Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 30 de enero de 2023

Los lunes de Anay. Polaridades...

Olía a barniz y serrín, mi padre. Y a sudor y madera. Las mañanas de orballo y niebla veía su silueta negra en aquel taller bajo el hórreo donde herramientas y polvo. Fumaba ducados —el humo de sus cigarrillos, niebla—. Me asombraba el desorden alrededor de mi padre contra sus gestos seguros y armoniosos en su banco de carpintero. Mi padre guiñaba un ojo al pasar la escuadra por la superficie de una tabla —y escuchaba a las cigarras en las tardes de agosto—, dejaba el cigarro en el borde del banco, cepillaba la madera y volvía a empezar, cigarro, escuadra, borde, cepillo, hasta que se sentía satisfecho —cada gesto, un convencimiento—. Era meticuloso, mi padre.
Tenía mis herramientas preferidas: el berbiquí con el que yo perforaba viejos maderos erguidos —la luz a través de los agujeros negros que abría en la madera—; el cepillo —y la garlopa, y el guillame—, y sus lascas de madera; el retumbo de tormenta sobre la madera de los serruchos; las chispas que saltaban de la esmeriladora y que temía tanto como me hipnotizaban por su forma de estrellas errantes.
Con aquellas manos, las sillas minúsculas a dos niños de apenas dos años, mi maletín para una función del colegio, las estanterías cuando los libros empezaron a desbordarse —y ahora que no está, mis libros en columnas fuera de las estanterías—, la mesa plegable en casa de mi madre que recuerdo desde niño, las cajas de madera para que una niña de cuatro años guardara sus secretos y tesoros o e. los poemas que una vez escribí, los ruxe-ruxe de cáscara de nuez, cordel y palo que fueron el juguete de su infancia, una caña de pescar para su nieto. Una vez, en una casa gallega, después del café y el bizcocho en una cocina como la de mi infancia —en una cocina de infancia—, me enseñaron un armario que hicieron a medida mi padre y abuelo. Tardamos cincuenta y dos días papá y yo, me dijo.
Antes de los temblores de manos, mi padre me regaló una docena de herramientas que su padre y él mismo hicieron años atrás. Su idioma de madera.



Los lunes de Anay. Polaridades…

Se me ha vuelto discorde el pensamiento"
                                                              FRANCESCO PETRARCA


RECONOZCO
               
Reconozco que no somos muy originales,
nuestra historia es la de medio Madrid
y como todos, andamos buscando una clarita
entre la oficina y el estudio
para citarnos donde no nos conozca nadie.

¿Pasa algo?

Ah.
Porque a estas alturas y con un enamoramiento de rizos
                    y piernas por medio,

no seré yo desde luego la imbécil que pierda su tiempo
                    en agradar a los poetas.
                                                        ALMUDENA GUZMÁN




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 23 de enero de 2023

Los lunes de Anay. Hábitos...

Soy cartero en un pueblo de viento —cerca, la costa, y a su espalda una cadena de pequeños montes—. Durante el reparto, cuando el viento se acerca a un estampido, me cobijo en un portal mientras, ahí fuera, las hojas vuelan sobre los árboles y en remolinos en el aire —entonces, imagino que son cartas escritas a mano las que se alzan en torbellino hacia el cielo y caen en las calles o sobre manos desconocidas—. Las aceras tras el vendaval son un camino de hojas secas y crujen cuando ando sobre ellas —en verano las hojas verdes y luminosas son arrancadas por un viento sur que nos trastorna y agota, que nos trae dolor de cabeza, cielo amarillo, huellas de un desierto lejano—.

Algunas mañanas, el vestigio del viento en ramas rotas y árboles caídos —y un árbol caído me recuerda, siempre, al esqueleto de un animal prehistórico—. Escucho mástiles de barcos cuando el viento en las copas de los árboles, descubro la desnudez creciente en las ramas a través del otoño e invierno y su resurgir de marzo, hundo mis pies en las hojas marchitas y las levanto en vuelo a grandes zancadas como de niño —y cada año que pasa necesito más estos gestos de niñez ante el tiempo creciéndose aquí dentro—.

***

Cada lunes, desde hace diez años, recibo un lunes de Anay donde una cita, un poema, una canción.




"Eso soñé"
                  JOSEFA PARRA


EL CAMINO MÁS LARGO

Poder ofrecer agua a los que toman
el camino más largo
                      para volver a casa.

A los que son su casa
                       y no se reconocen
ni a donde llegan
ni en quien les espera.

Poder ofrecer agua
incuso si uno es
                      quien les espera,

incluso si uno es
                      aquel que teme,

                      aquel que toma
el camino más largo
                      para volver a casa.
                      VANESA PÉREZ-SAUQUILLO



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

domingo, 15 de enero de 2023

2022 en lecturas

Dejo que pasen los primeros días del año en silencio. Paseo por una ciudad que apaga su iluminación navideña —entonces, las minúsculas bombillas leds sin luz parecen gotas de lluvia en las ramas desnudas de los árboles y en el cuerpo de la ballena varada en el arenal. Hay un momento donde la última luz de la tarde parece iluminar las bombillas apagadas con un resplandor de estrella distante y pasear por el arenal se convierte en cruzar una constelación—.
En mis paseos por la ciudad, el sosiego ante la urgencia y la intensidad de unas fechas que me aturden —la velocidad y el ruido alrededor y el estupor ante una puesta de sol en los edificios últimos de una avenida—.
Me siento en un banco a ver el atardecer sobre los tejados, el arcoíris interrumpido a medio camino en el cielo, el paso de algunas nubes grises entre retazos de azul en el cielo. Junto a mí, Diario clandestino, una de mis primeras lecturas de este año y que leeré en penumbra hasta el encendido de las farolas. Cada vez que levanto la vista, un encuentro: los nidos vacíos en las copas de los arces ya sin hojas, el cambio en el color de la tarde en los montes y sobre las ventanas, una bandada de estorninos cruzando entre los rascacielos de cristal, las raíces de los árboles entre los adoquines grises —la acera, un mar tembloroso—.
Si no lo escribo, lo olvido.
Caen unas pocas gotas sobre las páginas de mi libro. Luego, empieza a llover. Siento que no hay mejor final.

***

Uno de los pocos rituales navideños que conservo es fotografiar mis lecturas del año. Es uno de los juegos que conservo por el niño que fui —como el esquivar durante el reparto las rayuelas y los mapas y corazones de colores pintados en las aceras, contar las matrículas capicúas o dibujar un asterisco en el vaho de las ventanas empañadas—. Me entretengo en buscar cada libro, no siempre juntos, no siempre en el lugar que creí dejarlo, formo columnas con ellos, doy un espacio y una altura al tiempo dedicado a leer, me reencuentro con paisajes y mundos posibles que nunca pensé hallar —el Berlín de los años treinta, la vida vista a través de un ojo de cristal, las rocas en un despierto que se convierte en altar hogar muerte, el Mariúpol del holodomor antes de la segunda guerra mundial, los días errantes y de carromatos de una niña gitana tras el horror en los campos de exterminio, las quebradas argentinas cuyo polvo y sequedad parecen sacados de un cuento de Rulfo, el gozo, la lentitud y el amor de Bobin ante las vidas de una poeta y un santo, los cantos  de los kiowas sobre la creación del mundo, las trincheras embarradas e inundadas en las que morían ahogados hombres sin patria, una cabaña de verano en la que observar el lenguaje en la naturaleza y otra cabaña junto a un acantilado donde intentar desvanecerse de la vida y toparse de frente y contra ella, la marca de Chernóbil en los cuerpos de quienes combatieron y murieron en la explosión del reactor y la luz cegadora de Hiroshima, los recuerdos de un hombre mientras espera su primer hijo y los de una mujer tras su encierro de doce años en cárceles sin ventanas y los recuerdos de una hija sobre la madre muerta —los recuerdos como lugares en perpetuo cambio y cuestionamiento—, el deseo de mortalidad de un robot perfecto, las sombras de los ancestros y el pasado nómada en los muchachos de una reserva india donde abandono alcohol desamparo, las pantallas que nos ultrasaturan y en las que dejamos impresas nuestra sombra una vez se apagan.
Año dos mil veintidós. Cuatro columnas, sesenta y tres lecturas.

***

Leo de pie en el vagón final del primer metro de la mañana. Diez minutos donde desando el camino de las últimas páginas del día anterior o intento orientarme en las primeras frases de una nueva lectura —un mundo, una mirada— ante la que soy extranjero.
Cada madrugada espero durante un par de minutos en el andén semivacío de la estación —los andenes iluminados, la oscuridad al final de las vías, tras el arco de la estación—. Entro en el segundo vagón del tren, escojo un asiento junto a la ventana y salimos a las seis y veintitrés de la mañana. Levanto la vista de las páginas para encontrarme, a la salida del túnel, con la palabra soñar escrita en una medianera, la luz de una mesilla de noche y una cocina iluminada, las aguas oscuras de la ría. Leo media hora larga en el tren y en la madrugada mientras ahí fuera las luces alargadas de las farolas. Leo, en estos primeros días del año, sobre muchachas sicilianas atadas a ritos atávicos, sobre ventanas inolvidables, sobre un diario clandestino en un campo de prisioneros, sobre los ojos verdes de una madre. El movimiento del mundo dentro y fuera de las páginas.
Fuera de esos vagones de metro y tren el cansancio tras el trabajo apenas me deja leer.







***

Deshago las columnas de libros. Devuelvo uno a uno a las estanterías y siento que vuelvo a pisar un viejo camino o a recordar unas vacaciones distantes. Intento acotar las mejores lecturas de este año y me quedo con diecinueve de esas lecturas. La poesía de Bobin en su homenaje a Emily Dickinson (La dama blanca) y la dicha y quietud de Bobin en su homenaje a san Francisco de Asís (El bajísimo); las memorias carcelarias de Lena Constante donde soledad silencio y muros sin ventanas (La evasión silenciosa); la última novela que Fante dedicó al inefable Arturo Bandini y en la que sentí estar ante el final de algo (Sueños de Banker Hill); el humor despiadado de Cohen en Los Netanyahus; un hombre y una mujer que aprenden a leer en un paraíso futuro donde el creador es un robot (Sinsonte); la sorpresa de los personajes y paisajes abruptos y áridos de Como si existiera el perdón; los poemas escritos en la trinchera y en los hospitales de  Wilfred Owen (Acobardados en nuestros fosos entregados a sueños olvidados, cegados por la nieve / nuestras miradas se pierden en trincheras más verdecidas. Y así, somnolientos, / cabeceando bajo el sol, cubiertos por cascadas de pétalos allá donde el mirlo alborota, / ¿no será acaso que nos alcanza la muerte?); los poemas de Lo que pudo haber sido ( Ya no escribe a lo que perdiste / lo que fue o pudo haber sido / es a tu piel lo que la escarcha / al pétalo de una flor / una refrescante y caprichosa gota de rocío / que se posa sobre tu recuerdo / sin peso suficiente como para quebrarlo / con la terca insistencia de lo efímero ); y la conversación a poemas de Isabel Bono y Joan Masip en Solo para amantes de la tormenta (allí donde todo lo que fuimos / se desdobla y superpone / la memoria pudo no haberse salvado // pudimos ser lluvia que resbala / de las grietas a la luz / pudimos ser el trueno que se extingue // pero siempre el temblor); la mirada lúcida y profunda en Ultrasaturados a este mundo de pantallas ante el cual nos convertimos en sombras (…cegados por una voracidad insaciable y manipulados por el espectáculo, hemos perdido la capacidad de decidir, entregándonos a una comunión con el consumo y a una sumisión compartida: abrazamos la “consumisión”, un término que pretende definir ese estado de renuncia al pensamiento utópico o a la elaboración poética compensándolo la conquista de una mayor cuota de acceso al mercado. Ese pacto íntimo nos sirve nada más y nada menos que para continuar ignorando lo que no sabemos de nosotros y, a la vez, intentan aumentar nuestro bienestar premiándonos con objetos.); la escritura analítica de Murdoch en El mar, el mar, una lectura que fue una lucha en sí misma —por entender qué me quiere decir Murdoch, por continuar una lectura donde brillantez, aburrimiento, densidad, asombro, lejanía, por la incomodidad de la edición de Debolsillo—; el conjunto de voces anónimas que forman una voz mayor y global y que comparte la mirada de horror y miedo ante la catástrofe de Chernóbil, unas voces que parecen olas rompiendo de manera perpetua ante la orilla del mar; Vida hogareña, de Marilynne Robinson, una escritora que me enmudece por su voz, por su forma de narrar y ver vida, por todos esos poemas que hay dentro de su prosa
Hasta aquí, quince lecturas de las diecinueve que rescaté como las mejores del año pasado.
Las cuatro restantes serían mi póquer de lecturas, aquellas que recomendaría a ojos cerrados.
•    Ayer te estuve buscando, por la escritura de Wideman que abarca múltiples de registros, de lo poético a lo denso, de lo reflexivo al blues, de la catarsis a la epifanía. Wideman usa a alguien que recuerda de manera fragmentaria y agitada a las personas de su infancia en el gueto de Homewood para llenarlo de memoria, muertos, amor y dolor.
•    Vivimos ocultos. Memorias de una romaní entre los mundos; que reúne los primeros escritos de Ceija Stojka donde el horror de los campos y la vida de los romaníes austriacos tras la liberación, una vida de carromatos y canciones y mercados donde hay ternura humanismo tristeza y la presencia perenne de horror vivido. La escritura de Ceija me recuerda a una larga canción improvisada que pasa del dolor a la invitación a bailar.
•    Enemigos, una historia de amor, o reencontrarse con el pasado para comprenderse en el presente —donde el pasado es desaparición, mentiras, silencio y crueldad y el presente culpa y búsqueda de la redención—. Un hombre que siente que hay que extinguir hasta el último vestigio de esperanza para sobrevivir a la memoria y la flaqueza, que no sabe amarse a sí mismo ni al otro, que busca la grieta final que acabe por romper su precaria existencia.
•    El fuego (diario de una escuadra). Los ojos brutalmente blancos entre los rostros ennegrecidos por el barro y la sangre seca, las caminatas o la espera bajo la lluvia y los pueblos derruidos, las trincheras anegadas de agua en las que morir lentamente, los hombres que sacan aquello que llevan en sus bolsillos y hay una vida modesta y palpitante en cada uno de ellos, los trozos de cuerpos en alambradas, los muertos nuevos que caen sobre la columna de los muertos viejos, el final donde los soldados, los hombres más allá de sus patrias, que protestan contra las guerras. De los cuadros costumbristas del inicio y la pesadilla de las batallas a la humanidad de las últimas páginas como protesta. 
 













***

Unas notas rápidas finales. Nada de objetivos más allá que dar prioridad a nuevas editoriales como muñeca infinita o las migas también son pan por su rescate de obras estimables y desconocidas, priorizar y rebajar los quinientos libros por leer en mi biblioteca, escribir sobre lo que leo (si no lo escribo lo olvido) y leer fuera de esos vagones de metro y tren entre semana, terminar la poesía completa de Ángela Figuera Aymerich y la trilogía Cegador de Cărtărescu, tener tiempo para leer en un banco junto a la ría y ver qué encuentro cada vez que levante la vista de las páginas.




•    El año del pensamiento mágico - Joan Didion. Trad. Javier Calvo. Random House
•    Después de medianoche - Irmgard Keun. Trad. Carmen Gauger. Revisión: Marta Hernández. Minúscula
•    Adiós a Berlín - Christopher Isherwood. Trad. María Belmonte. Acantilado
•    Los falsificadores de pimienta. Una historia familiar. - Monika Sznajderman. Trad. Anna Rubió y Jerzy Slawomirski. Acantilado
•    La escala de Bortle - Virginia Aguilar Bautista. Bartleby editores
•    El Lobo y el Búfalo - Elmer Kelton. Trad. Marta Lila Murillo. Valdemar
•    El palacio de hielo - Itziar Mínguez Arnáiz. Los libros de Mississippi
•    Un ojo de cristal - Miren Agur Meabe. Trad. Miren Agur Meabe. Pamiela
•    Las listas del pasado - Julie Hayden. Trad. Inés Garland. Muñeca infinita
•    Lo que pudo haber sido - Itziar Mínguez Arnáiz. Huerga & Fierro editores
•    Memorial Drive. Recuerdos de una hija - Natasha Trethewey. Trad. Mariano Peyrou. Errata Naturae
•    Los secundarios - Isabel Bono. Tusquets
•    El camino a Rainy Mountain - N. Scott Momaday. Trad. Bruno Mattiussi. Nórdica
•    Lejana estrella brillante - Robert Olmstead. Trad. José Luis Piquero. Hermida editores
•    Dioses sin hombres - Hari Kunzru. Trad. María Fernández Soto. Alfaguara
•    Sobre la felicidad a ultranza - Ugo Cornia. Trad. Francisco de Julio Carrobles
•    Vida hogareña - Marilynne Robinson. Trad. Vicente Campos. Galaxia Gutenberg
•    Eterno reposo y otras narraciones - Vasili Grossman. Trad. Andréi Kozinets. Galaxia Gutenberg
•    El paseo de Rostock a Siracusa - Friedrich Christian Delius. Trad. Lidia Álvarez Grifoll. Sajalín editores
•    Mi madre era de Mariúpol - Natascha Wodin. Trad. Richard Gross. Libros del Asteroide
•    Mírgorod - Nikolái V. Gógol. Trad. Vicente Gallego Ballestero. Alba editorial
•    Ultrasaturados. El malestar en la cultura de las pantallas. Juan Carlos Pérez Jiménez. Plaza y Valdés editores
•    Resucitar - Christian Bobin. Trad. Jesús Montiel. Colaboración Sebastián Montiel. Ediciones Encuentro
•    Sobre la fotografía - Susan Sontag. Trad. Carlos Gardini revisada por Aurelio Major. Debolsillo
•    Sueños de Bunker Hill - John Fante. Trad. Antonio-Prometeo Moya. Anagrama
•    Una vaga sensación de pérdida - Andrezj Stasiuk. Trad. Alfonso Cazenave. Acantilado
•    Signor Hoffman - Eduardo Halfon. Libros del Asteroide
•    Sin flores ni coronas. Auschwitz-Birkenau, 1944-195 - Odette Elina. Trad. Luis Eduardo Rivera. Periférica
•    Caballo negro carbón - Robert Olmstead. Trad. José Luis Piquero. Hermida editores
•    Los chicos de mi juventud - Jo Ann Beard. Trad. Raquel Vicedo. Muñeca infinita
•    Sinsonte - Walter Tevis. Trad. Jon Bilbao. Impedimenta
•    Enemigos. Una historia de amor - Isaac Bashevis Singer. Trad. Ana María de la Fuente.  RBA editores
•    Clases de chapín - Eduardo Halfon. Editorial Fulgencio Pimentel
•    El mar, el mar - Iris Murdoch. Trad. Marta Guastavino. Debolsillo
•    Hambre - John Fante. Trad. Antonio-Prometeo Moya. Anagrama
•    El caballo ciego - Kay Boyle. Trad. Magdalena Palmer. Muñeca infinita
•    El grito silencioso - Kenzaburo Oé. Trad. Michael Wandenbergh. Círculo de Lectores
•    Lluvia negra - Masuji Ibuse. Trad. Pedro Tena. Debolsillo
•    Las frías noches de la infancia - Tezer Ozlu. Trad. Rafael Carpintero Ortega. Errata Naturae
•    Voces de Chernóbil. Crónica del futuro - Svetlana Alexiévich. Trad. Ricardo San Vicente. Debolsillo
•    Remedio para melancólicos - Ray Bradbury. Trad. Matilde Horne y Francisco Abelenda. Minotauro
•    Chump Change - Dan Fante. Trad. Claudio Molinari Dassatti. Sajalín editores
•    Como si existiese el perdón - Mariana Travacio. Las afueras
•    La casa en llamas - Ann Beattie. Trad. Virginia Higa. Chai editora
•    Dos veces en el mismo río - Chris Offutt. Trad. Ce Santiago. Malas tierras
•    Léxico familiar - Natalia Ginzburg. Trad. Mercedes Corral. Círculo de lectores
•    Ayer te estuve buscando - John Edgar Wideman. Trad. Miguel Martínez-Lage. Piel de zapa
•    Un hijo cualquiera - Eduardo Halfon. Libros del Asteroide
•    Quebrada - Mariana Travacio. Las afueras
•    ¿Sueño que vivo? Una niña gitana en Bergen-Belsen - Ceija Stojka. Edición Karin Berger. Trad. Pilar Mantilla. Papeles mínimos
•    Los Netanyahus - Joshua Cohen. Trad. Javier Calvo. De Conatus
•    Solo para amantes de las tormentas - Joan Masip / Isabel Bono. Baile del sol
•    El fuego (Diario de una escuadra) - Henri Barbusse. Trad. Carles Llorach. Montesinos
•    Los tambores del tiempo - Wilfred Owen. Trad. Carles Llorach-Freixes e Isabel Lacruz. Editorial Funambulista
•    Vivimos ocultos. Memorias de una romaní entre los mundos - Ceija Stojka. Trad. Pilar Mantilla. Edición y epílogo Karin Berger. Las migas también son pan
•    Tránsito - Anna Seghers. Trad. Carlos Fortea. Nórdica Libros.
•    En casa - Marilynne Robinson. Trad. Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté. Galaxia Gutenberg
•    La pelea celestial del Llanero solitario y Toro - Sherman Alexie. Trad. Marco Aurelio Galmarini. Muchnik editores
•    La dama blanca - Christian Bobin. Trad. José Areán. Árdora ediciones
•    El bajísimo - Christian Bobin. Trad. Alicia Martínez. Ediciones El Gallo de Oro
•    La guerra de los botones - Louis Pergaud. Trad. Juan Antonio Pérez Millán. Alianza editorial
•    La evasión silenciosa - Lena Constante. Trad. Francisco Javier Marina Bravo. Bassarai ediciones
•    Las finas paredes de la vida - Nina Burton. Trad. Carmen Montes y Eva Gamundi. Gallo Nero