Tzili es una muchacha tranquila, la menor en una numerosa
familia judía. Su padre enfermo, su madre dueña de una tienda, sus hermanos
estudiosos, Tzili, sin mano para los estudios y relegada a los trabajos caseros,
vive al margen de su familia, una especie de sombra dentro de la casa, sólo un
viejo maestro le enseña algo de su religión y le hace repetir una oración que
recuerda que el hombre es polvo y ceniza. Cuando empiezan las primeras
escaramuzas de la guerra, la familia huye y deja atrás a su hija pequeña. Y
Tzili, sola, deambulará por un paraje de ensueño, cruzará bosques y estaciones,
se encontrará con campesinos hostiles, tendrá hambre, sueño, visiones, sufrirá
vejaciones y amenazas, Tzili que intentará sobrevivir y entender el nuevo mundo
que le rodea, que buscará un refugio donde pasar el invierno y saldrá en
primavera a la luz y los campos, que conocerá el miedo y el amor, la guerra
como algo lejano e invisible que afecta a cada paso que da, y se unirá los
refugiados que vuelven de los campos de concentración y de sus escondrijos y se
tumban en la hierba y juegan a las cartas después del horror y escuchan una
palabra, Palestina, que es esperanza y dudas.
Hay elementos comunes entre Tzili, la historia de una vida, y Flores de sombra, un niño como protagonista, la familia
desaparecida, las visiones y el peregrinaje por bosques y parajes adversos, el
holocausto como algo lejano, invisible y amenazador, la escritura sencilla y
directa de Appelfeld, sin ambages ni
experimentos, una escritura a veces lineal y sin sorpresas que se sucede de
manera pausada. En Tzili, Appelfeld
parece contar un cuento, una historia lejana, una muchacha, un bosque, los
monstruos que la acechan, los pequeños instantes de calma y bondad, la
supervivencia en medio del caos y el miedo. Tzili observa los ríos y los
cambios en la luz de los días, se tumba en la nieve o en los campos de trigo,
una comunión con la naturaleza. Y como la naturaleza, asiste a las diferentes
estaciones, el frío de la guerra, los golpes y el abandono, la calidez de un
amor inesperado, la espera de un tiempo mejor.
La pequeña Tzili deambula por bosques y campos, consigue
borrar sus huellas y no parecer judía, se convierte en una muchacha que crece y
aprende a sobrevivir, los campesinos una amenaza tan real como el hambre y el
miedo. Tzili vive con antiguas prostitutas y campesinas en invierno, vuelve al
bosque en el verano, conoce a Mark, un judío que se esconde en la montaña, un
hombre que pelea contra sus fantasmas, cómo dejó atrás a su familia para
escapar de la persecución nazi, un hombre destruido física y moralmente que
ataca a los árboles y grita por la noche, que ve en Tzili primero una aparición
y luego una mujer real, alguien en quien cobijarse y descansar. Es esta
relación entre Tzili y Mark un punto interesante de la novela, dos
supervivientes que se cruzan e intentan crear un refugio en el que resistir a la
guerra y el pasado, la culpabilidad de Mark, la búsqueda de Tzili de
provisiones, las rápidas conversaciones con los campesinos que le hablan del
final de los judíos y cómo recupera las viejas palabras que había olvidado por
la soledad y el abandono. Mark y Tzili un oasis.
–Dudaba de que fueras judía. ¿Qué has hecho para cambiar?–Nada.–¿Nada? Pero ¿qué dices? Yo no volveré a cambiar nunca. Soy demasiado mayor para cambiar y, a decir verdad, no sé si lo deseo. –Luego preguntó–: ¿Por qué callas?Ella se estremeció con la pregunta. Había perdido las viejas palabras, las palabras familiares. Nunca había tenido un rico vocabulario, y los días pasados con los campesinos habían arrancado de su interior las raíces de las palabras. Ahora, aquel forastero le había devuelto el aroma de la casa, que más que asustarla la alteraba.
La novela avanza de manera pausada, como la escritura de
Appelfeld, no hay cambios de ritmo ni tono, la historia avanza sin grandes
cambios, es un cuento que habla de bosques y monstruos sólo que, al final,
desaparecen bosques y monstruos y queda una masa gris que se dirige hacia el
mar. Y es ahí, en la aparición de los supervivientes (de los campos de
concentración o de los que estuvieron escondidos durante la guerra), donde
encuentro la mejor parte del libro, los refugiados que salen de sus escondrijos
y llenan los caminos, que intentan volver a la rutina tras el horror y buscan
un lugar donde quedarse y Tzili que se une a ellos por inercia, refugiados que
se tumban en la hierba y juegan a cartas y parecen hipnotizados, fuera del
mundo, y se adivina el horror sufrido y lo difícil que es regresar a la vida.
El otoño se volvió más luminoso y un sol frío y puro
brilló sobre su morada provisional. El ánimo turbio de Mark se despejó y dejó
de maldecir. Realmente no abandonó la bebida, pero por aquellos días no le
volvía irascible. A veces decía: «Se me ha olvidado lo que quería decir». Una
débil sonrisa iluminaba su rostro sombrío. Asuntos lejanos, olvidados y
dolorosos, seguían preocupándole, pero ya no de una forma tan lamentable como
antes. Ahora hablaba con delicadeza de la necesidad de estudiar idiomas, de
tener una profesión liberal y salir de provincias, pero ya no la reprendía.
Hablaba del próximo invierno como de una frontera y decía
que al otro lado había esperanza. Tzili sentía que Mark estaba absorto en sí
mismo. De cuando en cuando concluía: «Hay esperanza, la hay».
Aharon Appelfeld.
Tzili, la historia de una vida. Traducción de Raquel García Lozano. Galaxia
Gutenberg.
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