de junio de 2020

+33. Semprún


La música excesivamente alta desde una ventana abierta, el retumbo de un helicóptero sobre la carretera nacional y los montes alrededor, los saludos y las conversaciones de quienes se cruzan en la calle, el ladrido de los perros. Hace calor desde el amanecer, el cielo azul, la luz ahora intensa al otro lado de la ventana, las sombras alargadas e imprecisas de un puñado de corredores, ciclistas y paseantes en apenas un centenar de metros. Una vecina regresa de la compra y advierte a otra que se encontrará con un maratón cerca del supermercado. Debo cerrar los ojos y concentrarme, en la luz de la mañana, para escuchar el gorjeo de los pájaros y desligarlo de los ruidos que han vuelto con el primer día de ejercicio al aire libre para los adultos. De repente, tanta gente tanta luz, tantas sombras, ahí fuera.

Veo, en la televisión, el cierre del hospital de campaña en Madrid. Acudieron políticos, periodistas, sanitarios, los últimos pacientes dados de alta. Las imágenes del círculo de micrófonos alrededor de la presidenta de la comunidad, las conversaciones cara a cara, las caricias, los abrazos, el reparto de bocadillos del alcalde, las manifestaciones de los sanitarios, el estar juntos, cuerpo a cuerpo, las sonrisas primeras y las miradas de preocupación últimas, escenas de antes de que parecen delirantes y peligrosas hoy, que muestran lo férreo de nuestra inercia, cómo recuperamos, inconscientemente, la forma primigenia.

Llega e. de su primer paseo. Necesitaba pisar tierra, dice. Ha salido a un parque cercano donde un pequeño lago, patos, caminos de asfalto y tierra. Me dice que anduvo más rápido de lo normal por la tensión de verse entre tanta gente, que vuelve cansada e inquieta, que consiguió subir al lago para caminar sobre tierra y no asfalto, que ahí apenas paseantes.

Las diez de la mañana. Se han retirado los deportistas y paseantes, ahí fuera. Vuelven el trino de los gorriones, el polen ascendente, el lugar de las sombras sobre las calles vacías.


                                           Salgo tras los aplausos apenas resuenan ya a ambos lados del río, han perdido su fuerza en este principio del fin de nuestro encierro. Decido tomar el camino al trabajo, mi límite del mundo en estas semanas. Busco un momento simbólico: atravesar una frontera física y emocional y abrir una brecha en la barrera invisible. Dejo atrás el pabellón postal nada y el silencio, cruzo el puente sobre las vías del tren una luz rojiza de atardecer sobre las vías metálicas y mudas y entro en el parque donde un pequeño lago, patos, caminos de asfalto y tierra. La hierba crece salvaje y se inclina sobre los pradosno hay sendas de hierba pisada fuera del camino, aquellos atajos entre pendientes y lomas para llegar hasta los caminos de tierra y piedras, no hay sendas de hierba pisada y pienso en este tiempo sin seres humanos donde el vuelo de los cuervos y patos bajo un cielo puro y el florecer y marchitar secreto de las plantas y la lluvia de polen en las tardes de abril y las corrientes subterráneas desaguando entre las grietas de la tierra—. Somos una multitud en el camino dividida en dos columnas y un pequeño vacío entre ambas, el ruido de los pasos y las conversaciones y los gritos: partículas empujadas por una antigua inercia. Nuestras sombras no tocan el camino, caen de quienes nos anteceden a nuestro rostro. Me siento arrastrado hacia un lugar desconocido, a punto de ser absorbido por el movimiento de la multitud. Entonces, doy media vuelta, apenas veinte minutos fuera, y llego a casa tras romper el límite invisible del pabellón y no sentir más que confusión por el eco distorsionado de una primera palabra.


***

Semprún tardó dieciséis años en poder hablar sobre su llegada y sus días en el campo de Buchenwald, necesitó silencio para poder olvidar y así, luego, poder recordar. El largo viaje fue el resultado de aquel proceso de silencio. En La escritura o la vida se pregunta cómo acercarse al horror de los campos de exterminio:


—¿Cómo contar una historia poco creíble, cómo suscitar la imaginación de lo inimaginable si no es elaborando, trabajando la realidad, poniéndola en perspectiva? ¡Pues con un poco de artificio!
Hablan todos a la vez. Pero una voz acaba sobresaliendo, imponiéndose en el guirigay. Siempre hay voces que se imponen en los guirigays de esta índole: lo digo por experiencia.
—Estáis hablando de comprender… ¿Pero de qué tipo de comprensión se trata?
Miro a aquel que acaba de tomar la palabra. Ignoro su nombre, pero lo conozco de vista. Ya me había fijado en él algunos domingos por la tarde, paseando por delante del bloque de los franceses, el 34, con Julien Cain, director de la Bibliothéque Nationale, o con Jean Baillou, secretario de la École Nórmale Superieure. Debe de ser un universitario.
—Me imagino que habrá testimonios en abundancia… Valdrán lo que valga la mirada del testigo, su agudeza, su perspicacia… Y luego habrá documentos… Más tarde, los historiadores recogerán, recopilarán, analizarán unos y otros: harán con todo ello obras muy eruditas… Todo se dirá, constará en ellas… Todo será verdad… salvo que faltará la verdad esencial, aquella que jamás ninguna reconstrucción histórica podrá alcanzar, por perfecta y omnicomprensiva que sea…
Los demás le miran, asintiendo con la cabeza, aparentemente sosegados viendo que uno de nosotros consigue formular con tanta claridad los problemas.
—El otro tipo de comprensión, la verdad esencial de la experiencia, no es transmisible… O mejor dicho, sólo lo es mediante la escritura literaria…
Se gira hacia mí, sonríe.
—Mediante el artificio de la obra de arte, ¡por supuesto!
Jorge Semprún. La escritura o la vida. traducción de Thomas Kauf. Tusquets editores.

No hay comentarios: