Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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lunes, 30 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Inter pares...

El calor está metido en casa, una frase de mi madre en los días locos donde viento sur y la arena del desierto. Hay más de treinta grados, nada de brisa, todo luz. Este día, hace treinta y cinco años, era la víspera de nuestro viaje a las aldeas gallegas de mis padres. Allí, el canto de las cigarras y las campanadas entre los campos de centeno y una senda hasta el río —el vuelo de las libélulas sobre la sombra de las truchas—. Hace poco talaron el “carballón” junto al camino blanco. Grande, con bultos de ramas podadas en el tronco, de corteza dura, era una de las marcas del camino —como la ermita octogonal, la casa-molino abandonada, un puente de maderos para salvar el río—. En la aldea de mi padre plantaban árboles para celebrar un nacimiento y ahora, esos árboles, son el recuerdo de una ausencia. Desaparecen las señales y los símbolos, ýb. Y los días lejanos del verano.


Los lunes de Anay. Inter pares…

"Hermano, escucha, escucha..."

                                               CÉSAR VALLEJO


COMUNICACIÓN

Conversamos, trepados a una colina a la entrada del
pueblo, hasta que llegó la noche.
Nosotros hablábamos de "actividades", "resultados" y
"proyectos".
Ellos hablaban del desdén de la lluvia y de la extenuación
de la tierra.

Dimos por terminada la charla (teníamos que seguir conduciendo).

De repente, de entre los campesinos, se desbocó 
un revuelo. El que hacía de traductor me tiró de la manga
y señaló a un hombre bajo un sombrero: "Compañera,
él quiere saber cómo es su país".

Se hizo un enorme silencio.

Yo no sabía muy bien por dónde empezar pero les
dije del mar y de los almendros. También les fui contando
de la palma, de los naranjos, de los pinos,
de los olivos y del romero.
El traductor preguntó: "¿satisfecho, compañero?"
Y el hombre sonrió y asintió,
satisfecho.

                                                                           PATRICIA FERNÁNDEZ-PACHECO




Feliz lunes y feliz verano.

Hasta septiembre, un beso.

Anay

lunes, 16 de junio de 2025

Los lunes de Anay. Credos...

Es ahora cuando asumo que he cumplido cincuenta. En febrero, dos meses después de la muerte de mi madre, mi primer cumpleaños sin ella y sin mis padres, la celebración fue triste y bonita, pero sin rastro del tiempo pasado —sí de espacios vacíos—. 
Hace poco escuché a Berto Romero decir que a sus cincuenta sentía ser la misma persona que era a los veinte. Dick hablaba de todos los yoes, todos los tiempos que tenemos dentro. Vamos sumando capa sobre capa y, a veces, somos capaces de recuperar una de ellas entre la vorágine de la rutina. A mis cincuenta encuentro aún al niño que fui, solitario, alocado, la búsqueda de un orden en los juegos de construcción y las series de números que escribía en cuadernos de papel pautado. También, la soledad cinéfila de mi adolescencia, el gusto por el viento y el cielo brutalmente estrellado de las noches de verano, la escucha atenta de otras historias —recuerdos de guerra, romerías, inviernos alrededor de la cocina, como antaño junto a una pequeña hoguera resplandeciendo—. Y las caras del amor y el miedo, el descubrimiento de la lentitud, la literatura y la muerte, la belleza en un camino blanco y el vuelo de una bandada de golondrinas,  la culpa y el olvido de todos estos años hasta hoy. La constante de la soledad y el silencio. 
Hace pocos días que me pregunto por estos cincuenta y los años futuros. Qué habrá de nuevo y cómo será mirar hacia atrás desde una distancia cada vez más lejana. Imagino, por los últimos años de mis padres, que me volveré nostálgico impetuoso, se acrecentarán los miedos, extrañaré todo aquello que una vez hacíamos sin dolor o temblor y haré listas de momentos vividos como espejismos: gauchos a caballo entre el tráfico, la quema de una página de Jack London como ritual en el fin de la tierra, los caminos blanqueados por la luz de la luna, los agujeros de bala en un puente de Novi Sad, la diminuta mano de mi sobrino, al poco de nacer, abarcando mi dedo índice.



Los lunes de Anay. Credos…

A mis 50.

"La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no se equivoca y es 
comunal y buena"

                                                 FERNANDO PESSOA



Andar, mirar mucho hacia arriba
repetir aquí no basta
con un pie que tiembla
Acaso es que es
mentira
no existe otro
lugar
Algo alguien
¿verdad?
tiene que haber
Si no      dime
cómo es que hay
un niño que va dejando arroz
para que baje un pájaro
hasta su mano

                                              CARLA NYMAN



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 14 de abril de 2025

Los lunes de Anay. Nevermore...

Hace días que busco entre las fotografías de hace veinte años un rastro de mis padres. Son fotos que hizo mi hermana mayor en los primeros años de o. En la mayoría veo a mi sobrino de bebé o niño en la playa, de vacaciones, disfrazado en carnaval, en su cumpleaños o jugando. A veces aparezco, más gordo, más delgado, con perilla, barba, afeitado, pelo largo, pelo rasurado, gafas pequeñas, gafas de pasta, sin apenas canas, con el pelo blanco. En algunas no recuerdo el día de esa fotografía. Mis padres son esquivos. Mi padre guardaba un centenar de fotos de su juventud en Galicia, fotografías que sólo podían tomarse en días de fiesta y romería. Mi madre apenas tiene una acompañada de las costureras de la Ribeira. Crecí con las cámaras de carrete, veinticuatro o treinta y seis oportunidades de capturar un instante de una celebración o un verano entero. Éramos morosos con la cámara. O no había ese gesto nervioso de aprehender la realidad —recuerdo leer en el instituto que algunos filósofos griegos estaban en contra de la escritura porque alentaba el olvido. La posibilidad de tener cientos de fotos de cada día, da igual su importancia, creo que hace que se atrofie el sentido de recuerdo y de relato—. Hay pocas fotos de mis padres, muy pocas, apenas una docena en esa colección de mi hermana, pero cada ocasión de verlos en un pasado donde aún jóvenes, con su nieto en brazos, y sin temblores ni lentitudes ni miedos hace que sonría y me sienta vulnerable al mismo tiempo.


Los lunes de Anay. Nevermore…

"una especie de corazón morado,
un talismán,
una estrella amarilla"
                                               
                                             ANNE SEXTON

LA CASA DE MI INFANCIA

Fui feliz en aquella casa llena de flores
y de libros prohibidos. La casa en que tú eras
Ginebra en nuestros juegos, y yo era el rey Arturo
(no había un Lanzarote que echara a perder todo).
La casa donde fuiste doncella de mis ansias,
dueña de mis suspiros, muralla de mi pecho,
cofre de mi tesoro, brindis de mis soldados.
La casa que tenía un arcón misterioso
que guardaba el secreto de la sabiduría
y del amor eterno, la droga de la fe,
la copa del olvido y el cáliz del coraje.
La casa en que una tarde de sueños compartidos,
mientras se soleaba la ropa en la terraza,
te nombré soberana de un reino en que la noche
no existía y la muerte no dictaba sus leyes.

                                                               LUIS ALBERTO DE CUENCA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 17 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Compromiso...

Creo que no hace falta decirte cuánto me ha tocado este lunes. Lo he leído varias veces a lo largo del día, y cada una de esas veces he terminado con el corazón del revés. Te podría hablar de las mañanas donde mi padre me aguantaba la bicicleta para que aprendiera a andar en ella, o de las tardes en la cocina, mi madre con un libro de historia y yo repitiendo una lección hoy ya difusa, o de la última vez que busqué a mi madre para que me consolara, hace unos años, el llanto puro, su mano en mi cabeza, mi cabeza en su vientre. 

Hoy he soñado con mi madre. Apenas aparece en mis sueños, al contrario que mi padre, al que veía andar sin temblores, su cuerpo viejo pero atlético, o sonreír porque había superado su fiebre o aquel en el que me decía que me quería. En el sueño, la cara blanca de mi madre, su cabeza ladeada en la cama y la lengua entre sus labios, como la tarde que murió, y una mano que le limpiaba con un pañuelo todo ese blanco de la cara. 

Sonreí en el reparto, esta mañana. Si con la muerte de mi padre sentía que me protegía de algún modo allá donde esté, mi madre me trae su nombre, Luz. Si sonrío hay luz, y si hay luz está ella. Hubo más de un momento memorable. Una mujer de ochenta y cuatro años, mientras firmaba un certificado, me decía con voz traviesa que aún iba a la escuela —después de una pausa, apuntilló, de adultos—. Se juntaba con sus amigas antes de las clases, hacían excursiones, recordaban sus días de escuela. Tenía una cara radiante, esta mujer estudiante. Una niña miraba sorprendida las revistas y cartas en mi mano. Me preguntó que eran. Al responderle me dijo que llevaba muchas. Los niños me miran fascinados, como si fuese un mago o mi oficio no fuese cosa de otros tiempos. Y el viernes pasado, un hombre mayor de mi sección, jubilado hace tiempo, llevaba, vestido de ciclista en ruta, un ramo de rosas en equilibrio sobre su bicicleta.

He abierto una de las hojas de nuestro ventanal de cinco metros. Hace un calor extraño, hay margaritas en la campa junto a casa donde los perros corren y se revuelcan en la hierba y el cielo parece en pausa. Suenan algunos pájaros y la estela de coches lejanos. Es un atardecer tranquilo, ýb, de esos que se posan poco a poco en mi ánimo, que me hacen seguir el cambio de la luz y la aparición de las primeras estrellas. No necesito más —ayer, cocinaba mientras e. meditaba en otra habitación. Cortaba las verduras y preparaba el cuscús. Gestos que amé porque veía la luz junto al ventanal, cocinaba, e. estaba en la otra habitación y sentía todo el camino hasta ese instante extraordinario—.


Los lunes de Anay. Compromiso…

“tu corazón en orden
Sin querer atender a ningún otro asunto”

                                                              JAVIER BOZALONGO

EQUILIBRIO

Papá aflojó los tornillos
Para que aprendiera
A andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
Que rodea al hipódromo,
Justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
De aprender a sostener
Mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
Me soltaría por nada del mundo;
Giraba apenas mi cuello
Para ver que ella siguiera ahí,
Corriendo justo detrás de mí,
Agarrándome de la parte baja del asiento.
«Yo no te suelto -me decía-,
Yo no te suelto»,
Pero para ese entonces
Ya estaba pedaleando sola
Y no me daba cuenta
De cómo ella se alejaba de mí,
Aun quedándose quieta
Entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
Que rechacé ese objeto
A un costado de la vereda
Y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
Haciendo finitos, calculo
El tiempo exacto para pasar en rojo
Y no morir en el asfalto,
Pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
Y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
Para dos personas iguales,
Ni siquiera lo hay en una casa,
Y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
Si nos quedamos quietas
Seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette

Y resulta que soy yo la que se aleja
Mientras ella se queda parada,
Palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
Yo no te suelto.
                                   DAIANA HENDERSON























Feliz lunes

Un beso,

Anay

lunes, 10 de febrero de 2025

Los lunes de Anay. Grandezas...

El sábado cumplí cincuenta años (sigo asombrado, ýb, no sólo por la rapidez, también por sentir todos estos yoes que he sumado desde mi niñez). E. me regaló un poemario de Chūya Nakahara y su título, Triste y bello, define con precisión ese día. Lo bello fue salir con ella, el triple que me dedicó mi sobrino en su primera canasta del partido, tantos mensajes. Lo triste, el primer cumpleaños sin mi madre, sin mis padres, esas ausencias que abarcan cada espacio y cada tiempo, este sentimiento de orfandad, de no tener nadie por encima de mí —y eso me hace sentir vulnerable y desconcertado—, la extrañeza por no ver la cara de niño en mi padre al estirarme de las orejas o la voz risueña y con un matiz de gallego de mi madre cuando me decía zorionak. 

He pensado estos días en esos cincuenta años. O mejor dicho, he imaginado el siete, ocho y nueve de febrero de hace cincuenta años, también viernes, sábado y domingo, como este año. El viernes tarde pensaba en mi madre en el hospital, con las contracciones y a la espera; el sábado imaginé mi nacimiento, los gestos de mis padres, mis primeros gestos; el domingo inventé lo que pudieron sentir ese día, el futuro que creaban para mí. Durante esos tres días estuve entre dos tiempos, entre lo real y lo imaginado.

Me preguntan si siento la crisis de los cincuenta. Sonrío y niego. Siento, en realidad, la crisis de la orfandad. Pasé días desnortado por las repeticiones en los días y en los gestos que no entendía. Me costaba encontrar un sentido. Había terminado el mundo de mi madre y empezaba uno nuevo donde la tristeza por no volver a sus caricias o su voz o el sabor de sus platos. Hace poco vi una entrevista a Pepe Mújica. Aplaudía el tiempo perdido. Dejarse de esas necesidades que nos han impuesto desde fuera y disfrutar de sembrar un campo, leer, mirar alrededor, conversar pavadas. Ahora, en este nuevo mundo, el sentido es E., este cielo de luz y sombra, mi familia, los libros y los caminos que me esperan, saberme habitado por la memoria de mis padres.


Los lunes de Anay. Grandezas…

A la memoria de Rosi Sainz, 
que tanto nos amó.


“Mientras tanto cógeme la mano, decía,
No quiero promesas, no quiero disculpas,
Tan sólo un gesto de amor”

                                                         KIRMEN URIBE

BLINDAJE

Soy casi indestructible, porque tuve
Una niñez feliz,
                      Porque me amaron
Y supe que me amaban, y aún lo sé.

Soy casi invulnerable, 
                               Cuando tengo
A mis hijos en brazos, y procuro
Que sepan que los amos, y amaré.

Soy casi irreductible, porque vivo
De rescatar al niño aquel que fui.
La infancia es el sustento de mi fe.

                                                  CARLOS MARZAL



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

viernes, 31 de enero de 2025

hay menos luz en el mundo

Hace un mes de la muerte de mi madre y
sólo puedo decir que los días son extraños y me siento desubicado y vacío y su ausencia es absoluta. Los días pasan y se repiten, ýb. Salgo de madrugada de casa y leo en el metro y tren camino al trabajo —los mismos viajeros ocupando los mismos asientos un día tras otro—; en el reparto las rutinas de los vecinos de mi sección, cuándo salen a por pan, cuándo toman café o cerveza, en qué colegio esperan a los hijos o nietos. Como solo en la casa ahora vacía de mis padres y ahí es donde su ausencia se encarna en el frío y silencio de las habitaciones, en los pequeños objetos que han dejado, fotografías, carteras, relojes, ropa, el botón de tele alarma, y están a oscuras —pienso mucho en esa casa cerrada cuando no estamos mis hermanas o yo—. Vuelvo a casa, leo y duermo. Todo parece igual, a veces sonrío y bromeo a menudo, pero llevo dentro una tristeza y una vulnerabilidad perennes y siento, como tras la muerte de mi padre, que el mundo que habitaba y representaba mi madre, todo aquello que la conformaba y definía ha desaparecido. Es el primer mes de un nuevo mundo y de esta sensación de no tener a nadie por encima de mí, de extrañar los cuidados de mis padres incluso en sus temblores, flaquezas y dolores, esas caricias o esos gestos hacia nosotros sus hijos. También extraño, entre otras cosas, su risa de niña, su dulzura y luz, el sabor de sus platos y su cabeza inclinada mientras dibujaba los puzles de seguir los puntos.
 
Encuentro a mi madre en momentos inesperados. Una vecina se persigna en el portal y el mismo gesto de mi madre y de tantas mujeres de su generación al salir de casa. El humo de una chimenea es su mano decidida al encender un una piña en las cocinas gallegas de leña. May Sarton describe sus cuidados de una flor en su Diario de los setenta y las macetas coloridas de mi madre.
 
Cada atardecer enciendo una vela por ella, por mi padre, y el crepitar de la luz es mi madre en las noches de apagón, cuando encendía otra vela para iluminar la cocina y nos entretenía con juegos de cartas. Hoy encontré un cuaderno de sumas y juegos de habilidades que mi madre completó en la rehabilitación tras su ictus. Su letra perdió redondez, como su voz, pero recuerdo su decisión y fuerza por recuperar parte de lo perdido. A veces vuelvo a las fotos de mi infancia —en ocasiones asoma mi madre—y el sentimiento de quiebra en el niño que fui, en todos los hombres que fui y soy. A veces veo sus retratos de joven y me sorprende su serenidad. Es escurridiza, mi madre, en las fotos. Apenas medio centenar antes de los móviles.
 
No consigo conectar con la realidad circundante en estas últimas semanas, ýb. Sólo los cambios de la luz invernal a lo largo del día, los jirones de niebla en las mañanas de lluvia, el cielo estrellado, la agitación de los árboles por los temporales de viento, el vuelo de los gorriones. Los días se despliegan monocordes; o yo no soy capaz de ver mucho más —mi hermana pequeña dice que no sabe por dónde le da el aire. Creo que es eso lo que nos ocurre a los tres hermanos—. Sí se repiten, sin llamarlas, imágenes de sus últimos días. Sus besos de despedida cuando terminaba el turno de visitas en reanimación y la última mañana juntos: cómo insistía en hacer ejercicios de respiración y piernas, cómo miraba a los monitores y le escribía en una pizarra qué significaba cada línea y pitido, su pregunta silenciosa, ella intubada, de qué le había pasado, mi letra al escribir que la quería mucho en esa pizarra que era nuestra voz, mis caricias en cara y pelo y pecho. Si pienso en esas dos horas donde la vimos morir, me rompo.
 
Todo sigue aquí. Hace poco escuché a Juan y medio decir que la muerte de un anciano equivalía a la pérdida de la biblioteca de Alejandría. Y ahora pienso que además de mundos somos bibliotecas.
 
Ahora atardece, ýb. Es un atardecer lento, con unas pocas nubes cálidas y púrpuras. Mi madre se llamaba Luz. Y creo que no podía tener otro nombre mejor. 

lunes, 9 de diciembre de 2024

Los lunes de Anay. Espigas...

Este lunes me ha conmovido especialmente. He visto a mi padre en el poema de Martha Asunción Alonso, en aquella habitación 504 donde murió una tarde de septiembre, su respiración agitada y el brillo de las lámparas en sus ojos semicerrados (parecía, lo sentí entonces, y todavía lo veo ahora, que esa luz reflejada en sus ojos era una porción de vida aún anclada a nosotros). Pensé, y pienso, que con la muerte de mi padre un mundo llegó a su fin y que hace tres años empezó otro donde él es una ausencia tan abrumadora que equivale a la mayor de las presencias. 
Hace una semana mis hermanas y yo volvimos por una tarde a aquel hospital con mi madre. Tenía mareos y una tensión desbocada (a veces sufre de infección de orina y le afecta a la cabeza). El tiempo que estuve con ella en boxes seguí su respiración, la voz pequeña, infantil al intentar hablar, la vulnerabilidad que desprendían sus gestos y su cuerpo. Se quedó dormida unos minutos y la agitación en sus ojos al dormir me hacía preguntarme en qué soñaba, si había vuelto a aquel sueño recurrente donde esperaba a su madre en el puente de su aldea gallega (y su madre no aparecía, y su madre nunca apareció en sus sueños). Mi madre es la única superviviente de su infancia. Mi madre ha visto desaparecer las personas de su mundo.


Los lunes de Anay. Espigas…

"La garganta es un nido
donde se encuba la memoria."

                                                  ROBERTO CONTRERAS


CASTILLA

Íbamos en el coche a Ponferrada,
donde mi abuelo se asfixiaba poco a poco.
Mi padre conducía con los ojos anémicos,
sin mirar el paisaje:
Castilla era su padre y se estaba muriendo.
Yo pensaba en Machado.
Cruzábamos las nubes por la meseta,
horizonte de arcilla,
pinares apretados donde fuimos salvajes y hubo sol.
Las vides retorcidas por el frío.
Los hilos del telégrafo, aquel toro. Íbamos
en el coche al hospital de Ponferrada.
El tiempo era franela, y era adobe.
Silicosis del tiempo.
Yo pensé: Leonor.
¿Qué pensaba mi padre?
Castilla era su padre. Y se acababa.
                                                          MARTHA ASUNCIÓN ALONSO




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 28 de octubre de 2024

Los lunes de Anay. Lindes...

(Te) escribo junto a nuestro ventanal. Es una tarde lenta y silenciosa. Pasan algunas nubes altas ante la quietud los árboles y la ausencia de gorriones mientras espero la penumbra del atardecer. Podría contemplar este atardecer y ver dispersarse la luz sobre los tejados y las cumbres de los montes hasta el hasta la salida de las estrellas. Lo he hecho en otras épocas, en otros paisajes. Porque hay algo indecible en el extinguirse de la luz.

Este fin de semana tuvimos todo tipo de lluvia. Nuestro sirimiri lento, una lluvia contundente y una lluvia falsa siempre a punto de detenerse. Estaba solo, e. en un viaje con una amiga. En estos días de silencio, sin más ruido que mis gestos cotidianos y los maullidos de maritoñi, leí hasta la penumbra del atardecer sobre las páginas.

Las memorias de Abigail Thomas calan de a poco. Habla de su vida tras el accidente de tráfico que provocó un traumatismo craneoencefálico a su marido y lo despojó del tiempo y de quien era, anclado a una residencia, a temores, iras y alucinaciones. Abigail habla sobre su rutina, el cambio de domicilio, los perros que adopta y que contienen, la culpa y el seguir adelante, el amor en un gesto sencillo y reaprender a ver al hombre que ama. Es un libro delicado.

Ahora me encuentro en la estepa kazaja y el cosmos con Más de un siglo se alarga el día. Llevo casi doscientas páginas y Ediguéi aún está en camino para enterrar a su amigo Qazangap en un viejo cementerio de la estepa. Es en ese viaje a un cementerio donde Chinguiz Aitmátov habla sobre unos personajes solitarios en un paisaje extremo. Voy a lomos de un camello, como Ediguéi, y recorro un lugar mitológico. 

Leer con lluvia de fondo es mi momento predilecto de lectura.


Los lunes de Anay. Lindes…

"Lo sutil
 no puede ser buscado"

                                 MARGARA RUSSOTTO


Es ella. Toca la barandilla del paseo, esquiva las terrazas, señales,
y sale de la hilera de árboles, despacio, sin volverse, su sombra
verde todavía.

                                                           DAVID LOZANO MENA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 14 de octubre de 2024

Los lunes de Anay. Normativa...


Hace días que no me ubico en ninguna lectura, en ninguna escritura. Inicio novelas y poemarios que dejo a las pocas páginas, incapaz de sentir las palabras. Sólo algunas frases al azar, algunos versos, consiguen moverme. Los últimos versos de Oda Material de Sharon Olds, por ejemplo: “¡Ama solo donde seas amada! Oh, traje de recién nacido / con un gusano que sonríe sobre el corazón: está / prohibido amar donde no somos amados.” —cómo sobresaltan y estremecen estas palabras, ýb—. O estas frases del relato Nada que declarar de Richard Ford: “No un sonido que pudieras oír. Más bien una fuerza como el tiempo, o algo perpetuo” / “En aquella época simplemente pensaba en llegar a alguna parte. Es mucho mejor que partir”, frases que me hacen pensar en el tiempo como en el desierto de Cielo amarillo —“Un desierto es un espacio. Y los espacios se cruzan”—, o en las ensoñaciones adolescentes antes de que la vida se asiente. En estas épocas de no-lecturas lo fragmentario y los cruces me salvan.


Los lunes de Anay. Normativa…

"Ha llegado el momento de hacer algo
 parece que te dice todo el mundo
 y tú dices que sí, con la cabeza."

                                               ENRIQUE LIHN



Mientras sólo
nos observan de reojo,
nos acusan de irrealistas delirantes
y naufragamos
en las lavadoras.
¿Sobreviviremos
al sopor de las cocinas,
a la puntualidad de los recibos?
Seremos
personas cotidianas,
sólo cotidianas
pero no acudiremos a la cita.
Fingiremos morir.

                                       MARTHA KORNBLITH



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 1 de julio de 2024

Los lunes de Anay. Lino...

Hace años, cuando niño y adolescente, los veranos empezaban con un viaje nocturno en autobús a las aldeas gallegas de mis padres. En aquellos viajes, entre sueños y mareos y amaneceres, anticipaba el tiempo suspendido y el desorden de los días, las caminatas por el camino blanco entre las casas, bajo el resplandor también blanco de la luna y las sombras de los árboles y los tejados de pizarra sobre nuestros pasos, la luz azulada y titilante de un cielo estrellado y profundo. Se confundías los días y se perdía el domingo entre los demás días —las campanas de la iglesia marcaban las horas entre el ruido de las cigarras y el motor de los tractores y el murmullo del río, campanadas que se alargaban casi a diario cuando llamaban a un funeral o un cabo do ano y parecía que la muerte, nuestra muerte, nos rodeaba y convocaba—. 

*

Hoy he empezado un western. Leo a primera hora, en el metro, primero, y luego el tren que me llevan al trabajo. Apenas cincuenta páginas donde sigo la preparación de una expedición de caza. Es una manera de no dejar marchar aquellos días de la infancia —de recoger migas de pan—, cuando, en los pocos tiempos muertos entre juegos, exploraciones y creerse adulto en los días de recogida y maya, compartía con mi padre novelas baratas del oeste o buscaba en otras bibliotecas historias de viajeros del tiempo y odiseas espaciales. La aventura por la aventura.

*

A veces me gusta pensar que la mirada es circular, que la vida es circular, y que si me detengo en un punto puedo ver todo aquello que fue con la claridad con la que observo mecerse los árboles al viento ahí fuera. Entonces, mi padre coge, ahora, unas flores violetas que llama trompetillas y hace música entre sus labios, mide y marca a lápiz tablas de madera de las que saldrán sillas para mis primos más pequeños, su caña de pescar aparece primero al otro lado del camino y luego él con su camisa abierta y la cesta de mimbre con truchas sobre hojas de eucalipto. Ahora, mi hermana pequeña toca el acordeón para nuestro abuelo sordo, que le pide la pieza —doce cascabeles—, y se escuchan los aullidos de los perros en la noche cuando aparece una nota en particular. Ahora, las partidas de tute hasta la madrugada y las tormentas que asustan a mis tías y esconden la cabeza entre los brazos, en la oscuridad de la cocina y la visita de un loco bueno de ojos azules en nuestra cocina. Ahora, las pocas ventanas intactas del molino abandonado entre zarzas y grietas y que intentamos romper con piedras del camino. Ahora, mi abuelo paterno cuenta una emboscada durante la guerra y mi abuela sonríe al recordar que tardó más de tres años en conseguir destetar a mi padre y mi tía corta con un golpe seguro el cuello de un pavo después de emborracharlo con aguardiente. Ahora, los abrazos de mi tío rodean y acogen a mi madre y mi madre tiene el pelo largo y moreno y el azul brilla en sus ojos y su vestido es colorido y puede andar erguida y sus gestos son seguros y certeros. Ahora, elijo unas alpargatas para el verano en un bar-supermercado y comparto mi primera cerveza con mi tía y mis hermanas y yo deshacemos el orden en la iglesia y nos sentamos juntos en los bancos de la iglesia y descubro que el cielo nocturno sobre mi cabeza también guarda un camino blanco. Ahora, busco las tumbas de mis abuelos entre lápidas en la tierra. Ahora, nuestro juego de lanzar piedras sobre la superficie del río y esas ondas que se expanden hasta desaparecer.


Los lunes de Anay. Lino…

"¿A un día de verano compararte?
 Más hermosura y suavidad posees."

                                                     WILLIAM SHAKESPEARE


HOSTAL ADRIANO

Tal vez el futuro sea esto.
Vivir una prosa más sencilla.
Robarle las sábanas al tiempo.
Ropa blanca tendida al sol.

                                           ANAY SALA



Feliz lunes y feliz verano.

Hasta septiembre, un beso.

Anay

lunes, 29 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Guiños...

…Me reencontré con la poeta vocacional de mi sección. Le dije que me gustó mucho su revista poética y me sorprendió ver nombres de mujeres con las que hablo a diario y cuya parte poética desconocía. c., una mujer de unos setenta años, pelo blanco y vestido floreado y holgado me recitó El corcel negro, uno de sus poemas, en el umbral de su casa, su voz cariñosa de abuela mudada en la de una muchacha apasionada que espera la llegada de su amante y es consciente de la verdad de su cuerpo —yo en silencio en el umbral de su casa y c. con la mirada de la mujer que fue y del deseo pasado—. Luego me recordó el poema que escribió a su madre, su voz anhelante al recitar los versos finales, donde un capote rojo en el cielo. Antes de despedirnos pisó tierra y me habló de su día a día: los cuidados de su marido, que ya apenas puede salir de la cama, la comida y los arreglos de ropa para hijos y nietos. De la muchacha de los poemas a la abuela de todos y para todo.


Los lunes de Anay. Guiños…

"Las miradas también tocan."

                                         ULPIANO ROS


HAPPY ENDING

Aunque la noche, conmigo,
no la duermas ya,
sólo el azar nos dirá
si es definitivo.

Que aunque el gusto nunca más
suele ser el mismo,
en la vida los olvidos
no suelen durar.

                             JAIME GIL DE BIEDMA



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 22 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Llanuras...

…Hubo un momento, tras terminar La casa del recuerdo y del olvido, que sentí que había mal-leído mis últimos lecturas. Apenas había conseguido retener algo de los relatos de Gospodínov y Džamonja y sabía que me había perdido algo importante del libro de Filip David. Así que una vez terminé la novela donde David indagaba sobre la partícula divina del mal y los recodos donde se esconde el olvido en la memoria, volví a su inicio. Y en esa segunda vuelta —donde se multiplicaron las frases subrayadas y las hojas dobladas—, las capas ocultas donde dolor y trenes como símbolo de pesadillas y el (sin)sentido de la pérdida. Y en esa segunda vuelta, la impertenencia en los cuentos de Gospodínov y sus cronorrefugios y ese personaje de Gaustín que cambia a cada relato, como Kilgore Trout variaba de una novela a otra. Y ese manicomio de Cartas desde el manicomio de Džamonja que podría ser Sarajevo en guerra y la ausencia de Sarajevo en el exilio, el alcoholismo o la demencial vida norteamericana. Si pudiera, ýb, releería cada uno de mis libros. Ahora, El general del ejército muerto, de Kadaré, me devuelve la prisa por llegar a casa o subir al tren para leer. Ahora, veo la poesía completa de Irazoki y el Diario a los setenta de May Sarton, y los relatos cortos de Dubus, y más Kadaré y revisitar a Rulfo y volver a la Argentina con Soriano y siempre Bobin y la oralidad de Alexiévich, y siento que se me abre un camino homérico.

02.04.2024


Los lunes de Anay. Llanuras…

Sant Jordi 2024

"Oh amores - ciertos falsos,
 sed amores y retozad felices
 en el vacío que os cedo."

                                        PATRIZIA CAVALLI



Asomamos nuestras miradas al camino del sol sobre el mar.
La tarde se iba, náufraga.
- ¿Qué quieres ser, el agua o la luz?
- Lo que no seas tú, para encontrarnos.

                                                           MARÍA CEGARRA






Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 8 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Piruletas...

Hoy llueve y hace viento y el cielo gris cruza rápido sobre los montes. Es otra forma de primavera donde la lluvia acrecienta el color de los nuevos brotes. 

Ayer me acerqué al mercado dominical de libros y coleccionismo. Me detuve en las postales y fotografías antiguas con antiguos mensajes de amor y recuerdos entre amantes o familiares, postales que consiguen, por un instante, que esos hombres y mujeres en un difuso blanco y negro y con poses estudiadas parezcan estrellas que nunca mueren. Mi madre guarda las fotos que mi padre le enviaba. Apenas ocupan la palma de mi mano, más sellos que fotografías, primeros planos de mi padre con la mitad de años que tengo hoy yo —la firmeza de su mandíbula y su mirada, el pelo algo alborotado, la camisa blanca bajo la americana negra, el mundo que dejó de existir con su muerte estancado en esas fotografías—. Y detrás palabras de amor y añoranza y corazón roto con su letra grande de muchacho que apenas fue a la escuela. Se desvanece lo corpóreo, creo, lo tangible, aquello que podemos acoger en nuestras manos, cartas, fotografías, postales

Hay un puesto, en el mercado de libros, que me gusta por la excentricidad de su librero. Un poco mayor que yo, canoso, con coleta y barba, es un hombre hablador y ocurrente. Estábamos tres lectores habituales, en una de las esquinas del puesto, y el librero hablaba de cómo aprendió a no ordenar sus libros por nuestra culpa. Cuando empezó, hace años, quería seguir un orden, a veces alfabético, a veces por temática, algo que nos hiciera fácil la búsqueda. Pero desistió. Los lectores sois unos cabrones, nos decía, buscáis y removéis entre las cajas y me hacéis creer que tengo libros atléticos capaces de saltar de una caja a otra. Hemos creado una librería-duna, y junto a una biografía de Churchill te encuentras con novelas de Rosamunde Pilcher, libros sobre la Antártida o poemarios de Derek Walcott. Encuentro cosas interesantes en su puesto, esta vez una trilogía de Danilo Kiš, El palacio de los sueños de Kadaré, los relatos de viajes por su India natal de Ruskin Bond y el propio Walcott. Le gusta recordar una anécdota de José Luis Cuerda cuando nuestra conversación intenta un arreglo perdurable del mundo. Cuerda, nos dice, se reunía con sus amigos. Había embutidos, queso, vino en la mesa. Arreglaban el mundo mientras duraban las raciones. Luego se despedían. Y es aquí donde viene su parte favorita. Nos dice, el librero, que Cuerda se sorprendía cómo, en ese rápido intervalo entre recoger la mesa y abrir la puerta, el mundo volvía a estar descompuesto. Y se ríe. Porque hacemos lo mismo, nos dice. Ahora podríamos ir al siguiente puesto, a un metro de distancia, y el mundo volvería a estar roto. 


Los lunes de Anay. Piruletas…


Miro el jardín y digo: "¡Primavera!"

                                                    CONCHA LAGOS


LEVEDAD

La muchacha
entona una canción elemental, insípida,
mientras va y viene por la casa.
Lleva un traje de flores
ordinario e insulso como los días lunes.
No es tonta,
pero nadie podría decir qué inteligente,
y menos aún qué gracia tiene.
Difícilmente podría recitar las capitales,
jamás
los elementos químicos
ni hablarnos de Beethoven o sor Juana.
La muchacha
llana y vulgar, se pinta ahora las uñas
tarareando su sonsa cantinela.
Su alegría de feria,
rutilante y hermosa en su simpleza,
cae sobre mis manos
escépticas y apáticas
comO un globo de helio que ha equivocado el rumbo.

                                                                          PIEDAD BONNET




Feliz lunes.

Un beso,

Anay.

domingo, 7 de abril de 2024

cuarenta años

Tenía nueve años cuando el Athletic ganó su última final. Es uno de los recuerdos exactos de mi infancia. En aquel año mi madre escribía al anochecer cartas en la cocina, mi padre, en las tardes claras de verano, volvía por el camino del río con una veintena de truchas sobre hojas de laurel —recuerdo las entrañas de las truchas en las manos de mi tía, algunas con docenas de pequeñas huevas, sus manos sangrientas y el cuerpo plateado de las truchas—, y mis hermanas y yo elegíamos un libro de la revista Círculo de lectores —y así llegaron El principito, Jim Botón y Lucas el Maquinista o Tom Sawyer—. Estos recuerdos se han permeabilizado con el paso del tiempo. De aquella final, la emoción del gol de Endika y la pelea final, que hoy, un niño de la edad que yo tenía en aquella copa, representaba para su hermana —se daban patadas y puñetazos, le decía mientras levanta las piernas y golpeaba al aire con firmeza y exageración—. Han pasado cuarenta años, ýb, con la rapidez que paso cuarenta páginas de un libro que me arrebata. Tal vez por eso lloré. Por las cartas que ya no escribe mi madre, por no acompañar a mi padre en sus tardes de pesca, por ese entusiasmo infantil ante cualquier historia, por todos los errores y dichas y días que no recuerdo, por todo este camino hasta esta tarde limpia de abril tras la lluvia.


Ayer vagabundeé por las calles de Bilbao en silencio, con una mochila con un par de libros de Kadaré y Avello, para sentir el ambiente y la energía circundante, toda esa esperanza en banderas rojiblancas por doquier, balcones, taxis, escaparates, incluso en collares de perros. Crucé el Guggenheim, rojiblanco a su estilo, y el parque donde leíste poemas bajo la lluvia, una plaza sin sombras y con tulipanes amarillos, la estatua de Mercurio/Hermes con sus pies alados en lo alto de un edificio. No me detuve a leer, sólo anduve en silencio, mi silencio, como si quisiera participar del momento y rodearlo al mismo tiempo, sorprendido por la pasión e intensidad de los otros.

Ayer, también, me reencontré en un bar de este pueblo con el jubilado del metro. Tomamos café mesa con mesa. Está a punto de cumplir noventa y cuatro años y lo que le enerva, escogió esa palabra, es que los demás crean que se inventa recuerdos o que no tiene nada que decir. No invento nada, me decía, ni son batallitas del abuelo, son mis vivencias —y recalcaba esa palabra, vivencias, y yo me sentía ante el lenguaje de un mundo en desvanecimiento—. Le gusta escribir recuerdos, y me preguntó si quería leer alguno. Asentí y sacó de su bandolera unas hojas escritas a mano, hojas pautadas con una letra grande que me recordaba a la de mis padres —y de nuevo, un mundo que desaparece—. Descubrí que sus recuerdos eran cartas de agradecimiento a este pueblo, al bar donde estábamos, a aquellos lugares y personas que le hacen sentir vivo. Me confesó que le gusta el diálogo: si no dialogo con el otro, cómo lo voy a conocer, decía. Y me dijo que mientras la cabeza le vaya bien seguirá con sus rutinas, que  no es un mueble, pero que cuando sienta que pierde la cabeza se quedará en casa. Cuando se marchó, se despidió hasta el lunes. Me sorprende su energía por demostrar que no inventa, que no cuenta batallitas, que su vida aún importa. No me habla del miedo a la muerte o al dolor o a caerse o al otro, sino que me repite que él aún es útil y que está vivo y que se le tenga en cuenta.

Toca elegir nueva lectura para esta semana intensa, con la campaña electoral y la gabarra. Ojalá encontrar algo que me ralentice, como el sirimiri.

jueves, 4 de abril de 2024

vínculos

Hoy, durante el reparto, buzoneé una carta, sólo una carta, escrita con bolígrafo azul, Pero hablé de ti a una vecina mientras le entregaba un certificado. Le pregunté si era la misma C. de los carteles del recital poético del próximo viernes. Me dijo que sí, que era el primer recital tras la pandemia, que ella se había animado pero que otras mujeres de la asociación ya no querían. Una perdió al marido, otras lo dejaron tras la pandemia, me dijo. C. es una mujer habladora y risueña y con una voz acogedora y cálida, me dice cariño —y una vez amante—, y se enfada cuando la trato de usted —de tú, háblame de tú, reniega siempre—. Sé que ese usted en mi trabajo es distancia y tiempo. Su vida no es fácil, ahora, el marido enfermo y los constantes cuidados. Como tantas mujeres en mi sección. Le dije que tenía una amiga poeta y le di tu nombre. Al cerrar la puerta me pidió que se lo repitiese. Para buscarte. 

Hay días así, de encuentros breves y tiernos. Hace tiempo que doy los buenos días a un octogenario con muletas cuando nos cruzamos en la estación, antes del primer metro. Levanto la vista del libro que esté leyendo en ese momento y le sonrío. Su andar me recuerda a mi padre, ese encogimiento extraño sobre sí mismo, la mirada perdida en el suelo y el miedo a tropezar. Hoy se paró por primera vez a hablar. Él también fue lector, donó sus libros a la biblioteca de Gernika porque no quería verlos desperdigados en casas ajenas, sólo conservó las obras completas de Blasco Ibáñez en tres tomos encuadernados en piel. Me contó que en su niñez les hacían leer El guerrero del antifaz pero que en las bibliotecas de sus abuelos encontraban libros prohibidos, que recordaba a una escritora de su juventud por una frase anticlerical y que un libro es el mejor amigo. Lees un capítulo, tiras el libro sobre una mesa y él no se enfada. Está ahí cuando vuelves, me dijo mientras guiñaba un ojo. Antes de bajarse, me confesó que iba a visitar a los amiguetes (eran las seis de la mañana), se tomaban un café juntos y charlaban; que estaba mal de las piernas pero no quería quedarse sentado y darle a la cabeza (y giró su dedo indicé sobre su sien), que no ha viajado mucho salvo en los libros.

Y hoy, también, me encontré con Vonnegut entre los libros devueltos de la biblioteca de mi sección. Humanos colisionando con humanos.

C. y este lector octogenario me acompañaron en este día en el que mi padre está aún más presente. Cada día un olor, una palabra, un objeto me llevan a él. Las hojas con las que sacaba sonidos de trompeta, sus lápices de carpintero tan diferentes a los míos, grandes, abultados y que trazaban gruesas marcas sobre la madera, las novelas del oeste que leía, el temblor en sus manos y piernas de sus últimos años y la altura de titán en mi infancia, los gestos medidos sobre su mesa de carpintero y sus brazos en jarras. Cada uno de nosotros somos un mundo en extinción y ojalá pudiéramos dejar un rastro más hondo y compartirlo con otros. Que no desaparezca en silencio. 

19.03.2024

lunes, 8 de enero de 2024

Los lunes de Anay. Neones...

Ayer fue un día extraño. Todos los dos de enero lo son, supongo. Hacía viento, mucho viento, rachas de más de cien kilómetros hora que habían tumbado árboles y hecho volar macetas y sábanas sobre las aceras durante la noche. Apenas había gente en la calle, los portales estaban ensuciados con serpentinas, confeti y estrellas de plástico de la celebración de Nochevieja —o salían despedidos hacia el cielo por los remolinos de viento— y los vecinos me recibían en pijama, con voz apagada y cansada. Sólo la gente mayor, la que me abre cada día el portal o con la que me cruzo en el reparto camino de las compras, se paraba a hablar conmigo y me felicitaba el año nuevo. Una mujer, en la cola de la panadería, decía que este sería un buen año porque sumaba ocho, y ocho, tumbado, es el símbolo del infinito. Otra no se fiaba de los años bisiestos. Siempre pasan cosas malas, decía, en 1912 se hundió el Titanic, decía. Hay algo bipolar en estas fechas, creo. Los contenedores cargados y rodeados de cajas de cartón la mañana de navidad, el agotamiento y hartazgo de ayer, toda esa mirada hacia un año como si se alcanzara a distinguir el futuro cercano y comprendiéramos nuestros más íntimos deseos. Y yo sólo podía pensar en doblar una esquina sin que me detuviera el viento en seco.
(03.01.2024)


Los lunes de Anay. Neones…

"este brillo convulso,
 para mí es dolor"

                         LUISA CASTRO

QUÉ TAL

Nos preguntan qué tal
y decimos muy bien,
y no es verdad.

Todo bien, todo bien, bastante bien,
gracias, ¿y tú?
Hasta el día en que todo se derrumba.

Nos venimos abajo sonriendo.

Nadie dice lo que le está pasando
porque nadie lo sabe.

No lo cuenta al amigo ni al amante
porque no se lo dice ni siquiera a sí mismo.

Somos lo que callamos.

Somos lo que nos duele
y no nos atrevemos a decirnos.

Conócete a ti mismo, dijeron los antiguos.
Los modernos huimos de esta ingrata tarea.

Morimos sonriendo.

Estamos bien. Estamos
siempre mejor que nunca.

                                         JUAN VICENTE PIQUERAS



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 18 de diciembre de 2023

Los lunes de Anay. Postigos...

Hay libros que alargan un recuerdo —o una sombra— y Con otro sol de Angelino me tuvo entre dos tiempos, el ficticio de sus relatos y mis días argentinos. Leía sulky y el espejismo de tres gauchos quijotescos entre el tráfico de la plaza, sus figuras y su lentitud de antaño, los gestos precisos y un silencio telúrico. O lapacho y la tierra del parque de Avellaneda violeta —de noche, las fogatas de los vagabundos y los ladridos de los perros vagabundos en la oscuridad del parque, la pileta donde muchachos escribían cartas de amor en las columnas y grupos de creyentes rezaban por los nonatos y creían en la vida eterna, el cementerio de panteones grises y, fuera, los puestos callejeros de panchuque, milanesas y choripan, los atardeceres como ascuas sobre los cerros—.Y recordé el inverno en agosto y las navidades cálidas y las palabras nuevas y la Cruz del sur en la madrugada y los altares al Gauchito Gil junto a árboles y rutas con los pedidos escritos en cintas coloradas, y la crítica a la historia de occidente y el olor dulzón de los campos de caña de azúcar y la nieve negra. Argentina reubicó mi mirada. Leer Con otro sol, ýb, fue recordarme aquella tierra, a mí en aquella tierra —y sentir que somos mundos desvaneciéndose de a poco—.


Los lunes de Anay. Postigos…

"¡Ruiseñor mío!
 ¡Ruiseñor!
 ¿Aún cantas?"

                      FEDERICO GARCÍA LORCA


BALADALLIDA DEL POSADERO DE BELÉN

Tan cerca como le tuve
y dejé que se me fuera.
Malhaya la posadera.
Y eso que les vi la luz
nimbando sus sienes, pero...
Malhaya sea el posadero.
Malhaya la posadera
que me dijera que no
abriera. Malhaya yo.
Malhaya yo que les vi
la luz y no les retuve.
Tan cerca como le tuve.
Y ahora tan lejos, temblando
sobre el heno y la retama.
Malhaya mi blanda cama.

                                     CARLOS MURCIANO





Feliz lunes y Feliz Navidad.

Un beso,

Anay

lunes, 9 de octubre de 2023

Los lunes de Anay. Escondites...

Es la primera vez que me siento en esta mesa junto a la ventana a escribir una carta. Hace una semana
no había apenas muebles, sólo un colchón en el suelo, bolsas semicerradas, mochilas y cajas de libros. Se hacía difícil ubicarse en este desorden y sentir apego hacia una casa que estaba tan vacía como llena, que era espejismo e imaginación. Hoy, diez días después, empieza a haber un orden y crece, día a día, la sensación de hogar —el desorden aún anida, pausado, en la habitación pequeña. Estanterías vacías, una treintena de cajas de libros, bolsas con recuerdos, una butaca deshilachada por nuestras gatas—. Mientras preparaba la mudanza, me sorprendió la cantidad de objetos pequeños que guardamos, postales, retratos en sepia, piedras de nuestras playas recurrentes, de nuestros caminos recurrentes, colgantes, miniaturas de animales o robots de cine, hojas secas para marcapáginas, tres relojes parados en tres horas diferentes, pequeños altares. Lo minúsculo se hace visible.

Te escribo junto a un ventanal de cinco metros, sin persianas. Abarca la cocina y el salón. A veces bromeo y digo que vivimos en una casa sin paredes ni pasillos. Ha cambiado el paisaje, ahí fuera. O ha girado. Porque nos hemos movido apenas doscientos metros de nuestra antigua casa. Ahora el horizonte se ha agrandado y el cielo se ha abierto sobre los árboles junto al río y los tejados al otro lado del río. Nada nos tapa la mirada. En esta hora de la tarde, con esta luz de octubre, con esta pausada luz de otoño, elijo la silla esquinada que da hacia las sombras y la última luz del atardecer sobre unos modestos montes, en vez la que elijo en las últimas horas de la madrugada, cuando desayuno frente a mi reflejo incrustado en la noche, ahí fuera —tengo tres miradas posibles—.

Desde niño me han llamado las ventanas grandes. Me permiten mirar sin tiempo hasta que lo observado se desvanece por entero —como al repetir hasta el infinito la misma palabra hasta descubrir que ha perdido cualquier significado—. Elijo las cafeterías por sus ventanales —como aquella en un parque del norte argentino que daba a los cerros y veía, al atardecer, las hogueras de los vagabundos para pasar los noches de un agosto invernal—, elijo las ventanas de las cocinas: para escribir, como en la de mis padres, desde donde se escuchaba el fragor del parque de juegos y el brillo del sol sobre los ladrillos rojos del barrio; para esperar, como en la enrejada de mis abuelos, que daba a un camino blanco en el que aparecía mi padre con una cesta de mimbre y una caña de pescar, la camisa abierta, el cuerpo un árbol erguido.

—ahora, una pareja se ha detenido, a medio centenar de metros de estas nuevas casas, no todas ocupadas. Señalan esta ventana, imagino sorprendidos por su tamaño, por la ausencia de persianas. Soy quien mira y quien es observado, ahora—.


Leo, desde el inicio de esta mudanza, la trilogía Cegador de Cărtărescu donde Mircea escribe sobre mundos febriles, infinitos, oníricos y translucidos, sobre insectos, miradas vueltas hacia el centro del cerebro, la eterna pregunta de quién soy yo o qué es la existencia, junto a varias ventanas. Una de ellas es un tríptico, como la nuestra, pero a través de ella Mircea ve Bucarest y un mundo de estatuas. Yo veo, ahora, nubes delgadas, la línea de sombra que traza una frontera en una campa, los árboles junto al río, una bandada de gorriones, la luz de otoño.   

Intento guardar las emociones de estos primeros días, los cambios alrededor en esta construcción de un hogar. Dentro de unos años me sorprenderán los cambios en el paisaje de esta ventana, las transformaciones invisibles en nuestro hogar.


Los lunes de Anay. Escondites…

"como un poema enterado
 del silencio de las cosas
 hablas para no verme"

                                ALEJANDRA PIZARNIK


APRENDIZAJE

Un centenar de veces rebatido,
cercado, corregido, matizado,
advertido por sabios, castigado,
quemándome los ojos
entre esos tecnicismos
intraducibles, griegos, alemanes.
Y a pesar de esas cosas
todo lo que uno sabe
lo supo ya de niño.
Para entender
hace falta orinar en una esquina.
Hace falta quebrarse una muñeca.
Hace falta batirse con espadas de palo.
Hace falta haber roto un cristal a patadas.
Ya ves, al fin y al cabo
la infancia deja surcos
por los que transitar continuamente.
Y son los mismos surcos,
que se inundan a veces,
que se embarran a veces.

                                      MARIO CUENCA SANDOVAL



https://www.youtube.com/watch?v=oLF2AEXe190


Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 25 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Helio...

Mis libros están en treinta cajas en la nueva casa. En esta, con las paredes vacías y bolsas alrededor y cierto desorden, sólo la trilogía Cegador de Cărtărescu, los poemas de Olga Novo, una novela de Chivite. Y La república del sueño, de Nélida Piñón, un libro-baúl donde guardo, entre sus páginas, los primeros pasos de este amor a corriente —entradas de cine y teatro y programas de museos, facturas de hotel, mapas, artículos recortados, notas y mensajes escritos a mano—. Es extraño este habitar dos casas, tener un camino comunicante entre ellas, que una se llene, también en el caos, mientras otra se vacía y que en ese camino haya alegría y un poco de tristeza. Para que esa extrañeza baje, he dejado un cuadro con un mensaje de bienvenida grabado en unas hojas secas.

Terminé de recoger mis libros en la mañana del jueves pasado. Llovía desde el amanecer. Quería, esa mañana, tener tiempo para cada libro; reencontrarme con las lecturas del confinamiento y mis notas a lápiz en las primeras páginas; preguntarme por qué hay libros de cuya lectura no recuerdo una frase —como lluvia que no empapa—, libros cuyo recuerdo es una emoción, una sensación, o libros a los que me gustaría volver una y otra vez; regresar a las librerías de Cádiz, Valladolid, Tucumán, Madrid, Logroño, Barcelona, Gijón, Alicante o aquella de Madrid junto a un templo egipcio donde encontré a Vonnegut y contar las horas de lectura, las horas en librerías y ferias, las horas de conversaciones. Ahora esas cajas están en un par de habitaciones sin muebles y pienso en desempaquetarlas con lentitud y organizar de nuevo mi biblioteca.

Entro en nuestro nuevo hogar, registro la desnudez de nuestro terreno aún sin césped, de nuestras habitaciones sin muebles, e intento capturar este instante que es el inicio de algo, de algo que crecerá con el tiempo y de un vacío y caos que se posarán y recompondrán en intimidad y refugio. Quiero recordar estos días para mi yo futuro, para que vea lo que e. y yo hemos creado.

Llevaremos un puñadito de sal este sábado, nuestro primer día en nuestro hogar, donde dormiremos en un colchón en el suelo a la espera de nuestros muebles. Empezamos de cero, ýb, con una mesa, algunas sillas, un colchón, las estanterías que hizo mi padre, los libros y recuerdos en cajas, la ropa en maletas y mochilas.


Los lunes de Anay. Helio…

Es maravilloso cuando te despiertas, abres los ojos y dices:
"Cojonudo. No me he muerto".

                                                KARMELO C IRIBARREN


TANGO
(Imitación de JG)

Ganas de estar sin tu recuerdo
de echarme unos besos en el bolsillo
y salir a borrarte
entre otros brazos
bajo otras sábanas
en otra noche
Ganas enormes de quitar de mi alma tu retrato
de caminar de espaldas a ti
hacia otros amores o desastres
hacia nombres como esperanza isabel
Ganas descomunales
de no oír más tu silencio
ganas de sepultarte vestida en mucho olvido
de sembrarte en un adiós sin más llantitos
de regresar sin ti pero feliz
a mí mismo silbando ya sin lágrimas
bellamente recobrado el
paraíso.

                                  LUIS ROGELIO NOGUERAS




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 18 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Acopio...

… Ayer, después de un camino entre acantilados, entramos en la pequeña capilla de la Providencia. Siempre me siento en los bancos finales para no molestar a los creyentes en sus rezos, para estar en mi silencio. La Virgen y un niño negros en el altar y una pared donde los feligreses, peregrinos y visitantes dejaban sus peticiones a la Virgen negra. Me entretuve ante esos mensajes a bolígrafo o lápiz y entre los cuales, chupetes, baberos, peluches de burritos, plumas de gaviotas, figuras de corazones. Leí un puñado: niños que querían, en su letra primera, que los asesinos se “icieran” buenos, mujeres y hombres rogando por la salud de sus hermanos, estudiantes que pedían aclarar su futuro, cartas en francés e inglés, cartas dobladas entre otras, fotografías y estampas, mensajes cortos: por Estefanía. Como en los tocones del camino, entre tótems de piedra, las cartas que recuerdan y piden e imploran y agradecen.


Los lunes de Anay. Acopio…

"El espejo multiplica por dos la soledad"

                                                             JAVIER PUCHE


SONSONETE

No protestes más,
airado corazón,
que a nadie importan ya
tus fútiles lamentos.

                                   ANAY SALA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay