La noche cerrada, una tormenta, un avión sobre la
Patagonia y las manos de un piloto dormidas sobre los mandos. La espera en las
oficinas centrales y el creador del servicio nocturno reflexionando sobre la
acción y la felicidad individual, hombres que forman parte de un engranaje y el
engranaje mismo. Una noche donde se mezclan el deber, las dudas, el miedo, las
estrellas en los huecos entre las nubes, las ventanas iluminadas como faros o
luciérnagas en la llanura que marcan un camino, la frontera entre cielo y
tierra, entre oscuridad y salvación. Con estos elementos, Saint-Exupéry crea
una novela corta en la que se habla del deber y el hombre como parte de un
todo, la acción y la aventura sobre el individuo.
Vuelo nocturno
recuerda a películas de aventuras como Sólo
los ángeles tienen alas, el hombre contra las tormentas y las decisiones
ajenas, el peligro alrededor del avión, el viento que golpea la nieve contra el
aparato, las cumbres un peligro cercano, la zozobra del avión, los relámpagos
que rompen la oscuridad. Fabien, el piloto de Vuelo nocturno, sobrevuela la Patagonia en dirección a Buenos
Aires, admira las luces como hogueras de la llanura que hablan de otras vidas,
más pequeñas y lejanas, ve acercarse la tormenta hasta que se adentra en ella y
se siente en alta mar, a merced de los elementos, envía mensajes a las
diferentes estaciones y espera las instrucciones que lo conduzcan fuera de la
tormenta. Esta lucha es lo mejor de la novela, el hombre contra la tormenta, la
individualidad del piloto contra algo más grande, el servicio de correo
nocturno creado por Rivière, una especie de semidios que decide el destino de
sus hombres y su felicidad individual.
Parte de la novela es Riviére en su oficina, recordando
cómo creo el servicio nocturno a pesar de los peligros que conllevaba,
reflexionando sobre la acción que no debe detenerse y a la que hay que
someterse (sacralizar) y la felicidad de cada hombre a su mando. Por momentos,
parece jugar con la vida de los hombres por un ideal. La acción no debe
pararse, los pilotos son una parte de un todo que debe permanecer
indestructible, el hogar de cada uno de ellos algo lejano y ajeno. Riviére es
justo y cruel con sus hombres, no quiere que se relajen, que vean bondad o
amistad en él, sino alguien que toma decisiones duras y en apariencia sin alma,
un creador que se inmiscuye en las vidas de sus hombres y conduce su destino.
«Esos hombres –pensaba- que tal vez van a desaparecer habrían podido vivir dichosos.» Veía rostros inclinados en el santuario de oro de las lámparas de noche. «¿En nombre de qué los he sacado de ahí?» ¿En nombre de qué los ha arrancado de la felicidad individual? ¿No es la primera ley precisamente la de defender esa felicidad? Pero él las destroza. Y no obstante un día, fatalmente, los santuarios de oro se desvanecen como espejismos, la vejez y la muerte, más despiadadas que él mismo, los destruyen. ¿Tal vez existe alguna otra cosa más duradera que salvar? ¿Tal vez hay que salvar esa parte del hombre que Rivière trabaja? Si no es así, la acción no se justifica.
La acción se condensa en una noche, el ciclón que
sorprende al correo de la Patagonia y el piloto y radiotelegrafista entre la
tormenta, Riviére que dirige el servicio y al que sólo le queda esperar los
telegramas de las diferentes estaciones, la confrontación entre la acción y la
vida individual, un inspector amargado a miles de kilómetros de casa y
sintiéndose inútil bajo Riviére, la mujer del piloto rodeada de objetos
cotidianos que hablan de un momento concreto y un recuerdo, los pilotos que
aterrizan y miran hacia las estrellas.
Vuelo nocturno
es una novela a trompicones, hay buenos momentos (la mirada del piloto sobre la
tierra, la llegada de la tormenta, la espera en Buenos Aires, la tensión y la
fatalidad, las preguntas sobre qué debería primar, el individuo o la idea
colectiva), pero se atasca en más de una ocasión, el lenguaje a veces es
recargado y excesivo y va a trompicones.
«Es
curioso ver cómo toman la batuta los acontecimientos, cómo se muestra una
enorme fuerza oscura, la misma que levanta las selvas vírgenes, que crece, que
forcejea, que ruge por todas partes alrededor de la grandes obras.» Rivière
pensaba en esos templos que pequeñas lianas derrumban.
«Una
gran obra…»
Pensó
aún para tranquilizarse: «Amo a todos estos hombres, y no los combato a ellos,
sino a lo que pasa por ellos…»
Su
corazón latía a golpes rápidos, que lo hacían sufrir.
«No
sé si lo que hago está bien. No sé cuál es el exacto valor de la vida humana,
de la justicia, o de la tristeza. No sé exactamente lo que vale la alegría de
un hombre. O una mano que tiembla. O la piedad, o la dulzura…»
Meditó:
«La
vida se contradice tanto, que uno se las arregla como puede con la vida… Pero
perdurar, crear, cambiar el cuerpo, perecedero…»
Antoine de Saint-Exupéry. Vuelo
nocturno. Traducción de J. Benavent. Anaya.
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