Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

domingo, 31 de diciembre de 2023

hoy mañana el primer ayer

Dice Bobin, amor, gozo, lentitud. Vonnegut sólo conoce una regla, maldita sea, hay que ser amables —Vonnegut también nos dice que hemos venido a hacer el ganso—. Y en noviembre de mil novecientos noventa y uno, una lectora anónima escribió en un libro de Banana Yoshimoto la siguiente frase en francés: escribe lo esencial en la arena. Podría ser un buen deseo para el nuevo año, amor, gozo, lentitud, amabilidad y escribir lo esencial en la arena.

*

Este año tiene como centro nuestra mudanza a una nueva casa —donde el ventanal triple de cinco metros, como aquel de Cărtărescu en Cegador, me permite seguir el cambio de luz sobre los tejados al

otro lado del río y el vuelo negro de los cormoranes al atardecer, la niebla y la escarcha desvaneciéndose tras la salida del sol, el cielo cambiante, mi mirada en silencio—. Aún quedan cuatro cajas por abrir. Libros, discos, figuritas —recuerdo el tiempo empaquetando mis libros y el tiempo aún mayor abriendo cada caja y rehaciendo mi biblioteca en esta casa, la sensación de caos y estar perdido inicial y este sentimiento presente de hogar—. Una mudanza también podría ser una buena metáfora de cambio de año. Nos llevamos parte de lo vivido e intentamos desechar lo molesto o agotador a un nuevo lugar del que desconocemos todo.

*


Esta mañana, mientras amanecía y llovía ahí fuera, terminé el libro de relatos El país del humo, de Sara Gallardo. Mi lectura número sesenta y siete. Durante un par de días anduve en paisajes con una mitología diferente, una especie de reverso del paraíso en el que tierra y animales tenían una voz propia, ajena a la humana, y los seres humanos se desvanecían como el humo de una hoguera —y en el que me reencontré, en un par de páginas, con mis días argentinos de lapachos, morochos y sulkys—. En uno de sus últimos relatos escribe Gallardo: Desde hoy todo es ayer. Podría ser una sentencia importante en este último día del año que nos recordase la fugacidad del tiempo y la locura y el vértigo de nuestras ansias, promesas y deseos —y todos los yoes dentro de nosotros desde el primer ayer—.

*

Ahora hace sol, ahí fuera, las aceras están secas de la lluvia matinal, las sombras se alargan y las nubes pasan —como nubes—, tengo unos seiscientos libros por empezar y más de mil por releer, la ausencia de mi padre seguirá siendo una presencia clara —sobre todo cuando me descubro replicando sus gestos y sus palabras y su humor— y el encogimiento gradual de mi madre seguirá abrigando en mí el deseo de cobijarla entre mis brazos. Quedan cajas por abrir, en nuestro nuevo hogar, en el nuevo año, hoy, mañana, ayer. 



lunes, 18 de diciembre de 2023

Los lunes de Anay. Postigos...

Hay libros que alargan un recuerdo —o una sombra— y Con otro sol de Angelino me tuvo entre dos tiempos, el ficticio de sus relatos y mis días argentinos. Leía sulky y el espejismo de tres gauchos quijotescos entre el tráfico de la plaza, sus figuras y su lentitud de antaño, los gestos precisos y un silencio telúrico. O lapacho y la tierra del parque de Avellaneda violeta —de noche, las fogatas de los vagabundos y los ladridos de los perros vagabundos en la oscuridad del parque, la pileta donde muchachos escribían cartas de amor en las columnas y grupos de creyentes rezaban por los nonatos y creían en la vida eterna, el cementerio de panteones grises y, fuera, los puestos callejeros de panchuque, milanesas y choripan, los atardeceres como ascuas sobre los cerros—.Y recordé el inverno en agosto y las navidades cálidas y las palabras nuevas y la Cruz del sur en la madrugada y los altares al Gauchito Gil junto a árboles y rutas con los pedidos escritos en cintas coloradas, y la crítica a la historia de occidente y el olor dulzón de los campos de caña de azúcar y la nieve negra. Argentina reubicó mi mirada. Leer Con otro sol, ýb, fue recordarme aquella tierra, a mí en aquella tierra —y sentir que somos mundos desvaneciéndose de a poco—.


Los lunes de Anay. Postigos…

"¡Ruiseñor mío!
 ¡Ruiseñor!
 ¿Aún cantas?"

                      FEDERICO GARCÍA LORCA


BALADALLIDA DEL POSADERO DE BELÉN

Tan cerca como le tuve
y dejé que se me fuera.
Malhaya la posadera.
Y eso que les vi la luz
nimbando sus sienes, pero...
Malhaya sea el posadero.
Malhaya la posadera
que me dijera que no
abriera. Malhaya yo.
Malhaya yo que les vi
la luz y no les retuve.
Tan cerca como le tuve.
Y ahora tan lejos, temblando
sobre el heno y la retama.
Malhaya mi blanda cama.

                                     CARLOS MURCIANO





Feliz lunes y Feliz Navidad.

Un beso,

Anay

lunes, 11 de diciembre de 2023

Los lunes de Anay. Inapelables...

Anay, con su lunes, me permite recordar una de las lecturas de este año. Hace tiempo que sólo escribo a lápiz en los márgenes de los libros alguna anotación sobre mis lecturas, un par de párrafos como huella y una pequeña concesión a la culpa por mi pereza y silencio. La comunicación entre un libro y yo se desvanece sin tratar de retenerla, quedándose sólo en unas trazos, una emoción, una imagen. Todo lo leído se perderá, con el tiempo, pero mientras leo, en un vagón de tren antes del amanecer, o en las tardes junto a este ventanal triple hasta la oscuridad ahí fuera, siento que soy parte de una conversación —de la que quedarán retazos que se mezclarán entre sí—.

Conecto la escritura de Chivite con los últimos días del otoño y el inicio del invierno, esos días de luz gris menguante, cielos móviles y prados helados —y de silencios y lentitudes entrevistos desde una ventana—. Este verano, como forma de traer un poco de invierno al verano, leí cuatro de las novelas de Chivite. Quería recuperar su escritura introspectiva  y especulativa, como si desenrollara una madeja de hilo. Ferdy el viejo abrió el camino. Una especie de biografía del futuro del propio Chivite, cómo imagina su persona(je) dentro de diez años —una historia tragicómica en la que encontré una luz inesperada, una luz de una primavera súbita y accidental—. Hay un puñado de páginas dobladas y frases subrayadas. Puede que me haya ocultado de los hombres, confiesa el imaginado Chivite futuro. Y también: Uno se hace a sí mismo diciendo no y, luego, uno se deshace a sí mismo diciendo sí. Y aceptando sin peros el lacerante desprendimiento del yo. Y una última reflexión: ¿La verdadera patria es la infancia? Si es así, hay que exiliarse y punto. No queda otro remedio. La vida es exilio, creo: quiero creer. Y luego está el hecho de que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Y no quedar. Lo cual es perfecto. Deplorable y perfecto. Lo contrario sería aún más deplorable; afirma el personaje Chivite. La luz viene dada por esa batalla del viejo Ferdy por ver al otro, por la apertura a un  mundo admirable y triste. Tras Ferdy el viejo vinieron Sebas Yerri (Retrato de un suicida), El invernadero y Cada cuervo en su noche. Escritura narrada por una voz meditabunda. O como se autodefine Ferdy periférico indolente introspectivo

Leed este poema de Chivite. Leed a Chivite. 


Los lunes de Anay. Inapelables…

"bozales para las gentes de mala voluntad"

                                                             TONI MONTESINOS

MELODÍAS ANTIGUAS

Canto solo en la casa vacía
a veces, tan solo para mí,
querida mía. Canto solo,
en voz baja, melodías antiguas,
canciones casi siempre de la infancia
o de mi juventud. No canto
para nadie. Solo canto
por el solo deseo de cantar
y de oír una vez más esas canciones.
Suelo cerrar los ojos en la casa
vacía y a veces, querida mía,
me cubro incluso la cara con las manos
para cantar en voz muy baja
melodías antiguas. Melodías
que sin decir ni querer decir nada
lo dicen todo: todo aquello
que los hijosdeputa de este mundo
han olvidado o jurado destruir

                                         FERNANDO LUIS CHIVITE



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

viernes, 8 de diciembre de 2023

¿Hay alguien ahí? Apuntes sobre vivir para leer y leer para vivir. Peter Orner


Estoy en el tren, antes del amanecer, camino del trabajo. Leo durante una hora si sólo la lluvia o la vibración de las vías en el vagón. Soy un lector quisquilloso. Necesito un silencio casi absoluto para centrarme en aquello que leo —las conversaciones telefónicas, las voces chillonas o la música me desconciertan cuando irrumpen en mi lectura. Entonces, cierro el libro y rastreo las primeras ventanas encendidas en el horizonte—. Me quedan una veintena de páginas para terminar el libro de Orner. Hace un par de días que intento seguir las señales de su camino. 
Orner captó mi atención en el prólogo, donde habla de su garaje colmado de libros, de la certeza sobre la imposibilidad de leerlos todos, de los apuntes que se convirtieron en reseñas, artículos y relatos cortos en los que el centro son el lector y la lectura y los libros y de la inútil búsqueda de un algoritmo para escribir ficción —también, de las estanterías llenas de tiempo y promesas cumplidas o aplazadas, de la relación febril, casi enfermiza, con la lectura, de la relación desconcertante, caótica y confusa con el padre que recorre estas historias, con un antiguo amor, con su familia presente, todo esa realidad circundante que se inmiscuye en sus lecturas, todas esas lecturas que se reflejan en la realidad alrededor y son una huella de un instante en una vida—. Ahí, en esas primeras páginas, las dudas y las certezas de quienes somos lectores.

*

Nos mudamos a principios de otoño, e. y yo. Pasé el mes de septiembre embalando la mitad de mi biblioteca en una treintena de cajas —la otra mitad está en casa de mis padres, a la espera—. En esos días recogí el hilo que como lector, he dejado en los últimos años. Volví a leer fragmentos de Ford, Chivite e Isaac Bashevis Singer, busqué frases subrayadas en Bobin, Stojka o Aurora Freijo Corbeira, hojee las páginas dobladas en mis libros donde me reencontré con párrafos que no quería olvidar, saqué de entre los libros billetes de avión y tren, servilletas con una dirección escrita a negro, mapas doblados, tarjetas de restaurantes y guías de museos y catedrales, facturas convertidas en hojas blancas. Y, también, desanduve librerías y horizontes, aquellas argentinas en cuadras y avenidas simétricas —y la nieve negra de los campos de azúcar— con cafetería y tertulianos entre las estanterías; aquella librería de viejo gaditana, junto a una plaza con naranjos y el cielo abierto, donde los libros parecían un mar a punto de desbordarse; la minúscula sala en una estación de tren donde los lectores movíamos las columnas de libros de segunda mano en busca de quien sabe qué sueño de qué lista pretérita —y en esa búsqueda convertíamos en dunas las columnas de libros—; la pequeña librería de muebles de madera negra en los soportales de una vieja y hospitalaria ciudad y donde encontré a Olga Novo y Magda Szabó y compartí camino con otros peregrinos, con otras lenguas. Librerías y horizontes que recorrí solo o en compañía de otras personas —y su presencia ligada a un libro, a una librería, a un paisaje—.
Orner escribe sobre sus viajes a otros países, de sus problemática relaciones con su padre y un extinto amor, de su búsqueda maniática de soledad y silencio para leer o escribir y los une a una lectura, a un escritor, a una frase que resalta y define un libro entero, una forma de entender la vida, de posicionarse ante la realidad. Orner como lector, es impulsivo, sensible y vehemente; vuelve a una frase en un cuento de Kawabata, Babel o Chéjov una y otra vez hasta extraer todos los símbolos y señales posibles y trasladarlos a la realidad circundante y, así, formar una nueva con otras ficciones y otras vidas; convierte a Eudora Welty, Hrabal, Kafka o Rulfo en tótems mí(s)ticos a los que regresar siempre; lee hasta la extenuación y entresaca personajes que apenas tienen un par de párrafos en una novela o un cuento largo porque han existido en esa otra realidad por un instante y ese instante es un punto de luz o de sombra.

*

Orner hace que rescate viejas lecturas. Habla de Trilobites, de El llano en llamas, de Una soledad demasiado ruidosa y los busco en la mitad de mi biblioteca que está a la espera de ser trasladada a nuestra nueva casa—mudo, libro a libro, esa mitad— para releerlos. O asciendo a la cima de la columna de lecturas pendientes los cuentos completos de Malamud o Cheever. La posición de Orner ante un relato o un libro es la de quien quiere tener una revelación —lo único que quiero es levantar la vista de la página y encontrarme con algo familiar contado desde otra perspectiva—, encontrar personajes fallidos —dadme a los desorientados, a los fallidos, a los que aún están tratando de entender qué es lo que pasa—, ser testigo de un instante —vivimos en el mundo y recordamos el mundo, y un día sucederá nunca más—. No hay algoritmos para la ficción, dice Orner, y lo que recordamos suele ser un invento, dicen a la par Orner y Chéjov, y todas las historias son ficción, dice Orner. Recreamos la realidad y la propia vida en un reflejo ambiguo e imperfecto, nos relatamos de la única manera que sabemos. 

*

Es contagioso el entusiasmo de Orner hacia la lectura y los libros, aunque parezca delirante por momentos —leer incluso en un semáforo en rojo—. Escarba entre las estanterías de su biblioteca para reencontrarse con una vieja lectura o elige al azar uno de esos libros que salvar de la no-lectura —y sirve cualquiera, los propios, los de la biblioteca en un retiro monacal, los que aparecen en una vieja librería en otro país y otro idioma—. ¿Hay alguien ahí? como homenaje hacia los libros y autores que nos cruzamos y nos atraviesan por una frase, un párrafo, un personaje fallido, una escritura única, por todos esos mundos ajenos que nos apropiamos y nos pueblan. Una buena lectura, la de Orner. 


(coda) Hace un par de días entré en mi librería de referencia. No buscaba nada en especial. Estaban en pleno cambio de estanterías, columnas de cajas por abrir y las discusiones de los libreros por hacer mesas temáticas con libros al margen. Encontré un pequeño libro de relatos de Diego Angelino —un poco más grande que la palma de mi mano— y en una de las estanterías a medio cambiar, Sigo sin saber de ti, donde Orner insiste en sus relatos/ensayos/apuntes sobre el cruce —colisión— entre lectura y vida. 





Esta semana he vuelto a leer Al faro. He meditado sobre ese jovencito que fui. ¿Quién era ese chaval tan compenetrado con un libro que fue capaz de esperar una hora sentado a que se secara? No pudo haber sido la trama. Nunca me interesó tanto. La trama es eso que pasa en el mundo mientras intento recordar cómo se veía la luz que entraba por debajo de la puerta cuando era un niño y no podía dormir. La trama es el susurro de mis padres peleando en medio de la noche. mi madre tratando de calmar a mi padre en vano. Esa línea de luz, el susurro demasiado estridente de mamá. Mi padre bufando: ¿Qué nos escuchen, que cada entrometido de mierda de la ciudad nos escuche”. Yo, mientras tanto, contando los hipocampos que revoloteaban en el empapelado de mi habitación. 

*

Estoy solo en el garaje con un montón de libros. No hay un solo lugar en las baldas. No me queda otra opción que apilarlos. En realidad, se supone que vivo en el apartamento de arriba, pero la mayor parte de mi tiempo estoy aquí abajo en lo que llamo, sin tanta ironía, mi oficina. Nuestros exvecinos solían grabar pornografía amateur en este espacio. Cuando se mudaron, dejaron unos focos tan potentes que si llegara a olvidarlos encendidos de noche, la casa se prendería fuego. Yo me siento aquí, bañado por la luz, a mirar estas pilas de libros que me van a sepultar vivo cuando llegue el gran terremoto que tanto anuncian y pienso: terremoto o no, voy a estar muerto antes de que pueda leer un cuarto de los libros guardados aquí abajo. De esto no hay dudas. Quizá si lo digo en voz alta podré creerlo. Voy a estar muerto antes de que pueda leer una cuarta parte de los libros guardados aquí abajo. Eso deja al menos a tres cuartas partes de los libros sin leer. Me suena lógico medir la vida en libros que uno no ha leído. Todas esas experiencias que no tendremos, los lugares a los que no iremos, las personas que nunca vamos a conocer. Sin embargo, por si acaso, le he pedido a mi familia que me entierre con una buena biblioteca.
Aquí abajo, además de libros, insumos cinematográficos sin usar, cajas de preservativos, frascos de aceite de coco sin abrir (intrigante) y almohadas enfundadas en terciopelo, también hay neumáticos para la nieve de un coche que ya no existe. Hay un casco de bicicleta reventado. ¿De quién? ¿Quién guarda un casco roto? Pero yo tampoco lo tiro. No tiro nada. Considero que todos y cada uno de los objetos son alimento para alguna historia que merece ser contada. Básicamente soy un acumulador con una mentalidad intelectual. Toda esta basura es para mi arte. Hay maletas (siempre son buenas para un cuento), raquetas de squash, palas, un solo patín (talla 43), un colchón sucio y ocho o nueve botes de pintura amarilla. Una vez quise pintar la cocina. Hay una campana de hierro demasiado pesada para moverla. También una montura. ¿Por qué una montura? ¿Hace cuánto que esta montura está aquí? ¿A lo largo de cuántas décadas de inquilinos? Una montura inglesa, puedo escuchar a mi padre decirlo. ¿Ves? Hay una elegancia inherente a una montura así. Tiene un cuerno, ¿ves? Los cuernos son para los holgazanes. Aquí y allá hay ratones chillones espiando por sus pequeños agujeros en las paredes. Ya no tienen miedo. La gata que solía dormir en el sillón murió el mes pasado. La encontré tirada en su rincón. Ella siempre salía disparada ni bien abría la puerta del garaje y dejaba la huella de su cuerpo en el almohadón para que yo la emparejara. Supe que había muerto cuando, al abrir la puerta, ni siquiera se mosqueó. Había estado muy delgada durante mucho tiempo. La enterré (nunca supe su nombre) en un montículo de tierra detrás de nuestra casa. Ahora los ratones salen y saludan. Yo les devuelvo el saludo. Les digo: ey, estoy leyendo este libro increíble de tal y cual. Se encogen de hombros y vuelven a olisquear sus astillas de madera y polvillo de óxido.
Peter Orner. ¿Hay alguien ahí? Traducción de Damián Tullio. Chai editora.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Los lunes de Anay. Timeless...

Han empezado a llegar las postales navideñas. Apenas un puñado en comparación con las centenares que repartíamos años atrás. Hace un par de días repartí las escritas por una hermana a sus tres hermanos, ella en tierras riojanas, ellos apenas distanciados unos portales —en los sobres blancos, una letra redonda y amable—. A veces recojo postales escritas por los niños y niñas a nuestro olentzero o a Papá Noel, unas hojas con trazos dubitativos, letras de colores y dibujos de navidad. Mis padres, cada diciembre, escribían a la familia con aquellas fórmulas añejas y desgastadas, esperando que al recibo de la presente vos encontréis bien… Y yo mismo, no hace tanto, intentaba componer una veintena de mensajes diferentes con mi apagado espíritu navideño a Houston, Tallahasse, Mitrovica, a Madrid, Lugo, Vitoria.  
Hoy las postales y las cartas son sombras de un pasado que se desvanece poco a poco. 
Hace un año nos hicimos pasar por el olentzero, e. y yo, en una postal para los hijos de una amiga. Les decíamos, como olentzero, que nos gustaba su familia, sus juegos, lo orgullosos que estábamos de todo lo que eran y de todo el amor que daban —una postal margarita, lo sé—. Cada noviembre, antes de la rapidez de estos días, le digo a e. que me gustaría dejar un pequeño mensaje en los buzones a los niños de mi sección —o a los niños que habitan en los que hoy somos—.
Ahora sólo escriben cartas los presos. El pasado mes, las cartas de un preso a una mujer con corazones y frases de amor dibujados con manos que parecían de niño. Y las de otro preso a su madre, donde escribía la cuenta atrás de su libertad bajo su remite —siete meses y trece días, decía en la última carta—. Ahora sólo los presos escriben cartas de amor.
*

Estos días de viento y otoño encuentro hojas secas en el interior de los portales. Y ando bajo árboles de lluvia —las gotas en suspenso en las ramas desnudas, el brillo en su centro, la cadencia de la lluvia tras la lluvia cuando una ráfaga revuelve los árboles—. A veces, en las tormentas que llegan de improviso y desaparecen en minutos, me resguardo en un portal y veo pasar el cielo cambiante, la blancura que ciega los montes, y espero. 


Los lunes de Anay. Timeless…

"Abrir brecha en la sombra, respirar"
                                                             EDUARDO GARCÍA

FLORES

Algunos hombres nunca lo piensan.
Tú sí, tú te presentabas
y decías que casi me habías traído flores
pero algo había ido mal.

La tienda había cerrado. O tuviste dudas –
de la clase que mentes como las nuestras
tienen sin cesar. Pensaste que
yo podría no querer tus flores.

Aquello me hacía sonreír y abrazarte.
Ahora sólo puedo sonreír.

Pero, mira, las flores que casi trajiste
han durado todo este tiempo.
                                                   WENDY COPE
                                                   (Versión de Ana Isabel Barreiro)




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 27 de noviembre de 2023

Los lunes de Anay. Moviola...

Hay nubes de lluvia hacia el este (hacia vosotros), escribo a ýb. Estoy sentado junto a mi ventanal triple y veo el cielo y la luz cambiantes del atardecer. Es hipnótico este ventanal, este cielo, haya nubes o una claridad cegadora, en la oscuridad muda de la madrugada —sólo las luces temblorosas de las farolas— o en la luz cambiante de los atardeceres sobre los tejados y las cumbres de los montes. Ahí fuera, el vuelo negro de los cormoranes y el vuelo agitado de  los patos sobre el río, las estelas blancas de los aviones que impiden un cielo desnudo y abierto —como aquel cielo desierto de hace casi tres años—, y dibujan equis y caminos de nieve y me llevan a la tierra como tablero y las minúsculas luces de los barcos en el Atlántico. Las mañanas de sábado y domingo leo frente al ventanal —de la penumbra al destello de los primeros rayos de sol—. Las sombras y la claridad cegadora en una misma página. Por la tarde, cierro el libro en el final de la luz. 

Veo llegar las nubes, cómo salvan los montes cercanos y permanecen ante mí por un instante antes de irse hacia el este. Registro el camino del cielo No tengo prisa.


Los lunes de Anay. Moviola…

"me dijeron todo poema
 debe ser una historia"
                                       REGINA SALCEDO


HA PASADO EL TREN

Ha pasado veloz el tren
—yo esperaba
en el andén a que pasara un tren—
y los viajeros se han encaminado a
sus días… Yo…
he seguido esperando.

En la lejanía lloran los violines:
me lleva
una nube venida de lejos,
y se deshace.

Una oscura nostalgia
iba y venía,
mas no me abandonaba el olvido,
no me podía el recuerdo
de una mujer:
Yo soy la luna —gritaba
si se embebía de luna.

Ha pasado veloz el tren
—el tiempo no estaba
de mi lado en el andén—
y las manecillas se han movido.
¿Qué hora es?
¿En qué día se bifurcan
el pasado y el mañana?
¿Cuándo se fueron los gitanos?

Aquí nací, pero a nadie he dado vida:
este tren
culminará mi terco nacimiento,
los árboles caminando a mi lado.

Aquí me dieron el ser que a nadie he dado:
hallaré en este tren
el alma mía colmada
de las orillas de un río muerto en su cauce,
como muere el joven.
Ojalá el joven fuese piedra…

Ha pasado veloz el tren.
Ha pasado junto a mí, y yo,
como la estación, no sé
si despedir o recibir a la gente:
hola, mi andén tiene
bar,
librería,
rosas,
teléfono,
bocadillos
y prensa,
y música,
y una rima
para un poeta futuro que sepa aguardar.

Ha pasado veloz el tren.
Ha pasado junto a mí, y yo…
sigo esperando.

                                                 MAHMUD DARWISH
                                                 (Versión de Luz Gómez García)
 



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 13 de noviembre de 2023

Los lunes de Anay. Lobos...

"Él dice
 no has hecho
 no has hecho"

                      ANNE SEXTON


EL GRITO DE MUNCH

Lo que puedes hacer
y lo que debes.

La balanza trucada
de la enfermedad.

Los límites te acusan
y tú, a estas alturas,
ya no sabes si hablar,
llorar,
o defenderte.

                           ANAY SALA



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

jueves, 9 de noviembre de 2023

Diario de un peón. Thierry Metz


Estoy sentado junto al ventanal triple de nuestra cocina abierta. Ahí fuera, el cielo inseguro y la luz del atardecer. Me siento cansado, con la espalda dolorida y las piernas cargadas y sólo puedo admirarme del afán de Metz por encontrar un hueco en su cansancio para escribir sobre sus días de peón —donde escribir significa tamizar las palabras hasta alcanzar una escritura desnuda, lenta y despojada en la que plasmar el instante como infinito y silencio, las manos encendidas y la vida provisional, las palabras como pájaros y los pájaros como rumor, las miradas abismadas en la tierra, el ser sed y simiente, los momentos de quietud y soledad en domingo bajo un tilo, fuera de la obra, la pregunta sobre si es preciso que el lenguaje se aísle de las cosas para poder hablar de ellas—.

*
Sólo quedan los muros exteriores y algunos cimientos de una antigua fábrica de zapatos. El interior, destruido. Y es en la transformación de las ruinas de un solar abandonado en pisos de lujos donde comienza este diario. Mis gestos sólo apuntan a la tierra, dice Metz en una de sus primeras entradas. Cavar, sacar tierra, los escombros y la lentitud, estar en lo provisional, buscar la simiente y el instante para recrearlos en estas páginas con la palabra justa, con la escritura desnuda y urgente, con el sonido de pájaros en las hojas. Un peón que crea, a partir de un vacío y un abandono, pisos y un poema: sus manos trituradas cavan y escriben —y ambos gestos hablan de lo efímero y lo imperecedero, de la repetición y el instante—.

Una pala, una piqueta. El peón ha de buscar con ambos, ir de un sitio a otro, perderse…
Un principiante: eso es lo que es. Su memoria no es sino un reguero de agua, un manantial que desconoce el río.
Sus movimientos son sencillos: los de un pájaro. Sube, baja, recoge ramascos, paja, cortezas. Cualquier cosa que se le presente.
Para delimitar el territorio que se extiende alrededor de su nombre, ha de trazar un círculo con lo que le dan: tierra, escombros, piedras, órdenes, fragmentos de creta, expectativas, cansancio…
Algo sobre lo que meditar algún día. Nada más. 

*
Metz describe el cansancio, el sueño, el dolor del cuerpo y la lentitud del trabajo. También la dicha en los momentos íntimos y familiares —y aquí, por momentos, me hace pensar en la mirada dichosa de Bobin—. Observar, en un silencio abarcador, los propios gestos, el paisaje y lo insólito en lo cotidiano. La escritura como esa voz velada durante el día y que se transforma en una voz pausada, expresiva y precisa, como sed, urgencia, simiente, como huella y sonido, como recreación de un mundo repetitivo del que entresacar la dicha y el dolor. Dice Metz, Aquí tu silencio es la cueva de dios. Tus gestos tienen alma. Dice Metz, Aquí tenemos los movimientos de un nómada; estamos fuera, en la arena. Dice Metz, El exterior no es sino una caverna. 

Acaso el verdadero trabajo consista en simplificarse. En decir lo menos posible y escuchar al máximo. En no llevar nada consigo por la mañana, en no complicarse. En ser una simiente para transformarse en una hoja al caer la tarde. En regresar a casa con las palabras soleadas del exterior.
Los pájaros a nuestro alrededor no dejan huella. 

*
Elegí esta lectura antes de llegar al final de Cegador, entrar en otro cosmos que apaciguara en parte el universo alucinado en el que me encontraba desde hacía unas semanas, leer otro ritmo, otra mirada, otro forma de dudar y relacionarse con la realidad y ver si había una senda que emparejara ambos mundos. No conocía a Thierry Metz hasta que ojeé su diario en una librería y sentí que en su prosa despojada, sencilla y lenta podría encontrar un descanso de la escritura febril y alucinada de Cărtărescu en su manuscrito ilegible.

No tengo ganas ni de moverme ni de hablar. Eso es lo único que queda en la voz del peón por la noche. Sólo veo petirrojos, gorriones, personas que regresan. Todas idénticas. Útiles para la realidad. Y habitantes del mundo.
Unas voces posadas al lado del gallo: gritos y palabras.
Cuesta decirlo. ¿Y por qué estamos tan cerca y tan ausentes? Bastaba con sacar agua. Pero la sed sólo quiere llegar a los hogares. ¿Cómo puedo morir rodeado de vosotros?

*
Un último fragmento de un obrero y poeta cuyo diario me habla de este dolor en la espalda que siento tras el trabajo, de los gestos diarios y repetidos de los que extraer un instante fugaz de luz dicha asombro.

No es más que un día de verano. Se puede analizar, mostrar simplemente lo que es: un puñado de poemas, un hombre rodeado de imágenes, una voz que cuenta e inventa la historia de las palabras en medio de un estrepitoso batir de alas, algo semejante a un nacimiento, semejante a una muerte. Una voz entrecortada, ronca, que se atreve a ser memoria en lo que no es sino urgencia y necesidad, y que tiene lugar ahí, en los textos. 
Thierry Metz. Diario de un peón. Traducción Vanesa García Cazorla. Editorial Periférica.

lunes, 6 de noviembre de 2023

Los lunes de Anay. Pueriles...

Tengo miedo al viento, dice mi madre. Desde niña, subraya. Mi madre ha visto desaparecer poco a poco el mundo que conoció en su infancia. Sus padres, sus hermanos, su marido, aquel valle donde casas de piedras, tejados de pizarra y un camino de polvo blanco son hoy ausencias— y por tanto, presencias—. Tiene miedo, mi madre. Al viento, a caerse, a salir a la calle en un día de lluvia, a un nuevo ictus, a nuevos —o viejos— dolores. Observo su lentitud, su forma temblorosa de levantarse del sofá, de escrutar cada paso en el suelo y veo, también, la sombra doblegada de mi padre en sus últimos años. Envejecer como árbol retorcido, pienso, es injusto. 

Si guardo un centenar de fotos de juventud de mi padre en romerías, feiras, bailes y en sus años en el servicio militar —y ahí, mi padre, con el torso desnudo y el cuerpo joven y sólido—, de mi madre, en aquella época, sólo tengo una pequeña fotografía acompañada por las costureras de las aldeas cercanas —y como las fotos de mi padre, cabe en la palma de mi mano, como el aleteo de un gorrión o un corazón minúsculo—. Está sentada en el suelo, mi madre, el pelo corto, una sonrisa joven, las manos en su regazo, las piernas cruzadas, un vestido a cuadros (anticipa los rasgos de mi hermana mayor en ella). Reconozco el tiempo transcurrido en su cara: de la luz de antaño a los surcos y los ojos pequeños, brillantes y claros de hoy. 
En nuestras reuniones, donde algarabía y palabras bulliciosas y gestos rápidos, mi madre sonríe y asiente en silencio, perdida en su semi sordera. Hay un momento en el que la siento como una niña pequeña en un mundo de adultos del que no tiene las claves y los significados permanecen ocultos. O nos ve desde un tiempo que no es el nuestro. O nosotros, que somos presencias, pesamos menos que la ausencia de un mundo entero. Ella, nuestra fuente, nuestro origen —los tres hijos aún erguidos y sin temblores—, ella, en silencio, lejos, la sonrisa y la mirada un pequeño fulgor.



Los lunes de Anay. Pueril…

"y aquí estoy otra vez, acariciando 
 este puñado de humo"

                                    JOSÉ HIERRO


FICCIONES DE LA INFANCIA

Desde la edad ficticia del recuerdo
regreso a la niñez,
a la casa que nítida aparece,
a su jardín de rosas
que jamás existió.

Su olor en cambio me persigue en sueños
y sus espinas todavía duelen.

Fui una niña feliz en esta casa,
tan fresca y tan solar al mismo tiempo,
tan luminosas sus habitaciones.

Una casa apacible y protectora.

En esta casa no viví jamás.
Lo único real es el jardín.

                                       IOANA GRUIA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 30 de octubre de 2023

Los lunes de Anay. Libido...

Estoy sentado en el balcón, la espalda apoyada contra un pequeño armario, las piernas sobre las baldosas rojas. La maceta a mi lado sólo tiene tierra y piedras. A través de los barrotes blancos, la línea del atardecer en los tejados, una niña grita “¿hay alguien ahí?” y el camino de baldosas amarillas bajo el balcón. Las nubes pasan como nubes en el cielo. 
Se acerca a la ventana, da un par de golpes con los nudillos y nos miramos en silencio. Empaña el cristal con su aliento y escribe abre —a su edad, diez años, yo dibujaba asteriscos y mi nombre y corazones en los cristales empañados—. Espero unos segundos antes de abrir: su aliento sobre el cristal, abre desaparece letra a letra, su cara curiosa que me observa y su pregunta de por qué me gusta estar solo en los atardeceres.
Cuando se sienta a mi lado me cuenta que soñó que estaba soñando, que se despertaba del sueño dentro del sueño y sentía vértigo (las paredes se movían y parecían plegarse sobre su espalda), que quería despertarse porque sabía que aún estaba en un sueño pero que no podía desoñar
Asiento con un pequeño gesto. Le digo que me gustan las palabras que se inventa y que construya nuevos significados, que desoñar me recuerda a una madeja que se convierte en un hilo fino y largo.

—Tal vez la vida sea un sueño dentro de otro y nuestra imposibilidad de desoñar.

(04.09.2013)


Los lunes de Anay. Libido…

"y este blues largo
para decir tu nombre
como un trofeo"

                        SOLEDAD ÁLVAREZ


CHICO WRANGLER

Dulce corazón mío de súbito asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Se separan.

                                                              ANA ROSSETTI

 



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 23 de octubre de 2023

Los lunes de Anay. Matriz...

Han pasado tres semanas desde la mudanza. Del caos inicial —un colchón, mochilas y maletas semiabiertas en el suelo, cajas de libros, cuadros, fotografías, cartas, relojes sin tiempo, piedras, dibujos, pequeños objetos capaces de llenar un gran espacio—  al comienzo de un orden y este sentimiento de hogar. Durante los últimos días, en los momentos de cansancio o desidia, abro las cajas y busco entre las estanterías un nuevo lugar a mis libros. Los libros pendientes a un lado, la poesía reunida en un par de baldas, las lecturas terminadas entre columnas y las cajas. Desembalar cajas de libros es un ejercicio de memoria y premonición. El futuro, la mirada despojada, el tiempo pasado. Hago y rehago el orden —las estanterías como dunas en movimiento—. Creo que fue en Chivite donde leí que habría que medir las bibliotecas no por la cantidad de libros, sino por el tiempo que representan —tiempo de escritura, de edición, de lectura—. Si sumase el tiempo en cada libro mi biblioteca alcanzaría tiempos prebíblicos. 
Ahora llueve, fuera de este ventanal inconmensurable. Entreabro un parte para dejar pasar el sonido de la lluvia. He de sentarme en una esquina de esta mesa para ver el paisaje completo: los árboles en las riberas del río, las chimeneas en los tejados de las casas en la otra orilla, el humo blanco de la fábrica blanca, el pequeño monte tras ella, todo el cielo. Hay tardes, junto a esta ventana, entre libros, silencios y nubes, donde me sorprende el encendido de las farolas. El cielo se mueve, muda la luz —entre las páginas, en mi mirada, sobre las copas de los árboles—, permanecen mis silencios. 


Los lunes de Anay. Matriz…

"los ama tanto
 los ama a todos"

                         ANA MARÍA RODAS


CUMPLEAÑOS SIN MEMORIA

Ya sin ninguna coquetería,
se ignora en el centro 
de la foto.
La que fuera bella entre las bellas,
no se mira al espejo
no sabe
que la peinan.

La que siempre dispuso
el fluir de las cosas.
La que reía,
la que cantaba.
La voz de la casa.
Voz perdida hoy
en los huecos de su memoria,
viva en la mía.

Ahí está, ausente
en el centro de la foto,
rodeada de sombras familiares.
Brillantes los ojos,
como brilla el olvido
contemplando
las velas encendidas
de la tarta.

                          ÁNGELES MORA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 16 de octubre de 2023

Los lunes de Anay. Némesis...

Escribo a Anay: Me conmueve este lunes. Por el momento elegido. Porque leer en gallego es leer (en) mi infancia. Leo coitelo y vuelvo a aquellas cocinas gallegas donde se revivían viejas batallas y emboscadas y nos servían de refugio en las tardes de tormenta, bajo el crucifijo mudo, vuelvo a aquellas cocinas en las que, cada mañana, una olla en el fuego y en la noche las visitas de un loco bueno de ojos azules con su armónica, vuelvo a abrir al azar Follas novas, el único libro que he robado, y preguntar a mis padres o a mis tías el significado de las palabras desconocidas, vuelvo a un camino blanco tras una ventana enrejada, el silencio negro de mi abuela, el olor a café caldo ganado hierba tierra humo, los tañidos de las campanas entre el ruido de tractores y cigarras, vuelvo a aquella luz y aquellas voces que anticipaban los espacios hoy cerrados y ausentes.
Y elijo un poema de Rosalía de Castro para responder su lunes.

Bos amores

   Cal olido de rosas que sai d´antr´o o ramaxen
nunha mañán de maio, hai amores soaves
que n´inda vir se sinten, nin se ve cand´entraren
pola mimosa porta qu´o corazón lles abre
de seu, cal s´abre no agosto
a frol ó orballo da tarde.
   E sin romor nin queixa, nin choros, nin cantares,
brandos así e saudadoso, cal alentar dos ánxeles,
en nos encarnan puros, corren coa nosa sangre
i os ermos reverdecen do esprito onde moraren.
Busca estes amores… búscaos
si tes que chos poida dare;
qu´estes son soio os que duran
nesta vida de pasaxen.


Los lunes de Anay. Némesis…

Sócrates: entonces, ¿qué es el ser humano?
Alcíbiades: no sé qué contestar.

                                                 Platón, Alcíbiades.


-VI-

Eu matei o meu cabalo.

Chegamos xuntos á presa de Oirán,
pola negrura do monte
agabeamos.
Pasei as augas xeadas agarrada á sua crin,
Deume cobixo entre as suas patas
no alto de Oirán,
e alí
mireille prós ollos
e saqueille o meu coitelo.

Para que non me vira chorar.

                                                LUISA CASTRO



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 9 de octubre de 2023

Los lunes de Anay. Escondites...

Es la primera vez que me siento en esta mesa junto a la ventana a escribir una carta. Hace una semana
no había apenas muebles, sólo un colchón en el suelo, bolsas semicerradas, mochilas y cajas de libros. Se hacía difícil ubicarse en este desorden y sentir apego hacia una casa que estaba tan vacía como llena, que era espejismo e imaginación. Hoy, diez días después, empieza a haber un orden y crece, día a día, la sensación de hogar —el desorden aún anida, pausado, en la habitación pequeña. Estanterías vacías, una treintena de cajas de libros, bolsas con recuerdos, una butaca deshilachada por nuestras gatas—. Mientras preparaba la mudanza, me sorprendió la cantidad de objetos pequeños que guardamos, postales, retratos en sepia, piedras de nuestras playas recurrentes, de nuestros caminos recurrentes, colgantes, miniaturas de animales o robots de cine, hojas secas para marcapáginas, tres relojes parados en tres horas diferentes, pequeños altares. Lo minúsculo se hace visible.

Te escribo junto a un ventanal de cinco metros, sin persianas. Abarca la cocina y el salón. A veces bromeo y digo que vivimos en una casa sin paredes ni pasillos. Ha cambiado el paisaje, ahí fuera. O ha girado. Porque nos hemos movido apenas doscientos metros de nuestra antigua casa. Ahora el horizonte se ha agrandado y el cielo se ha abierto sobre los árboles junto al río y los tejados al otro lado del río. Nada nos tapa la mirada. En esta hora de la tarde, con esta luz de octubre, con esta pausada luz de otoño, elijo la silla esquinada que da hacia las sombras y la última luz del atardecer sobre unos modestos montes, en vez la que elijo en las últimas horas de la madrugada, cuando desayuno frente a mi reflejo incrustado en la noche, ahí fuera —tengo tres miradas posibles—.

Desde niño me han llamado las ventanas grandes. Me permiten mirar sin tiempo hasta que lo observado se desvanece por entero —como al repetir hasta el infinito la misma palabra hasta descubrir que ha perdido cualquier significado—. Elijo las cafeterías por sus ventanales —como aquella en un parque del norte argentino que daba a los cerros y veía, al atardecer, las hogueras de los vagabundos para pasar los noches de un agosto invernal—, elijo las ventanas de las cocinas: para escribir, como en la de mis padres, desde donde se escuchaba el fragor del parque de juegos y el brillo del sol sobre los ladrillos rojos del barrio; para esperar, como en la enrejada de mis abuelos, que daba a un camino blanco en el que aparecía mi padre con una cesta de mimbre y una caña de pescar, la camisa abierta, el cuerpo un árbol erguido.

—ahora, una pareja se ha detenido, a medio centenar de metros de estas nuevas casas, no todas ocupadas. Señalan esta ventana, imagino sorprendidos por su tamaño, por la ausencia de persianas. Soy quien mira y quien es observado, ahora—.


Leo, desde el inicio de esta mudanza, la trilogía Cegador de Cărtărescu donde Mircea escribe sobre mundos febriles, infinitos, oníricos y translucidos, sobre insectos, miradas vueltas hacia el centro del cerebro, la eterna pregunta de quién soy yo o qué es la existencia, junto a varias ventanas. Una de ellas es un tríptico, como la nuestra, pero a través de ella Mircea ve Bucarest y un mundo de estatuas. Yo veo, ahora, nubes delgadas, la línea de sombra que traza una frontera en una campa, los árboles junto al río, una bandada de gorriones, la luz de otoño.   

Intento guardar las emociones de estos primeros días, los cambios alrededor en esta construcción de un hogar. Dentro de unos años me sorprenderán los cambios en el paisaje de esta ventana, las transformaciones invisibles en nuestro hogar.


Los lunes de Anay. Escondites…

"como un poema enterado
 del silencio de las cosas
 hablas para no verme"

                                ALEJANDRA PIZARNIK


APRENDIZAJE

Un centenar de veces rebatido,
cercado, corregido, matizado,
advertido por sabios, castigado,
quemándome los ojos
entre esos tecnicismos
intraducibles, griegos, alemanes.
Y a pesar de esas cosas
todo lo que uno sabe
lo supo ya de niño.
Para entender
hace falta orinar en una esquina.
Hace falta quebrarse una muñeca.
Hace falta batirse con espadas de palo.
Hace falta haber roto un cristal a patadas.
Ya ves, al fin y al cabo
la infancia deja surcos
por los que transitar continuamente.
Y son los mismos surcos,
que se inundan a veces,
que se embarran a veces.

                                      MARIO CUENCA SANDOVAL



https://www.youtube.com/watch?v=oLF2AEXe190


Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 2 de octubre de 2023

Los lunes de Anay. Bola 8...

¿Te acuerdas de mí?

                                SONJA AKESSON


LA HORA DE SORPRENDERSE OTRA VEZ

algunos se siguen sorprendiendo
de que el asesino sea un chico tranquilo
y elegante, de sonrisa amable,
que haya frecuentado la iglesia
y que, de estudiante, sacase casi siempre
sobresalientes
y destacara igualmente en los
deportes,
y que fuese respetuoso con los mayores,
adorado por las niñas
y las jóvenes,
y admirado por sus
compañeros.

"no puedo creer que haya sido él...".

se creen que un asesino ha
de ser feo, grosero, antipático,
que ha de mostrar indicios,
señales de ira y
locura.

a veces los que son así también
matan.

pero a un asesino en potencia
no se le descubre nunca
por su aspecto.

ni a un político, un cura o
un poeta.

o al perro
o la mujer
que menean
la cola.

el asesino puede estar en cualquier sitio
como tú
que ahora lees esto

pensando.

                                   CHARLES BUKOWSKI
                                   (Versión de Eduardo Moga)



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 25 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Helio...

Mis libros están en treinta cajas en la nueva casa. En esta, con las paredes vacías y bolsas alrededor y cierto desorden, sólo la trilogía Cegador de Cărtărescu, los poemas de Olga Novo, una novela de Chivite. Y La república del sueño, de Nélida Piñón, un libro-baúl donde guardo, entre sus páginas, los primeros pasos de este amor a corriente —entradas de cine y teatro y programas de museos, facturas de hotel, mapas, artículos recortados, notas y mensajes escritos a mano—. Es extraño este habitar dos casas, tener un camino comunicante entre ellas, que una se llene, también en el caos, mientras otra se vacía y que en ese camino haya alegría y un poco de tristeza. Para que esa extrañeza baje, he dejado un cuadro con un mensaje de bienvenida grabado en unas hojas secas.

Terminé de recoger mis libros en la mañana del jueves pasado. Llovía desde el amanecer. Quería, esa mañana, tener tiempo para cada libro; reencontrarme con las lecturas del confinamiento y mis notas a lápiz en las primeras páginas; preguntarme por qué hay libros de cuya lectura no recuerdo una frase —como lluvia que no empapa—, libros cuyo recuerdo es una emoción, una sensación, o libros a los que me gustaría volver una y otra vez; regresar a las librerías de Cádiz, Valladolid, Tucumán, Madrid, Logroño, Barcelona, Gijón, Alicante o aquella de Madrid junto a un templo egipcio donde encontré a Vonnegut y contar las horas de lectura, las horas en librerías y ferias, las horas de conversaciones. Ahora esas cajas están en un par de habitaciones sin muebles y pienso en desempaquetarlas con lentitud y organizar de nuevo mi biblioteca.

Entro en nuestro nuevo hogar, registro la desnudez de nuestro terreno aún sin césped, de nuestras habitaciones sin muebles, e intento capturar este instante que es el inicio de algo, de algo que crecerá con el tiempo y de un vacío y caos que se posarán y recompondrán en intimidad y refugio. Quiero recordar estos días para mi yo futuro, para que vea lo que e. y yo hemos creado.

Llevaremos un puñadito de sal este sábado, nuestro primer día en nuestro hogar, donde dormiremos en un colchón en el suelo a la espera de nuestros muebles. Empezamos de cero, ýb, con una mesa, algunas sillas, un colchón, las estanterías que hizo mi padre, los libros y recuerdos en cajas, la ropa en maletas y mochilas.


Los lunes de Anay. Helio…

Es maravilloso cuando te despiertas, abres los ojos y dices:
"Cojonudo. No me he muerto".

                                                KARMELO C IRIBARREN


TANGO
(Imitación de JG)

Ganas de estar sin tu recuerdo
de echarme unos besos en el bolsillo
y salir a borrarte
entre otros brazos
bajo otras sábanas
en otra noche
Ganas enormes de quitar de mi alma tu retrato
de caminar de espaldas a ti
hacia otros amores o desastres
hacia nombres como esperanza isabel
Ganas descomunales
de no oír más tu silencio
ganas de sepultarte vestida en mucho olvido
de sembrarte en un adiós sin más llantitos
de regresar sin ti pero feliz
a mí mismo silbando ya sin lágrimas
bellamente recobrado el
paraíso.

                                  LUIS ROGELIO NOGUERAS




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 18 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Acopio...

… Ayer, después de un camino entre acantilados, entramos en la pequeña capilla de la Providencia. Siempre me siento en los bancos finales para no molestar a los creyentes en sus rezos, para estar en mi silencio. La Virgen y un niño negros en el altar y una pared donde los feligreses, peregrinos y visitantes dejaban sus peticiones a la Virgen negra. Me entretuve ante esos mensajes a bolígrafo o lápiz y entre los cuales, chupetes, baberos, peluches de burritos, plumas de gaviotas, figuras de corazones. Leí un puñado: niños que querían, en su letra primera, que los asesinos se “icieran” buenos, mujeres y hombres rogando por la salud de sus hermanos, estudiantes que pedían aclarar su futuro, cartas en francés e inglés, cartas dobladas entre otras, fotografías y estampas, mensajes cortos: por Estefanía. Como en los tocones del camino, entre tótems de piedra, las cartas que recuerdan y piden e imploran y agradecen.


Los lunes de Anay. Acopio…

"El espejo multiplica por dos la soledad"

                                                             JAVIER PUCHE


SONSONETE

No protestes más,
airado corazón,
que a nadie importan ya
tus fútiles lamentos.

                                   ANAY SALA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 11 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Imponderables...

Esta mañana, el inicio del otoño en las primeras hojas secas sobre el camino del monte. Conozco cada recoveco de este camino, lo hago una vez a la semana, al menos. Lo veo cambiar a lo largo del año, la oscuridad, ahora, mientras quedan hojas en los árboles, la claridad gris y desnuda del invierno; el crujido de los pasos sobre las hojas rojizas del otoño que se convertirán en una masa cenicienta para la primavera; los árboles inclinados junto al camino, donde cuervos, pájaros carpinteros y, alguna vez, ardillas; la llave dorada y oxidada clavada en uno de los troncos, como símbolo de admisión y acogida; los repechos donde descansar y las fuentes naturales de las que sale un agua rojiza, mineral; las sendas que atajan hacia la cumbre y me hacen sentir en un mundo solitario y primigenio. Hace un par de otoños recogí docenas de hojas secas de roble que dejé en invierno entre papeles de periódico y que ahora me sirven de marcapáginas y de pasado. Hoy, al final del camino, un ruido extraño me hizo volverme —la lluvia sobre la copa de los árboles. 

*

Sigo anotando en el móvil aquello que capto durante el reparto. 
Una niña le escribe a una amiga recién mudada que la echa de menos, un niño le cuenta sus días de playa a otro amigo, los nietos escriben con su caligrafía primera y a lápiz cuánto quieren a sus abuelos. Hoy sólo los niños escriben postales. 
Empieza a firmar en el certificado, un hombre de manos y letra temblorosa. Se detiene y me dice que no sabe cómo continuar, parado como el reloj a su espalda, siempre a las diez menos veinte. 
Encuentro una flor en la puerta de m. Murió hace un par de semanas. Tenía mi edad. Hace un año me dijo que había encontrado la figura de un elefante blanco entre los contenedores de la basura, que se lo llevó a casa y le empezaron a ocurrir cosas malas —se le caían cosas en la cabeza, perdió la prestación por un error, no veía a su hija—. Dejó el elefante en un pequeño parque junto a su casa. Hay que alejarse de las malas energías, me decía mientras me enseñaba el elefante blanco entre los arbustos. 
Pero la mejor imagen de este verano fue un viernes, en el parque donde poemas bajo la lluvia, años atrás. Un hombre hacía pompas gigantes junto al puesto de helados. Los niños gritan y saltan y ven elevarse las pompas entre los árboles. Un niño mayor explota las pompas con su dedo índice, como si tuviera el poder de explotar planetas. Hay adultos alrededor y todos sonríen. Y la niña más pequeña del grupo, apenas acaba de empezar a andar, ajena a las pompas, recolecta hojas secas del suelo que luego da, por orden, a su abuelo, a su madre, a su abuela. 

2023.09.03


Los lunes de Anay. Imponderables…


"Soñar despiertos siempre" 

                                       EDUARDO GARCÍA

                                                       
AMOR AMOR

El Mar
juega con la Botella
la desnuda
la enreda entre sus patas azules
le da vueltas

Trepa
las porosas rodillas de la playa
la mece
la ensucia
enrosca
- desenrosca-
salta al cuello
la bebe

El mar
brinda con la botella
le perturba
le entierra
desentierra

¡La Botella y el Mar!
Yo te recuerdo.

                             ANA MARÍA IZA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 4 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Propium...

Apenas inicio mis vacaciones tras unos meses agotadores. No habrá camino este año, ni viajes, creo. Septiembre será para llenar cajas y maletas y hacer de un espacio ahora casi vacío un nuevo hogar.

Hace poco un compañero me dijo que sus mudanzas le enseñaron a deshacerse de los superfluo. A la décima caja, me decía, te cansar y hartas. Así que concluyó, de forma prematura, esa recolección de todo lo que acumulamos en nuestras vidas. Yo tengo centenares de libros, no mucha ropa, no muchas fotos, algunos recuerdos y piedras de mis viajes, los relojes parados de mi padre mi tía mi abuelo —cada uno a una hora distinta, una hora a la que podría dar un significado, convertir esos relojes detenidos en una señal de un momento revelador—.  Lleno una caja al día con mis libros. No tengo prisa. He empezado por las estanterías de lecturas pendientes. Entonces, la locura de querer leer cada libro en mis manos, de iniciar ciento y una lecturas simultáneamente, de querer parar el tiempo como en los relojes de mi padre mi tía mi abuelo para que pueda llegar hasta el último libro de mi biblioteca —porque en este tiempo real no habrá un libro que marque el final, porque hay dedicatorias que me indican el tiempo que llevan algunos libros conmigo sin haberles encontrado un hueco, porque mi biblioteca crece de manera lenta y un nuevo libro desplaza a los antiguos—. Antes del verano, en una feria de libro usado, escuché a una mujer que quería vender sus libros por su primera mudanza. Tenía cerca de sesenta años, afrontaba la mudanza como un trabajo hercúleo, quería deshacerse de lo viejo. Unos días después, en el mismo puesto, una lectora buscaba un libro que había perdido en una mudanza— Ahora, no sé por qué, recuerdo una librería de viejo caótica donde los lectores echábamos los libros de una columna a otra en la mesa y aquellos gestos convulsos parecían el movimiento de las dunas del desierto—. 

Esta mañana me desperté antes de la primera luz. Encendí una pequeña lámpara en la cocina y desayuné en la penumbra previa al amanecer. A través de la ventana alargada el paisaje de estos últimos años: las casas cercanas, el monte fronterizo —y el silencio afín de esas primeras horas—. Había un viento y un calor extraños —luego, en la aurora, la luz seca y el polvo amarillento del desierto en el cielo—. Después de un año de amaneceres rápidos, esta lentitud y esta quietud de septiembre. En nuestro nuevo hogar, un ventanal de cinco metros. Será otro formato de mirada. De lo alargado a lo panorámico. Cómo será tener tanto cielo.

Estoy, ahora, en todos los tiempos, el pasado vaciándose en cajas y relojes parados, el presente donde estar con Elena, leer a Cărtărescu y descansar y preparar la mudanza, el futuro que está por llenarse, en espacio y tiempo. 


Los lunes de Anay. Propium…

"Ven, amigo,
 voy a darte un lugar."

                             ENRIQUE GRACIA TRINIDAD


LA QUIMERA DEL ORO

La cabañita inclina
en el abismo, al borde,
como una lágrima que no acaba
de caer,
                      la milagrosamente
inclinada cabañita:
el mismo aire
que la inclina hacia abajo,
de pronto, la alza
a salvo, en la luz.     

Intocada, intocable.

                              FINA GARCÍA MARRUZ




Feliz lunes.

Un beso,

Anay