Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

martes, 23 de abril de 2024

empiezo libros que nunca terminaré

Elijo Cristo se detuvo en Éboli para esta semana del libro. Es mi tercer o cuarto intento con los recuerdos del destierro de Levi en la Italia fascista de los años treinta —los anteriores fracasaron por querer leer a Levi sin la pausa que requiere su escritura lenta y precisa—. A veces entro en una lectura con el paso cambiado, estoy cansado y agarrotado tras el trabajo o abandono a las pocas páginas porque siento que no es el momento para un tipo de relato que requiere tiempo sin cortes. Ahora, me acerco a Levi con ánimo de caminante paciente para descubrir su mundo desaparecido.

Durante años me empecinaba en terminar cada libro empezado. Como si relegarlo a un impredecible “más adelante” fuera un sacrilegio. Aquello acabó cuando mi biblioteca creció hasta ésta donde unos seiscientos libros pendientes, visitaba las dos bibliotecas de mi pueblo en busca de libros descatalogados y mi paciencia para con los malos libros terminó. Hago tentativas y empiezo libros que nunca terminaré —que nunca se terminan—, altero planes de lectura, dejo de leer durante un par de días para vagar por las calles de Bilbao, en silencio, y que sean los edificios y los cielos reflejados en las torres Isozaki quienes me cuenten que aquello que vemos no es más que un simulacro de la realidad. Un relato. Y siempre vuelvo a la lectura, asombrado por presenciar otras formas de relatarnos (en) el mundo. 

*

Hace años que celebro este día en la misma librería. Si ese día no trabajo, me acerco sin ideas preconcebidas y con tiempo por delante. En pasados días del libro, unos párrafos al azar de Bonnie Jo
Campbell me descubrieron a sus mujeres salvajes; me reencontré con las voces entrelazadas y angustiadas de los muchachos de la Compañía K, me asombró que uno de mis más viejas búsquedas, Entierra mi corazón en Wounded Knee, tuviera una nueva edición y reincidí con Łem y Dovlátov. Hoy, cansado tras la campaña electoral y sabiendo que no tendría ganas de hacerme un hueco entre los otros lectores, entré a recoger los libros encargados tras repasar mis listas de deseos —siempre en perpetuo movimiento—. Bierce. Guerriero, Maraini, Berto. Sólo he leído a Bierce de este cuarteto. Y será el primero cuando abandone esa aldea entre precipicios donde está desterrado Levi. E intuyo que Los suicidas del fin del mundo, Isolina y El mal oscuro podrían ser un trío lector que casen bien entre sí. Esos son mis próximos planes lectores, hoy. 


(coda) 

Lee
Piensa
Resiste

dice la chapa que regalaron el año pasado en la librería Cámara.

lunes, 22 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Llanuras...

…Hubo un momento, tras terminar La casa del recuerdo y del olvido, que sentí que había mal-leído mis últimos lecturas. Apenas había conseguido retener algo de los relatos de Gospodínov y Džamonja y sabía que me había perdido algo importante del libro de Filip David. Así que una vez terminé la novela donde David indagaba sobre la partícula divina del mal y los recodos donde se esconde el olvido en la memoria, volví a su inicio. Y en esa segunda vuelta —donde se multiplicaron las frases subrayadas y las hojas dobladas—, las capas ocultas donde dolor y trenes como símbolo de pesadillas y el (sin)sentido de la pérdida. Y en esa segunda vuelta, la impertenencia en los cuentos de Gospodínov y sus cronorrefugios y ese personaje de Gaustín que cambia a cada relato, como Kilgore Trout variaba de una novela a otra. Y ese manicomio de Cartas desde el manicomio de Džamonja que podría ser Sarajevo en guerra y la ausencia de Sarajevo en el exilio, el alcoholismo o la demencial vida norteamericana. Si pudiera, ýb, releería cada uno de mis libros. Ahora, El general del ejército muerto, de Kadaré, me devuelve la prisa por llegar a casa o subir al tren para leer. Ahora, veo la poesía completa de Irazoki y el Diario a los setenta de May Sarton, y los relatos cortos de Dubus, y más Kadaré y revisitar a Rulfo y volver a la Argentina con Soriano y siempre Bobin y la oralidad de Alexiévich, y siento que se me abre un camino homérico.

02.04.2024


Los lunes de Anay. Llanuras…

Sant Jordi 2024

"Oh amores - ciertos falsos,
 sed amores y retozad felices
 en el vacío que os cedo."

                                        PATRIZIA CAVALLI



Asomamos nuestras miradas al camino del sol sobre el mar.
La tarde se iba, náufraga.
- ¿Qué quieres ser, el agua o la luz?
- Lo que no seas tú, para encontrarnos.

                                                           MARÍA CEGARRA






Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 15 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Liquidez...


"cada vez más borroso,
cada vez más borrado."
                                        JAIME SILES


BRINDIS FUNERAL POR EL JOVEN QUE FUI

Aquella manera de dar fuego
a quien me lo pidiera,
la primera calada siempre mía.
En tu muslo dibujo con mi dedo,
desde donde te deja el autobús,
el croquis inexacto hasta mi casa,
un piso compartido con turnos de limpieza
y apuntes por el suelo.
Lunes de filmoteca, vacunas contra el polen,
las ganas de viajar, un café a medianoche,
tres o cuatro lecturas simultáneas,
brindis de alcohol barato, sueños caros.
No os dejéis engañar por la resaca
de la burda nostalgia. Hubo entonces
libros inacabados, multas en bibliotecas,
exámenes suspensos, películas pedantes
y una tos persistente al despertar.
Ni se curó mi alergia, ni volvimos a Roma,
ni encajaron las piezas.
Hoy no fumo, a medianoche duermo,
mis sueños son baratos,
asumo el estornudo, el menor de mis males,
leo y releo sin prisa,
descorcho mejor vino, brindo y viajo
y soy mejor amante.
Descansa en paz, muchacho.
                                                      DAVID J. CALZADO



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 8 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Piruletas...

Hoy llueve y hace viento y el cielo gris cruza rápido sobre los montes. Es otra forma de primavera donde la lluvia acrecienta el color de los nuevos brotes. 

Ayer me acerqué al mercado dominical de libros y coleccionismo. Me detuve en las postales y fotografías antiguas con antiguos mensajes de amor y recuerdos entre amantes o familiares, postales que consiguen, por un instante, que esos hombres y mujeres en un difuso blanco y negro y con poses estudiadas parezcan estrellas que nunca mueren. Mi madre guarda las fotos que mi padre le enviaba. Apenas ocupan la palma de mi mano, más sellos que fotografías, primeros planos de mi padre con la mitad de años que tengo hoy yo —la firmeza de su mandíbula y su mirada, el pelo algo alborotado, la camisa blanca bajo la americana negra, el mundo que dejó de existir con su muerte estancado en esas fotografías—. Y detrás palabras de amor y añoranza y corazón roto con su letra grande de muchacho que apenas fue a la escuela. Se desvanece lo corpóreo, creo, lo tangible, aquello que podemos acoger en nuestras manos, cartas, fotografías, postales

Hay un puesto, en el mercado de libros, que me gusta por la excentricidad de su librero. Un poco mayor que yo, canoso, con coleta y barba, es un hombre hablador y ocurrente. Estábamos tres lectores habituales, en una de las esquinas del puesto, y el librero hablaba de cómo aprendió a no ordenar sus libros por nuestra culpa. Cuando empezó, hace años, quería seguir un orden, a veces alfabético, a veces por temática, algo que nos hiciera fácil la búsqueda. Pero desistió. Los lectores sois unos cabrones, nos decía, buscáis y removéis entre las cajas y me hacéis creer que tengo libros atléticos capaces de saltar de una caja a otra. Hemos creado una librería-duna, y junto a una biografía de Churchill te encuentras con novelas de Rosamunde Pilcher, libros sobre la Antártida o poemarios de Derek Walcott. Encuentro cosas interesantes en su puesto, esta vez una trilogía de Danilo Kiš, El palacio de los sueños de Kadaré, los relatos de viajes por su India natal de Ruskin Bond y el propio Walcott. Le gusta recordar una anécdota de José Luis Cuerda cuando nuestra conversación intenta un arreglo perdurable del mundo. Cuerda, nos dice, se reunía con sus amigos. Había embutidos, queso, vino en la mesa. Arreglaban el mundo mientras duraban las raciones. Luego se despedían. Y es aquí donde viene su parte favorita. Nos dice, el librero, que Cuerda se sorprendía cómo, en ese rápido intervalo entre recoger la mesa y abrir la puerta, el mundo volvía a estar descompuesto. Y se ríe. Porque hacemos lo mismo, nos dice. Ahora podríamos ir al siguiente puesto, a un metro de distancia, y el mundo volvería a estar roto. 


Los lunes de Anay. Piruletas…


Miro el jardín y digo: "¡Primavera!"

                                                    CONCHA LAGOS


LEVEDAD

La muchacha
entona una canción elemental, insípida,
mientras va y viene por la casa.
Lleva un traje de flores
ordinario e insulso como los días lunes.
No es tonta,
pero nadie podría decir qué inteligente,
y menos aún qué gracia tiene.
Difícilmente podría recitar las capitales,
jamás
los elementos químicos
ni hablarnos de Beethoven o sor Juana.
La muchacha
llana y vulgar, se pinta ahora las uñas
tarareando su sonsa cantinela.
Su alegría de feria,
rutilante y hermosa en su simpleza,
cae sobre mis manos
escépticas y apáticas
comO un globo de helio que ha equivocado el rumbo.

                                                                          PIEDAD BONNET




Feliz lunes.

Un beso,

Anay.

domingo, 7 de abril de 2024

cuarenta años

Tenía nueve años cuando el Athletic ganó su última final. Es uno de los recuerdos exactos de mi infancia. En aquel año mi madre escribía al anochecer cartas en la cocina, mi padre, en las tardes claras de verano, volvía por el camino del río con una veintena de truchas sobre hojas de laurel —recuerdo las entrañas de las truchas en las manos de mi tía, algunas con docenas de pequeñas huevas, sus manos sangrientas y el cuerpo plateado de las truchas—, y mis hermanas y yo elegíamos un libro de la revista Círculo de lectores —y así llegaron El principito, Jim Botón y Lucas el Maquinista o Tom Sawyer—. Estos recuerdos se han permeabilizado con el paso del tiempo. De aquella final, la emoción del gol de Endika y la pelea final, que hoy, un niño de la edad que yo tenía en aquella copa, representaba para su hermana —se daban patadas y puñetazos, le decía mientras levanta las piernas y golpeaba al aire con firmeza y exageración—. Han pasado cuarenta años, ýb, con la rapidez que paso cuarenta páginas de un libro que me arrebata. Tal vez por eso lloré. Por las cartas que ya no escribe mi madre, por no acompañar a mi padre en sus tardes de pesca, por ese entusiasmo infantil ante cualquier historia, por todos los errores y dichas y días que no recuerdo, por todo este camino hasta esta tarde limpia de abril tras la lluvia.


Ayer vagabundeé por las calles de Bilbao en silencio, con una mochila con un par de libros de Kadaré y Avello, para sentir el ambiente y la energía circundante, toda esa esperanza en banderas rojiblancas por doquier, balcones, taxis, escaparates, incluso en collares de perros. Crucé el Guggenheim, rojiblanco a su estilo, y el parque donde leíste poemas bajo la lluvia, una plaza sin sombras y con tulipanes amarillos, la estatua de Mercurio/Hermes con sus pies alados en lo alto de un edificio. No me detuve a leer, sólo anduve en silencio, mi silencio, como si quisiera participar del momento y rodearlo al mismo tiempo, sorprendido por la pasión e intensidad de los otros.

Ayer, también, me reencontré en un bar de este pueblo con el jubilado del metro. Tomamos café mesa con mesa. Está a punto de cumplir noventa y cuatro años y lo que le enerva, escogió esa palabra, es que los demás crean que se inventa recuerdos o que no tiene nada que decir. No invento nada, me decía, ni son batallitas del abuelo, son mis vivencias —y recalcaba esa palabra, vivencias, y yo me sentía ante el lenguaje de un mundo en desvanecimiento—. Le gusta escribir recuerdos, y me preguntó si quería leer alguno. Asentí y sacó de su bandolera unas hojas escritas a mano, hojas pautadas con una letra grande que me recordaba a la de mis padres —y de nuevo, un mundo que desaparece—. Descubrí que sus recuerdos eran cartas de agradecimiento a este pueblo, al bar donde estábamos, a aquellos lugares y personas que le hacen sentir vivo. Me confesó que le gusta el diálogo: si no dialogo con el otro, cómo lo voy a conocer, decía. Y me dijo que mientras la cabeza le vaya bien seguirá con sus rutinas, que  no es un mueble, pero que cuando sienta que pierde la cabeza se quedará en casa. Cuando se marchó, se despidió hasta el lunes. Me sorprende su energía por demostrar que no inventa, que no cuenta batallitas, que su vida aún importa. No me habla del miedo a la muerte o al dolor o a caerse o al otro, sino que me repite que él aún es útil y que está vivo y que se le tenga en cuenta.

Toca elegir nueva lectura para esta semana intensa, con la campaña electoral y la gabarra. Ojalá encontrar algo que me ralentice, como el sirimiri.

jueves, 4 de abril de 2024

vínculos

Hoy, durante el reparto, buzoneé una carta, sólo una carta, escrita con bolígrafo azul, Pero hablé de ti a una vecina mientras le entregaba un certificado. Le pregunté si era la misma C. de los carteles del recital poético del próximo viernes. Me dijo que sí, que era el primer recital tras la pandemia, que ella se había animado pero que otras mujeres de la asociación ya no querían. Una perdió al marido, otras lo dejaron tras la pandemia, me dijo. C. es una mujer habladora y risueña y con una voz acogedora y cálida, me dice cariño —y una vez amante—, y se enfada cuando la trato de usted —de tú, háblame de tú, reniega siempre—. Sé que ese usted en mi trabajo es distancia y tiempo. Su vida no es fácil, ahora, el marido enfermo y los constantes cuidados. Como tantas mujeres en mi sección. Le dije que tenía una amiga poeta y le di tu nombre. Al cerrar la puerta me pidió que se lo repitiese. Para buscarte. 

Hay días así, de encuentros breves y tiernos. Hace tiempo que doy los buenos días a un octogenario con muletas cuando nos cruzamos en la estación, antes del primer metro. Levanto la vista del libro que esté leyendo en ese momento y le sonrío. Su andar me recuerda a mi padre, ese encogimiento extraño sobre sí mismo, la mirada perdida en el suelo y el miedo a tropezar. Hoy se paró por primera vez a hablar. Él también fue lector, donó sus libros a la biblioteca de Gernika porque no quería verlos desperdigados en casas ajenas, sólo conservó las obras completas de Blasco Ibáñez en tres tomos encuadernados en piel. Me contó que en su niñez les hacían leer El guerrero del antifaz pero que en las bibliotecas de sus abuelos encontraban libros prohibidos, que recordaba a una escritora de su juventud por una frase anticlerical y que un libro es el mejor amigo. Lees un capítulo, tiras el libro sobre una mesa y él no se enfada. Está ahí cuando vuelves, me dijo mientras guiñaba un ojo. Antes de bajarse, me confesó que iba a visitar a los amiguetes (eran las seis de la mañana), se tomaban un café juntos y charlaban; que estaba mal de las piernas pero no quería quedarse sentado y darle a la cabeza (y giró su dedo indicé sobre su sien), que no ha viajado mucho salvo en los libros.

Y hoy, también, me encontré con Vonnegut entre los libros devueltos de la biblioteca de mi sección. Humanos colisionando con humanos.

C. y este lector octogenario me acompañaron en este día en el que mi padre está aún más presente. Cada día un olor, una palabra, un objeto me llevan a él. Las hojas con las que sacaba sonidos de trompeta, sus lápices de carpintero tan diferentes a los míos, grandes, abultados y que trazaban gruesas marcas sobre la madera, las novelas del oeste que leía, el temblor en sus manos y piernas de sus últimos años y la altura de titán en mi infancia, los gestos medidos sobre su mesa de carpintero y sus brazos en jarras. Cada uno de nosotros somos un mundo en extinción y ojalá pudiéramos dejar un rastro más hondo y compartirlo con otros. Que no desaparezca en silencio. 

19.03.2024

lunes, 1 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Arcén...


Es entonces, a mil metros de altitud, en un camino blanco —y antes rojizo—, con las sombras del cielo sobre los campos y las aldeas de la llanada, donde me detengo para escuchar el viento la soledad el silencio —y anular, así, el tiempo, pero no la memoria—. Atrás, en el camino, un castillo en ruinas entre aldeas amarillas y campos roturados y los primeros brotes. Y rodadas blancas en pinares que crujían como mástiles y sendas minerales hacia las cumbres de los montes. La raíz entre lo árido. 
Sólo viento soledad silencio en ese camino junto al cielo bajo, despojado de la palabra.


Los lunes de Anay. Arcén…

“Esto no es un paisaje.”

                                   ÁNGELES MORA


QUIZÁ

Quizá la emoción más grande de mi vida
fue una noche de calma, un bochorno,
como antes del terremoto,
Dios entró sigiloso, impalpable en mi cuarto
y me dijo: a ti, solo a ti,
te hago saber que no existo.

                                             CESARE ZAVATTINI
                                             (Versión de Juan Vicente Piqueras)





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 25 de marzo de 2024

Los lunes de Anay. Lóbulos...




















"Yo no sé si prefiero
 la belleza de las inflexiones
 o la belleza de las insinuaciones
 o si el nido silbando
 o después"

                                        WALLACE STEVENS


TÚ DUERMES, YA LO SÉ

Tú duermes, ya lo sé.
Te estoy velando.
No importa que estés lejos
que no escuche
tu cadencia en la sombra;
no importa que no pueda
pasar mi mano sobre tu cabeza,
tus sienes y tus hombros.

Yo te estoy velando, siempre.
No importa que no pueda acurrucarme
para que tú me envuelvas sin saberlo,
para que tú me abraces sin sentirlo,
para que me retengas
mientras yo tiemblo y digo simplemente
palabras que no escuchas.
Yo puedo estar tan lejos
pero sigo velando cuando duermes.

                                                   JULIA PRILUTZKY





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 18 de marzo de 2024

Los lunes de Anay. Luciérnagas...

Luciérnaga es una de mis palabras favoritas. Su luz de candil entre los campos y caminos nocturnos de mis veranos gallegos. Cuando críos, cazamos una de ellas e intentamos que nos alumbrara a través un bote de cristal con pequeños agujeros como respiraderos. Acercábamos la luciérnaga a los débiles destellos verdes entre los toxos en busca de una conversación, pero nunca conseguíamos siquiera un centelleo que nos hiciese creer en un lenguaje de luz. En aquel camino atrapábamos saltamontes, hacíamos carreras de caracoles en las tardes de lluvia, observábamos en silencio las lombrices arrastradas por un escuadrón de hormigas hacia la entrada de sus hormigueros —y nuestro silencio era el de un dios intrigado ante la lucha—. Eran días de tierra blanca y sombras luminosas.


Los lunes de Anay. Luciérnagas…

"Una luz diminuta no se rinde jamás."

                                                     RUBÉN GARCÍA CEBOLLERO



Alma, ¿te arriesgarás de nuevo?
En un peligro así,
hay miles que han perdido, ciertamente,
pero hay algunas que han ganado todo.

Los ángeles aguardan, sin aliento,
a que salga tu nombre;
mientras un corro ansioso de pequeños demonios
apuesta sobre ti.

                                    EMILY DICKINSON
                                    (versión de José Cereijo y María Taibo)





Feliz lunes.

Un beso,

lunes, 11 de marzo de 2024

Los lunes de Anay. Balsas...















"Suban, si les parece."

                                NICANOR PARRA


CALMA

Toda esta paz es tuya:
la de este mar,
la de las jarcias y las velas y los palos...
la de esta voz en mi garganta,
esqueje de tu soplo
que duerme a la galerna.

                                       JOSÉ LUIS VIDAL CARRERAS



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 4 de marzo de 2024

Los lunes de Anay. Pasajeras

"¿Quién cantará al amor?
 No yo.
 Yo amo."

                         ALEJANDRA PIZARNIK


ANÓNIMA

Ni muy feliz, ni triste. Como tantas
parecerá insensible a cuanto pueda
ocurrir a su lado. Cada día
andará iguales calles y las mismas
sombras la mirarán pasar. No habrá ninguno
capaz de distinguirla de las otras,
así, a primera vista. Cada día
se va muriendo un poco (no comulga
con esa triste rueda de molino
de la moderna mística; el trabajo,
rutinario y vulgar -bien lo comprende-
la embrutece y anula). Y qué remedio
queda. Y qué remedio.
Pero yo sé que guarda
intacta esa frescura y delicada
del corazón ardiente y una innata,
joven curiosidad. Estará sola,
como solos están los que, de un modo
u otro, son acaso diferentes.
Y no sospechará que hubo una tarde
en la que fue dictándome un poema.

                                                     VÍCTOR BOTAS




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 26 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Écrire...

Tu lunes me resguarda en esta tarde de lluvia fuerte y cielo gris compacto. El río viene turbio y crecido, arrastra ramas, troncos, plásticos. Hay una corriente en todo eso y, seguro, una señal, una metáfora. Me gusta ese impulso indomable de escribir —como me gusta esa parte de su etimología que viene de tallar—. Hace poco leí Escribir para salvar una vida, donde John Edgar Wideman, a través de documentos, recuerdos propios y ajenos, periódicos, actas y ficciones trata de escribir, de tallar, las vidas de Emmett Till, un chaval negro de catorce años secuestrado y asesinado en el sur de los años cincuenta y su padre Louis Till, ahorcado, sin defensa, o el silencio como defensa, diez años antes por actos indecorosos durante la segunda guerra mundial, como tantos soldados negros. Wideman indaga en el poder avasallador —en un universo en el que todas las verdades tienen el mismo valor hasta que el poder escoge una de ellas para servir a sus propósitos, dice Wideman— y el racismo como acto continuado en el tiempo y que une a padre(s) hijo(s) y escritor. Wideman escribe y parece tener la fuerza del viento, aunque a veces cree divagar o se pregunta sobre la dirección a tomar en ese encuentro con los muertos y silencios del pasado —Este texto no se convertirá en la narración sobre Emmett Till en el que creía que estaba trabajando. Todas las palabras que vienen a continuación son fruto de mi anhelo de darle algún sentido a la oscuridad estadounidense que separa a los padres negros de sus hijos, una oscuridad en la que los hijos y los padres se pierden la pista mutuamente, escribe Wideman—. Escribe por una vida, por tantas vidas, por su propia vida. Acongoja este libro por el dolor, la rabia y el miedo.


Los lunes de Anay. Écrire…

"Cuervo, pasa"

                       TED HUGHES

CRÓNICA

Acabaré contando
lo ocurrido.

Hurgando en el motín
de la conciencia.

Teclaendo sin razón
ni voluntad.

Ese deber
hacia ninguna parte.

                                 ANAY SALA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 19 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Convalecencias...

A Pablo Villuendas, mi padrastro.
                                                                                         Con todo mi amor.


"La ternura es hacerle entender al otro que es merecedor de la vida que le habita"

                                                                           EUGENIO BORGNA, psiquiatra.


HERENCIA

Nunca te vi feliz, lo que se dice
alegre como un chorro desbocado
vertiéndose sin tasa sobre el mundo.
El comedido afecto que expresabas,
perfectamente público, lo habías heredado
de una infancia severa y victoriana
en internados, campamentos, centros
regidos por la férrea ausencia de una madre.
No creas que importaba. Tras tus manos
cuidadas pero recias
siempre fue perceptible ese temblor
de la alegría alzándose
sobre las cosas, dándole su impronta de verdad
a la orfandad del mundo.

                                         ANTONIO MANILLA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

jueves, 15 de febrero de 2024

En el sur de Indiana. Frank Bill

Decía Donald Ray Pollock que En el sur de Indiana era uno de los viajes más bestias dentro de un libro. Tenía razón. Al terminar el tercer relato, en un vagón de tren camino del trabajo antes del amanecer, tuve que parar aturdido por su intensidad y brutalidad. Esos tres primeros relatos enlazaban personajes e historias hasta completar los espacios en blanco de los primeros en el último de ellos: del ajuste de cuentas por un intento de robo del primer relato pasamos de un abuelo que vende a su nieta como prostituta en el segundo para terminar con la venganza de esta muchacha hacia un mundo atroz en el tercero —más adelante, en otro de los relatos, otra mujer será la que cumpla venganza, diez años después, de todo el dolor y la violencia sufridas en su niñez. Porque en estos relatos no hay olvido posible de lo que fuimos y vivimos. Porque los personajes parecen atados a una rueda funesta y a las leyes bíblicas del ojo por ojo y desoyen aquello de poner la otra mejilla. El perdón nos es una alternativa en estos relatos y personajes—. 

*

Todo lo horrible cristalizó, dice Frank Bill, y lo horrible son caras desfiguradas por armas de gran calibre; hombres cavando sus tumbas; una muchacha convertida en una luchadora sangrienta y primitiva, un anciano que huye, con los intestinos desgarrados, de su mujer —una enferma anclada a una bombona de oxígeno—; brutales peleas de perros clandestinas; tipos con mono de anfeta que dejan una estela de cuerpos mutilados y ex combatientes con estrés postraumático cortadores de orejas; padres maltratadores y adolescentes atracadores cuya violencia es de un ensañamiento y salvajismo inauditos; maridos que ejecutan a sus amantes por el deseo egoísta de no perder su rutina doméstica y maridos que buscan penitencia en un vagabundeo sempiterno tras claudicar y ayudar a morir a su mujer desahuciada. Puede parecer que estamos ante relatos de violencia gratuita. Y no. Lo que hace Frank Bill es hablar de un lugar, un ambiente y unos personajes que sobreviven en un mundo caótico y furioso y hacen lo que pueden con reglas ancestrales que rigen sus vidas. 

*

No hay un in crescendo en estos relatos, no hay un clímax final o una revelación que convierta el mundo en un lugar comprensible y nítido. Sí hay odio y terror y estremecimiento en las historias de Frank Bill (creo en lo que tiembla, que diría Isabel Bono), y seres de carne y hueso que usan la violencia o se encuentran  ante ella y les muestra la parte sombría o de superviviente de su alma —algunos no tienen escrúpulos y sólo buscan la propia salvación o desencadenan tal grado de violencia que sólo pueden ser vistos como seres degradados—. Pero unos pocos intentan resistir en ese ambiente duro e implacable. 
Uno de mis relatos favoritos, El viejo mecánico, comienza con los recuerdos de niñez de una madre, cuando su hermana y ella estaban ante el televisor, en silencio, mientras su padre apalizaba a su mujer. 

Pero, cuando el Mecánico pegaba a su mujer, los golpes hacían temblar la pared opuesta. El cuerpo de la mujer rebotaba de un tabique a otro como la bola de una máquina de pinball. No resonaban melodías electrónicas por un récord de puntuación. Tan solo las sofocantes peticiones de perdón de ella, sin ninguna piedad por respuesta. Salvajismo puro y duro. Y, con la puerta de la habitación de dos y medio por dos y medio cerrada como una caja, los golpes viajaban a través de los tabiques de pladur, llegaban al salón y lo infectaban. Allí, en un sofá tan desgastado como confortable, los ojos de dos chiquillas se mantenían fijos en la televisión en blanco y negro. Una televisión que decoraba un rincón con Tom y Jerry. Con la adicción a la violencia propia de los dibujos animados, exhibida como entretenimiento infantil. Los respectivos portazos en varias partes del cuerpo. Los platos destrozados en la cabeza del otro. Los mazos de madera al compás de los puñetazos en la habitación de enfrente. 
Era algo que el papel pintado, bonito y brillante, no podía ocultar. Tanta fealdad en el ambiente.

Con el tiempo, el padre desaparece de la ecuación. Hasta que reaparece como sombra en el día a día de la hija y le pide conocer a su nieto. Ha cambiado, dice la hermana. Y accede. Y en ese día juntos, el nieto aterrorizado por los recuerdos de niñez de su madre, asiste a la confesión de su abuelo: las palizas son el punto final del rencor, horror e inadaptación tras la guerra —de su incapacidad para hablar de toda la violencia experimentada día a día—. Bill no excusa los actos del viejo mecánico, sólo muestra el infierno que la guerra y el silencio hacen anidar en el corazón de un muchacho. 

—Lo único que puedo decir es que pagué con tu abuela mi rabia y mi resentimiento con la vida. No estuvo bien. Sufrió hasta que no pudo más. Fui incapaz de adaptarme a lo que había visto y hecho. Porque, cuando un hombre le quita la vida a otro, la culpa del recuerdo lo atormenta y vivirá para siempre en la oscuridad de los muertos.
El viejo mecánico dobla el cuello. Baja la cara hasta hundirla en las mismas manos que Frank teme. 
En la voz del Viejo Mecánico, todo ímpetu, toda autoridad han desaparecido.

*

Hace un mes de En el sur de Indiana. Y la sensación que me queda de estos relatos es la de estar ante una tormenta desplegándose ante tus narices en un atardecer invernal extrañamente cálido y pegajoso.



Diez años era tiempo suficiente para que los moratones curasen por fuera. No por dentro. Para que los nudillos se le aplanasen por no haber usado protector de manos ni guantes de boxeo. Para que las descamaciones se convirtiesen en cicatrices a causa de los golpes al saco verde militar que un hombre le había colgado a la chica de una viga polvorienta del sótano. Pero ahora esa chica estaba sentada en la oscuridad, mirando a través del parabrisas pringado de mosquitos hacia el edificio de chapa oxidada al otro lado de la carretera. Mientras, esos mismos nudillos comprobaron una vez más el cargador lleno de la Colt del calibre 45.
El hombre que colgó el saco verde militar era el mismo que la había criado. De pequeña le enseñó a cargar, apuntar y disparar un arma. El hombre le enseñó el acervo del Antiguo Testamento. Era algo a lo que la figura sentada a su lado en la oscuridad no había tenido acceso hasta aquella semana de finales de septiembre. Cuando la piel curtida y machacada por el sol del hombre que la había criado pasó a ser plástico derretido de una garrafa de leche. Después de que las heridas sanaran y le dieran el alta en el hospital, aún tendría una condena que cumplir.
La familia de ella lo perdió todo. Se mudaron con su tío abuelo. Pero, durante aquella semana, hubo hombres apaleados y desfigurados y otros que perdieron la vida. Y así empezó todo. Diez años atrás, con una agresión.
Frank Bill. En el sur de Indiana. Traducción de Ce Santiago. Malas tierras 

lunes, 12 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Tramas...

"Ay de mí que asomé sonriendo por todo lo minúsculo"

                                                                              JULIETA VALERO


LA BELLEZA DEL MARIDO
(Anne Carson)

De contar nuestra historia,
me dije, debes ser honesto, ser indulgente
en la medida en que esta
también es suya, la mitad que nadie
va a contar, la mitad de cada línea
que ahora duerme en otro cuarto
de otro poema de otro libro.

De hacerlo, dije, inventa un nombre,
una ciudad, escribe en la tercera
persona de los cuentos,
una distancia, dije, que te sea
si no un peso liviano al menos
una carga que puedas soportar,
sé indulgente con ella, dale el aura
de la inocencia, di que al menos
no supo lo que hacía.

                               ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

miércoles, 7 de febrero de 2024

Lunas de miel. Chuck Kinder

Lunas de miel es acercarse a un territorio mítico. Libro de culto para algunos y parada obligatoria para los carverianos, fue un manuscrito que, en algún momento de los veinte años en los que Kinder trabajó
en él, alcanzó más de dos mil páginas. Intento imaginar lo descomunal del manuscrito a través de lo que ha quedado finalmente de él, estas cuatrocientas páginas donde Kinder aspira a (d)escribir su amistad con Carver, los problemas de ambos con las mujeres y el alcohol, sus estallidos de violencia, sus triunfos fugaces y la desolación perenne —en un cuarto o quinto plano la escritura en sí misma, que en Lunas de miel aparece de manera difusa y breve—, y entreveo esa novela inexistente como una sucesión de escenas conyugales y alcohólicas donde los personajes combaten entre sí en conversaciones y gestos violentos o reconciliadores y, siempre, una búsqueda del amor quimérica, una pregunta constante sobre de qué se habla cuando se habla de amor.

*

En estas memorias —en esta autoficción de seudónimos y un acercamiento oblicuo  al pasado—, Kinder refleja la época donde él y Carver eran escritores en ciernes, alcohólicos impenitentes y maridos inconsistentes. Jim (Kinder) y Ralph (Carver)  son amigos de borracheras y literatura, se quieren y torturan, dan clases universitarias, se traicionan a sí mismos y a sus mujeres y, a veces, escriben —es extraño ese vacío de la escritura en este libro con dos escritores como protagonistas, salvo que esa ausencia tenga como razón convertirse en una presencia fantasmal—. Es una amistad impetuosa y violenta la de Jim y Ralph, a veces compiten entre ellos, a veces son un dúo cómico, a veces luchan contra el otro y contra sí mismos. Es la época que Carver (Ralph) denominaba su primera vida, antes de la fama en los años ochenta, de dejar el alcohol y conocer a Tess Gallagher, una época turbulenta y brutal. Carver aparece como un niño grande, desmedido y, a veces, paranoico o de una ternura compasiva. Chuck (Jim) no se dibuja a sí mismo con benevolencia, es tan inmaduro y excesivo como Carver, pelea con un manuscrito del que apenas se habla —y cuyo resultado tenemos entre las manos—, y una adicción al alcohol y drogas tan fuerte como la de su amigo. Ambos, que se preguntan sobre la naturaleza del amor, no saben amar—o aman como beben, de manera autodestructiva—.

*

A medida que leía Lunas de miel, —entre capítulos que parecían relatos cortos, escenas cotidianas con un final en suspenso—, mi simpatía no iba hacía ese par de escritores incapaces de tomar un camino diferente al que se encontraban, atraídos por abismo mudo. Eran sus mujeres las que me atraían como lector. Y no porque fueran la antítesis de ellos —Alice Ann y Lindsay eran tan excesivas, alcohólicas y anárquicas como Ralph y Jim— sino porque se perciben como excusas para sus relatos y novelas, como aquellos fantasmas de Solaris entresacados de la imaginación de otro. Cada gesto y palabra podría acabar en un relato —Kinder rememora alguno de los relatos famosos de Carver, de qué lugar y momento proceden. Y, a la vez, todo Lunas de miel es una recreación de su relación con los Crawford (Carver) y con su mujer Lindsay, una observación en la distancia de aquellos años, de las conversaciones y encuentros mantenidos entre borracheras y resacas—. En la lucha entre Ralph y Alice Ann, que abarca desde su enamoramiento adolescente donde tienen dos hijos antes de los veinte años, dos personas convertidas en padres antes de empezar la vida adulta, hasta esas escenas crueles entre ambos, con sus hijos en la edad en que ellos se enamoraron, donde cada palabra es un infierno y la súplica de empezar de cero es una certeza de fracaso, no hay redención posible o una epifanía salvadora —esa batalla perdida de buenas intenciones contra circunstancias adversas fuera de control y la naturaleza humana, escribe Kinder—. Uno de los momentos más bellos y tristes de esta novela es Alice Ann preguntándose por el odio de su marido:

Lo que necesito averiguar, dijo Alice Ann, es exactamente en qué momento mi marido decidió odiarme. Necesito saber cuándo decidió volverse contra mí y causarme toda esta angustia y humillación, y poner mi dolor al descubierto para luego abandonarme para siempre. Todas las cosas amargas, duras y tristes acerca de mi matrimonio, que es el único error de mi vida, han salido a la luz para regocijo del mundo. Esa roca trágica me ha pasado una y otra vez por encima, y al final la persona que creía que era, o en la que creía que podía convertirme de nuevo, está muerta y enterrada. Poco a poco me han extraído del cuerpo la sangre de toda mi vida a lo largo de las largas reencarnaciones de mi matrimonio fracasado. 


Lindsay, la mujer de Jim, tiene las mismas preguntas:

Lo que más le asustaba de Jim, aparte de que bebía y se drogaba demasiado, y era en esencia un delincuente que terminaría entre rejas, era que siempre parecía estar escribiendo cosas en alguna parte de su mente, hurgando en su vida, la vida de ambos, en busca de material. Lo que más temía Lindsay era convertirse en un personaje, la esposa, de la colección de cuentos de alguien, metida a la fuerza en la ficción. Por favor, Dios, no más jodidos comienzos ilusionados, crisis, aterrizajes forzosos. Por favor Dios, no más jodidos melodramas en tres actos.

Ambas mujeres como objetos de estudio y disección con el fin de recrearlas en literatura, una arqueología de la propia vida en busca de escenas cotidianas que muestren desesperanza, dolor, angustia o el final de algo para insertarlo en una página—el despojamiento de lo real en algo parecido a la realidad—.

*

Intento no inmiscuirme en la vida de los escritores que admiro y separar la obra del autor. En Lunas de miel me encontré con un Carver desesperanzado, violento, vulnerable y egoísta. La imagen que construye Kinder de sí mismo no es alentadora, tal vez tenga algo más de humor socarrón, pero se muestra tan salvaje y cruel como Carver. Ambos, seres perdidos que perturban y trastornan a sus mujeres, convirtiéndolas en seres dubitativos y frágiles. Kinder escribió durante años Lunas de miel, el esfuerzo continuado de ver su propia vida y la de quienes le rodeaban con la perspectiva del tiempo y una página en blanco. Entonces, imagino ese manuscrito descomunal, del que este libro es el resultado tras pasar por un cedazo, como una pregunta constante y el intento de desentrañar todas las capas que nos habitan —ver, desde la distancia prudencial del presente, lejos del abismo, un pasado confuso de quiebras emocionales y económicas—. Como le dijo Cheever a Ralph, tú no eres tus personajes, pero tus personajes son tú. Y en este libro los personajes están desorientados, tristes, abandonados y a la espera de un giro que cambie la historia.

¿Había sido un error casarse con la encantadora chica de ojos claros a la que amaba? ¿Se había equivocado Alice Ann al casarse con el ilusionado y ambicioso chico al que amaba? ¿Habían estado sus días juntos contados desde el principio? ¿Cuánto tiempo podían seguir diciéndose que todavía eran capaces de llegar a ser las personas en las que habían creído que se convertirían? Se le ocurrió pensar que al final lo que nos identifica a todos es lo que hacemos a los demás, y que traición sólo es sinónimo de pérdida. Apartó de su mente esos pensamientos en el acto. Sentía como si alguien le hubiera cambiado los órganos de sitio y el corazón le palpitara en la parte inferior del estómago. De pronto se le pasó por la imaginación que carecía de un verdadero interior humano, que su alma no tenía un paisaje interior en el que moverse.

*

Una última cosa. Kinder elige una tercera persona para narrar esta epopeya de lo cotidiano. Es una barrera lógica, amplía la mirada y permite ficcionar las escenas que no protagoniza su alter ego para un libro excesivo, Lunas de miel, tan intenso y deslavazado como sus protagonistas, con capítulos extraordinarios y otros aburridos y, en algunos momentos, la sensación de algo que falta.  



Ralph, dime cómo va a ser después de mañana, dijo Alice Ann. Apuró su copa y le dio a Ralph el vaso. Enciéndeme un cigarrillo, porfa.
¿Cómo va a ser?, dijo Ralph. ¿Qué es eso, Alice Ann, una de tus preguntas trampa?
Será como empezar una nueva vida, eso quiero decir, dijo Alice Ann. Ése es el enfoque que podemos dar a esta mala experiencia. Lo que más me asusta es que algún día se nos acaben las vidas nuevas. Hagamos las cosas de otro modo esta vez, Ralph. Finjamos que somos personas distintas.
¿Qué me dices del pasado, Alice Ann?, dijo Ralph. No podemos olvidar nuestro sórdido pasado, con todas sus pruebas y tribulaciones.
Lo que cuenta es lo que hagamos de ahora en adelante. Viviremos en el presente y el futuro. Nos pondremos metas. Metas comunes.
¿Qué calse de metas?, dijo Ralph. Reconozco que esta conversación me pone tenso, Alice Ann. Hablas de metas, y me vienen a la cabeza cosas como predicadores, recaudaciones de fondos y fútbol. Es una locura, lo sé, pero es así.
Chuck Kinder. Lunas de miel. Traducción de Aurora Echevarría. Circe

lunes, 5 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Actitud...

Es un momento apenas. El sol en la copa de un roble aún joven, encendiendo las ramas donde hace unas semanas hojas secas. Estoy en una parada de autobús, cercado por el estruendo del tráfico y la agitación en las aceras alrededor, a la espera. 
Esta noche soñé con mi padre, otra vez. Tenía mi edad actual. Aún era un hombre robusto, sin arrugas, con sus manos de carpintero encallecidas. No dijo ni hizo nada, mi padre, en el sueño. Sólo sonreír con aquella expresión socarrona y de niñez tras alguna pillería. En estos sueños donde silencio y miradas reencuentro a mi padre con diferentes edades, en sus distintos cuerpos de árbol —el gigante espigado, el carpintero de manos seguras, el hombre tembloroso, atemorizado y rabioso de sus últimos meses que se relataba su propia vida en un bucle que finalizó una tarde de septiembre—. El sueño de hoy alumbra el recuerdo de mi padre en una cocina gallega, con el humo del sempiterno caldo a fuego lento en torno a nosotros, escuchando a su madre hablar de cuántos años tardó en destetarlo. Mi padre miraba hacia el techo —perpetuando ese recuerdo—, y sonreía en paz. 
Esa luz efímera sobre el roble ilumina ausencias y apaga el ruido circundante.


Los lunes de Anay. Actitud…

"Métete en mis asuntos"

                                   ANAY SALA


MATAR AL DRAGÓN

Ha llegado la hora de matar al dragón,
de acabar para siempre con el monstruo
de las fauces terribles y los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón y a todos
los que a su alrededor se reproducen.

Al dragón de la culpa y al dragón del espanto,
al del remordimiento estéril, al del odio,
al que devora siempre la esperanza,
al del miedo, al del frío, al de la angustia.
Hay que matar también al que nos tiene
aplastados de bruces contra el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados, rotos.

Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta casa
hasta que nos alcance la cintura.

Y cuando ese montón de monstruos sea
solo un montón de vísceras y ojos
abiertos al vacío, al fin podremos
trepar y encaramarnos sobre ellos,
llegar a las ventanas, abrirlas o romperlas,
dejar que entren la luz, la lluvia, el viento
y todo lo que estaba retenido
detrás de los cristales.

                                   AMALIA BAUTISTA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

miércoles, 31 de enero de 2024

2023 en lecturas

Divido los libros en tres columnas sobre la mesa de la cocina. No elijo un orden concreto. No guardan relación entre sí. He elegido estos veinticinco libros entre mis estanterías como rastro de mi año lector. Hay literatura argentina y poesía gallega, hay diarios y relatos cortos, hay memorias en un psiquiátrico y memorias de un lector y sus lecturas, hay literatura oral y mundos febriles e irreales. 
A finales del pasado año, como un juego, hice una foto de estos libros ahora desperdigados por la mesa de la cocina y de los que he vuelto a releer al azar algunas de sus páginas. Elegí cinco de entre ellos como las mejores lecturas de dos mil veintitrés y una lista con los restantes libros como lecturas a recordar y, en un mundo imperfecto de tiempo circular, releer. Estos eran los cinco libros que sobresalieron sobre los demás

    • Cuerpo vítreo — Aurora Freijo Corbeira
    • El libro vacío/ Los años falsos — Josefina Vicens
    • La luna y las fogatas — Cesare Pavese
    • Aguamala — Nicola Pugliese
    • Diario de una soledad — May Sarton



*

En este mundo de aplicaciones que cuentan pasos y tiempo ante pantallas móviles y pulsaciones, yo sólo sumaría el tiempo dedicado a la lectura para saber cuántos días entre señales y huellas y  ficciones ajenas. Porque salgo de las páginas de un libro con cierta desorientación y despiste. Durante veinte minutos o dos horas he sido testigo de otra escritura y otra naturaleza, he abandonado mis sombras interiores para adentrarme en otras sombras, he debatido en silencio con escritores ya muertos o escritoras rebeldes sobre la inconsistencia de los recuerdos y el valor de la soledad, sobre el infierno propio, los miedos y las crueldades, sobre preguntarse por el ser y la muerte mientras sólo hay temblor; he leído a excombatientes cuyos recuerdos de guerra los convierten en seres ajenos a la comunidad y a un hombre que (d)escribe la vida cotidiana en un campo de prisioneros de manera humanista; he visitado la Jerusalén dividida entre distintas religiones y gestos ancestrales, los cronorrefugios para aquellos agotados y desilusionados por el presente, las calles bucarestinas donde subterráneos y estatuas gigantes y universos infinitos ubicados en las patas de un ácaro y las ruinas alemanas tras la segunda guerra mundial. He sido parte y estela. 

*

Este ha sido un año donde las editoriales modestas han ganado presencia en mis lecturas. Cada tarde de librería, ya buscara un título concreto o dejarme encontrar, los libros de altamerea, Malas tierras, Gallo Nero o Dirty Works (y tránsito, Pepitas de Calabaza, Chai, Automática y…) eran una promesa de algo inefable, de camino escondido. Apenas ha habido decepciones con los autores de estas editoriales y sí  colisiones vonnegutianas, hallazgos, lucha, discusión y asombro. He leído de tres en tres a May Sarton, Cărtărescu, Pavese, Gospódinov o los relatos cortos de Bonnie Jo Campbell donde las mujeres dejan sacar un mundo salvaje oculto y se cuestionan hasta dónde permitirán llegar su dolor, y he terminado cuatro de los libros de Chivite, una forma de ver las repeticiones, cadencias e intereses que habitan en otras escrituras. Olga Novo me ayudó a aquietarme en la mudanza de septiembre, cuando todo eran columnas de cajas y mochilas, y a descansar de la trilogía Cegador y sus mundos oníricos y turbados. Descubrí el humanismo de Guareschi en un campo de prisioneros —hay ternura y dolor y humor en sus páginas, y tristeza e inteligencia. En más de una página me he visto sonriendo (y, a la siguiente, el estupor ante el horror)— y el surrealismo de Pugliese y la voz poética y litúrgica de Gómez Arcos. Volví a la escritura fragmentada y rabiosa de Drndić en su estudio sobre la memoria y la culpa de nuestro último siglo y a la prosa despojada, dolorosa y bella de Aurora Freijo Corbeira. En sus relatos, Dubus parece hacer un tratado sobre la infelicidad personal y matrimonial, sobre nuestros miedos y vulnerabilidades, sobre expectativas que se apagan de a poco. Son tristes estos relatos, y duros y conmovedores. Y están tan bien escritos. El libro vacío fue una de las mayores sorpresas lectoras de los últimos años, un libro sobre un hombre que renuncia a escribir pero necesita escribir esa negación, dejar constancia de ella.

*

Me gustaría recordar cada una de mis sesenta y siete lecturas —y recordar es volver a pasar por el corazón—. O, al menos, los relatos de Maria Messina en sus Muchachas sicilianas, su lenguaje sencillo y profundo para detallar vidas al margen o vidas silenciadas y que me recordaron a aquellas mujeres gallegas con su sempiterno luto y su espera. O los reportajes de Dagerman en la Alemania de la posguerra, su afán por mostrar y ser testigo de la destrucción, la pobreza y el dolor de un pueblo derrotado —sin olvidar de dónde venía ese pueblo—. O el regreso imposible del narrador de La Luna y las fogatas a otro pueblo de la posguerra, en esta ocasión el italiano y la pregunta de Pavese sobre qué queda de nuestro pasado. O ese recorrido de Ayestarán a través de la Jerusalén de hoy y ayer, porque, como decía Heródoto, hay que ir a la causa primera para comprender los entresijos del presente. O al inolvidable Piotr Niewiadomski de La sal de la tierra, un hombre tierno y humilde que se ve desnortado ante una guerra que no entiende. O los parajes y personajes áridos y telúricos de Con otro sol de Angelino y Enero de Sara Gallardo, que da voz a una muchacha violada en el campo argentino. O las memorias de Bette Howland en un pabellón siquiátrico, donde se hace a un lado para observar a sus compañeros de pabellón y retratarlos con humanidad, comprensión y compasión. O la pregunta ¿cómo no temblar? en Cuerpo vítreo —y yo, como dice un verso de Isabel Bono, creo en lo que tiembla—, y la soledad y las despedidas y el abismo de la ceguera como alumbramiento de aquello que nos ocultamos. O las voces de veteranos de guerra en ese ejemplo de literatura oral que es Nam, donde asistí asombrado, una vez más, a la vida cercada de horror, las ideas confusas por las que se alistaron, la realidad inverosímil que les rodeaba y arraigó en su pecho, la violencia en el corazón de cada uno de ellos, el regreso al hogar convertidos en fantasmas o espíritus derrotados. O este poema de Leire Bilbao

Y TE PRONUNCIO

El significado de cada palabra 
contiene una interpretación subjetiva, 
una memoria lejana del edificio 
que sustenta la palabra: 
por eso articulo tu nombre 
tan descarnadamente como el día en que naciste para mí.

En el camino que me llevó a ti tragué 
piedras matorrales y clavos, 
y a pesar de atascárseme en la garganta 
te pronuncio 
desde el momento en que dejamos de ser uno. 

Te has convertido en un grito en la calle: 
en mi boca 
susurro de ríos secos, 
retumbar del silencio.

La naturaleza ha decidido por mí; 

nadie dirá tu nombre 
mejor que mi cuerpo.

*

Como en los últimos años, no me marco objetivos para un dos mil veinticuatro que empecé con Vonnegut, Kaurismaki, Shepard y Wenders. Tal vez adentrarme en la otra cara del mito de la frontera estadounidense y leer Las guerras apaches y Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Tal vez las mil páginas de la Exégesis de Dick, un diario atormentado de cuando creía recibir mensajes del logos/universo a través de un rayo rosa que le hablaban de habitar una realidad ficticia y mecánica. Tal vez más poesía y ensayo. Tal vez.



    • La ventana inolvidable - Menchu Gutiérrez. Galaxia Gutenberg 
    • Muchachas sicilianas - Maria Messina. Trad. Raquel Olcoz. Altamarea ediciones 
    • Diario clandestino 1943-1945 - Giovannino Guareschi. Trad. Manuel Manzano. La fuga ediciones 
    • El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes - Tatiana Ţibuleac. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta 
    • Reflejos en un ojo dorado - Carson McCullers. Trad. María Campuzano. Austral 
    • Pájaro de celda - Kurt Vonnegut. Trad. José M. Álvarez y Ángela Pérez. Argos Vergara
    • El diablo en las colinas - Cesare Pavese. Trad. Víctor Olvina. Stirner 
    • ¡Vivir! - Yu Hua. Trad. Anne-Hélène Suárez Girard- Seix Barral
    • El comunista y la hija del comunista - Jane Lazarre. Trad. Blanca Gago. Las afueras
    • El hombre que cayó a la tierra - Walter Tevis. Trad. José María Aroca. Alfaguara
    • Otoño alemán - Stig Dagerman. Trad. José María Caba revisada por Jesús García Rodríguez. Pepitas de calabaza
    • Una infancia. Biografía de un lugar - Harry Crews. Trad. Javier Lucini. Acuarela & A. Machado 
    • El fondo del puerto - Joseph Mitchell. Trad. Álex Gibert. Anagrama 
    • El secreto de Joe Gould - Joseph Mitchell. Trad. Marcelo Cohen. Círculo de lectores (relectura)
    • El pabellón 3 - Bette Howland. Trad. Lucía Martínez Pardo. Tránsito 
    • Hotel Splendid - Marie Redonett. Trad. Rubén Martínez Giráldez. Malas Tierras 
    • Un hombre inútil - Sait Faik Abasıyanık. Trad. Mario Grande Esteban. Gallo Nero
    • La fortaleza - Mesa Selimović. Trad. Miguel Roán. Automática editorial
    • Enero - Sara Gallardo. Malas Tierras
    • La luna y las fogatas - Cesare Pavese. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea Ediciones
    • Elogio del caminar - David Le Breton. Trad. Hugo Castignani. Siruela 
    • Aguas madres - Leire Bilbao. Trad. Ángel Erro. La Bella Varsovia 
    • El río del olvido - Julio Llamazares. Seix Barral 
    • Aguamala - Nicola Pugliese. Trad. José Moreno. Acantilado
    • El camino a Wigan Pier - George Orwell. Trad. María José Martín Pinto. Akal 
    • Jerusalén, santa y cautiva - Mikel Ayestarán. Península 
    • Mujeres y otros animales - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • Vuelos separados - Andre Dubus. Trad. David Paradela López. Gallo Nero 
    • Espacio vital - James Alan McPherson. Trad. Gemma Deza Guil. consonni 
    • Desguace americano - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • Cuerpo vítreo - Aurora Freijo Corbeira. Anagrama 
    • La muerte de Vivek Oji - Akwaeke Emezi. Trad. Arrate Hidalgo. consonni 
    • Madres, avisad a vuestras hijas - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • El libro vacío/Los años falsos - Josefina Vicens. Tránsito 
    • Diario de una soledad - May Sarton. Trad. Blanca Gago. Gallo Nero 
    • El libro del verano - Tove Jansson. Trad. Carmen Montes Cano. Minúscula 
    • La zona - Serguéi Dovlátov. Trad. Ana Alcorta y Moisés Ramírez. Ikusager 
    • Ferdy el viejo - Fernando Luis Chivite. Papeles mínimos 
    • Anhelo de raíces - May Sarton. Trad. Mercedes Fernández Cuesta. Gallo Nero 
    • La casa junto al mar - May Sarton. Trad. Blanca Gago. Gallo Nero 
    • Mi padre, el pornógrafo - Chris Offutt. Trad. Ce Santiago. Malas Tierras 
    • Las tempestálidas - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova y César Sánchez. Fulgencio Pimentel 
    • El Museo de la Rendición Incondicional - Dubravka Ugrešić. Trad. M.ª Ángeles Alonso y Dragana Bajić. Impedimenta 
    • Física de la tristeza - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova y Andrés Barba. Fulgencio Pimentel 
    • Novela natural - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova. Fulgencio Pimentel 
    • Sebas Yerri (Retrato de un suicida) - Fernando Luis Chivite. Pamiela 
    • El invernadero - Fernando Luis Chivite. Baile del sol 
    • El nombre del mundo - Denis Johnson. Trad. Rodrigo Fresán. Literatura Random House 
    • Cada cuervo en su noche - Fernando Luis Chivite. Pamiela 
    • Los náufragos de las Auckland - François Edouard Raynal. Trad. Pere Gil. Jus, libreros y editores 
    • La sal de la tierra - Józef Wittlin. Trad. Jerzy Sławomirski y Anna Rubió. Editorial Minúscula 
    • La filial - Serguéi Dovlátov. Trad. Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea. Fulgencio Pimentel 
    • El ala izquierda. Cegador I - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta Relectura
    • Felizidad - Olga Novo. Trad. Xoán Abeleira. Olifante ediciones de poesía 
    • El cuerpo. Cegador II - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta 
    • Diario de un peón - Thierry Metz. Trad. Vanesa García Cazorla. Editorial Periférica
    • El ala derecha. Cegador III - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta
    • Nam. La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella - Mark Baker. Trad. Elena Masip y Darío M. Pereda. Contra editorial
    • La casa en la colina - Cesare Pavese. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea 
    • ¿Hay alguien ahí? - Peter Orner. Trad. Damián Tullio. Chai editora 
    • Belladonna - Daša Drndić. Trad. Juan Cristóbal Díaz. Automática editorial 
    • Ana no - Agustín Gómez Arcos. Trad. Adoración Elvira Rodríguez. Cabaret Voltaire 
    • Sigo sin saber de ti - Peter Orner. Trad. Damián Tullio. Chai editora 
    • Kallocaína - Karin Boye. Trad. Carmen Montes. Gallo Nero 
    • Con otro sol - Diego Angelino. Malas tierras 
    • Todo está iluminado - Jonathan Safran Foer. Trad. Toni Hill. Debolsillo 
    • El país del humo - Sara Gallardo. Malas tierras 

lunes, 29 de enero de 2024

Los lunes de Anay. Primer plano...











Alguien, quizá uno mismo, ha descorrido las cortinas
                                            SAMUEL BECKETT


ESBOZO DE MUJER SOLA (5)

Tan hermosa y los labios tan rojos
que no hubiera sido descabellado pensar
que ocultaba una oscura tragedia.

Acerqué un poco los dedos a su llama
solo para intentar averiguar
si el juego la excitaba.

Tan cruel puede ser quien ignora el dolor
como el que ha sido
herido impunemente.

En todo caso, hay una clase de belleza
que no puede lograrse de la noche a la mañana
ni a cambio de nada.

                                                    FERNANDO LUIS CHIVITE



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 22 de enero de 2024

Los lunes de Anay. Índices...

A veces interrumpo mi reparto ante algo que me asombra por repentino. Un caracol tan pequeño como uña dentro de un buzón y el musgo creciendo entre buzones y muros, el planeo acrobático de una bandada de estorninos y el descenso de la niebla sobre árboles y tejados, los remolinos de hojas hacia el cielo y el brillo titilante de las gotas de lluvia en los árboles. Me doy tiempo para contemplar estos gestos fugaces y olvidarme de rapidez y la aparente urgencia del día. A veces me hablan de miedos —una mujer de noventa años encerrada en casa desde hace semanas, incapaz de dormir bien y con ansiedad, sintiéndose minúscula y frágil—, o me piden que repita el nombre de una hija fallecida tiempo atrás —hace tanto que no escucho su nombre en alto, me dijo su madre—, o un niño disfrazado de spiderman dinosaurio patrulla canina  me dice adiós con la mano desde el regazo de su abuela, camino del colegio. A veces cruzo un mitin de jubilados —la última vez resguardados de la lluvia en los soportales de una plaza— y los rastros de sus hijos e hijas en sus caras; y a veces atravieso calles desiertas y calladas. A veces hay perros que me ladran desde el umbral de sus casas y perros de apariencia fiera me piden mimos y caricias en la calle —entonces digo a sus dueños mi gata me mira mal cuando llego a casa y olisquea mis manos—. A veces hay quien me confiesa sentir nostalgia del crujido y el tacto de las cartas —¡escríbelas!, respondo— y quien ha olvidado el gesto de abrir un buzón.  A veces cada día una existencia en sí mismo. 


Los lunes de Anay. Índices…

¡De pie, esqueletos!

                              JAIME SABINES

NO COMPRENDO

Referente a nuestras creencias religiosas,
dijo el estúpido Juliano: "He leído, he comprendido,
he condenado". Como si nos hubiera aniquilado
con su "he condenado", qué ridículo.

Esas expresiones no nos convencen a nosotros,
cristianos. "Has leído, pero no has comprendido; porque si
hubieras comprendido,
no hubieras condenado", contestamos inmediatamente.

                                                              KONSTANTINO KAVAFIS
                                                              (versión de José María Álvarez)





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 15 de enero de 2024

Los lunes de Anay. Sístoles...

"se alza el corazón como un atrio
asustado por un golpe de campanas"

                                                    CARMEN CASTELLOTE

MALDITO CORAZÓN

Maldito corazón,
ya no me fío
de tus cuerdas seguras,
de tus cauces;
pues cada invierno gris,
pasado el trance,
te me partes.
Maldito corazón.

                                ANAY SALA






Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 8 de enero de 2024

Los lunes de Anay. Neones...

Ayer fue un día extraño. Todos los dos de enero lo son, supongo. Hacía viento, mucho viento, rachas de más de cien kilómetros hora que habían tumbado árboles y hecho volar macetas y sábanas sobre las aceras durante la noche. Apenas había gente en la calle, los portales estaban ensuciados con serpentinas, confeti y estrellas de plástico de la celebración de Nochevieja —o salían despedidos hacia el cielo por los remolinos de viento— y los vecinos me recibían en pijama, con voz apagada y cansada. Sólo la gente mayor, la que me abre cada día el portal o con la que me cruzo en el reparto camino de las compras, se paraba a hablar conmigo y me felicitaba el año nuevo. Una mujer, en la cola de la panadería, decía que este sería un buen año porque sumaba ocho, y ocho, tumbado, es el símbolo del infinito. Otra no se fiaba de los años bisiestos. Siempre pasan cosas malas, decía, en 1912 se hundió el Titanic, decía. Hay algo bipolar en estas fechas, creo. Los contenedores cargados y rodeados de cajas de cartón la mañana de navidad, el agotamiento y hartazgo de ayer, toda esa mirada hacia un año como si se alcanzara a distinguir el futuro cercano y comprendiéramos nuestros más íntimos deseos. Y yo sólo podía pensar en doblar una esquina sin que me detuviera el viento en seco.
(03.01.2024)


Los lunes de Anay. Neones…

"este brillo convulso,
 para mí es dolor"

                         LUISA CASTRO

QUÉ TAL

Nos preguntan qué tal
y decimos muy bien,
y no es verdad.

Todo bien, todo bien, bastante bien,
gracias, ¿y tú?
Hasta el día en que todo se derrumba.

Nos venimos abajo sonriendo.

Nadie dice lo que le está pasando
porque nadie lo sabe.

No lo cuenta al amigo ni al amante
porque no se lo dice ni siquiera a sí mismo.

Somos lo que callamos.

Somos lo que nos duele
y no nos atrevemos a decirnos.

Conócete a ti mismo, dijeron los antiguos.
Los modernos huimos de esta ingrata tarea.

Morimos sonriendo.

Estamos bien. Estamos
siempre mejor que nunca.

                                         JUAN VICENTE PIQUERAS



Feliz lunes.

Un beso,

Anay