La matanza de ancianos, mujeres y niños en My Lai no fue
un hecho aislado en la guerra de Vietnam. Es lo que trata de explicar Nick
Turse en su ensayo Dispara a todo lo que se mueva, la guerra no como un combate
contra un ejército enemigo, sino como un espacio de fuego libre donde cualquier
persona es un objetivo, ya sean campesinos, francotiradores o bebés, y los
poblados y campos han de ser arrasados hasta que no quedase un atisbo de vida.
Y lo hace de manera detallada, con informes desclasificados, cartas de
soldados, actas de consejos de guerra, expedientes y comunicaciones del alto
mando, reportajes y noticias de la época, declaraciones de los periodistas,
soldados y supervivientes de las matanzas. Turse inicia su libro con un repaso
a las cuatros horas donde miembros de la Compañía Charlie destrozaron My Lai y las
raíces de la guerra que se hunden años atrás, los tiempos de Vietnam como una
colonia, la división en dos del territorio, la promesa de unas elecciones que
nunca se llevaron a cabo por miedo al triunfo comunista.
My Lai, que fue un hecho conocido y repudiado en su
momento, opacó las demás matanzas sobre la población civil. Turse (de)muestra
cómo los mandos militares y políticos plantearon una guerra donde las matanzas
y los crímenes eran una estrategia y no algo aislado fruto de un puñado de
manzanas podridas. Vietnam no es sólo la derrota del ejército norteamericano y
las mentiras continuas de las diferentes administraciones sobre las
motivaciones y la deriva de la guerra, también (sobre todo), el drama de los
campesinos de Vietnam del Sur, atrapados en una guerra que no entendían y su
negación a dejar atrás sus hogares, sus campos de trabajo y a sus ancestros por
los suburbios de Saigón o los campos de internamiento en los que pasar hambre y
miseria.
.
Alcanzar el punto crítico, el momento en el que los soldados norteamericanos mataran a más
enemigos de los que sus adversarios vietnamitas pudieran reemplazar. La
idea del punto crítico era brutal, la manera de saber si se llegaba a él era a
través de los recuentos de bajas, y obtener un buen número de bajas se
convirtió en el objetivo del ejército norteamericano. Se incentivaban las bajas
con permisos y medallas, se daban instrucciones poco claras, se presionaba para
conseguir un número determinado de muertos para, luego, superarlos en los
siguientes combates. Desde el entrenamiento en Estados Unidos se inculcaba a
los futuros soldados que los vietnamitas estaban por debajo de lo humano, se
les animaba a matar, matar, matar. Una
vez en combate, muchachos lejos de su hogar, con miedo e ideas preconcebidas,
asumían el disparar a todo lo que se moviera como parte de la guerra. Los
mandos ocultaban los informes de las matanzas, hacían consejos de guerra que
eran una farsa, seguían presionando por un recuento de bajas alto, aunque en
esas bajas hubiese más campesinos que combatientes vietnamitas.
Turse detalla el sistema de combate del mando americano
en Vietnam, la presión ejercida sobre los soldados, la zona de fuego libre,
convertida en una sucesión de cráteres, aldeas quemada y fosas comunes, esa
guerra que siempre estuvo a punto de ser ganada y que acabó por ser una derrota
dolorosa. Más allá de My Lai hubo centenares de matanzas. Se respondía al fuego
de un francotirador con napalm y artillería que arrasaba los poblados de
campesinos, se entraba en esos poblados y se mataba a todo lo que se moviera,
seres humanos y animales, se violaba y mutilaba a ancianos y mujeres, se
destrozaban los cuerpos de los bebés, se colocaban armas para disfrazar la
matanza en un enfrentamiento con el vietcong, pero los números mostraban la
verdad, por cientos de muertos vietnamitas ninguna arma y ninguna baja
americana. Eran gooks, no humanos, y
esa idea del mando arraigó en muchos soldados.
Los helicópteros sobre los arrozales y los artilleros
esperando una señal para disparar sobre los hombres que trabajaban en los
campos, las mujeres violadas y luego asesinadas, las aldeas quemadas y los
ataques a sampanes de pescadores, la defoliación y los herbicidas tóxicos, las
granadas en los búnkeres y los ancianos molidos a golpes, los campos de
internamiento donde morir por inanición, las celdas tipo jaulas de tigre que
convertían a hombres en seres deformes. Turse muestra la guerra que se ocultó
al pueblo norteamericano, aquella que produjo millones de bajas civiles de
manera consciente. Y lo hace gracias a los testimonios de quienes lucharon por
mostrar la verdad al volver a su tierra, con documentos del alto mando y cartas
de soldados que describen, asolados, qué ocurría en su compañía, lo hace con
números, con las palabras de los supervivientes, con recortes de prensa y
reportajes no publicados. El trabajo y las pruebas son inmensos.
Dispara a todo lo
que se mueva deja una pregunta al aire,
qué tipo de guerra libra Estados Unidos tras Vietnam.
El asesinato de una docena de civiles aquella noche de
octubre de 1967, varios meses antes de la matanza de My Lai, es apenas una nota
a pie de página en la historia empapada en sangre de la guerra de Vietnam. Sin
embargo, en la historia de Trieu Ai se puede ver prácticamente, como en un
modelo reducido, el desarrollo de toda la guerra. Aquí estaban repetidos el
bombardeo aéreo y el fuego de artillería machacando a la población rural casi
diariamente y obligándola a meterse en los búnkeres subterráneos. Aquí estaba
el incendio deliberado de las casas de los campesinos y el traslado de sus
moradores a campamentos de refugiados, donde sus movimientos eran estrictamente
controlados por el gobierno. Y aquí estaba también el resultado inevitable del
entrenamiento de los soldados: las incesantes consignas de «Mata, mata, mata», la
deshumanización de los dinks, gooks, «vietnamitas-de-mierda»,
«ojos-oblicuos», y la insistencia constante en que incluso las mujeres y los
niños pequeños debían ser considerados enemigos potenciales
Los
elementos clave presentes en Trieu Ai se repiten una y otra vez en los
expedientes de los crímenes de guerra y los recuerdos de los excombatientes.
Soldados furiosos preparados para asestar golpes, a menudo después de sufrir
bajas en la unidad, civiles atrapados en su camino, y oficiales en el campo
emitiendo órdenes ambiguas o ilegales a jóvenes condicionados para obedecer:
ésa fue la receta básica de gran parte de los asesinatos en masa llevados a
cabo por los soldados de Ejército y los marines a lo largo de los años.
***
Hubo
que esperar a la primavera de 1970 para que la historia de Henry apareciera por
fin en la prensa, publicada en el primer número de una revista dedicada a la
revelación de escándalos y que iba a ser de corta vida, Scanlan´s Monthly. En una conferencia de prensa, manifestó a los
periodistas que «incidentes similares a los que he descrito ocurren a diario y
difieren unos de otros sólo en el número de personas asesinadas». Al día
siguiente aparecía en Los Angeles Times
un breve artículo sobre estas observaciones, e investigadores del Ejército se
reunieron finalmente con Henry para una entrevista. Pero aunque se quedaron una
declaración jurada suya de diez páginas, a estas alturas Henry tenía ya muy
poca fe en la justicia militar. «Nunca tuve la impresión de que estuvieran
haciendo algo», me decía años más tarde.
Sin
embargo, Henry no se dio por vencido. En enero de 1971, reunió a más de un
centenar de excombatientes de Vietnam que testificaron en Detroit en un acto
organizado por la VVAW que ellos llamaron «Investigación Soldado de Invierno»
(El nombre se tomó de un panfleto escrito por el patriota revolucionario Thmas
Paine en 1776, que comenzaba: «Éstos son tiempos que ponen a prueba el alma de
los hombres. El soldado de verano y el patriota del buen tiempo se abstendrá de
prestar servicio a su país en esta crisis, pero el que se mantiene firme ahora,
merece el agradecimiento de hombres y mujeres»). Una vez más Henry transmitió
su experiencia a la audiencia, con escalofriantes detalles:
Entramos en una pequeña aldea.
Diecinueve mujeres y niños fueron rodeados como sospechosos vietcongs. El
teniente que los reunió llamó al capitán por radio y le preguntó qué debía
hacer con ellos.
El capitán se limitó a repetir la
orden que había dado el coronel aquella mañana. La orden era disparar a todo lo
que se moviera […]. Cuando
yo caminaba hacia él, me volví, y miré hacia el lugar, miré hacia donde estaban
los vietcongs, los supuestos vietcongs, y vi a dos hombres que sacaban de una
choza a una joven, de unos diecinueve años, muy hermosa. No llevaba ropa, así
que supuse que la habían violado, lo que era perfectamente SOP [estándar operating procedure] –el
«procedimiento operativo habitual» para civiles– y fue empujada el montón de
las diecinueve mujeres y niños. Entonces cinco hombres colocados alrededor del
círculo abrieron fuego con sus M-16 automáticos. Y ése fue el final de todo.
Nick Turse. Dispara a todo lo
que se mueva. Traducción de María Tabuyo y Agustín López Tobajas. Sexto Piso.
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