Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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jueves, 27 de febrero de 2020

El precio de la amistad. Kjell Askildsen

a) Salgo de los cuentos de Askildsen con la sensación de haber atravesado un paisaje vacío: la tensión ante algo que está por suceder, por hacerse presente y cambiarlo todo,  una verdad que está por revelarse pero que se malogra antes de concretarse, la vida de unos personajes que parecen atrapadas en el tedio y que ansían, al salir de casa, vivir una experiencia, o miran por la ventana en busca de una luz que destelle, por un instante, en la oscuridad, y rompan su aislamiento. La escritura de Askildsen es fría, lacónica, es la palabra justa y precisa, apenas necesita unos trazos para componer una escena, apenas un par de frases para conocer la voz y rostro de sus personajes, unos personajes que se enfrentan a unas relaciones decepcionantes y agotadas, unas vidas anodinas dominadas por silencios abrumadores, por lo que no se dice, convirtiendo esos silencios en frontera. Los diálogos, parcos, sólo sirven para mostrar la distancia entre los personajes, la soledad y el aburrimiento de cada uno de ellos. Y es en esa soledad, casi siempre en la noche, antes de acostarse, donde los protagonistas se quedan ante sus pensamientos, el mundo interior e inaccesible al otro, y llegan a percibir una verdad terrible.

Se quitó los zapatos y se metió debajo del edredón con la ropa puesta, luego volvió a levantarse, cerró la puerta y volvió a acostarse. Pero enseguida supo que no lograría dormirse y que quedarse sin hacer nada no haría sino empeorarlo todo, reforzar esa creciente sensación de abandono, de extravío. Y sin embargo no se levantó, pensó: Pero si así es como es, si este es el núcleo de mi vida. Lo otro no es más que actividad, acción, huir de ser reconocido.

b) Hablo de un paisaje vacío al salir de los libros de Askildsen no como algo peyorativo o decepcionante, sino asombrado ante la desnudez de una escritura capaz de mostrar una vida entera a través de un detalle de ella. No hay refugios en los paisajes vacíos, y eso parece ocurrir en la vida de los personajes de Askildsen, no hay un lugar seguro, lo importante ocurre en la mente de los protagonistas, no en sus palabras, mantienen conversaciones intranscendentes mientras lo primordial, el centro de su pensamiento, queda oculto al otro. Entonces, la tensión y la tirantez ante aquello que no se dice, ante un mundo interior que no se verbaliza. La distancia y la separación y el agotamiento: así transcurren los encuentros entre los personajes.

c) Askildsen escribió los cuentos El precio de la amistad, que apenas ocupan ochenta páginas, entre 1998 y 2004. Imagino la labor de poda de estos cuentos hasta dejarlos desprovistos de todo lo superfluo. Algunas descripciones de caminos y paisajes, algún rasgo físico despechado en un par de adjetivos, poco más. Y aún así, en ese paisaje vacío, siento el mundo subterráneo de los personajes, su tedio y su malestar, su búsqueda de una experiencia, su alejamiento e incomprensión del otro, algo que está por emerger, tal vez con una violencia seca y rápida. Son vidas en un paraje gris, enfriadas por los años y los encuentros con el otro, que se sorprenden cuando una luz aparece en un estallido de un segundo antes de desaparecer, dejando una estela confusa y extraña. Hay un hombre, un anciano ciego, que siente que todo se iluminó por un instante al volver la cabeza hacia su hijo y advierte el desconcierto de quien se encuentra ante una revelación, otro que enciende un farol para hacerse visible a su vecina y marcar su posición en la noche para romper una soledad que le ha dejado sin palabras, hay quien acude al entierro de un hermano y cuando sale a la luz del otoño sólo quiere desaparecer de la multitud, quien queda con un amigo para comer esperando una conversación significativa, hay un hombre que se pregunta por lo que cree que su mujer sabe de él, un matrimonio que ha dejado de reconocerse.

¿Qué sabes tú de lo que yo creo?, dijo ella, cuéntame lo que crees que yo creo.
No contesté. Pensé: Que se joda.
La toqué suavemente y dije que sentía haber dicho que había quedado con William.
Bueno, dijo ella.
Retiré la mano.
No tenía nada que ver contigo, dije.
Pero, Martin… dijo ella.
No sabía qué más decir. Ella se volvió y me miró. Nuestras miradas se cruzaron. Era incapaz de ver lo que había en esa mirada. Ella estaba completamente tranquila; tenía una expresión parecida a la que tiene a veces cuando duerme. Me acarició la mejilla.
Esto no cambia nada, dijo.
Así es, pensé.
¿A que no?, preguntó.
No, contesté.

coda) Me gusta Askildsen. Su austeridad. Su laconismo. He disfrutado de estos relatos, no tanto como en aquellos, admirables, de Desde ahora te llevaré a casa o los recogidos en Todo como antes; los he leído con lentitud, me ha vuelto a ganar con su forma de desprenderse de lo intrascendente para hablar de la distancia con el otro, de todo aquello que no se dice. Entiendo que haya a quien no lleguen estos relatos. Que les parezcan esquemáticos. Para mí tienen el valor de un paisaje vacío: me hace preguntarme por aquello que falta.







Cuando la mujer se alejó, él dijo que hacía mucho tiempo que no nos veíamos, y que mientras estaba esperándome, pensó que quizá fuera demasiado tiempo y no nos reconociéramos, y tal vez hubiera variado nuestro concepto de nosotros mismos, porque era muy normal que hubiéramos cambiado, al menos con relación al otro, ya que la influencia recíproca había cesado.
Esas eran las palabras que yo había utilizado en mi discurso esa última noche, dijo él, yo había dicho que la amenaza para una amistad era que la influencia recíproca cesara.
Kjell Askildsen. El precio de la amistad. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Nórdica libros.

domingo, 21 de febrero de 2016

Desde ahora te acompañaré a casa. Kjell Askildsen

Askildsen es la palabra exacta y la frase precisa. En sus relatos cortos deambulan muchachos que descubren el sexo, se enfrentan a la figura paterna o se esconden para mirar sin ser vistos, padres perdidos por una ciudad desconocida y que ven en su hijo a un extraño, parejas que siguen adelante por inercia, a pesar de la tensión, el odio y los celos y tratan de que todo siga como antes, instantes donde algo está a punto de revelarse, una verdad última, una renuncia o la perdición y que deja a los personajes y la acción en suspenso. Askildsen sugiere más que describe, se detiene en un momento concreto y significativo y lo muestra de manera sencilla, desarrolla la historia y los personajes hasta que quedan desnudos y desprotegidos.

Los relatos de Desde ahora te acompañaré a casa tienen una estructura sencilla y clara, los primeros centrados en la adolescencia y el misterio del sexo y la amistad, los centrales en las relaciones entre padres e hijos y los finales en el complejo mundo de las relaciones amorosas. Si en los primeros relatos, los muchachos y muchachas sienten el sexo como algo puro, primigenio y enigmático, un camino para entender la vida y el mundo adulto, en los finales las parejas están hastiadas, llenas de rabia contenida y celos, una evolución que muestra la pérdida de la inocencia inicial y las relaciones como un sentimiento deteriorado y decaído, una lucha por el poder entre dos personas que bascula entre la necesidad y el odio.

De los primeros relatos, quedarse quieto y enmudecido ante la primera relación sexual, acercarse a un acantilado y sentir el vértigo y la cercanía de la muerte (un conocimiento que hace madurar a un muchacho tímido), mirar la vida a través de unos prismáticos y sentir en esa distancia protectora el engaño y el vacío de un mundo extraño, los recuerdos de un padre severo que ejercen como bisagra a los relatos sobre padres e hijos distanciados. De estos primeros relatos, la sutileza de Askildsen para hablar de miedos, descubrimientos y vértigos, de cobardías y el primer atisbo a la vida adulta. 

Ella se tumbó boca arriba, y él se dio cuenta de que lo estaba mirando. Qué poema tan raro, dijo ella, y la manera en la que lo dijo le hizo sentirse feliz. ¿Te ha gustado?, preguntó él. Ven aquí y te contestaré, respondió ella. Él se tumbó de lado con la mano en el hombro de ella y el antebrazo sobre su pecho. Te admiro, dijo ella. Lo miraba mientras lo decía, y él no entendía cómo ella podía decir algo tan grande mirándolo a los ojos. Él llevó la mano hasta el pecho de ella, y ella dijo pero no por eso te dejo arrugarme la blusa. No, dijo él, y empezó a desabrochársela.
—¿Nunca te hartas de mirar? —preguntó ella.
—Nunca hasta ahora he desabrochado esta blusa.
—Es nueva.
—Tiene más botones que ninguna.
Le abrió la blusa. La cogió por los hombros y la levantó para poder pasarle la mano por detrás. Le desabrochó el sujetador y le dijo quiero quitarte la blusa del todo. Ella se limitó a sonreír. Él le quitó la blusa y el sujetador, y los pechos se desparramaron un poco, pero no mucho. Tenía la sensación de que ya había vencido todas las dificultades. Ahora podía mirarla de nuevo a los ojos. ¿Ya estás feliz?, preguntó ella. Sí, respondió él, estoy pensando que ninguna otra cosa puede hacerme tan feliz. Pero hay algo más, y tengo que probarlo.


Hay un relato portentoso en Desde ahora te acompañaré a casa, La noche de Mardon, donde un padre va a visitar a su hijo a la ciudad. Llega de noche, está desorientado, le cuesta encontrar la casa de su hijo. En un par de habitaciones, padre e hijo, con mismo nombre, se hablan y se escabullen, se acercan y se temen, se odian y se abandonan. Padre e hijo que no encuentran un lugar donde coincidir, donde sentirse cómodos. Askildsen cambia el punto de vista, pasa de una habitación a otra, en una el padre que recuerda el viaje hecho y sus ganas de huir, en la otra el hijo que habla con su amante y le descubre su rabia contenida. Hay desolación, odio y tristeza en este relato, hay una escritura concisa y directa, hay tensión y algo que está por derrumbarse. Las relaciones en Askildsen, una vez abandonada la adolescencia, parecen resquebrajadas. 


«Querido Mardon: Vuelvo a casa en el tren que sale dentro de unas horas. Tenía muchas ganas de volver a verte, y me alegro de haber venido. Pero soy más viejo de lo que pensaba, y el largo viaje me ha dejado muy cansado. Si al menos hubiera logrado dormir…, pero había olvidado el efecto que tienen en mí las habitaciones extrañas, y mi corazón no es tan fuerte como antes. Estoy seguro de que me entenderás. Que te vaya todo muy bien, chico. Con cariño, tu padre». Dejó la carta encima de la mesa, luego se acercó a la puerta, apagó la luz y abrió con cuidado. El pasillo estaba oscuro. Volvió a cerrar la puerta y encendió la luz. Tal vez no se hayan dormido. Empujó la puerta hasta abrirla del todo, de manera que la luz de la habitación iluminara la escalera. Oía un murmullo lejano y difuso. Sí, sí, da pena, lo sé. Pero entonces finge un poco de amor, aunque solo sea por un día, no solo por él, también por ti. Empezó a deslizarse por el pasillo hacia la escalera. ¿Fingir amor? Parece muy sencillo. Se agarró al pasamanos con la mano derecha. El pasillo de la planta baja estaba a oscuras. Cuando me dio los álbumes lo llamé padre. Pude ver lo feliz que se sintió, y entonces lo odié. ¿Qué me ha hecho él para que ni siquiera pueda soportar que se sienta feliz por algo que yo le diga? Andaba despacio, cada vez estaba más oscuro. A cada paso que daba era como si dejara atrás un yugo. Iba tanteando continuamente para encontrar el interruptor, abrió la puerta del portal, voy camino a casa. ¿O qué le has hecho tú a él? preguntó Vera. Ella había apagado la luz y estaba tumbada en el colchón hinchable, con las manos debajo de la mejilla. ¿Qué quieres decir? Solo que suele ser el deudor el que odia a su acreedor, no al revés. Andaba sonriente en medio de la tranquila calle, entre los portales sin número, robados, eso dicen, dentro de dos días estaré en casa, voy camino a casa. Recuerdo, dijo ella, que en una ocasión una persona me hizo un gran favor. Debería haberle dado las gracias, se las debía, eso me parecía, pero no lo hice, lo aplacé hasta que me pareció demasiado tarde, y un día me enteré de que había muerto. ¿Adivinas lo que sentí? Alivio. Pero no vine por aquí, veamos, vine por el este, más vale salir de estas callejuelas, nunca se sabe lo que puede ocurrir, un gato negro significa suerte. No soy supersticioso. Dios sabe adónde llegaré. Este lugar tiene muy mala pinta, más vale andar por en medio de la calle. Nunca he estado aquí. ¿Por qué creo que vine por el este y, en ese caso, dónde está el este, en mitad de la noche? Bueno, tengo mucho tiempo, puedo ir hacia el oeste, pues antes o después me toparé con algo que no sean gatos negros. Dime qué puedo hacer, dijo Mardon. Ella no contestó. Estaba llorando. ¿Por qué lloras, Vera? 




Los últimos cuentos son excepcionales, parejas que se aman y odian a partes iguales, que se dejan llevar por los celos o la obsesión, que vigilan y encierran al otro, las relaciones como un problema entre lo que se espera del otro y la realidad, como si los personajes de Askilden quisieran que el otro fuese una marioneta fácil de controlar. Aquí, la escritura de Askildsen, es escueta, muestra el nerviosismo y la incertidumbre de los personajes, los lleva hasta el delirio o la inquietud. El mejor de estos relatos es Todo como antes (que dio título a la colección de relatos editada por Debolsillo), una pareja en Grecia, un hombre que quiere castigar y boicotear a su mujer por sus escarceos y que se sabe débil y enfermizo. 

Desde ahora te acompañaré a casa es una lectura intensa, certera y desafiante, una buena muestra de la habilidad y maestría de Askildsen en el relato corto, la tensión y el encierro en el que viven sus personajes, su forma de acercarse al otro con el misterio de la adolescencia o de alejarse en la madurez y la vida como desarraigo y tensión.








Karl se detuvo y se echó el flequillo hacia atrás. Estaba sudando otra vez. Permaneció unos instantes mirando hacia su casa, destruida por el incendio. Yo empezaba a impacientarme. Lo había acompañado hasta allí porque quería realizar una buena acción, y me parecía que ya era hora de que me pidiera ayuda.
¿Crees que Dios podría haber evitado el incendio?, preguntó.
Sí.
Estaba en medio de la pequeña llanura, a algo más de un metro del precipicio.
¿Es verdad que Dios no deja que se burlen de él?
Sí.
Me miró asustado. Estaba de espaldas al mar y a los tejados de las casas. Retrocedió un paso. Yo me quedé como clavado en el sitio; me mareo, siempre me he mareado, no soporto ver a nadie balancearse al borde de un precipicio, no lo aguanto, pero me fascina, y no le di la espalda a Karl. Retrocedió un paso más y se detuvo a unos centímetros del precipicio, todavía de espaldas. Yo sabía que estaba tan mareado como yo. Nos miramos fijamente, creo que yo signifiqué mucho para él en ese momento. ¡Estaba tan asustado… y se mostraba tan valiente!
Me burlo de Dios, dijo, susurró, sus palabras apenas me llegaron. Seguía moviendo los labios, pero yo no oí nada más. Entonces se dio vuelta, miró hacia abajo, y entregó a Dios la mejor carta que tenía en la mano, su vértigo. No sé cuánto tiempo permaneció así, pero lo suficiente y más de lo que yo habría podido permanecer allí para probar lo contrario, es decir, que Dios existía y que me atrevía a poner mi vida en Sus manos.

***

—Me puse muy contento cuando escribiste diciendo que ibas a venir.
—Siento que haya acabado así.
—¿De verdad lo sientes?
—¿Qué quieres decir?
—¿Lo sientes realmente?
—Ya te lo he dicho. No quería luchar contra ti, ni siquiera quería tener razón sobre ti. Dime una cosa, padre, imagínate que no fuera tu hijo, imagínate que fuera un conocido y que hubieras sabido de mí lo mismo que sabes ahora, ¿te habría hecho ilusión volver a verme? ¿Alojarme en tu casa?
—Evidentemente no habría sido lo mismo.
—Así es. Y si tú sólo hubieras sido mi semejante en lugar de mi padre, no habría venido a verte. ¿No significa esto que lo que nos une no es más que una convención? Somos padre e hijo, y por tanto estamos obligados a mostrarnos afecto mutuamente; si no lo hacemos, nos invade el sentimiento de culpa. Pero ¿por qué? ¿Existe alguna razón para creer que el afecto es algo genético? No nos exigimos a nosotros mismos sentir afecto por un vecino o un compañero de trabajo. No sé si entiendes lo que quiero decir.
—Sí. Conque es así como lo ves. Una convención. Que Dios te perdone esas palabras, Gabriel. Algún día te darás cuenta de lo equivocado que estás.
—Siempre has dicho eso, desde que tengo uso de razón te recuerdo diciendo algún día… Qué diferente habría sido si no hubieras creído en Dios.
—O si tú hubieras creído en él.
—Sí. Estamos condenados a atormentarnos mutuamente.
—No culpes a Dios de ello.
—A Dios no, a la idea de Dios, ese mito tan persistente de un poder que justifica unos actos y puntos de vista que en el futuro serán calificados de inhumanos. Tú crees que Dios es la meta de una fe, pero no es verdad, Dios es la fe en Dios, y por eso Dios morirá, muere día a día.
—Estás obsesionado.
—No, no soy más que un representante de un futuro que se niega a recibir una herencia, que se niega a llevar a Dios sobre la espalda.
—Será mejor que te vayas.
—Sí.
Fue hacia la puerta. Puso la mano en el picaporte y se volvió a mirar por última vez a su padre, que estaba sentado inmóvil en el sillón de respaldo alto, con los ojos cerrados y las manos agarradas a los desgastados reposabrazos. 

***

Carl repitió los detalles que más lo habían humillado, excepto lo que había dicho ella de que él no era capaz de satisfacerla. Lo repitió con todo detalle, y esperó que ella se sintiera destrozada.
Llegó el camarero con la otra cerveza justo cuando Carl había terminado de decir todo lo que quería. Ella llenó el vaso despacio, luego dio un largo sorbo y dijo:
—¡Por Dios, Carl, no tenías motivos para enfadarte así! Estaba borracha y no hice nada malo.
—Bueno, bueno. De acuerdo.
—Carl.
—No nos entendemos. ¿Qué habrías dicho si yo hubiera hecho lo mismo?
—Pero tú no eres así.
—Vaya por Dios.
—Eso es importante. Tú eres tú y yo soy yo. No me conoces.
—No.
—No me tortures.
Dejó vagar la mirada y dijo:
—Un momento antes de que llegaras estaba echándote de menos, a la vez que esperaba que no vinieras. Sentía una especie de temor a que aparecieras de repente. Como si me remordiera la conciencia y encima con razón. Ya me ha pasado otras veces. Eso de echarte de menos y no querer que vengas, pura esquizofrenia. Esta noche he decidido que lo nuestro tiene que acabar. Uno se siente muy mal cuando se deja pisotear.
—Pero estaba borracha.
—Querías emborracharte, como tantas otras veces. Y cuando te emborrachas, casi siempre me pisoteas. No soy tan imbécil como para no darme cuenta de que se debe a algo en nuestra relación, algo que tú deberías intentar remediar, pero no lo haces. Callas, te emborrachas y me pisoteas. No soy un gilipollas, y estoy harto de que me traten como si lo fuera.
—Pero no dijiste nada, ¿por qué no dijiste algo?
—No puedo meterme en tus cosas de esa manera, no puedo. No tengo ningún derecho sobre ti, pero sí tengo derecho a dar la espalda a quien juega conmigo y me humilla. Si hubiera dicho más de lo que dije, me habrías humillado aún más. Debí de haberme marchado, pero me sentía demasiado miserable para hacerlo.
Ella no dijo nada. Él se sintió de repente vacío. Echó cerveza en el vaso, aunque estaba casi lleno. Quería marcharse. Esperaba que ella le dijera algo ofensivo o hiriente que pudiera darle un motivo para hacerlo. Pero ella no dijo nada. Estaban sentados uno enfrente del otro, y Carl hacía como si contemplara lo que pasaba a su alrededor. Nina tenía la cabeza ligeramente ladeada y los ojos clavados en la mesa verde. Transcurrieron unos minutos. Carl se levantó y fue al servicio. Meó y estaba triste, y cuando volvió al bar en penumbra una pieza de jazz procedente de un tocadiscos en el rincón detrás de la barra lo hizo detenerse. Un saxofón penetró el aire con secuencias vulnerables y heridos, justo lo que necesitaba. Pidió un raki para no estar delante de la barra sin tomar nada. Podía ver a Nina, escuchaba la música y la miraba a ella. Pensó: ¿Por qué me remuerde la conciencia?
Vació el vaso, salió, se sentó y dijo:
—Me remuerde la conciencia, es ridículo, pero también estoy un poco triste. No estoy seguro de que sea por tu culpa, puede deberse a mi falta de respeto por mí mismo.
No sabía muy bien por qué lo había dicho y qué quería que ella contestara, pero ella no contestó nada; se limitó a seguir mirando al infinito. Y de repente esa acusación no mencionada de la noche anterior se colocó entre ellos como un muro y como una libertad. Al levantarse, él dijo:
—Me vuelvo a casa.
Kjell Askildsen. Desde ahora te acompañaré a casa. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Lengua de trapo.

sábado, 13 de febrero de 2016

Por senderos que la maleza oculta. Knut Hamsun

Por senderos que la maleza oculta es un buen libro para preguntarse si es posible o aconsejable separar la vida del escritor de su obra escrita. Porque difícil hablar de Por senderos que la maleza oculta sin referirse a la vida de Hamsun, sus simpatías por el régimen nazi y sus últimos años enclaustrado en hospitales y manicomios para, en cierta forma, salvar su honor con un diagnóstico de locura. Quien lea esta novela/diario/ensayo, sabrá poco del pensamiento de Hamsun antes del encierro, su cercanía al gobierno fascista impuesto por los nazis en Noruega. En Por senderos que la maleza oculta, un diario/cajón de sastre, Hamsun incluye su día a día tras su detención por traición a la patria, los paseos entre la naturaleza y sus encuentros con otras personas, sus reflexiones ante su detención, el paso del tiempo y la vejez, sus recuerdos de su vida en la granja o como emigrante en Estados Unidos, el proceso judicial en sí, los interrogatorios y juicios a los que se ve sometido durante tres años y la espera a una decisión final. Hay varios niveles dentro de esta novela, el amor por la naturaleza de la parte de diario de esta novela que se mezclan con las cartas escritas al fiscal general sobre su situación o su discurso de defensa en el juicio celebrado tras años de demora. 

En esta novela/diario de Hamsun sorprende la escritura de un hombre de más de noventa años. Como en Hambre, Por senderos que la maleza oculta parece fuera de su tiempo, Hamsun y su largo monólogo interior que se detiene en describir las diferentes fases por las que pasa un hombre cautivo. Si en Hambre un escritor lleva su pobreza y pasión hasta un límite excesivo, en Por senderos que la maleza oculta Hamsun se pregunta por los motivos de su encierro, escribe pequeñas anotaciones sobre su día a día y sobre su espera, rememora un pasado distante, su soledad presente, su sordera que le hace estar ante un mundo mudo y lo aísla en un doble encierro, los días en el psiquiátrico y cómo pasa de celda a habitación, de las preguntas del psiquiatra sobre su conducta a sus pensamientos posteriores sobre su estancia en el manicomio y cómo se sentía fuera del mundo.


Además, ¿para qué iba a servir todo eso? ¿Se trataba de conseguir que se me declarase demente y, en consecuencia, no responsable de mis actos? ¿Es esa la buena voluntad que quería ofrecerme el señor fiscal general? En ese caso no ha contado conmigo. Desde el primer momento, en el juzgado de instrucción, el 23 de junio, me responsabilicé de mis actos, y desde entonces he mantenido íntegramente esa posición. Pues sabía por mí mismo que si me dejaban hablar con libertad, el viento soplaría a favor de la absolución, o algo tan cercano a la absolución como yo hubiera podido esperar y el tribunal aceptar. Sabía que era inocente, sordo e inocente, me habría manejado bien en un examen realizado por el fiscal general, contándole la mayor parte de la verdad.
Pero esta situación se trastocó por las circunstancias por las que fui encerrado, mes tras mes privado de libertad, de voluntad, a la fuerza, con prohibiciones, torturas, inquisición. Soy consciente de que la institución puede expedir esmerados certificados que digan otra cosa. Que lo haga. No todos tenemos la misma sensibilidad, para bien o para mal, pero reaccionamos de diferentes maneras en nuestras aportaciones. Algunos viven, descansan y trabajan a tirones, no consiguen nada especulando. Si alguna vez reciben una pizca de la gracia del cielo, entonces todo marcha sobre ruedas en ese instante, por lo demás se quedan inmóviles. Yo, por mi parte, habría preferido diez veces estar entre rejas en una cárcel ordinaria que ser torturado conviviendo con esos seres más o menos enfermos mentales de la Clínica Psiquiátrica.
Pero allí me quedé.

Por senderos que la maleza oculta se inicia con la detención de Hamsun y su llegada a un hospital. Sordo y con octogenario, Hamsun vive en un silencio casi absoluto que lo aparta del mundo y enmudece los gestos de las personas alrededor, un silencio que lo convierte en un ermitaño, en alguien ajeno. Hamsun será trasladado de un hospital a un manicomio, le llevarán a interrogatorios escritos, el delito la traición a la patria por su simpatía con el régimen nazi. Apenas hay pistas de lo ocurrido antes de la detención de Hamsun, y sólo alguna justificación por el vacío de noticias sobre la realidad que ocultaba el nazismo.

Se nos había ofrecido la idea de que Noruega ocuparía un lugar destacado en esa sociedad germánica mundial que se estaba fraguando. Y en la que todos creíamos; en mayor o menor grado, pero todo el mundo creía en ella. Yo creía en ella, por eso escribía como escribía. Escribía sobre Noruega, que ocuparía un lugar destacado entre los países germánicos de Europa. El que también escribiera más o menos de la misma manera sobre el estado ocupante debería ser fácil de entender. Pues no quería exponerme al peligro de resultar sospechoso, lo que en realidad y como gran paradoja ocurrió. Mi casa estuvo siempre rodeada de oficiales y soldados alemanes, incluso por la noche, sí, muchas veces también por las noches, hasta el amanecer, y a veces era inevitable que tuviera la sensación de estar rodeado por observadores, por gente que iba a controlarme a mí y a mi familia. Por parte de círculos alemanes relativamente destacados, se me recordó dos veces (si la memoria no me falla), dos veces, que yo no realizaba tantas actividades como ciertos suecos cuyos nombres me indicaban, subrayando el hecho de que Suecia era un país neutral, lo que no era el caso de Noruega. No estaban pues demasiado contentos conmigo. Se esperaba recibir más de mí de lo que daba. Teniendo en cuenta que esas eran las condiciones bajo las que escribía, debe resultar comprensible, hasta cierto punto, que tuviera que mantener algún equilibrio entre mi país y el otro. No digo esto para defenderme o disculparme. No me defiendo en absoluto. Lo expongo como explicación, como información al honrado tribunal.
Y nadie me dijo que estuviera mal lo que estaba escribiendo, nadie en todo el país. Estaba solo en mi habitación, exclusivamente remitido a mí mismo. No oía, estaba tan sordo que no se podía tratar conmigo. Me daban golpes en la tubería de la estufa de leña desde el piso de abajo para que bajara a comer, ese sí era un sonido que podía captar. Bajaba, comía y volvía a subir a mi habitación. Así fue durante meses, años, durante todos esos años fue así. Y jamás me llegó la menor insinuación. Pues no era un fugitivo. Gozaba de una pequeña fama en el extranjero. Creía tener amigos en ambos bandos en Noruega, tanto entre los partidarios de Quisling como entre los que luchaban contra él. Pero nunca me llegó una pequeña advertencia, un buen consejo del mundo exterior. No, el mundo se abstuvo por completo de eso. Y tampoco de mi familia ni de la gente de mi casa solía recibir algo de información o ayuda. Conmigo todo había que hacerlo por escrito, y a la larga resultaba demasiado molesto. Me quedaba en mi habitación. En esas circunstancias solo tenía mis dos periódicos, Aftenposten y Fritt Folk, y en ellos no se decía nada de que lo que escribía estuviera mal. Al contrario.
Y no era incorrecto lo que escribía. No era incorrecto cuando lo escribía. Era correcto, y lo que escribía era correcto.Voy a explicarlo. ¿Qué escribía? Escribía para impedir que la juventud y los hombres noruegos se comportaran de un modo necio y provocador ante los ocupantes cuando no serviría de nada, excepto para ruina y muerte de ellos. Eso era lo que escribía de muchas y variadas maneras.


Hay algo en la escritura de Hamsun que asombra, su modernidad, su técnica depurada, su sencillez y profundidad, cierta rabia subterránea, la forma en la que contempla la naturaleza, el paso del tiempo y la muerte. Hay resistencia y superioridad, hay una mirada pausada y, a la vez, enérgica, hay un recorrido por los caminos y los bosques que recuerdan a Thoreau y un pasado donde se habla de ser emigrante en Estados Unidos, los días en granjas y pequeños pueblos que crecen poco a poco y la tierra como algo primordial (esas páginas dedicadas a los días en Estados Unidos, después de su alegato de defensa en el juicio, son pura aventura).

Por senderos que la maleza oculta es una lectura agridulce.








En la vida cotidiana no ocurre gran cosa. Un viejo sube la cuesta con un féretro en la carreta, su anciana mujer va detrás empujando. Ya es la segunda vez en el tiempo que llevo aquí que esta pareja de ancianos llega con un féretro, alguien ha muerto esta noche en el hospital, y el cadáver lo meten en una casita aparte, aquí en la colina, hasta que lo entierran. Silencioso y pacífico, nada especial. Él afloja la cuerda, se va al extremo y tira. La mujer vuelve a empujar. Y el ataúd se desliza por el suelo. (…)
De mi mundo exterior hay menos que decir. Aquí no hay más que la colina, sin un macizo de flores. El tiempo es inclemente, el viento es casi siempre vendaval; pero los árboles están cerca y el bosque con pajarillos en el aire y toda clase de bichos en la tierra. Ay, el mundo es hermoso también aquí, y deberíamos estar muy agradecidos de poder existir en él. Aquí hay una gran riqueza de colores incluso en las piedras y en el brezo, hay formas maravillosas en los helechos, y aún me queda un buen sabor en la boca de ese trozo de polipodio que encontré.

***

El verano pasa. No noto en mí ninguna gran diferencia entre las estaciones, no se suceden en meses, el tiempo no tiene tiempo y el verano me desaparece.
Pero ha sucedido algo. No escribo ningún libro, ni siquiera un diario, Dios me libre, me salto grandes trozos en línea recta y ni siquiera llevo la cuenta de lo que pasa. Pero algunas cosas del mundo exterior sí penetran en mí. Se ha ido la vieja directora de la residencia y una nueva ha venido en su lugar. Una de las dos bellezas de la oficina de abajo nos ha dejado, pero nos queda la otra. Nuestra vieja residencia de viejos se nos ha quedado anticuada, y tenemos intención de construir una nueva.
No es poca cosa. Veo que los vejestorios ya tenemos algo serio de lo que hablar, vamos a tener baños, lavandería, enfermería, panadería, gallinero, leñera y habitaciones exteriores para veinte o treinta personas bajo un solo techo. Nunca antes hemos sabido nada de tales prodigios, y tiene lugar en nuestra imaginación un acelerón que no hemos sentido desde la juventud. Algunos intentamos defender nuestra antigua residencia, tampoco hemos estado mal en ella, y además… ¿no hemos venido aquí para morir? Sí, claro. Pero hay que aprovechar lo que se pueda hasta el último momento. Tenemos que estar al día, ¿no? Tenemos que modernizarnos, ¿verdad? Tráenos una nueva residencia, no nos costará nada acostumbrarnos a nuevas necesidades así, con un pie en el estribo, y morirnos con un cigarrillo en la boca.
Claro que nos vamos a morir, dice san Agustín, pero todavía no.

***

Uno, dos, tres, cuatro —así voy anotando pequeños textos para mí mismo. No sirve de nada, no es más que una vieja costumbre. Tengo una tubería por la que se me escapan palabras prudentes. Soy un grifo que gotea, uno, dos, tres, cuatro…
¿No hay una estrella llamada Mira? Podría haberlo consultado, pero no tengo donde hacerlo. Da lo mismo. Mira es una estrella que llega, brilla brevemente y luego desaparece. Esa es toda su vida. Ser humano, en este punto pienso en ti. De todo lo vivo en el mundo, tú has nacido para poca cosa. No eres ni bueno ni malo, te has creado sin un objetivo planificado. Vienes de la niebla y vuelves a la niebla, tan cordialmente imperfecto eres. Tú, ser humano, si te subes a un caballo raro, ya no hay nada que haga raro a ese caballo. Así siempre, todos los días y por el mismo camino, lentamente…
¿Te bajas de un salto tocando la tierra con tu sombrero ante dos ojos, dos ojos con los que te encuentras? No tienes vida para eso.
Justo en este momento sube arremolinándose desde lo subterráneo una nueva estirpe llena de esperanza. Es recién nacida e inocente. Leo sobre ella, pero no conozco ningún nombre, y lo mismo da. Es una luz para el caminante, llega, brilla un poco y desaparece. Va y viene, como yo iba y venía.

***

Tácito opina que los germánicos somos hábiles para morir. Y los vikingos no nos deshonraron en ese aspecto. Nuestro conocimiento aún más reciente nos deja claro por qué existe en sí la muerte: pues no morimos para estar muertos, para ser algo muerto, morimos para poder pasar a la vida, morimos a la vida, estamos dentro de un plan. El mismo Tácito nos elogia porque no adornamos en exceso nuestras tumbas. Nos limitamos a echar algo de torva encima para evitar el olor. Luego nos elogia también por no querer tener altos monumentos sobre la tumba. Dice que los desdeñamos. No ha tenido en cuenta nuestra modesta decadencia en los últimos tiempos.
Knut Hamsun. Por senderos que la maleza oculta. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Nørdica libros.