Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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miércoles, 31 de enero de 2024

2023 en lecturas

Divido los libros en tres columnas sobre la mesa de la cocina. No elijo un orden concreto. No guardan relación entre sí. He elegido estos veinticinco libros entre mis estanterías como rastro de mi año lector. Hay literatura argentina y poesía gallega, hay diarios y relatos cortos, hay memorias en un psiquiátrico y memorias de un lector y sus lecturas, hay literatura oral y mundos febriles e irreales. 
A finales del pasado año, como un juego, hice una foto de estos libros ahora desperdigados por la mesa de la cocina y de los que he vuelto a releer al azar algunas de sus páginas. Elegí cinco de entre ellos como las mejores lecturas de dos mil veintitrés y una lista con los restantes libros como lecturas a recordar y, en un mundo imperfecto de tiempo circular, releer. Estos eran los cinco libros que sobresalieron sobre los demás

    • Cuerpo vítreo — Aurora Freijo Corbeira
    • El libro vacío/ Los años falsos — Josefina Vicens
    • La luna y las fogatas — Cesare Pavese
    • Aguamala — Nicola Pugliese
    • Diario de una soledad — May Sarton



*

En este mundo de aplicaciones que cuentan pasos y tiempo ante pantallas móviles y pulsaciones, yo sólo sumaría el tiempo dedicado a la lectura para saber cuántos días entre señales y huellas y  ficciones ajenas. Porque salgo de las páginas de un libro con cierta desorientación y despiste. Durante veinte minutos o dos horas he sido testigo de otra escritura y otra naturaleza, he abandonado mis sombras interiores para adentrarme en otras sombras, he debatido en silencio con escritores ya muertos o escritoras rebeldes sobre la inconsistencia de los recuerdos y el valor de la soledad, sobre el infierno propio, los miedos y las crueldades, sobre preguntarse por el ser y la muerte mientras sólo hay temblor; he leído a excombatientes cuyos recuerdos de guerra los convierten en seres ajenos a la comunidad y a un hombre que (d)escribe la vida cotidiana en un campo de prisioneros de manera humanista; he visitado la Jerusalén dividida entre distintas religiones y gestos ancestrales, los cronorrefugios para aquellos agotados y desilusionados por el presente, las calles bucarestinas donde subterráneos y estatuas gigantes y universos infinitos ubicados en las patas de un ácaro y las ruinas alemanas tras la segunda guerra mundial. He sido parte y estela. 

*

Este ha sido un año donde las editoriales modestas han ganado presencia en mis lecturas. Cada tarde de librería, ya buscara un título concreto o dejarme encontrar, los libros de altamerea, Malas tierras, Gallo Nero o Dirty Works (y tránsito, Pepitas de Calabaza, Chai, Automática y…) eran una promesa de algo inefable, de camino escondido. Apenas ha habido decepciones con los autores de estas editoriales y sí  colisiones vonnegutianas, hallazgos, lucha, discusión y asombro. He leído de tres en tres a May Sarton, Cărtărescu, Pavese, Gospódinov o los relatos cortos de Bonnie Jo Campbell donde las mujeres dejan sacar un mundo salvaje oculto y se cuestionan hasta dónde permitirán llegar su dolor, y he terminado cuatro de los libros de Chivite, una forma de ver las repeticiones, cadencias e intereses que habitan en otras escrituras. Olga Novo me ayudó a aquietarme en la mudanza de septiembre, cuando todo eran columnas de cajas y mochilas, y a descansar de la trilogía Cegador y sus mundos oníricos y turbados. Descubrí el humanismo de Guareschi en un campo de prisioneros —hay ternura y dolor y humor en sus páginas, y tristeza e inteligencia. En más de una página me he visto sonriendo (y, a la siguiente, el estupor ante el horror)— y el surrealismo de Pugliese y la voz poética y litúrgica de Gómez Arcos. Volví a la escritura fragmentada y rabiosa de Drndić en su estudio sobre la memoria y la culpa de nuestro último siglo y a la prosa despojada, dolorosa y bella de Aurora Freijo Corbeira. En sus relatos, Dubus parece hacer un tratado sobre la infelicidad personal y matrimonial, sobre nuestros miedos y vulnerabilidades, sobre expectativas que se apagan de a poco. Son tristes estos relatos, y duros y conmovedores. Y están tan bien escritos. El libro vacío fue una de las mayores sorpresas lectoras de los últimos años, un libro sobre un hombre que renuncia a escribir pero necesita escribir esa negación, dejar constancia de ella.

*

Me gustaría recordar cada una de mis sesenta y siete lecturas —y recordar es volver a pasar por el corazón—. O, al menos, los relatos de Maria Messina en sus Muchachas sicilianas, su lenguaje sencillo y profundo para detallar vidas al margen o vidas silenciadas y que me recordaron a aquellas mujeres gallegas con su sempiterno luto y su espera. O los reportajes de Dagerman en la Alemania de la posguerra, su afán por mostrar y ser testigo de la destrucción, la pobreza y el dolor de un pueblo derrotado —sin olvidar de dónde venía ese pueblo—. O el regreso imposible del narrador de La Luna y las fogatas a otro pueblo de la posguerra, en esta ocasión el italiano y la pregunta de Pavese sobre qué queda de nuestro pasado. O ese recorrido de Ayestarán a través de la Jerusalén de hoy y ayer, porque, como decía Heródoto, hay que ir a la causa primera para comprender los entresijos del presente. O al inolvidable Piotr Niewiadomski de La sal de la tierra, un hombre tierno y humilde que se ve desnortado ante una guerra que no entiende. O los parajes y personajes áridos y telúricos de Con otro sol de Angelino y Enero de Sara Gallardo, que da voz a una muchacha violada en el campo argentino. O las memorias de Bette Howland en un pabellón siquiátrico, donde se hace a un lado para observar a sus compañeros de pabellón y retratarlos con humanidad, comprensión y compasión. O la pregunta ¿cómo no temblar? en Cuerpo vítreo —y yo, como dice un verso de Isabel Bono, creo en lo que tiembla—, y la soledad y las despedidas y el abismo de la ceguera como alumbramiento de aquello que nos ocultamos. O las voces de veteranos de guerra en ese ejemplo de literatura oral que es Nam, donde asistí asombrado, una vez más, a la vida cercada de horror, las ideas confusas por las que se alistaron, la realidad inverosímil que les rodeaba y arraigó en su pecho, la violencia en el corazón de cada uno de ellos, el regreso al hogar convertidos en fantasmas o espíritus derrotados. O este poema de Leire Bilbao

Y TE PRONUNCIO

El significado de cada palabra 
contiene una interpretación subjetiva, 
una memoria lejana del edificio 
que sustenta la palabra: 
por eso articulo tu nombre 
tan descarnadamente como el día en que naciste para mí.

En el camino que me llevó a ti tragué 
piedras matorrales y clavos, 
y a pesar de atascárseme en la garganta 
te pronuncio 
desde el momento en que dejamos de ser uno. 

Te has convertido en un grito en la calle: 
en mi boca 
susurro de ríos secos, 
retumbar del silencio.

La naturaleza ha decidido por mí; 

nadie dirá tu nombre 
mejor que mi cuerpo.

*

Como en los últimos años, no me marco objetivos para un dos mil veinticuatro que empecé con Vonnegut, Kaurismaki, Shepard y Wenders. Tal vez adentrarme en la otra cara del mito de la frontera estadounidense y leer Las guerras apaches y Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Tal vez las mil páginas de la Exégesis de Dick, un diario atormentado de cuando creía recibir mensajes del logos/universo a través de un rayo rosa que le hablaban de habitar una realidad ficticia y mecánica. Tal vez más poesía y ensayo. Tal vez.



    • La ventana inolvidable - Menchu Gutiérrez. Galaxia Gutenberg 
    • Muchachas sicilianas - Maria Messina. Trad. Raquel Olcoz. Altamarea ediciones 
    • Diario clandestino 1943-1945 - Giovannino Guareschi. Trad. Manuel Manzano. La fuga ediciones 
    • El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes - Tatiana Ţibuleac. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta 
    • Reflejos en un ojo dorado - Carson McCullers. Trad. María Campuzano. Austral 
    • Pájaro de celda - Kurt Vonnegut. Trad. José M. Álvarez y Ángela Pérez. Argos Vergara
    • El diablo en las colinas - Cesare Pavese. Trad. Víctor Olvina. Stirner 
    • ¡Vivir! - Yu Hua. Trad. Anne-Hélène Suárez Girard- Seix Barral
    • El comunista y la hija del comunista - Jane Lazarre. Trad. Blanca Gago. Las afueras
    • El hombre que cayó a la tierra - Walter Tevis. Trad. José María Aroca. Alfaguara
    • Otoño alemán - Stig Dagerman. Trad. José María Caba revisada por Jesús García Rodríguez. Pepitas de calabaza
    • Una infancia. Biografía de un lugar - Harry Crews. Trad. Javier Lucini. Acuarela & A. Machado 
    • El fondo del puerto - Joseph Mitchell. Trad. Álex Gibert. Anagrama 
    • El secreto de Joe Gould - Joseph Mitchell. Trad. Marcelo Cohen. Círculo de lectores (relectura)
    • El pabellón 3 - Bette Howland. Trad. Lucía Martínez Pardo. Tránsito 
    • Hotel Splendid - Marie Redonett. Trad. Rubén Martínez Giráldez. Malas Tierras 
    • Un hombre inútil - Sait Faik Abasıyanık. Trad. Mario Grande Esteban. Gallo Nero
    • La fortaleza - Mesa Selimović. Trad. Miguel Roán. Automática editorial
    • Enero - Sara Gallardo. Malas Tierras
    • La luna y las fogatas - Cesare Pavese. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea Ediciones
    • Elogio del caminar - David Le Breton. Trad. Hugo Castignani. Siruela 
    • Aguas madres - Leire Bilbao. Trad. Ángel Erro. La Bella Varsovia 
    • El río del olvido - Julio Llamazares. Seix Barral 
    • Aguamala - Nicola Pugliese. Trad. José Moreno. Acantilado
    • El camino a Wigan Pier - George Orwell. Trad. María José Martín Pinto. Akal 
    • Jerusalén, santa y cautiva - Mikel Ayestarán. Península 
    • Mujeres y otros animales - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • Vuelos separados - Andre Dubus. Trad. David Paradela López. Gallo Nero 
    • Espacio vital - James Alan McPherson. Trad. Gemma Deza Guil. consonni 
    • Desguace americano - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • Cuerpo vítreo - Aurora Freijo Corbeira. Anagrama 
    • La muerte de Vivek Oji - Akwaeke Emezi. Trad. Arrate Hidalgo. consonni 
    • Madres, avisad a vuestras hijas - Bonnie Jo Campbell. Trad. Tomás Cobos. Dirty Works 
    • El libro vacío/Los años falsos - Josefina Vicens. Tránsito 
    • Diario de una soledad - May Sarton. Trad. Blanca Gago. Gallo Nero 
    • El libro del verano - Tove Jansson. Trad. Carmen Montes Cano. Minúscula 
    • La zona - Serguéi Dovlátov. Trad. Ana Alcorta y Moisés Ramírez. Ikusager 
    • Ferdy el viejo - Fernando Luis Chivite. Papeles mínimos 
    • Anhelo de raíces - May Sarton. Trad. Mercedes Fernández Cuesta. Gallo Nero 
    • La casa junto al mar - May Sarton. Trad. Blanca Gago. Gallo Nero 
    • Mi padre, el pornógrafo - Chris Offutt. Trad. Ce Santiago. Malas Tierras 
    • Las tempestálidas - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova y César Sánchez. Fulgencio Pimentel 
    • El Museo de la Rendición Incondicional - Dubravka Ugrešić. Trad. M.ª Ángeles Alonso y Dragana Bajić. Impedimenta 
    • Física de la tristeza - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova y Andrés Barba. Fulgencio Pimentel 
    • Novela natural - Georgui Gospodínov. Trad. María Vútova. Fulgencio Pimentel 
    • Sebas Yerri (Retrato de un suicida) - Fernando Luis Chivite. Pamiela 
    • El invernadero - Fernando Luis Chivite. Baile del sol 
    • El nombre del mundo - Denis Johnson. Trad. Rodrigo Fresán. Literatura Random House 
    • Cada cuervo en su noche - Fernando Luis Chivite. Pamiela 
    • Los náufragos de las Auckland - François Edouard Raynal. Trad. Pere Gil. Jus, libreros y editores 
    • La sal de la tierra - Józef Wittlin. Trad. Jerzy Sławomirski y Anna Rubió. Editorial Minúscula 
    • La filial - Serguéi Dovlátov. Trad. Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea. Fulgencio Pimentel 
    • El ala izquierda. Cegador I - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta Relectura
    • Felizidad - Olga Novo. Trad. Xoán Abeleira. Olifante ediciones de poesía 
    • El cuerpo. Cegador II - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta 
    • Diario de un peón - Thierry Metz. Trad. Vanesa García Cazorla. Editorial Periférica
    • El ala derecha. Cegador III - Mircea Cărtărescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta
    • Nam. La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella - Mark Baker. Trad. Elena Masip y Darío M. Pereda. Contra editorial
    • La casa en la colina - Cesare Pavese. Trad. Carlos Clavería Laguarda. Altamarea 
    • ¿Hay alguien ahí? - Peter Orner. Trad. Damián Tullio. Chai editora 
    • Belladonna - Daša Drndić. Trad. Juan Cristóbal Díaz. Automática editorial 
    • Ana no - Agustín Gómez Arcos. Trad. Adoración Elvira Rodríguez. Cabaret Voltaire 
    • Sigo sin saber de ti - Peter Orner. Trad. Damián Tullio. Chai editora 
    • Kallocaína - Karin Boye. Trad. Carmen Montes. Gallo Nero 
    • Con otro sol - Diego Angelino. Malas tierras 
    • Todo está iluminado - Jonathan Safran Foer. Trad. Toni Hill. Debolsillo 
    • El país del humo - Sara Gallardo. Malas tierras 

domingo, 9 de julio de 2023

donde ayer es cualquier ayer

Escucho a Arvo Part mientras te escribo. Su música, en estos días de calor y humedad, me trae el frío lento del invierno y el amortiguamiento del ruido alrededor. Necesito llenarme de lentitud ante los días por llegar.

Llego en el inicio del amanecer a la estación de tren, con la primera claridad violeta al final de las vías. Las golondrinas tienen sus nidos en las columnas, vuelan obstinadas bajo la cubierta metálica, como en el taller de carpintero de mi tío, el techo como suelo invertido y el vacío bajo sus cuerpos su cielo. A veces me demoro en entrar en el vagón. Sus vuelos me calman —como me calma el asentamiento de la luz a través de las ventanillas del tren—. 

Hace poco tuvimos una tormenta profunda e incesante. Moví la butaca donde leo hacia la ventana abierta. No había horizonte —o el horizonte era un muro blanco—. Sentado en silencio, el retumbo de los truenos, la brusca claridad de los relámpagos, el desgarrado de los árboles ante el viento y el golpeo de los granizos contra el suelo y las farolas y las hojas de los árboles. Tras el granizo, la lluvia fuerte, constante. Tenía un libro en mi regazo, Diario de una soledad, al que volvía en la penumbra de la habitación. Hay una belleza pura en las tormentas. 

Ayer, al entregar un paquete a su padre, una niña de tres años me dijo su nombre, N, me preguntó por el mío, F, le respondí, le dije que qué bien de vacaciones y me enseñó una costra a punto de caer en su rodilla —y esas costras son infancia—. Ayer, donde ayer es cualquier ayer, un vecino con el que me encuentro cada día me dijo que fue buzo explorador de la armada y que apenas quiere mar, ahora. Ayer, una niña que me decía que le quedaban dos días para acabar las clases, luego uno y luego cero, y un niño disfrazado de capitán América, y caracoles y telarañas en buzones exteriores y el vuelo de una urraca sobre su nido y las acrobacias de un halcón bajo el cielo, y resguardarme en un portal mientras fuera, una tormenta de granizo y viento, y un chico, parado en la puerta del metro, con un rosario de cuentas blancas y negras en la mano. Ayer, un hombre me confesó que lo había olvidado todo al intentar darme su número de identidad y quedarse mudo. Regresó al interior del hogar, buscó su carnet y al salir de nuevo al umbral de la puerta lloraba. A veces los vecinos lloran o se confiesan delante de mí. Y no sé qué hacer en esas situaciones salvo escuchar sus recuerdos de cuando eran felices, no les dolía el cuerpo o no guardaban luto —hace unos meses una mujer me dijo que había encontrado muerto a su marido diez minutos después de darle el desayuno, me dijo que fueron cincuenta y cuatro años juntos, que él habría cuidado de ella como ella hizo con él tras quedarse postrado en una silla de ruedas y sin habla, me dijo la congoja que era abrir la puerta de casa y que no estuviese—. Intento que la rapidez no me ciegue.

Me acerqué a la caseta de Gallo de oro en la feria del libro del Arenal. Los de Gallo de oro querían que descubriésemos a Bobin y regalaban uno de sus libros por la compra de otros dos. Hablé con la librera portuguesa sobre Autorretrato con radiador y El bajísimo, me mostró el cuaderno de trabajo del nuevo libro de Bobin en el que están trabajando y me aseguró que pensaban editar sus inéditos poco a poco. Al lado de los libros de Bobin, una urna con citas de sus libros —en un papelito azul “El alma no es más que lo invisible y lo invisible es todo lo que vemos”—. Julio, en la vorágine electoral, será para Bobin. 

Las últimas semanas lectoras bien, muy bien. Descubrí El libro vacío y Los años falsos de Josefina Vicens, un gran oh; me volvió a sorprender Aurora Freijo Corbeira con Cuerpo vítreo, donde usa un lenguaje despojado y bello para escribir sobre el dolor; busqué una y otra vez los relatos de Bonnie Jo Campbell y me adentré en un año de soledad en la vida de May Sarton a través de su diario; leí a Ferdy el viejo en un día, entre mi casa y un parque —como objeto, me parece un libro precioso, el papel ahuesado, la encuadernación con hilo que hacía crepitar las hojas. Y como autobiografía de anticipación, que dice Chivite, encontré una luz inesperada en un Ferdy que habla del vacío y el absurdo de la existencia, de nuestra expulsión diaria del paraíso, de las arañas en su fuero interno, del tiempo, la soledad, el silencio y la muerte, de fantasmas con jersey y madres con pelucas ladeadas. Esa voz dubitativa con tantos creo o supongo o no sé se hace cercana, todo ese hablar y desentrañar el sentido de una vida, ese pasar y no quedar. Nunca imaginé a Chivite en Benidorm. Ni que me hiciera sonreír. Qué bien—. Ahora me acompañan las notas de Dovlátov sobre sus años como guardia en un campo de trabajo ruso. 

Cada vez más encerrado en mí, cada día con más ganas de contemplar la luz decreciendo en un horizonte abierto. Ojalá no nos avasalle julio.

27.062023 / 03.07.2023

jueves, 22 de junio de 2023

Diario de una soledad. May Sarton


Leí una parte importante de Diario de una soledad durante una tormenta, con la butaca hacia la ventana abierta —la penumbra en la habitación y en las páginas de May Sarton mientras, fuera, el resplandor de los relámpagos y los árboles retorcidos por el vendaval y la lluvia—. Había una sintonía entre lo que observaba a través de la ventana —un horizonte blanco, el vuelo de las hojas arrancadas de las ramas, la luz provisional y las sombras repentinas, el retumbo del granizo primero contra el suelo, las ventanas y las farolas y el tamborileo de la lluvia entre las hojas de los árboles después— y aquello de lo que me hablaba May Sarton —el paso del tiempo y el peso del amor; el silencio como algo nutritivo; la soledad como forma de entender y asimilar los encuentros y las emociones, de indagar y reflexionar sobre lo que nos está ocurriendo y la razón por la que ocurre y nos remueve; el trabajo de jardinería y la creación poética, ambos arduos y constantes y cuyos logros, aunque a veces efímeros, permanecen por una pequeña eternidad en nuestro recuerdo—. La letanía de la tormenta en su inicio, la violencia de su centro, el regreso del canto de los pájaros y la luz transformada tras la última lluvia: toda esa furia y ese apaciguarse y la tensión ante algo incierto e impredecible lo encontré, también, en la escritura de May Sarton.

Subrayé a lápiz este fragmento: (…) vivir en la luz cambiante de una habitación, sin intentar ser o hacer nada. Y este otro: Regresar a la infancia —con sus riquezas y sus terribles carencias— es lo que nos lleva a casa. Y otro más: La jardinería es algo completamente distinto. Ahí la puerta a lo sagrado (nacer, crecer, morir) siempre está abierta. Y otro: (…) si nos detenemos a observar cualquier cosa el tiempo suficiente, observamos detenidamente una flor, una piedra, la corteza de un árbol, una brizna de hierba o una nube, se produce algo semejante a una revelación. Algo nos es dado, y tal vez ese algo siempre es una realidad exterior a nosotros. Y un último fragmento: Hay que pensar como una heroína para comportarse como un mero ser humano decente. Después de cada subrayado levantaba la vista a la penumbra alrededor y reflexionaba sobre qué significaban para mí: la lentitud y la atención en cada gesto; la contemplación de aquello que nos rodea y en lo que estamos y somos; la medida del tiempo en la vida circundante; la fragilidad y la fuerza de voluntad en el acto de desnudarse en la palabra. Estas frases son ejemplos sencillos de un diario que aborda y se desborda al indagar en la soledad, la creación tanto poética como cotidiana y hogareña, la mirada política en el papel de la mujer en la sociedad, las disquisiciones sobre la homosexualidad y la sinceridad sobre sus depresiones y ataques de ira, la escritura considerada como la vida real, porque escribir otorga a May Sarton una forma de conocimiento y exploración del instante y la emoción y el descubrimiento de una verdad velada. Este diario, en esa tarde de tormenta, como una incursión descarnada en el yo hasta su centro, ese territorio de penumbra que nos define y en el que miedo angustia ira amor exigencia. 

Sarton inicia su diario en septiembre. Empiezo aquí, escribe un quince de septiembre. Es un día de lluvia, las rosas de otoño sobre el escritorio desprenden una extraña tristeza y la escritura de su diario es un camino en ambos sentidos, de dentro afuera y de fuera adentro, una manera de revelar la vida que nos inunda y la vida que callamos por la rapidez y la colisión con los otros. Es un inicio pausado donde Sarton construye los pilares de lo que será su diario, muestra las razones de su soledad, su trabajo de jardinería, su necesidad de tener y sentir cerca la presencia y el aroma de las diferentes  flores, su lucha con la escritura, tan agotadora y febril y diaria como el cuidado de su jardín, la desnudez última donde preguntarse sobre la vida propia y revelarse las dudas y los mitos que hemos construido. Lentamente, con una escritura sencilla, honda y despojada de fingimiento, asistimos al paso del tiempo —en una flor, una luz, un paisaje, un año— y los anhelos —la extinción de un amor, el recuerdo de amistades y lugares inefables—, y, sobre todo, vemos la pugna de una mujer para describirse de manera precisa y dejar constancia de su mirada y su idea del mundo, de su necesidad de soledad, luz cambiante y escritura.

En la penumbra de mi habitación, mientras fuera una insólita luz glauca tras la tormenta, me asombró la dedicación de Sarton a la escritura para encontrar la palabra exacta y fiel con la que hilvanar su diario, una tarea homérica y artesanal en la que adentrarse en las sombras que la habitan y verlas con perspectivas y descubrir sus depresiones, sus dichas, su dedicación incondicional a la creación, su percepción de la política y el puritanismo norteamericanos, su examen del papel de la mujer en aquel presente de los años setenta, cuando había que renunciar a los deseos propios por la familia o hacer equilibrios extraños en una sociedad patriarcal. Hay algo que me conmueve en la perseverancia y vulnerabilidad de Sarton al desnudarse y cobijarse en la palabra, en los reencuentros salvadores con la soledad tras las giras de presentación de libros y congresos, en el hogar construido en un pueblo norteamericano donde poder vislumbrar el paisaje interior y su reflejo exterior, en su pelea con los poemas. Esa perseverancia y ese cobijarse en la palabra lo traslada Sarton a sus cartas personales. Escribir cartas, un gesto perdido en esta época de inmediatez, donde lentitud, reflexión y un acercamiento real al otro, como forma de saber dónde se está en un instante determinado de nuestra vida.

Una última frase subrayada: ¿Cómo reconocer lo esencial? Este libro es luminoso.




Ahora espero abrirme camino entre las abruptas y rocosas profundidades para llegar al núcleo de la matriz, donde aún quedan iras y violencias no resueltas. Vivo sola, tal vez sin otro motivo que afirmarme como criatura imposible; distinguida por un temperamento que nunca he aprendido a manejar como es debido; capaz de desconcertarse por una palabra, una mirada, un día lluvioso o una copa de más. Mi necesidad de estar a solas siempre está en contrapunto con el miedo a todo aquello que sucederá si de repente, una vez adentrada en el enorme y vacío silencio, no puedo encontrar apoyo alguno. Subo al cielo y bajo al infierno en el curso de una hora, y solo me mantengo en pie a costa de imponerme rutinas inexorables. Escribo demasiadas cartas y muy pocos poemas. Pese a este aparente silencio que me rodea, en el fondo de mi mente suena un clamor de voces humanas; demasiadas necesidades, esperanzas, temores. Apenas consigo permanecer quieta sin que me asalten las cosas pendientes de cumplir o de enviar. Me siento agotada a menudo, pero lo que me cansa no es el trabajo —el trabajo es un descanso—, sino el esfuerzo por apartar las vidas y necesidades de los demás antes de poder abordar mi trabajo con cierta frescura y placer. 
May Sarton. Diario de una soledad. Traducción de Blanca Gago. Gallo Nero

lunes, 19 de junio de 2023

Los lunes de Anay. Caro diario...

No quiero olvidar la tormenta de ayer, que se convierta en un recuerdo difuso antes de desaparecer. No quiero olvidar el primer trueno remoto ni la falsa claridad en el inicio de la tarde ni las sombras tras el resplandor de los relámpagos ni la penumbra silenciosa en mi habitación. No quiero olvidar la butaca roja frente a la ventana abierta, el horizonte desaparecido tras una blancura cegadora, el trepidar de los granizos contra el suelo, los árboles combados ante el viento, las páginas oscurecidas de Diario de una soledad en mis manos y mi mirada entre las páginas de May Sarton y las páginas en la ventana. No quiero olvidar la lluvia sólo visible fuera de ese horizonte blanco y cegador, cuando adquiría los contornos de árboles vallas farolas y bramaba como el pecho henchido un animal prehistórico. No quiero olvidar los recuerdos de otras tormentas, aquellas en la lejanía sobre otros valles y otras campos y otros caminantes; aquellas que convertían el camino blanco de mi infancia en un río de barro rojizo y obligaban a mi tía a esconderse en la cocina, la cabeza resguardada entre sus brazos y una plegaria susurrada contra la tormenta y como amparo; aquellas donde el centelleo sobrenatural de las velas, nuestras sombras titilantes de niños contra las paredes desnudas de casa, los edificios asediados por la negrura y la voz calma de nuestra madre. No quiero olvidar el trino de los gorriones y los mirlos, el alejamiento de los truenos, la reaparición del horizonte tras la última lluvia, Y sobre todo —sobre todo— no quiero olvidar mi sosiego y silencio durante la tormenta, la emoción de sentirme contenido arrullado asombrado. Porque yo estoy en esa luz sombra penumbra, en ese viento horizonte pecho, en los caminos plegarias relámpagos, en los gorriones después de la lluvia y la voz apaciguadora de mi madre joven. 


Los lunes de Anay. Caro diario…

"Arquímedes, cariño, derrámate."

                                                 CARMEN CAMACHO


PREHISTORIA SENTIMENTAL

Antes de conocernos, ¿cómo eras?
¿Qué ambición albergabas?
¿Qué provocó ese brillo
de nostalgia secreta
que tanto habla por ti cuando estás en silencio
y define tu rostro, tu rictus espinado?

(Vivir es escoger los ideales
que irán dándole cuerpo a la fatiga
del barro que seremos,
seleccionar apenas un motivo de lucha:
a qué deseo permitir frustarnos).

Eso quiero saber.
Que me cuentes tu historia, 
la profesión soñada, tu grito adolescente,
qué muerte o desengaño
sembró con sal el campo de tu yermo optimismo.

Háblame de tus días más felices.
Concédeme intentar que los revivas.

                                                    DANIEL RODRÍGUEZ RODERO




Feliz lunes.

Un beso,

Anay