Hace años que Murakami me
aburre. 1Q84 me pareció excesiva,
aburrida y sin gracia y aquella del chico sin color la dejé a las primeras
páginas. Había perdido la estela de Murakami, sus libros me sonaban a
repetitivos y sin la inspiración de Crónica
del pájaro que da cuerda al mundo, El fin del mundo y un despiadado país de las
maravillas o Al sur de la frontera,
al oeste del sol. Hay gustos así, que se desvanecen con el tiempo.
La biblioteca secreta fue una lectura diferente a mis últimos
intentos con Murakami. Están los ambientes extraños y oníricos propios del
escritor japonés (una historia que mezcla a Kafka con Dick), están los niños
solitarios y las mujeres enigmáticas y los hombres-oveja (o carnero, como en
anteriores novelas), los párrafos que parecen diarios gastronómicos, los mundos
que se cruzan en un mismo punto y los espacios cerrados y oscuros. Lo diferente
es la escritura sencilla, la voz infantil, el tono de cuento bajo el que se
esconde una tensión extraña.
Por momentos, La biblioteca secreta me llevó a Kappa, aquella locura maravillosa de
Akutagawa donde un hombre aparece en un mundo subterráneo dominado por unas
criaturas mitológicas. Un niño acude a una biblioteca a sacar un par de libros,
lo conducen a la habitación 107 y allí, un anciano extraño y de aspecto
maléfico que lo conduce a través de un laberinto hasta un calabozo custodiado
por un hombre-oveja. La realidad se disuelve, el ambiente de pesadilla se torna
agobiante, el niño no entiende qué ocurre, sólo está su carcelero, tres tomos
sobre recaudación de impuestos en el imperio Otomano y una muchacha misteriosa.
El niño habla con su guardián,
intenta descubrir quién es la muchacha misteriosa, se siente aislado de su
mundo, una cárcel que es como esos pozos que aparecen en otras novelas de
Murakami y donde la oscuridad da lugar a visiones y pensamientos inesperados.
Hay pájaros y lunas y una muchacha que tiene la llave a otro mundo (como algunas
de las mujeres protagonistas en las novelas de Dick), hay opresión y tristeza y
pérdida, una historia que, por su sencillez, no tiene la repetición ni es
pretenciosa como otras novelas de Murakami.
La edición de Libros del zorro
rojo es una preciosidad. El cuento de Murakami gana enteros con las
ilustraciones de Kat Menschik, oscuras, opresivas, oníricas, una luz entre las
tinieblas.
Pero, al atardecer del día
siguiente, aquella muchacha enigmática volvió a presentarse en mi cuarto. Esta
vez, la cena consistía en salchichas de Toulouse con ensalada de patatas de
guarnición, besugo relleno, ensalada de berros, un gran cruasán y, además, té
inglés con miel. Todo ello, a ojos vistas, delicioso.
«Come con calma. Y no te dejes
nada, ¿eh?», me dijo la muchacha por señas.
-Oye, ¿y tú quién eres? -le
pregunté.
«Yo soy so. Sólo eso.»
-Pero el hombre-oveja dice que
tú no existes. Además...
La muchacha posó suavemente un
dedo sobre sus pequeños labios. Enmudecí al punto.
«El hombre-oveja tiene su
propio mundo. Yo tengo el mío. Y tú tienes el tuyo. ¿No es cierto?»
-Sí.
«Por lo tanto, que yo no tenga
un lugar en el mundo del hombre-oveja no significa que yo propiamente no
exista, ¿no te parece?»
-Es decir... -razoné-, que
todos esos mundos distintos, todos ellos, se entremezclan aquí. Tu mundo, el
mío, el mundo del hombre-oveja. Hay puntos en que confluyen unos mundos con
otros, y puntos en los que no se superponen. Viene a ser eso, ¿verdad?
La muchacha hizo dos pequeños
gestos afirmativos con la cabeza.
No es que yo sea un estúpido
integral. Pero, desde que me mordió un perrazo negro, mi cabeza funciona de un
modo un tanto anómalo.
Mientras yo me encontraba ante
la mesa, comiendo, la muchacha permaneció sentada en la cama con los ojos clavados
en mí. Sus manos menudas descansaban, la una junto a la otra, sobre sus
rodillas. Parecía una exquisita figura decorativa de cristal bañada por los
rayos de sol de la mañana.
Haruki Murakami. La biblioteca secreta. Ilustraciones de Kat Menschik.
Traducción de Lourdes Porta. Libros del zorro rojo.
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