Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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miércoles, 31 de enero de 2024

2023 en lecturas

Divido los libros en tres columnas sobre la mesa de la cocina. No elijo un orden concreto. No guardan relación entre sí. He elegido estos veinticinco libros entre mis estanterías como rastro de mi año lector. Hay literatura argentina y poesía gallega, hay diarios y relatos cortos, hay memorias en un psiquiátrico y memorias de un lector y sus lecturas, hay literatura oral y mundos febriles e irreales. 
A finales del pasado año, como un juego, hice una foto de estos libros ahora desperdigados por la mesa de la cocina y de los que he vuelto a releer al azar algunas de sus páginas. Elegí cinco de entre ellos como las mejores lecturas de dos mil veintitrés y una lista con los restantes libros como lecturas a recordar y, en un mundo imperfecto de tiempo circular, releer. Estos eran los cinco libros que sobresalieron sobre los demás

    • Cuerpo vítreo — Aurora Freijo Corbeira
    • El libro vacío/ Los años falsos — Josefina Vicens
    • La luna y las fogatas — Cesare Pavese
    • Aguamala — Nicola Pugliese
    • Diario de una soledad — May Sarton



*

En este mundo de aplicaciones que cuentan pasos y tiempo ante pantallas móviles y pulsaciones, yo sólo sumaría el tiempo dedicado a la lectura para saber cuántos días entre señales y huellas y  ficciones ajenas. Porque salgo de las páginas de un libro con cierta desorientación y despiste. Durante veinte minutos o dos horas he sido testigo de otra escritura y otra naturaleza, he abandonado mis sombras interiores para adentrarme en otras sombras, he debatido en silencio con escritores ya muertos o escritoras rebeldes sobre la inconsistencia de los recuerdos y el valor de la soledad, sobre el infierno propio, los miedos y las crueldades, sobre preguntarse por el ser y la muerte mientras sólo hay temblor; he leído a excombatientes cuyos recuerdos de guerra los convierten en seres ajenos a la comunidad y a un hombre que (d)escribe la vida cotidiana en un campo de prisioneros de manera humanista; he visitado la Jerusalén dividida entre distintas religiones y gestos ancestrales, los cronorrefugios para aquellos agotados y desilusionados por el presente, las calles bucarestinas donde subterráneos y estatuas gigantes y universos infinitos ubicados en las patas de un ácaro y las ruinas alemanas tras la segunda guerra mundial. He sido parte y estela. 

*

Este ha sido un año donde las editoriales modestas han ganado presencia en mis lecturas. Cada tarde de librería, ya buscara un título concreto o dejarme encontrar, los libros de altamerea, Malas tierras, Gallo Nero o Dirty Works (y tránsito, Pepitas de Calabaza, Chai, Automática y…) eran una promesa de algo inefable, de camino escondido. Apenas ha habido decepciones con los autores de estas editoriales y sí  colisiones vonnegutianas, hallazgos, lucha, discusión y asombro. He leído de tres en tres a May Sarton, Cărtărescu, Pavese, Gospódinov o los relatos cortos de Bonnie Jo Campbell donde las mujeres dejan sacar un mundo salvaje oculto y se cuestionan hasta dónde permitirán llegar su dolor, y he terminado cuatro de los libros de Chivite, una forma de ver las repeticiones, cadencias e intereses que habitan en otras escrituras. Olga Novo me ayudó a aquietarme en la mudanza de septiembre, cuando todo eran columnas de cajas y mochilas, y a descansar de la trilogía Cegador y sus mundos oníricos y turbados. Descubrí el humanismo de Guareschi en un campo de prisioneros —hay ternura y dolor y humor en sus páginas, y tristeza e inteligencia. En más de una página me he visto sonriendo (y, a la siguiente, el estupor ante el horror)— y el surrealismo de Pugliese y la voz poética y litúrgica de Gómez Arcos. Volví a la escritura fragmentada y rabiosa de Drndić en su estudio sobre la memoria y la culpa de nuestro último siglo y a la prosa despojada, dolorosa y bella de Aurora Freijo Corbeira. En sus relatos, Dubus parece hacer un tratado sobre la infelicidad personal y matrimonial, sobre nuestros miedos y vulnerabilidades, sobre expectativas que se apagan de a poco. Son tristes estos relatos, y duros y conmovedores. Y están tan bien escritos. El libro vacío fue una de las mayores sorpresas lectoras de los últimos años, un libro sobre un hombre que renuncia a escribir pero necesita escribir esa negación, dejar constancia de ella.

*

Me gustaría recordar cada una de mis sesenta y siete lecturas —y recordar es volver a pasar por el corazón—. O, al menos, los relatos de Maria Messina en sus Muchachas sicilianas, su lenguaje sencillo y profundo para detallar vidas al margen o vidas silenciadas y que me recordaron a aquellas mujeres gallegas con su sempiterno luto y su espera. O los reportajes de Dagerman en la Alemania de la posguerra, su afán por mostrar y ser testigo de la destrucción, la pobreza y el dolor de un pueblo derrotado —sin olvidar de dónde venía ese pueblo—. O el regreso imposible del narrador de La Luna y las fogatas a otro pueblo de la posguerra, en esta ocasión el italiano y la pregunta de Pavese sobre qué queda de nuestro pasado. O ese recorrido de Ayestarán a través de la Jerusalén de hoy y ayer, porque, como decía Heródoto, hay que ir a la causa primera para comprender los entresijos del presente. O al inolvidable Piotr Niewiadomski de La sal de la tierra, un hombre tierno y humilde que se ve desnortado ante una guerra que no entiende. O los parajes y personajes áridos y telúricos de Con otro sol de Angelino y Enero de Sara Gallardo, que da voz a una muchacha violada en el campo argentino. O las memorias de Bette Howland en un pabellón siquiátrico, donde se hace a un lado para observar a sus compañeros de pabellón y retratarlos con humanidad, comprensión y compasión. O la pregunta ¿cómo no temblar? en Cuerpo vítreo —y yo, como dice un verso de Isabel Bono, creo en lo que tiembla—, y la soledad y las despedidas y el abismo de la ceguera como alumbramiento de aquello que nos ocultamos. O las voces de veteranos de guerra en ese ejemplo de literatura oral que es Nam, donde asistí asombrado, una vez más, a la vida cercada de horror, las ideas confusas por las que se alistaron, la realidad inverosímil que les rodeaba y arraigó en su pecho, la violencia en el corazón de cada uno de ellos, el regreso al hogar convertidos en fantasmas o espíritus derrotados. O este poema de Leire Bilbao

Y TE PRONUNCIO

El significado de cada palabra 
contiene una interpretación subjetiva, 
una memoria lejana del edificio 
que sustenta la palabra: 
por eso articulo tu nombre 
tan descarnadamente como el día en que naciste para mí.

En el camino que me llevó a ti tragué 
piedras matorrales y clavos, 
y a pesar de atascárseme en la garganta 
te pronuncio 
desde el momento en que dejamos de ser uno. 

Te has convertido en un grito en la calle: 
en mi boca 
susurro de ríos secos, 
retumbar del silencio.

La naturaleza ha decidido por mí; 

nadie dirá tu nombre 
mejor que mi cuerpo.

*

Como en los últimos años, no me marco objetivos para un dos mil veinticuatro que empecé con Vonnegut, Kaurismaki, Shepard y Wenders. Tal vez adentrarme en la otra cara del mito de la frontera estadounidense y leer Las guerras apaches y Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Tal vez las mil páginas de la Exégesis de Dick, un diario atormentado de cuando creía recibir mensajes del logos/universo a través de un rayo rosa que le hablaban de habitar una realidad ficticia y mecánica. Tal vez más poesía y ensayo. Tal vez.



    • La ventana inolvidable - Menchu Gutiérrez. Galaxia Gutenberg 
    • Muchachas sicilianas - Maria Messina. Trad. Raquel Olcoz. Altamarea ediciones 
    • Diario clandestino 1943-1945 - Giovannino Guareschi. Trad. Manuel Manzano. La fuga ediciones 
    • El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes - Tatiana Ţibuleac. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta 
    • Reflejos en un ojo dorado - Carson McCullers. Trad. María Campuzano. Austral 
    • Pájaro de celda - Kurt Vonnegut. Trad. José M. Álvarez y Ángela Pérez. Argos Vergara
    • El diablo en las colinas - Cesare Pavese. Trad. Víctor Olvina. Stirner 
    • ¡Vivir! - Yu Hua. Trad. Anne-Hélène Suárez Girard- Seix Barral
    • El comunista y la hija del comunista - Jane Lazarre. Trad. Blanca Gago. Las afueras
    • El hombre que cayó a la tierra - Walter Tevis. Trad. José María Aroca. Alfaguara
    • Otoño alemán - Stig Dagerman. Trad. José María Caba revisada por Jesús García Rodríguez. Pepitas de calabaza
    • Una infancia. Biografía de un lugar - Harry Crews. Trad. Javier Lucini. Acuarela & A. Machado 
    • El fondo del puerto - Joseph Mitchell. Trad. Álex Gibert. Anagrama 
    • El secreto de Joe Gould - Joseph Mitchell. Trad. Marcelo Cohen. Círculo de lectores (relectura)
    • El pabellón 3 - Bette Howland. Trad. Lucía Martínez Pardo. Tránsito 
    • Hotel Splendid - Marie Redonett. Trad. Rubén Martínez Giráldez. Malas Tierras 
    • Un hombre inútil - Sait Faik Abasıyanık. Trad. Mario Grande Esteban. Gallo Nero
    • La fortaleza - Mesa Selimović. Trad. Miguel Roán. Automática editorial
    • Enero - Sara Gallardo. Malas Tierras
    • La luna y las fogatas - Cesare Pavese. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea Ediciones
    • Elogio del caminar - David Le Breton. Trad. Hugo Castignani. Siruela 
    • Aguas madres - Leire Bilbao. Trad. Ángel Erro. La Bella Varsovia 
    • El río del olvido - Julio Llamazares. Seix Barral 
    • Aguamala - Nicola Pugliese. Trad. José Moreno. Acantilado
    • El camino a Wigan Pier - George Orwell. Trad. María José Martín Pinto. Akal 
    • Jerusalén, santa y cautiva - Mikel Ayestarán. Península 
    • Mujeres y otros animales - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • Vuelos separados - Andre Dubus. Trad. David Paradela López. Gallo Nero 
    • Espacio vital - James Alan McPherson. Trad. Gemma Deza Guil. consonni 
    • Desguace americano - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • Cuerpo vítreo - Aurora Freijo Corbeira. Anagrama 
    • La muerte de Vivek Oji - Akwaeke Emezi. Trad. Arrate Hidalgo. consonni 
    • Madres, avisad a vuestras hijas - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • El libro vacío/Los años falsos - Josefina Vicens. Tránsito 
    • Diario de una soledad - May Sarton. Trad. Blanca Gago. Gallo Nero 
    • El libro del verano - Tove Jansson. Trad. Carmen Montes Cano. Minúscula 
    • La zona - Serguéi Dovlátov. Trad. Ana Alcorta y Moisés Ramírez. Ikusager 
    • Ferdy el viejo - Fernando Luis Chivite. Papeles mínimos 
    • Anhelo de raíces - May Sarton. Trad. Mercedes Fernández Cuesta. Gallo Nero 
    • La casa junto al mar - May Sarton. Trad. Blanca Gago. Gallo Nero 
    • Mi padre, el pornógrafo - Chris Offutt. Trad. Ce Santiago. Malas Tierras 
    • Las tempestálidas - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova y César Sánchez. Fulgencio Pimentel 
    • El Museo de la Rendición Incondicional - Dubravka Ugrešić. Trad. M.ª Ángeles Alonso y Dragana Bajić. Impedimenta 
    • Física de la tristeza - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova y Andrés Barba. Fulgencio Pimentel 
    • Novela natural - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova. Fulgencio Pimentel 
    • Sebas Yerri (Retrato de un suicida) - Fernando Luis Chivite. Pamiela 
    • El invernadero - Fernando Luis Chivite. Baile del sol 
    • El nombre del mundo - Denis Johnson. Trad. Rodrigo Fresán. Literatura Random House 
    • Cada cuervo en su noche - Fernando Luis Chivite. Pamiela 
    • Los náufragos de las Auckland - François Edouard Raynal. Trad. Pere Gil. Jus, libreros y editores 
    • La sal de la tierra - Józef Wittlin. Trad. Jerzy Sławomirski y Anna Rubió. Editorial Minúscula 
    • La filial - Serguéi Dovlátov. Trad. Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea. Fulgencio Pimentel 
    • El ala izquierda. Cegador I - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta Relectura
    • Felizidad - Olga Novo. Trad. Xoán Abeleira. Olifante ediciones de poesía 
    • El cuerpo. Cegador II - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta 
    • Diario de un peón - Thierry Metz. Trad. Vanesa García Cazorla. Editorial Periférica
    • El ala derecha. Cegador III - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta
    • Nam. La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella - Mark Baker. Trad. Elena Masip y Darío M. Pereda. Contra editorial
    • La casa en la colina - Cesare Pavese. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea 
    • ¿Hay alguien ahí? - Peter Orner. Trad. Damián Tullio. Chai editora 
    • Belladonna - Daša Drndić. Trad. Juan Cristóbal Díaz. Automática editorial 
    • Ana no - Agustín Gómez Arcos. Trad. Adoración Elvira Rodríguez. Cabaret Voltaire 
    • Sigo sin saber de ti - Peter Orner. Trad. Damián Tullio. Chai editora 
    • Kallocaína - Karin Boye. Trad. Carmen Montes. Gallo Nero 
    • Con otro sol - Diego Angelino. Malas tierras 
    • Todo está iluminado - Jonathan Safran Foer. Trad. Toni Hill. Debolsillo 
    • El país del humo - Sara Gallardo. Malas tierras 

jueves, 22 de junio de 2023

Diario de una soledad. May Sarton


Leí una parte importante de Diario de una soledad durante una tormenta, con la butaca hacia la ventana abierta —la penumbra en la habitación y en las páginas de May Sarton mientras, fuera, el resplandor de los relámpagos y los árboles retorcidos por el vendaval y la lluvia—. Había una sintonía entre lo que observaba a través de la ventana —un horizonte blanco, el vuelo de las hojas arrancadas de las ramas, la luz provisional y las sombras repentinas, el retumbo del granizo primero contra el suelo, las ventanas y las farolas y el tamborileo de la lluvia entre las hojas de los árboles después— y aquello de lo que me hablaba May Sarton —el paso del tiempo y el peso del amor; el silencio como algo nutritivo; la soledad como forma de entender y asimilar los encuentros y las emociones, de indagar y reflexionar sobre lo que nos está ocurriendo y la razón por la que ocurre y nos remueve; el trabajo de jardinería y la creación poética, ambos arduos y constantes y cuyos logros, aunque a veces efímeros, permanecen por una pequeña eternidad en nuestro recuerdo—. La letanía de la tormenta en su inicio, la violencia de su centro, el regreso del canto de los pájaros y la luz transformada tras la última lluvia: toda esa furia y ese apaciguarse y la tensión ante algo incierto e impredecible lo encontré, también, en la escritura de May Sarton.

Subrayé a lápiz este fragmento: (…) vivir en la luz cambiante de una habitación, sin intentar ser o hacer nada. Y este otro: Regresar a la infancia —con sus riquezas y sus terribles carencias— es lo que nos lleva a casa. Y otro más: La jardinería es algo completamente distinto. Ahí la puerta a lo sagrado (nacer, crecer, morir) siempre está abierta. Y otro: (…) si nos detenemos a observar cualquier cosa el tiempo suficiente, observamos detenidamente una flor, una piedra, la corteza de un árbol, una brizna de hierba o una nube, se produce algo semejante a una revelación. Algo nos es dado, y tal vez ese algo siempre es una realidad exterior a nosotros. Y un último fragmento: Hay que pensar como una heroína para comportarse como un mero ser humano decente. Después de cada subrayado levantaba la vista a la penumbra alrededor y reflexionaba sobre qué significaban para mí: la lentitud y la atención en cada gesto; la contemplación de aquello que nos rodea y en lo que estamos y somos; la medida del tiempo en la vida circundante; la fragilidad y la fuerza de voluntad en el acto de desnudarse en la palabra. Estas frases son ejemplos sencillos de un diario que aborda y se desborda al indagar en la soledad, la creación tanto poética como cotidiana y hogareña, la mirada política en el papel de la mujer en la sociedad, las disquisiciones sobre la homosexualidad y la sinceridad sobre sus depresiones y ataques de ira, la escritura considerada como la vida real, porque escribir otorga a May Sarton una forma de conocimiento y exploración del instante y la emoción y el descubrimiento de una verdad velada. Este diario, en esa tarde de tormenta, como una incursión descarnada en el yo hasta su centro, ese territorio de penumbra que nos define y en el que miedo angustia ira amor exigencia. 

Sarton inicia su diario en septiembre. Empiezo aquí, escribe un quince de septiembre. Es un día de lluvia, las rosas de otoño sobre el escritorio desprenden una extraña tristeza y la escritura de su diario es un camino en ambos sentidos, de dentro afuera y de fuera adentro, una manera de revelar la vida que nos inunda y la vida que callamos por la rapidez y la colisión con los otros. Es un inicio pausado donde Sarton construye los pilares de lo que será su diario, muestra las razones de su soledad, su trabajo de jardinería, su necesidad de tener y sentir cerca la presencia y el aroma de las diferentes  flores, su lucha con la escritura, tan agotadora y febril y diaria como el cuidado de su jardín, la desnudez última donde preguntarse sobre la vida propia y revelarse las dudas y los mitos que hemos construido. Lentamente, con una escritura sencilla, honda y despojada de fingimiento, asistimos al paso del tiempo —en una flor, una luz, un paisaje, un año— y los anhelos —la extinción de un amor, el recuerdo de amistades y lugares inefables—, y, sobre todo, vemos la pugna de una mujer para describirse de manera precisa y dejar constancia de su mirada y su idea del mundo, de su necesidad de soledad, luz cambiante y escritura.

En la penumbra de mi habitación, mientras fuera una insólita luz glauca tras la tormenta, me asombró la dedicación de Sarton a la escritura para encontrar la palabra exacta y fiel con la que hilvanar su diario, una tarea homérica y artesanal en la que adentrarse en las sombras que la habitan y verlas con perspectivas y descubrir sus depresiones, sus dichas, su dedicación incondicional a la creación, su percepción de la política y el puritanismo norteamericanos, su examen del papel de la mujer en aquel presente de los años setenta, cuando había que renunciar a los deseos propios por la familia o hacer equilibrios extraños en una sociedad patriarcal. Hay algo que me conmueve en la perseverancia y vulnerabilidad de Sarton al desnudarse y cobijarse en la palabra, en los reencuentros salvadores con la soledad tras las giras de presentación de libros y congresos, en el hogar construido en un pueblo norteamericano donde poder vislumbrar el paisaje interior y su reflejo exterior, en su pelea con los poemas. Esa perseverancia y ese cobijarse en la palabra lo traslada Sarton a sus cartas personales. Escribir cartas, un gesto perdido en esta época de inmediatez, donde lentitud, reflexión y un acercamiento real al otro, como forma de saber dónde se está en un instante determinado de nuestra vida.

Una última frase subrayada: ¿Cómo reconocer lo esencial? Este libro es luminoso.




Ahora espero abrirme camino entre las abruptas y rocosas profundidades para llegar al núcleo de la matriz, donde aún quedan iras y violencias no resueltas. Vivo sola, tal vez sin otro motivo que afirmarme como criatura imposible; distinguida por un temperamento que nunca he aprendido a manejar como es debido; capaz de desconcertarse por una palabra, una mirada, un día lluvioso o una copa de más. Mi necesidad de estar a solas siempre está en contrapunto con el miedo a todo aquello que sucederá si de repente, una vez adentrada en el enorme y vacío silencio, no puedo encontrar apoyo alguno. Subo al cielo y bajo al infierno en el curso de una hora, y solo me mantengo en pie a costa de imponerme rutinas inexorables. Escribo demasiadas cartas y muy pocos poemas. Pese a este aparente silencio que me rodea, en el fondo de mi mente suena un clamor de voces humanas; demasiadas necesidades, esperanzas, temores. Apenas consigo permanecer quieta sin que me asalten las cosas pendientes de cumplir o de enviar. Me siento agotada a menudo, pero lo que me cansa no es el trabajo —el trabajo es un descanso—, sino el esfuerzo por apartar las vidas y necesidades de los demás antes de poder abordar mi trabajo con cierta frescura y placer. 
May Sarton. Diario de una soledad. Traducción de Blanca Gago. Gallo Nero

domingo, 17 de diciembre de 2017

El olor humano. Ernő Szép

El olor humano comienza con un grupo de hombres en fila, una estrella de David sobre el portalón de un edificio, unos soldados jóvenes que buscan entre los pisos a hombres y riquezas escondidos, una espera y un destino incierto. De esa espera y de ese grupo de judíos detenidos bajo las ventanas de sus vecinos y que no saben qué pensar o a dónde los enviarán, Ernő Szép da un paso atrás y describe los últimos meses en Hungría, la caída del regente, el gobierno filo nazi de Szálasi, el temor por la llegada de los alemanes, los bombardeos sobre la ciudad o la rutina de la comunidad judía: el desalojo de sus hogares, la dificultad de las compras diarias, la conversión al cristianismo de algunos judíos para evitar la deportación, la invisibilidad o el señalamiento de quienes ven a los judíos como culpables de un crimen oculto.

Una foto. Un paso atrás que explica esa imagen. Y el movimiento.

Los hombres se ponen en marcha. El destino final cambia a cada hora. Una caminata los aleja de sus vidas para adentrarlos en campos desconocidos y la ignorancia. Hombres mayores y jóvenes, judíos conversos, ateos y creyentes, fuertes y débiles, ricos y obreros, desfilan por caminos de tierra y bajo las órdenes y los golpes y los disparos a bocajarro de un grupo de soldados que se han creído la propaganda oficial. El camino parece no tener fin. Szép muestra el extrañamiento de los judíos, su no pertenencia a la sociedad, su destino en manos ajenas, la espera continua. Y, también, los gestos cotidianos, las hojas de tabaco y los cigarrillos liados, las mochilas con pan y mermelada, las camisas de repuesto, las miradas de reconocimiento, las palabras de ánimo o temor, los recuerdos de una vida anterior

Entonces, el campo de trabajos forzados. La columna llega a una fábrica, cientos de hombres buscarán un sitio donde dormir en un desván, cavarán una zanja día tras días, bajo el sol o la lluvia, una zanja que podría servir para detener el avance de los tanques rusos o como fosa, el trabajo extenuante, las raciones cortas, el no saber qué ocurrirá a la mañana siguiente, la impunidad y crueldad de los soldados y la supervivencia y el miedo de los hombres.

Szép escribe a modo de diario las semanas que vivió en un campo de trabajo, breves entradas que muestran un momento y un espacio concretos, los últimos meses de 1944 en Hungría y la vida de la comunidad judía a la espera de algo que no acaba por concretarse: su destino. Szép va de la crudeza a la ternura, de la reflexión a la rabia y la incredulidad en su descripción de unos meses temibles, muestra la vida cotidiana y el horror adentrándose en ella, la supervivencia y la sinrazón. El libro atrae poco a poco, hay algo conocido en lo que cuenta Szép, las descripciones remiten a otros libros testimoniales sobre el Holocausto, y aún así, encuentra su hueco como relato costumbrista de un grupo de hombres judíos y sus conversaciones y gestos en unos días extraños y temibles, su forma de afrontar la llegada del fascismo, las diferentes ideas sobre su destino o qué desearían para Adolf Hitler.
 ―Permítanme, señores, que les cuente qué castigo me he imaginado para esa persona cuyo nombre no suelo mencionar. Si es que está con vida y no consigue quitársela antes de que lo capturen. Me parece, caballeros, que sería el único castigo que tal vez sea capaz de vengar las atrocidades que ha cometido este tipo.
―¿Y qué es? ¡A ver! ¿Qué ha imaginado? Chsss, por favor, silencio.
―Que viva eternamente, que nunca muera, nunca, jamás.
Alguien dijo entre risas:
―¡Vaya!
―Sí, querido señor, que viva para siempre. Que no lo maten las balas, ni lo ahogue el agua, ni le haga ningún daño el veneno cuando quiera suicidarse. Que nadie lo toque ni con un dedo. Pasará mil años, cien mil, otros cien mil, la Tierra se enfriará un día, no quedará ni una brizna de hierba, ningún ser vivo, solo él, el único. Que quede él solo en el mundo, en tinieblas y en el más absoluto silencio. Dios también puede morir un día, pero que él siga viviendo, y que no se vuelva loco, que recuerde para siempre.
 
Y, hacia el final, Szép habla del peso del mundo y la culpa en la mirada del testigo y víctima.

Ahora, como en la vieja guerra, a veces me pregunto asombrado: ¿cómo se atreven a hacer lo que están haciendo?, ¿cómo se atreven, sabiendo que yo estoy aquí, en este mundo? ¡Si yo lo veo y lo oigo todo! ¿Cómo es que no se han horrorizado ante lo que han hecho? ¿Cómo no se les cae la cara de vergüenza? ¿Cómo no paran de inmediato?
Estos pensamientos me atormentan con tal fervor como a un enloquecido.
Y me persigue, está vez también, me persigue la idea de que yo tengo la culpa de todo esto. El Creador ha puesto en mi pecho un corazón y me ha enviado con él entre los hombres. Y no sé cómo ha podido ocurrir que yo no les haya mostrado mi corazón, su corazón. ¿Acaso estaba dormido? La palabra salvadora, la palabra redentora esperaba en mi garganta: la palabra que tenía que imponer la paz a la Tierra. Y yo callaba.
No sé dónde tenía la cabeza. El mundo se me cayó de las manos. Y se hizo pedazos.
 

El olor humano está en lo cotidiano y en la amenaza de un destino incierto.









Yo, por lo que a mí respecta, parece que ni siquiera creo en la muerte. A mí también me soplará, desde luego, como una cerilla, pero no tendré conciencia de ello; yo lo único que sé es vivir, yo solo creo en la vida y no me puedo imaginar otra cosa. La vida no acabará nunca, tras mi último suspiro no contraeré los pulmones ni pondré un punto después de mi pensamiento final; idea y aliento huirán al infinito, a lo intemporal. Soy inmortal, es decir, incapaz de morir. Todos lo somos. Y tengo tanta curiosidad, tanta curiosidad por todo lo que pasa en esta Tierra; enloquezco por ver, oír y conocer este mundo, esta vida; incluso sentiría interés por mi propio ahorcamiento; no me tomaría un veneno ni siquiera si con ello pudiera evitar ser empujado a una cámara de gas.
Ernő Szép. El olor humano. Traducción de Eszter Orbán y José Miguel González. Gallo Nero Ediciones.