Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 27 de noviembre de 2023

Los lunes de Anay. Moviola...

Hay nubes de lluvia hacia el este (hacia vosotros), escribo a ýb. Estoy sentado junto a mi ventanal triple y veo el cielo y la luz cambiantes del atardecer. Es hipnótico este ventanal, este cielo, haya nubes o una claridad cegadora, en la oscuridad muda de la madrugada —sólo las luces temblorosas de las farolas— o en la luz cambiante de los atardeceres sobre los tejados y las cumbres de los montes. Ahí fuera, el vuelo negro de los cormoranes y el vuelo agitado de  los patos sobre el río, las estelas blancas de los aviones que impiden un cielo desnudo y abierto —como aquel cielo desierto de hace casi tres años—, y dibujan equis y caminos de nieve y me llevan a la tierra como tablero y las minúsculas luces de los barcos en el Atlántico. Las mañanas de sábado y domingo leo frente al ventanal —de la penumbra al destello de los primeros rayos de sol—. Las sombras y la claridad cegadora en una misma página. Por la tarde, cierro el libro en el final de la luz. 

Veo llegar las nubes, cómo salvan los montes cercanos y permanecen ante mí por un instante antes de irse hacia el este. Registro el camino del cielo No tengo prisa.


Los lunes de Anay. Moviola…

"me dijeron todo poema
 debe ser una historia"
                                       REGINA SALCEDO


HA PASADO EL TREN

Ha pasado veloz el tren
—yo esperaba
en el andén a que pasara un tren—
y los viajeros se han encaminado a
sus días… Yo…
he seguido esperando.

En la lejanía lloran los violines:
me lleva
una nube venida de lejos,
y se deshace.

Una oscura nostalgia
iba y venía,
mas no me abandonaba el olvido,
no me podía el recuerdo
de una mujer:
Yo soy la luna —gritaba
si se embebía de luna.

Ha pasado veloz el tren
—el tiempo no estaba
de mi lado en el andén—
y las manecillas se han movido.
¿Qué hora es?
¿En qué día se bifurcan
el pasado y el mañana?
¿Cuándo se fueron los gitanos?

Aquí nací, pero a nadie he dado vida:
este tren
culminará mi terco nacimiento,
los árboles caminando a mi lado.

Aquí me dieron el ser que a nadie he dado:
hallaré en este tren
el alma mía colmada
de las orillas de un río muerto en su cauce,
como muere el joven.
Ojalá el joven fuese piedra…

Ha pasado veloz el tren.
Ha pasado junto a mí, y yo,
como la estación, no sé
si despedir o recibir a la gente:
hola, mi andén tiene
bar,
librería,
rosas,
teléfono,
bocadillos
y prensa,
y música,
y una rima
para un poeta futuro que sepa aguardar.

Ha pasado veloz el tren.
Ha pasado junto a mí, y yo…
sigo esperando.

                                                 MAHMUD DARWISH
                                                 (Versión de Luz Gómez García)
 



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 13 de noviembre de 2023

Los lunes de Anay. Lobos...

"Él dice
 no has hecho
 no has hecho"

                      ANNE SEXTON


EL GRITO DE MUNCH

Lo que puedes hacer
y lo que debes.

La balanza trucada
de la enfermedad.

Los límites te acusan
y tú, a estas alturas,
ya no sabes si hablar,
llorar,
o defenderte.

                           ANAY SALA



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

jueves, 9 de noviembre de 2023

Diario de un peón. Thierry Metz


Estoy sentado junto al ventanal triple de nuestra cocina abierta. Ahí fuera, el cielo inseguro y la luz del atardecer. Me siento cansado, con la espalda dolorida y las piernas cargadas y sólo puedo admirarme del afán de Metz por encontrar un hueco en su cansancio para escribir sobre sus días de peón —donde escribir significa tamizar las palabras hasta alcanzar una escritura desnuda, lenta y despojada en la que plasmar el instante como infinito y silencio, las manos encendidas y la vida provisional, las palabras como pájaros y los pájaros como rumor, las miradas abismadas en la tierra, el ser sed y simiente, los momentos de quietud y soledad en domingo bajo un tilo, fuera de la obra, la pregunta sobre si es preciso que el lenguaje se aísle de las cosas para poder hablar de ellas—.

*
Sólo quedan los muros exteriores y algunos cimientos de una antigua fábrica de zapatos. El interior, destruido. Y es en la transformación de las ruinas de un solar abandonado en pisos de lujos donde comienza este diario. Mis gestos sólo apuntan a la tierra, dice Metz en una de sus primeras entradas. Cavar, sacar tierra, los escombros y la lentitud, estar en lo provisional, buscar la simiente y el instante para recrearlos en estas páginas con la palabra justa, con la escritura desnuda y urgente, con el sonido de pájaros en las hojas. Un peón que crea, a partir de un vacío y un abandono, pisos y un poema: sus manos trituradas cavan y escriben —y ambos gestos hablan de lo efímero y lo imperecedero, de la repetición y el instante—.

Una pala, una piqueta. El peón ha de buscar con ambos, ir de un sitio a otro, perderse…
Un principiante: eso es lo que es. Su memoria no es sino un reguero de agua, un manantial que desconoce el río.
Sus movimientos son sencillos: los de un pájaro. Sube, baja, recoge ramascos, paja, cortezas. Cualquier cosa que se le presente.
Para delimitar el territorio que se extiende alrededor de su nombre, ha de trazar un círculo con lo que le dan: tierra, escombros, piedras, órdenes, fragmentos de creta, expectativas, cansancio…
Algo sobre lo que meditar algún día. Nada más. 

*
Metz describe el cansancio, el sueño, el dolor del cuerpo y la lentitud del trabajo. También la dicha en los momentos íntimos y familiares —y aquí, por momentos, me hace pensar en la mirada dichosa de Bobin—. Observar, en un silencio abarcador, los propios gestos, el paisaje y lo insólito en lo cotidiano. La escritura como esa voz velada durante el día y que se transforma en una voz pausada, expresiva y precisa, como sed, urgencia, simiente, como huella y sonido, como recreación de un mundo repetitivo del que entresacar la dicha y el dolor. Dice Metz, Aquí tu silencio es la cueva de dios. Tus gestos tienen alma. Dice Metz, Aquí tenemos los movimientos de un nómada; estamos fuera, en la arena. Dice Metz, El exterior no es sino una caverna. 

Acaso el verdadero trabajo consista en simplificarse. En decir lo menos posible y escuchar al máximo. En no llevar nada consigo por la mañana, en no complicarse. En ser una simiente para transformarse en una hoja al caer la tarde. En regresar a casa con las palabras soleadas del exterior.
Los pájaros a nuestro alrededor no dejan huella. 

*
Elegí esta lectura antes de llegar al final de Cegador, entrar en otro cosmos que apaciguara en parte el universo alucinado en el que me encontraba desde hacía unas semanas, leer otro ritmo, otra mirada, otro forma de dudar y relacionarse con la realidad y ver si había una senda que emparejara ambos mundos. No conocía a Thierry Metz hasta que ojeé su diario en una librería y sentí que en su prosa despojada, sencilla y lenta podría encontrar un descanso de la escritura febril y alucinada de Cărtărescu en su manuscrito ilegible.

No tengo ganas ni de moverme ni de hablar. Eso es lo único que queda en la voz del peón por la noche. Sólo veo petirrojos, gorriones, personas que regresan. Todas idénticas. Útiles para la realidad. Y habitantes del mundo.
Unas voces posadas al lado del gallo: gritos y palabras.
Cuesta decirlo. ¿Y por qué estamos tan cerca y tan ausentes? Bastaba con sacar agua. Pero la sed sólo quiere llegar a los hogares. ¿Cómo puedo morir rodeado de vosotros?

*
Un último fragmento de un obrero y poeta cuyo diario me habla de este dolor en la espalda que siento tras el trabajo, de los gestos diarios y repetidos de los que extraer un instante fugaz de luz dicha asombro.

No es más que un día de verano. Se puede analizar, mostrar simplemente lo que es: un puñado de poemas, un hombre rodeado de imágenes, una voz que cuenta e inventa la historia de las palabras en medio de un estrepitoso batir de alas, algo semejante a un nacimiento, semejante a una muerte. Una voz entrecortada, ronca, que se atreve a ser memoria en lo que no es sino urgencia y necesidad, y que tiene lugar ahí, en los textos. 
Thierry Metz. Diario de un peón. Traducción Vanesa García Cazorla. Editorial Periférica.

lunes, 6 de noviembre de 2023

Los lunes de Anay. Pueriles...

Tengo miedo al viento, dice mi madre. Desde niña, subraya. Mi madre ha visto desaparecer poco a poco el mundo que conoció en su infancia. Sus padres, sus hermanos, su marido, aquel valle donde casas de piedras, tejados de pizarra y un camino de polvo blanco son hoy ausencias— y por tanto, presencias—. Tiene miedo, mi madre. Al viento, a caerse, a salir a la calle en un día de lluvia, a un nuevo ictus, a nuevos —o viejos— dolores. Observo su lentitud, su forma temblorosa de levantarse del sofá, de escrutar cada paso en el suelo y veo, también, la sombra doblegada de mi padre en sus últimos años. Envejecer como árbol retorcido, pienso, es injusto. 

Si guardo un centenar de fotos de juventud de mi padre en romerías, feiras, bailes y en sus años en el servicio militar —y ahí, mi padre, con el torso desnudo y el cuerpo joven y sólido—, de mi madre, en aquella época, sólo tengo una pequeña fotografía acompañada por las costureras de las aldeas cercanas —y como las fotos de mi padre, cabe en la palma de mi mano, como el aleteo de un gorrión o un corazón minúsculo—. Está sentada en el suelo, mi madre, el pelo corto, una sonrisa joven, las manos en su regazo, las piernas cruzadas, un vestido a cuadros (anticipa los rasgos de mi hermana mayor en ella). Reconozco el tiempo transcurrido en su cara: de la luz de antaño a los surcos y los ojos pequeños, brillantes y claros de hoy. 
En nuestras reuniones, donde algarabía y palabras bulliciosas y gestos rápidos, mi madre sonríe y asiente en silencio, perdida en su semi sordera. Hay un momento en el que la siento como una niña pequeña en un mundo de adultos del que no tiene las claves y los significados permanecen ocultos. O nos ve desde un tiempo que no es el nuestro. O nosotros, que somos presencias, pesamos menos que la ausencia de un mundo entero. Ella, nuestra fuente, nuestro origen —los tres hijos aún erguidos y sin temblores—, ella, en silencio, lejos, la sonrisa y la mirada un pequeño fulgor.



Los lunes de Anay. Pueril…

"y aquí estoy otra vez, acariciando 
 este puñado de humo"

                                    JOSÉ HIERRO


FICCIONES DE LA INFANCIA

Desde la edad ficticia del recuerdo
regreso a la niñez,
a la casa que nítida aparece,
a su jardín de rosas
que jamás existió.

Su olor en cambio me persigue en sueños
y sus espinas todavía duelen.

Fui una niña feliz en esta casa,
tan fresca y tan solar al mismo tiempo,
tan luminosas sus habitaciones.

Una casa apacible y protectora.

En esta casa no viví jamás.
Lo único real es el jardín.

                                       IOANA GRUIA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay