Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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viernes, 15 de mayo de 2020

-12. Cather

Apenas dura unos segundos. Un petirrojo en una rama desnuda. Al amanecer. El rojo de su pecho es el rojo del cielo sobre los montes. Mueve la cabeza hacia los lados y emprende el vuelo. Es entonces cuando veo a un puñado de gorriones en el suelo y un mirlo en otro de los árboles invernales junto a la ventana. Por unos días el mundo será de las aves, un mundo recuperado.

Los niños dibujan  arcoíris y mensajes de ánimo, juntos podemos, y los cuelgan en las ventanas de sus casas su letra primeriza y temblorosa. A veces se dibujan a sí mismos, a sus padres, sus cuerpos desproporcionados, una cabeza grande en un cuerpo diminuto, el mundo desmedido de los niños. Los niños también son pájaros.

Recupero el tañido de las campanas de los veranos en el campo. En otro tiempo, en otro espacio, el rumor de los insectos junto al ronqueo de los tractores al volver de los campos. Y, sobre todo ello, las campanas de la iglesia, forjando la luz de la tarde sobre las cosechas. Ahora, en este nuevo y extraño silencio, el sonido de las campanas de la iglesia marca nuestro confinamiento. El sonido de las campanas y el gorjeo de los pájaros y los gritos de los niños.

Corro en casa. Descalzo. Mi recorrido es una pequeña U. De la ventana del salón a la de la habitación. La curva es la cocina y el pasillo. Toco una de las ventanas y doy la vuelta. Veo mi sombra en la pared blanca. Se distorsiona con cada zancada, se desvanece en un segundo para reaparecer acentuada sobre la blancura del pasillo. Así, nuestros miedos, nuestra vulnerabilidad, nuestras esperanzas, nuestro tiempo, sombras corriendo a través de una pared blanca.

Leo.


***

Recomiendo el mundo de colonos de Willa Cather, aquellas historias donde los emigrantes europeos trataban de abrirse paso sobre una tierra que no comprendían, que no sabían cómo tratar, un mundo donde las mujeres eran el centro de la comunidad y la fuerza y la iniciativa emanaban de su corazón de tierra.

 
Aunque sólo eran las cuatro de la tarde, oscurecía rápidamente en aquel día invernal. La carretera se dirigía hacia el sudoeste, hacia la franja de luz pálida y deslavazada que brillaba en el cielo plomizo. La luz iluminaba los dos rostros jóvenes y tristes, mudos, vueltos hacia ella: iluminaba los ojos de la chica, que parecía contemplar el futuro con angustiada perplejidad; y los ojos apagados del chico, que parecían mirar ya hacia el pasado. La pequeña ciudad se había desvanecido a sus espaldas como si nunca hubiera existido, se había hundido tras la ondulación de la pradera, y el duro paisaje helado los recibía en su seno. Las granjas eran pocas y muy separadas; aquí y allá, la desolada silueta de un molino recortada en el cielo; una casa de adobe acurrucada en una depresión del terreno. Pero el gran acontecimiento era la tierra en sí, que parecía anegar los pequeños y esforzados indicios de sociedad humana en sus sombrías extensiones. Enfrentándose con aquella inmensa dureza se había vuelto tan amarga la boca del muchacho; porque sentía que los hombres eran demasiado débiles para dejar su huella allí, que la tierra quería que la dejaran tranquila, quería conservar su implacable fortaleza, su belleza de una índole salvaje y peculiar, su melancolía sin interrupciones.
Willa Cather. Pioneros. Traducción Gema Moral Bartolomé. Alba ediciones.

sábado, 9 de enero de 2016

Mi enemigo mortal. Willa Cather


Nellie, la narradora de Mi enemigo mortal, tiene quince años cuando conoce a Myra Driscoll. Nellie ve en Myra diferentes mujeres, la muchacha que eligió el amor sobre una herencia, que se marchó a la gran ciudad y consiguió hacerse un hueco en ella, su ausencia del pueblo que eleva su figura a mito, una mujer que camina entre el aura de una leyenda y una realidad incómoda y terrenal. Nellie viaja a Nueva York y es testigo de la vida de Myra, sus relaciones con artistas y la alta sociedad, su apartamento en el centro, la relación con su esposo, de aquella aventura donde se casaron por lo civil a cierta amargura por la posición social del matrimonio, sus ansias de medrar, de ocupar un puesto mayor y mejor. Nellie descubre las grietas en la vida de Myra, sus diferentes máscaras, algo invisible que produce atracción y rechazo al mismo tiempo.

El reencuentro de Nellie con el matrimonio se produce diez años después  en un hotelucho junto al Pacífico. El oeste como un nuevo edén, pero, dentro de esa tierra, la rapidez y endeblez de las construcciones (de los sueños). Myra y su marido Oswald ocupan una pequeña habitación, tienen deudas con la dirección, ella está enferma, él con un empleo mal pagado. Nellie habla con Oswald y se pregunta por sus facciones de hombre de acción encerradas entre cuatro paredes y en una vida que ha pasado con tristeza, ve en Myra huellas de su pasado y, sobre todo, la amargura de su caída, la soledad y la pobreza después de su vida en la gran ciudad, una mujer que ambicionó una gran vida y que no supo conseguirla, y en el camino, la pérdida de la pureza y el amor.

En apenas ciento veinte páginas, Willa Cather retrata el desencanto de una mujer que soñó con una vida materialista y bohemia, que fue, desde su huida, una leyenda en su pueblo y que intentó vivir con esa imagen, la mujer misteriosa y aventurera, la mujer que consigue todos sus caprichos, que se relaciona con grandes artistas y la alta sociedad y vive en el centro de mundo. Cather da la voz de narradora a Nellie, una mujer que recuerda sus encuentros con Myra y la ve con distancia, primero una muchacha de quince años que asiste sorprendida al primer encuentro con Myra, que viaja a la gran ciudad y siente que algo no encaja. Esa voz externa que habla de Myra hace que la descubramos a la par que Nellie, que veamos las diferentes capas, que la observemos con distancia y asistamos a su egoísmo y desencanto. Nellie ve en Myra un alguien insatisfecho que ha perdido sus sueños.

El reencuentro es una sacudida y un despertar. Nellie asiste a la toma de conciencia de Myra sobre el devenir de su vida, sobre sus últimos años. Cather apenas explica ese paréntesis de diez años, queda la imagen de la mujer en silla de ruedas, una tarde ante el Pacífico y la idea de que, si viese amanecer sobre las aguas, conseguiría la redención y el perdón. Nellie como narradora es testigo de los sueños rotos de los personajes, Myra que dejó su casa por amor y que aquel gesto único, elevado, cambia con los años, desaparece su grandeza. Oswald, cuyo físico puede recordar al de un hombre de acción y parece que su vida, sus sueños, están al margen. La propia Nellie, buscando su sitio sueño y que vive sola en una habitación de hotel. Personajes que son consumidos por el tiempo, por sus propios sueños, por el desencanto.

Y el amor. El amor como algo que puede salvar a los personajes pero que los encierra o los hace derivar en un rumbo impensado, el amor que se hace inseparable del odio, de la lucha entre dos contrincantes, la reflexión sobre nuestras decisiones y cómo nos afectan, ver el pasado con los ojos del presente (la distorsión que ello supone) y preguntarse por la responsabilidad de nuestras decisiones, si es lícito culpar al otro por el desgaste de los sueños y las promesas (y con esa desgaste, la desilusión, el odio y la lucha). El amor pasa de leyenda o destrucción.


Las personas pueden ser amantes y enemigas al mismo tiempo, ¿comprendes? Éramos… un hombre y una mujer separados tras un largo abrazo, y fíjate en lo que nos hemos hecho el uno al otro. Quizá no pueda perdonarle por el daño que le he causado. Quizá sea eso. Cuando hay hijos, ese sentimiento experimenta cambios naturales. Pero cuando continúa siendo tan personal… algo se rompe dentro de uno. Con la edad lo perdemos todo, incluso la capacidad de amar.


Narrada con sencillez y profundidad, Mi enemigo mortal es una corta, concisa y buena novela de Willa Cather.







Mientras le contaba todos los chismes divertidos sobre mi familia que me venían a la cabeza, ella permaneció inmóvil en su silla de inválida, pero poderosa aún en su brillante envoltura. Parecía fuerte y destrozada, generosa y titánica, una vieja sagaz y malévola que detestaba la vida por sus derrotas y las amaba por sus absurdos. Recordé su risa airada y el modo que tenía de recibir siempre una sorpresa o una mala noticia con aquella risa seca y exultante, que parecía decir: «¡Ajá, tengo una prueba más, una más, contra la abominable injusticia        que Dios permite en este mundo!»
Willa Cather. Mi enemigo mortal. Traducción de Gema Moral Bartolomé. Alba editorial.