No es la historia, un robo a una timba de póquer y un
ajuste de cuentas, ni los personajes, delincuentes, mafiosos, asesinos a
sueldo, lo mejor de los bajos fondos, historia y personajes ya vistos en otras
novelas y películas, son los diálogos los que te arrastran por la lectura de
Mátalos suavemente, diálogos que más tarde imitaría Tarantino para sus
películas y que son duros y directos, que tienen ironía, violencia y pesimismo,
que hablan de Vietnam, golpes antiguos, los años de cárcel, la pulcritud en los
atracos, recuerdos anodinos o los sueños fuera de los bajos fondos (planes
utópicos e irreales de un puñado de personajes que se ven atrapados en la otra
cara del sueño americano), diálogos que definen la acción y los personajes, que
eliminan a un narrador omnisciente, que son la novela entera.
Como en Los amigos de Eddie Coyle, George V. Higgins lo fía todo a su sorprendente capacidad
por construir diálogos memorables, apenas esboza las escenas, un par de frases
donde colocar a los personajes, un garito, un motel, un coche aparcado en las
afueras, o para remarcar sus palabras. Hay un robo a una timba y la posterior
búsqueda de los autores. Higgins hace hablar a un puñado de personajes, los
autores del golpe a la timba, perdedores que aceptan cualquier trabajo tras
salir de la cárcel o sueñan con el golpe definitivo, algo con lo que salir del
atolladero, el encargado de la timba, que timó años atrás al robarse a sí
mismo, Cogan, un tipo pulcro y serio al que contratan para buscar a los autores
del golpe y eliminarlos, o Mitch, un asesino a sueldo que se gasta su dinero en
putas y alcohol en espera de volver a la cárcel. Y Dillon (personaje que ya
aparecía en Los amigos de Eddie Coyle), un personaje que está ausente en la
novela y nombrado por cada uno de los personajes, alguien a quien temer y de
quien huir.
Mátalos suavemente
muestra lo que se esconde bajo la apariencia de normalidad en Boston, en la América
de los sueños posibles, seres como Dillon que imponen castigos a aquellos quienes
se salen de la compleja ética de los bajos fondos, o como Frankie, un muchacho
recién salido de la cárcel que quiere algo de dinero y acepta un golpe en
apariencia sencillo para poder tener algo de dinero, o Cogan, el encargado de buscar
a los culpables tras el golpe y que más parece un directivo o un hombre de
negocios que alguien asociado al ambiente mafioso, hombres que se mueven en la
sombra, que se reúnen en los suburbios o en bares, que planean el siguiente
paso a dar mientras hablan de la familia, cómo dar el siguiente golpe, cómo
poner tierra de por medio o de la infidelidad de su mujer mientras una
prostituta se viste en la habitación de al lado.
Las novelas negras de Higgins son los diálogos ingeniosos
y sarcásticos, los bajos fondos, los golpes y un sentido de justicia ajeno a la
sociedad.
—Cuánto lo siento. Nos gusta que los clientes queden
satisfechos.
—El también lo sentirá, cuando se lo diga. Tengo que
decírselo.
—Dile lo que quieras, eres su abogado.
—Trattman lo culpa a él. No le he dicho nada a Trattman,
claro, pero tú y yo sabemos que no estabas autorizado para pasarte tanto.
—Ya sabes cómo son los chicos: salen a hacer algo y se
embalan. Cuando me enteré, llamé a Steve. Me dijo que Barry… Oye, Barry es un
bestia ¿entiendes? Es un tipo muy duro. Esos tíos siempre van armados, joder.
Siempre se están dando hostias o se meten en peleas y demás. Un tipo duro. Por
eso trabaja para mí. Y Steve me contó que, bueno, estaban en ello y todo iba
bien, pero de pronto Barry decidió… resulta que Barry está loco por su mujer.
No se la puedes ni nombrar. No sé si esa tía es un ángel o qué, según él, sí.
Pues bien, todo marcha bien, me cuenta Steve, pero entonces Barry decide que
Trattman se ha tirado a su mujer. La mujer de Barry estuvo en casa de su madre,
que vive no sé dónde, mientras Barry estaba en Maine metido en un marrón y no
sé cómo coño le dio por ahí, ni Steve tampoco. Pero a Barry se le mete esa idea
en la cabeza, que Trattman se ha follado a su mujer, y fue entonces cuando le
rompió la mandíbula y las costillas. Barry lo pateó. «Y yo también tuve que
darle», me dijo Steve. «Me acerqué demasiado y el muy cabrón me potó en los
pantalones. Le dije que se fuera a tomar por culo».
—¿Eso es lo que se supone que tengo que decirle? Fui muy
claro cuando hablé contigo. El me dijo que lo dejara todo bien claro. Mareadlo
un poco, pero no le deis fuerte. Os dije que él no quería que os pasarais con
Trattman.
—Oh, vamos. Claro que sí.
—Ya.
—Vosotros siempre estáis igual —dijo Cogan—. Eso ya lo
sé. Vosotros, vosotros no sabéis ni cómo romper un huevo. Queréis que las cosas
se hagan bien, sabéis lo que queréis, conocéis a los tíos que las harán y
conseguís lo que buscabais, pero después siempre decís que no queríais que nadie
hiciese esto o lo otro. No me vengas con historias, ¿vale? Ellos saben, saben
muy bien quién es Steve. Saben lo que hacen él y Barry. Mierda, esos dos
siempre se han movido por aquí, ¿no? Cuando Jimmy el Zorro se puso nervioso
porque yo tenía trescientos locales y no quedaba nada para los buenos
espaguetis como él, empezó a armar mucho ruido y yo le pasé cuarenta a Steve,
sin más. Todos conocen a Steve. Saben lo que hace. El no se entera de nada, es
solo un buen chico que corre por ahí y todos han utilizado sus servicios.
—La cuestión es que él no dio el visto bueno —dijo el
conductor.
—Lo dio. Te dije quién iba a encargarse. Él lo sabe tan
bien como yo. Steve saldrá a hacer lo que cree que tú quieres que haga. Tú le
dices lo que quieres, Steve escucha, sale y hace lo que cree que quieres. Me
importa un carajo lo que digas. Y sí, dio el visto bueno: te hizo llamar a
Dillon y que me vieras. Conque corta el rollo. Además, ahora qué más da.
Tenemos que cargarnos a Trattman y él lo sabe.
***
—¿Está limpio? ¿Lo estáis los dos? —preguntó Amato.
—Frankie, ¿te has metido algo? —dijo Russell.
—Cállate de una puta vez, Russell —dijo Frankie—. Sí,
estoy limpio. Solo priva desde que salí. Y tampoco demasiada. Cerveza, casi
siempre. Esperaba a cobrar para pasarme al whisky.
—Te van las pastillas —dijo Amato—. Te van las pastillas,
te he visto, no lo olvides. En el talego te ponías ciego de nembutal.
—John, por allí corría el nembutal. No vi a nadie
sirviendo cerveza. Yo solo cogí lo que había. No me he metido nada de eso desde
que salí del trullo.
—¿Y él?
—Dios, yo no me metería nada, Ardilla —dijo Russell—.
Hummm… a lo mejor unos litros de vino y un poco de hierba, puede que alguna que
otra papela, una o dos veces, pero solo esnifo. No me estoy chutando nada. Voy
a los scouts, ¿sabes? Allí te cachean antes de enseñarte a hacer nudos y demás.
—Jaco —dijo Amato a Frankie. Frankie se encogió de
hombros—. Te digo que busques a alguien, que tengo un asunto y todo lo que hay
que hacer es hacerlo y nos sacamos una buena tajada. Solo hay que buscar a dos
tipos capaces de hacer algo muy fácil sin cagarla y esto es lo mejor que
encuentras. Un yonqui de mierda. Y se supone que tengo que dejaros hacerlo
sabiendo que lo joderéis todo, un trabajo que no volverá a presentarse ni en un
millón de años. No quiero complicaciones por haber pillado a un tío que parecía
legal pero luego dio el palo colocado hasta las cejas. Quiero el puto dinero.
Eso es lo que quiero.
—Ardilla —dijo Russell—, cuando era crío me metía
cheracol y nunca me pasó nada. Cuando curraba para el tío Sam, tuve que meterme
en agujeros por él, ¿lo sabías? Me tiznaba la cara con carbón, me metía en el
agujero con una 45 en la mano y un cuchillo en los dientes y bajaba a los
túneles. Me metía en esos túneles de mierda todos los días. Si en el túnel no
había nada, ese era un buen día. Los días no tan buenos, encontrabas una puta
serpiente bien gorda o algo que quería comerte. Los días más bien malos, había
un charlie flacucho que quería liquidarte. Los días malos del todo eran cuando
el tipo lo conseguía o cuando había por ahí un cable que no veías, no te
fijabas, conectado a algo que estallaba a toda hostia, o una puta estaca de
bambú bien afilada y pringada de mierda vietnamita: si te la clavabas, pillabas
una infección de la hostia.
»Yo no tuve días malos. Me pasé casi dos años metido en
esos túneles y no tuve días malos. No me compré un montón de Mustangs ni enseñé
a conducir a unos niñatos de mierda, pero tampoco tuve días malos.
»El asunto es, Ardilla, que entonces era imposible saber
si ibas a tener un mal día, ¿comprendes? —siguió Russell—. Yo arrancaba,
pensando que todo era una cuestión de huevos. Y no quiero ofenderte, pero
siempre he tenido huevos. Y tampoco me parecía tan mal, porque si era una cuestión
de huevos y yo tenía, ¿cuál era el problema? Pero un día vi que sacaban de los
túneles a un par de tipos en carretilla y los metían en bolsas verdes. Y luego
vi a otros dos que al salir ya no tenían huevos, ni polla tampoco, una cuestión
de mala suerte, había sido un día de esos. El puto camuflaje de carbón no sirve
de nada si te rajan. Las putas trampas de estacas lo atraviesan como si nada.
»Y eso me hace pensar. Pensar no se me da muy bien, pero
eso me hace pensar y veo que estoy metido en la mierda y que no puedo hacer
nada. Lo único que puedo hacer es tener huevos y suerte, pero yo solo entiendo
de huevos. Lo importante es no tener días malos, pero no sé cómo montármelo.
Conque sigo saliendo de los túneles, sé que al día siguiente tendré que volver
a entrar y lo único que pienso es: un día menos. Nada más. Entonces empecé a
fumar. Y ayudó.
»Luego me dio por fijarme en los otros. Los miro, yo sigo
pensando, y veo que todos, la mayoría, como mínimo fuman. María. Le dan mucho a
la hierba y se vuelven lentos. Yo aún controlaba, pero vi lo que me pasaría, vi
lo que les estaba pasando a ellos. Yo fumaba poco y vi que ellos cuando
empezaron, al principio, también habían fumado poco. Se te empiezan a olvidar
las cosas. Eso es todo lo que quieres, olvidar, todo te importa un carajo,
¿entiendes? Muy raro. Y también algunos, los más viejos, privan de la hostia. Y
se ponen muy enfermos. Muy chungo. Les tiemblan las manos, están agilipollados.
Pero si te metes ahí abajo y te encuentras con un cable, un puto charlie o lo
que sea, tendrás mucho tiempo para pensar o no tendrás nada de tiempo, nada. No
puedes amuermarte.
»Así que probé el caballo. Algo hay que meterse. Me
agencié unos polvitos blancos y lo que hacía era colocarme después, siempre
después de salir del túnel. Yo no tenía que volver a meterme de noche. Al
principio, esnifaba. Luego, un par de veces, lo otro, pero casi siempre
esnifaba. Pero sí, me metía. Y me gustaba.
»Y sí, te hace sentir de puta madre pero tampoco arregla
nada, cuando estás ahí abajo no te protege. Pero has entrado en el túnel y has
vuelto a salir y tendrás que volver a entrar y no quieres pensar en eso, en que
igual no vuelves a salir, en que volverás a entrar y habrás gastado toda tu
suerte pensando. Por eso el jaco está muy bien. No te amuerma, solo te hace
sentir bien, que era lo que yo quería.
George V. Higgins. Mátalos
suavemente. Traducción de Magdalena Palmer. Libros del Asteroide.
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