Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 16 de julio de 2018

León Felipe en Ganarás la luz (i)

¿Quién soy yo?

He aquí una buena pregunta para hacérsela el hombre por la tarde, cuando ya está cansado y se sienta a esperar en el umbral de la noche.
Si se abriese ahora, de improviso, la puerta y alguien se adelantase a preguntarme quién soy yo, no sabría decir cómo me llamo.
En la mañana nos bautizan, al mediodía el sol ha borrado nuestro nombre y en la tarde quisiéramos bautizamos nosotros.
Salimos de aventura en la madrugada por el mundo, con un nombre que nos prenden en la solapa, como una concha en la esclavina y creemos que por este nombre van a llamarnos los Pájaros. ¡No nos llama nadie! Y cuando ya estamos rendidos de caminar y el día va a quebrarse, gritamos enloquecidos y angustiados, para no perdernos en la sombra: ¿Quién soy yo?
¡Y nadie nos responde!
Entonces miramos hacia atrás para ver lo que dicen nuestros pasos. Creemos que algo deben de haber dejado escrito en la arena nuestros pies vagabundos. Y comenzamos a descifrar y a organizar las huellas que aún no ha borrado el viento.
Es la hora en que el caminante quiere escribir «sus memorias». Cuando dice:
Les contaré mi vida a los hombres para que ellos me digan quien soy.
Si es un poeta, querrá contársela también a los pájaros y a los árboles. Y un día buscará un cordoncito o un mecate para ceñir y ligar bien su «antología». Entonces dirá:
Reuniré en un manojo apretado mis mejores poemas porque tal vez así, todos juntos, sepan decir mejor lo que quieren, a dónde se dirigen... y acaso al final apunten vagamente mi nombre verdadero.
Si el poeta es un poco arquitecto y algo más orgulloso, tal vez se atreva a contarle su vida a las piedras también. Y dirá:
Construiré mi morada —mi templo y mi sepulcro— con las piedras más firmes que he tallado.
Yo no sé si soy un poco arquitecto, pero soy tan orgulloso como el hombre que quiere hacer eterna su casa y su palabra; como el hombre que, enloquecido y angustiado, se afana en bautizarse a sí mismo con un nombre por el que puedan llamarle

los pájaros
los árboles
las piedras...

con un nombre que no derribe el Viento.

***

Pero, ¿por qué habla tan alto el español?

Sobre este punto creo que puedo decir también unas palabras.
Este tono levantado del español es un defecto, viejo ya, de raza. Viejo e incurable. Es una enfermedad crónica. Tenemos los españoles la garganta destemplada y en carne viva. Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre, para siempre porque tres veces, tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la historia hasta desgarrarnos la laringe.
La primera fue cuando descubrimos este Continente, y fue necesario que gritásemos sin ninguna medida: ¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra! Había que gritar esta palabra para que sonase más que el mar y llegase hasta oídos de los hombres que se habían quedado en la otra orilla. Acabábamos de descubrir un mundo nuevo, un mundo de otras dimensiones al que cinco siglos más tarde, en el gran naufragio de Europa, tenía que agarrarse la esperanza del hombre. ¡Había motivos para hablar alto! ¡Había motivos para gritar!
La segunda fue cuando salió por el mundo, grotescamente vestido con una lanza rota y una visera de papel aquel estrafalario fantasma de la Mancha, lanzando al viento desaforadamente esta palabra de luz olvidada por los hombres: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!... ¡También había motivos para gritar!
El otro grito es más reciente. Yo estuve en el coro. Aún tengo la voz parda de la ronquera. Fue el que dimos sobre la colina de Madrid, en el año de 1936, para prevenir a la majada, para soliviantar a los cabreros, para despertar al mundo: ¡Eh! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!...
El que dijo Tierra y el que dijo Justicia es el mismo español que gritaba hace seis años nada más, desde la colina de Madrid a los pastores: ¡Eh! ¡Que viene el lobo!
Nadie le oyó. Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento, y todavía ahora no hacen más que preguntar como los pedantes: ¿pero por qué habla tan alto el español?
Sin embargo, el español no habla alto. Ya lo he dicho. Lo volveré a repetir: El español habla desde el nivel exacto del hombre, y el que piense que habla demasiado alto es porqué escucha desde el fondo de un pozo.

***

Hay dos Españas

Hay dos Españas: la del soldado y la del poeta. La de la espada fratricida y la de la canción vagabunda. Hay dos Españas y una sola canción. Y esta es la canción del poeta vagabundo:

Soldado, tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo
y la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo...
Mas yo te dejo mudo… ¡mudo!
Y ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

***

¡El salmo es mío!

Y la España que se llevó la canción, se llevó el salmo también.
Jamás oí en las catedrales españolas un salmo afilado que se pudiese clavar en el cielo, en la tierra o en la carne del hombre.
Y siempre me preguntaba al entrar en las iglesias: ¿dónde estará el salmo? ¿dónde le habrán escondido los canónigos?
Durante el expolio de la última guerra española, lo encontré. Lo habían guardado los sacristanes en una vitrina y allí lo retenían como un idolillo inútil ya y sin sentido, para que lo contemplasen la erudición eclesiástica, los poetas pedantes y los turistas.
Me lo llevé. Entonces me lo llevé. Al final ya de la contienda, allá por los últimos días del año 1938, cuando los «rojos» se habían ya incautado de las iglesias y de los ornamentos sagrados (de los utensilios y los cubiletes de los malabaristas y de los mercaderes del templo), y me llevé el salmo.
Denunciadme al Sumo Pontífice, dadle mis señas, mostradle mi cédula (este libro es mi cédula).
Decidle que es que va aullando en la ráfaga negra del Viento, por todos los caminos de la Tierra... es el salmo. Y que no me lo llevo, que me lo llevo en mi garganta, que es la garganta rota y desesperada del hombre a quien él ha dejado sin altar y sin tabernáculo.
No me lo robo. Me lo llevo... ¡lo rescato! El salmo es mío... ¡del poeta! El salmo es una joya que les dimos en prenda los poetas a los sacerdotes.
¡Fue un préstamo!
Y ahora me lo llevo.
Cuando los arzobispos bendicen el puñal y la pólvora y pactan con el sapo iscariote y ladrón... ¿para qué quieren el salmo?
El poeta lo rescata... se lo lleva, porque el salmo es del poeta... ¡Mío!... ¡El salmo es mío!

***

Soy un vagabundo

Yo no soy más que un hombre sin oficio y sin gremio, no soy un constructor de cepos. ¿Soy yo un constructor de cepos?
¿He dicho alguna vez: Clavad esas ventanas, poned vidrios y pinchos en las cercas?
Yo he dicho solamente: No tengo podadera ni tampoco un reloj de precisión que marque exactamente los rítmicos latidos del poema.
Pero sé la hora que es.
No es la hora de la flauta.
¿Piensa alguno que porque la trilita dispersó los orfeones tendremos que llamar de nuevo a los flautistas?
No.
No es ésta ya la hora de la flauta.
Es la hora de andar, de salir de la cueva y de andar…
de andar… de andar… de andar.

Yo soy un vagabundo.
Yo no soy más que un vagabundo sin ciudad, sin decálogo y sin tribu.
Y mi éxodo es ya viejo.
En mis ropas duerme el polvo de todos los caminos
y el sudor de muchas agonías.
Hay saín en la cinta de mi sombrero,
mi bastón se ha doblado
y en la suela de mis zapatos llevo sangre, llanto y tierra de muchos cementerios.
Lo que sé me lo han enseñado
el Viento,
los gritos
y la sombra... ¡la sombra!

***

Pero diré quién soy más claramente

Pero diré quién soy, más claramente, para que no me ladre el fariseo
y para que registren bien la ficha
el psicoanálisis,
el erudito
y el detective:
Soy la sombra,
el habitante de la sombra
y el soldado que lucha con la sombra.
Y digo al comenzar:
¿Quién no tiene una joroba y un gran saco de lágrimas?
¿Y quién ha llorado ya bastante?
La luz está más lejos de lo que contaban los astrónomos,
y la dicha más honda de lo que cantabas tú, Walt Whitman.
¡Oh, Walt Whitman! Tu palabra hapiness la ha borrado mi llanto.
La vida, arrastrándose, ha cubierto el mundo de dolor y de lágrimas.
Este el mantillo de la tierra,
el gran cultivo junto al cual la esperanza de Dios se ha sentado paciente.
De la amiba de la conciencia se asciende por una escala de llanto.
Y esto que ya saben los biólogos,
lo discuten ahora los poetas.
Han llorado la almeja y la tortuga,
el caballo,
la alondra
y el gorila…
Ahora va a llorar el hombre.
El hombre es la conciencia dramática del llanto.
Antes que yo, lo habéis dicho vosotros, ya lo sé.
Y yo digo además:
Esta fuente es mía… y no la explota nadie.
Nadie me engañará ya nunca:
mi llanto mueve los molinos
y la correa de la gran planta eléctrica.
De mi sudor vivió el rey,
de mi canción, el pregonero,
y de mi llanto, el arzobispo.
Sin embargo, mi sangre es para el altar.
Sacad de los museos esa gran piedra azteca y molinera,
afilad otra vez el navajón de pedernal,
rasgadme el pecho de la sombra
y dad mi sangre al sol.
¡Que hay algo que los dioses no pueden hacer solos!

***

La espada

En el principio creó Dios la luz... y la sombra.
Dijo Dios: Haya luz
y hubo luz.
Y vio que la luz era buena.
Pero la sombra estaba allí.
Entonces creó al hombre.
Y le dio la espada del llanto para matar la sombra.
La vida es una lucha entre las sombras y mi llanto.
Vendrán hombres sin lágrimas...
pero hoy la lágrima es mi espada.

Vencido he caído mil veces en la tierra,
pero siempre me he erguido apoyado en el puño de mi espada.
Y el misterio está ahí,
para que yo desgarre su camisa de fuerza con mi llanto.

El llanto no me humilla.
Puedo justificar mi orgullo:
el mundo nunca se ha movido
ni se mueve ahora mismo sin mi llanto.

No hay en el mundo nada más grande que mis lágrimas,
ese aceite que sale de mi cuerpo
y se vierte en la tumba
al pasar por las piedras molineras
del sol y de la noche.

Dios contó con mis lágrimas desde la víspera del Génesis.
Y ahí van corriendo, corriendo,
gritando
y aullando
desde el día primero de la vida, a la zaga del sol.

Luz...
cuando mis lágrimas te alcancen,
la función de mis ojos ya no será llorar
sino ver.

***

Agradecimiento

Hay poetas que trabajan con la palabra solamente, como los lapidarios;
otros trabajan con la metáfora, como los joyeros que cambian las piedras de lugar;
otros empalman y enciman los ladrillos con una musiquilla monótona e interminable de romance;
otros se valen del termómetro y del compás, como los geómetras impasibles que miden los ángulos y la temperatura del tabernáculo;
otros trabajan con el símbolo y con la fábula, como los estofadores y los que emploman los vidrios de los grandes ventanales;
algunos muy entendidos son maestros en el arabesco, en el jeroglífico y en la alegoría, como los tejedores sagrados y los criptógrafos que dejan su secreto en las cenefas de las casullas y los frisos de los cenotafios;
otros trabajan con la arcilla blanda de su ejido solamente, como el alfarero municipal;
otros cavan en las profundidades del subterráneo donde se han de apoyar un día los cimientos, como los tejones y los topos;
otros se afanan allá arriba, cerca del cielo, en las cornisas de los campanarios, como la cigüeña y las golondrinas…
Pero el Poeta Prometeico trabaja con su sangre donde van disueltos los esfuerzos de todos estos poetas especializados.
Y a todos estos artífices humildes, cuyo nombre se llevará un día despiadadamente el Viento, el Poeta Prometeico les agradece todo lo que le han dado, todo lo que le han traído para edificar el templo venidero y levantar la torre donde se ha de colocar mañana el pabellón rojo del hombre.
León Felipe. Ganarás la luz. Editorial Cátedra.

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