…Me reencontré con la poeta vocacional de mi sección. Le dije que me gustó mucho su revista poética y me sorprendió ver nombres de mujeres con las que hablo a diario y cuya parte poética desconocía. c., una mujer de unos setenta años, pelo blanco y vestido floreado y holgado me recitó El corcel negro, uno de sus poemas, en el umbral de su casa, su voz cariñosa de abuela mudada en la de una muchacha apasionada que espera la llegada de su amante y es consciente de la verdad de su cuerpo —yo en silencio en el umbral de su casa y c. con la mirada de la mujer que fue y del deseo pasado—. Luego me recordó el poema que escribió a su madre, su voz anhelante al recitar los versos finales, donde un capote rojo en el cielo. Antes de despedirnos pisó tierra y me habló de su día a día: los cuidados de su marido, que ya apenas puede salir de la cama, la comida y los arreglos de ropa para hijos y nietos. De la muchacha de los poemas a la abuela de todos y para todo.