Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 25 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Helio...

Mis libros están en treinta cajas en la nueva casa. En esta, con las paredes vacías y bolsas alrededor y cierto desorden, sólo la trilogía Cegador de Cărtărescu, los poemas de Olga Novo, una novela de Chivite. Y La república del sueño, de Nélida Piñón, un libro-baúl donde guardo, entre sus páginas, los primeros pasos de este amor a corriente —entradas de cine y teatro y programas de museos, facturas de hotel, mapas, artículos recortados, notas y mensajes escritos a mano—. Es extraño este habitar dos casas, tener un camino comunicante entre ellas, que una se llene, también en el caos, mientras otra se vacía y que en ese camino haya alegría y un poco de tristeza. Para que esa extrañeza baje, he dejado un cuadro con un mensaje de bienvenida grabado en unas hojas secas.

Terminé de recoger mis libros en la mañana del jueves pasado. Llovía desde el amanecer. Quería, esa mañana, tener tiempo para cada libro; reencontrarme con las lecturas del confinamiento y mis notas a lápiz en las primeras páginas; preguntarme por qué hay libros de cuya lectura no recuerdo una frase —como lluvia que no empapa—, libros cuyo recuerdo es una emoción, una sensación, o libros a los que me gustaría volver una y otra vez; regresar a las librerías de Cádiz, Valladolid, Tucumán, Madrid, Logroño, Barcelona, Gijón, Alicante o aquella de Madrid junto a un templo egipcio donde encontré a Vonnegut y contar las horas de lectura, las horas en librerías y ferias, las horas de conversaciones. Ahora esas cajas están en un par de habitaciones sin muebles y pienso en desempaquetarlas con lentitud y organizar de nuevo mi biblioteca.

Entro en nuestro nuevo hogar, registro la desnudez de nuestro terreno aún sin césped, de nuestras habitaciones sin muebles, e intento capturar este instante que es el inicio de algo, de algo que crecerá con el tiempo y de un vacío y caos que se posarán y recompondrán en intimidad y refugio. Quiero recordar estos días para mi yo futuro, para que vea lo que e. y yo hemos creado.

Llevaremos un puñadito de sal este sábado, nuestro primer día en nuestro hogar, donde dormiremos en un colchón en el suelo a la espera de nuestros muebles. Empezamos de cero, ýb, con una mesa, algunas sillas, un colchón, las estanterías que hizo mi padre, los libros y recuerdos en cajas, la ropa en maletas y mochilas.


Los lunes de Anay. Helio…

Es maravilloso cuando te despiertas, abres los ojos y dices:
"Cojonudo. No me he muerto".

                                                KARMELO C IRIBARREN


TANGO
(Imitación de JG)

Ganas de estar sin tu recuerdo
de echarme unos besos en el bolsillo
y salir a borrarte
entre otros brazos
bajo otras sábanas
en otra noche
Ganas enormes de quitar de mi alma tu retrato
de caminar de espaldas a ti
hacia otros amores o desastres
hacia nombres como esperanza isabel
Ganas descomunales
de no oír más tu silencio
ganas de sepultarte vestida en mucho olvido
de sembrarte en un adiós sin más llantitos
de regresar sin ti pero feliz
a mí mismo silbando ya sin lágrimas
bellamente recobrado el
paraíso.

                                  LUIS ROGELIO NOGUERAS




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 18 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Acopio...

… Ayer, después de un camino entre acantilados, entramos en la pequeña capilla de la Providencia. Siempre me siento en los bancos finales para no molestar a los creyentes en sus rezos, para estar en mi silencio. La Virgen y un niño negros en el altar y una pared donde los feligreses, peregrinos y visitantes dejaban sus peticiones a la Virgen negra. Me entretuve ante esos mensajes a bolígrafo o lápiz y entre los cuales, chupetes, baberos, peluches de burritos, plumas de gaviotas, figuras de corazones. Leí un puñado: niños que querían, en su letra primera, que los asesinos se “icieran” buenos, mujeres y hombres rogando por la salud de sus hermanos, estudiantes que pedían aclarar su futuro, cartas en francés e inglés, cartas dobladas entre otras, fotografías y estampas, mensajes cortos: por Estefanía. Como en los tocones del camino, entre tótems de piedra, las cartas que recuerdan y piden e imploran y agradecen.


Los lunes de Anay. Acopio…

"El espejo multiplica por dos la soledad"

                                                             JAVIER PUCHE


SONSONETE

No protestes más,
airado corazón,
que a nadie importan ya
tus fútiles lamentos.

                                   ANAY SALA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 11 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Imponderables...

Esta mañana, el inicio del otoño en las primeras hojas secas sobre el camino del monte. Conozco cada recoveco de este camino, lo hago una vez a la semana, al menos. Lo veo cambiar a lo largo del año, la oscuridad, ahora, mientras quedan hojas en los árboles, la claridad gris y desnuda del invierno; el crujido de los pasos sobre las hojas rojizas del otoño que se convertirán en una masa cenicienta para la primavera; los árboles inclinados junto al camino, donde cuervos, pájaros carpinteros y, alguna vez, ardillas; la llave dorada y oxidada clavada en uno de los troncos, como símbolo de admisión y acogida; los repechos donde descansar y las fuentes naturales de las que sale un agua rojiza, mineral; las sendas que atajan hacia la cumbre y me hacen sentir en un mundo solitario y primigenio. Hace un par de otoños recogí docenas de hojas secas de roble que dejé en invierno entre papeles de periódico y que ahora me sirven de marcapáginas y de pasado. Hoy, al final del camino, un ruido extraño me hizo volverme —la lluvia sobre la copa de los árboles. 

*

Sigo anotando en el móvil aquello que capto durante el reparto. 
Una niña le escribe a una amiga recién mudada que la echa de menos, un niño le cuenta sus días de playa a otro amigo, los nietos escriben con su caligrafía primera y a lápiz cuánto quieren a sus abuelos. Hoy sólo los niños escriben postales. 
Empieza a firmar en el certificado, un hombre de manos y letra temblorosa. Se detiene y me dice que no sabe cómo continuar, parado como el reloj a su espalda, siempre a las diez menos veinte. 
Encuentro una flor en la puerta de m. Murió hace un par de semanas. Tenía mi edad. Hace un año me dijo que había encontrado la figura de un elefante blanco entre los contenedores de la basura, que se lo llevó a casa y le empezaron a ocurrir cosas malas —se le caían cosas en la cabeza, perdió la prestación por un error, no veía a su hija—. Dejó el elefante en un pequeño parque junto a su casa. Hay que alejarse de las malas energías, me decía mientras me enseñaba el elefante blanco entre los arbustos. 
Pero la mejor imagen de este verano fue un viernes, en el parque donde poemas bajo la lluvia, años atrás. Un hombre hacía pompas gigantes junto al puesto de helados. Los niños gritan y saltan y ven elevarse las pompas entre los árboles. Un niño mayor explota las pompas con su dedo índice, como si tuviera el poder de explotar planetas. Hay adultos alrededor y todos sonríen. Y la niña más pequeña del grupo, apenas acaba de empezar a andar, ajena a las pompas, recolecta hojas secas del suelo que luego da, por orden, a su abuelo, a su madre, a su abuela. 

2023.09.03


Los lunes de Anay. Imponderables…


"Soñar despiertos siempre" 

                                       EDUARDO GARCÍA

                                                       
AMOR AMOR

El Mar
juega con la Botella
la desnuda
la enreda entre sus patas azules
le da vueltas

Trepa
las porosas rodillas de la playa
la mece
la ensucia
enrosca
- desenrosca-
salta al cuello
la bebe

El mar
brinda con la botella
le perturba
le entierra
desentierra

¡La Botella y el Mar!
Yo te recuerdo.

                             ANA MARÍA IZA





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 4 de septiembre de 2023

Los lunes de Anay. Propium...

Apenas inicio mis vacaciones tras unos meses agotadores. No habrá camino este año, ni viajes, creo. Septiembre será para llenar cajas y maletas y hacer de un espacio ahora casi vacío un nuevo hogar.

Hace poco un compañero me dijo que sus mudanzas le enseñaron a deshacerse de los superfluo. A la décima caja, me decía, te cansar y hartas. Así que concluyó, de forma prematura, esa recolección de todo lo que acumulamos en nuestras vidas. Yo tengo centenares de libros, no mucha ropa, no muchas fotos, algunos recuerdos y piedras de mis viajes, los relojes parados de mi padre mi tía mi abuelo —cada uno a una hora distinta, una hora a la que podría dar un significado, convertir esos relojes detenidos en una señal de un momento revelador—.  Lleno una caja al día con mis libros. No tengo prisa. He empezado por las estanterías de lecturas pendientes. Entonces, la locura de querer leer cada libro en mis manos, de iniciar ciento y una lecturas simultáneamente, de querer parar el tiempo como en los relojes de mi padre mi tía mi abuelo para que pueda llegar hasta el último libro de mi biblioteca —porque en este tiempo real no habrá un libro que marque el final, porque hay dedicatorias que me indican el tiempo que llevan algunos libros conmigo sin haberles encontrado un hueco, porque mi biblioteca crece de manera lenta y un nuevo libro desplaza a los antiguos—. Antes del verano, en una feria de libro usado, escuché a una mujer que quería vender sus libros por su primera mudanza. Tenía cerca de sesenta años, afrontaba la mudanza como un trabajo hercúleo, quería deshacerse de lo viejo. Unos días después, en el mismo puesto, una lectora buscaba un libro que había perdido en una mudanza— Ahora, no sé por qué, recuerdo una librería de viejo caótica donde los lectores echábamos los libros de una columna a otra en la mesa y aquellos gestos convulsos parecían el movimiento de las dunas del desierto—. 

Esta mañana me desperté antes de la primera luz. Encendí una pequeña lámpara en la cocina y desayuné en la penumbra previa al amanecer. A través de la ventana alargada el paisaje de estos últimos años: las casas cercanas, el monte fronterizo —y el silencio afín de esas primeras horas—. Había un viento y un calor extraños —luego, en la aurora, la luz seca y el polvo amarillento del desierto en el cielo—. Después de un año de amaneceres rápidos, esta lentitud y esta quietud de septiembre. En nuestro nuevo hogar, un ventanal de cinco metros. Será otro formato de mirada. De lo alargado a lo panorámico. Cómo será tener tanto cielo.

Estoy, ahora, en todos los tiempos, el pasado vaciándose en cajas y relojes parados, el presente donde estar con Elena, leer a Cărtărescu y descansar y preparar la mudanza, el futuro que está por llenarse, en espacio y tiempo. 


Los lunes de Anay. Propium…

"Ven, amigo,
 voy a darte un lugar."

                             ENRIQUE GRACIA TRINIDAD


LA QUIMERA DEL ORO

La cabañita inclina
en el abismo, al borde,
como una lágrima que no acaba
de caer,
                      la milagrosamente
inclinada cabañita:
el mismo aire
que la inclina hacia abajo,
de pronto, la alza
a salvo, en la luz.     

Intocada, intocable.

                              FINA GARCÍA MARRUZ




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

domingo, 9 de julio de 2023

donde ayer es cualquier ayer

Escucho a Arvo Part mientras te escribo. Su música, en estos días de calor y humedad, me trae el frío lento del invierno y el amortiguamiento del ruido alrededor. Necesito llenarme de lentitud ante los días por llegar.

Llego en el inicio del amanecer a la estación de tren, con la primera claridad violeta al final de las vías. Las golondrinas tienen sus nidos en las columnas, vuelan obstinadas bajo la cubierta metálica, como en el taller de carpintero de mi tío, el techo como suelo invertido y el vacío bajo sus cuerpos su cielo. A veces me demoro en entrar en el vagón. Sus vuelos me calman —como me calma el asentamiento de la luz a través de las ventanillas del tren—. 

Hace poco tuvimos una tormenta profunda e incesante. Moví la butaca donde leo hacia la ventana abierta. No había horizonte —o el horizonte era un muro blanco—. Sentado en silencio, el retumbo de los truenos, la brusca claridad de los relámpagos, el desgarrado de los árboles ante el viento y el golpeo de los granizos contra el suelo y las farolas y las hojas de los árboles. Tras el granizo, la lluvia fuerte, constante. Tenía un libro en mi regazo, Diario de una soledad, al que volvía en la penumbra de la habitación. Hay una belleza pura en las tormentas. 

Ayer, al entregar un paquete a su padre, una niña de tres años me dijo su nombre, N, me preguntó por el mío, F, le respondí, le dije que qué bien de vacaciones y me enseñó una costra a punto de caer en su rodilla —y esas costras son infancia—. Ayer, donde ayer es cualquier ayer, un vecino con el que me encuentro cada día me dijo que fue buzo explorador de la armada y que apenas quiere mar, ahora. Ayer, una niña que me decía que le quedaban dos días para acabar las clases, luego uno y luego cero, y un niño disfrazado de capitán América, y caracoles y telarañas en buzones exteriores y el vuelo de una urraca sobre su nido y las acrobacias de un halcón bajo el cielo, y resguardarme en un portal mientras fuera, una tormenta de granizo y viento, y un chico, parado en la puerta del metro, con un rosario de cuentas blancas y negras en la mano. Ayer, un hombre me confesó que lo había olvidado todo al intentar darme su número de identidad y quedarse mudo. Regresó al interior del hogar, buscó su carnet y al salir de nuevo al umbral de la puerta lloraba. A veces los vecinos lloran o se confiesan delante de mí. Y no sé qué hacer en esas situaciones salvo escuchar sus recuerdos de cuando eran felices, no les dolía el cuerpo o no guardaban luto —hace unos meses una mujer me dijo que había encontrado muerto a su marido diez minutos después de darle el desayuno, me dijo que fueron cincuenta y cuatro años juntos, que él habría cuidado de ella como ella hizo con él tras quedarse postrado en una silla de ruedas y sin habla, me dijo la congoja que era abrir la puerta de casa y que no estuviese—. Intento que la rapidez no me ciegue.

Me acerqué a la caseta de Gallo de oro en la feria del libro del Arenal. Los de Gallo de oro querían que descubriésemos a Bobin y regalaban uno de sus libros por la compra de otros dos. Hablé con la librera portuguesa sobre Autorretrato con radiador y El bajísimo, me mostró el cuaderno de trabajo del nuevo libro de Bobin en el que están trabajando y me aseguró que pensaban editar sus inéditos poco a poco. Al lado de los libros de Bobin, una urna con citas de sus libros —en un papelito azul “El alma no es más que lo invisible y lo invisible es todo lo que vemos”—. Julio, en la vorágine electoral, será para Bobin. 

Las últimas semanas lectoras bien, muy bien. Descubrí El libro vacío y Los años falsos de Josefina Vicens, un gran oh; me volvió a sorprender Aurora Freijo Corbeira con Cuerpo vítreo, donde usa un lenguaje despojado y bello para escribir sobre el dolor; busqué una y otra vez los relatos de Bonnie Jo Campbell y me adentré en un año de soledad en la vida de May Sarton a través de su diario; leí a Ferdy el viejo en un día, entre mi casa y un parque —como objeto, me parece un libro precioso, el papel ahuesado, la encuadernación con hilo que hacía crepitar las hojas. Y como autobiografía de anticipación, que dice Chivite, encontré una luz inesperada en un Ferdy que habla del vacío y el absurdo de la existencia, de nuestra expulsión diaria del paraíso, de las arañas en su fuero interno, del tiempo, la soledad, el silencio y la muerte, de fantasmas con jersey y madres con pelucas ladeadas. Esa voz dubitativa con tantos creo o supongo o no sé se hace cercana, todo ese hablar y desentrañar el sentido de una vida, ese pasar y no quedar. Nunca imaginé a Chivite en Benidorm. Ni que me hiciera sonreír. Qué bien—. Ahora me acompañan las notas de Dovlátov sobre sus años como guardia en un campo de trabajo ruso. 

Cada vez más encerrado en mí, cada día con más ganas de contemplar la luz decreciendo en un horizonte abierto. Ojalá no nos avasalle julio.

27.062023 / 03.07.2023

lunes, 26 de junio de 2023

Los lunes de Anay. Abroad...

Tal vez buscaba rescatar antiguos recuerdos con El libro del verano, pero sólo acudieron aquellos (d)escritos una y otra vez —los viajes en autobús donde, fuera, una noche extraña y veloz; las curvas y el mareo en la ascensión a las cumbres de los montes; la primera llegada a la casa de puertas rojas y la segunda a la casa de piedra y tejado de pizarra bajo el camino; las sendas abiertas en los campos aun sin segar hasta el recodo del río donde nadábamos mientras escuchábamos el trepidar de la caña de pescar de mi padre; las campanadas de la iglesia entre el chirrido de los insectos y las espigas de trigo y centeno y el motor de los tractores; el humo del cigarro alrededor de mi padre, en la penumbra de su taller de carpintero; los crucifijos en las habitaciones y el soñad con los angelitos de mi tía; el silencio sombreado de mi abuela, bajo la parra, su mirada en el horizonte, como si esperara el resurgir de un instante perdido; las fiestas de la malla y el camino blanco que era una promesa cuando se alejaba entre los montes y el camino blanco de estrellas en el cielo nocturno—.

El libro del verano es sencillez y ternura para hablar de una anciana que ve el iniciarse en la vida de su nieta, donde miedo y curiosidad e ira y expectación, y una muchacha que espera de su abuela conocimiento, comprensión, magia y contención tras perder a su madre. Cada capítulo son pequeñas estampas de un momento en apariencia intranscendente en el que abuela y nieta hablan de tormentas, miedos, dios, de naufragios, deseos, belleza en diferentes vacaciones de verano en una isla del archipiélago finlandés. Abuela y nieta se buscan o se enfadan entre ellas, intentan darle un sentido a lo misterioso o lo cotidiano, van al encuentro de tormentas y de prados y del mar, tallan figuras que dejar en un bosque fantasmal o dibujan aquello que les atemoriza, una naturaleza cambiante y luminosa aun en su oscuridad. En cada conversación entre abuela y nieta, un mundo nuevo en construcción y el hablar del pasado como forma de no perderlo. Hay mucho miedo en la nieta en ese abrirse a lo desconocido, en ese lento abandono de la infancia, en ese descubrir la muerte y la naturaleza. El padre, que aparece siempre de fondo, atareado y callado, sólo dice una frase en El libro del verano, y su vida en la ciudad apenas se menciona. Son las dos mujeres —los dos puntos apartados de la vida— quienes nos hablan y nos interpelan a explorar y preguntar y sacar nuestros miedos. Es un libro tierno, El libro del verano, una buena forma de apaciguarse en estos días rápidos y locos.

Anay me manda su último lunes de la temporada. Volverá en septiembre. Hoy, en mi respuesta a su carta, he compartido con ella un fragmento del libro de Tove Jansson donde habla de uno de sus vecinos de la abuela y nieta. 

Hacía mucho tiempo que, aun sin haberlo comentado nunca, habían comprendido que a Eriksson no le gustaban mucho ni la caza ni los motores. Lo que a él le gustaba era más difícil de precisar, aunque totalmente explicable. Su interés y sus deseos repentinos volaban como la brisa marina sobre las aguas, por aquí y por allá, de modo que vivía constantemente en una alerta relajada. El mar siempre está expuesto a sucesos de naturaleza extraordinaria, arrastra a la deriva o al fondo todo tipo de cosas, o caen al agua por la noche cuando cambia el viento. Es preciso tener conocimientos, imaginación y una atención que no flaquee. Y olfato, nada menos. Los grandes sucesos siempre se producen en alta mar y por lo general son solo cuestión de tiempo. Entre la costa y el archipiélago solo pasan cosas menores, aunque también requieren que nos ocupemos de ellas; son tares que quizá tengan que ver con las ocurrencias de los veraneantes. Alguno quiere un mástil en el tejado y otro una piedra de una tonelada y media, pero que sea redonda. Y todo lo encuentra uno, si busca y tiene tiempo, es decir, si puede permitirse buscar; y durante la búsqueda uno es libre y encuentra cosas que ni había imaginado. A veces las personas son como son y, por ejemplo, quieren un gatito en junio y que le ahoguen al dichoso gato a primeros de septiembre. Todo se arregla. Pero otras veces la gente tiene un sueño y algo que conservar mucho tiempo. 
El libro del verano. Tove Jansson. Traducción de Carmen Montes Cano. Minúscula.

Que sea un verano propicio y homérico.

Los lunes de Anay. Abroad…

"La e nos llama"

                           JUAN VICENTE PIQUERAS


CANTO NUPCIAL

Lejos de diccionarios y decretos,
lejos de dividendos, de prudencias
polvorientas, y miles, y partidos,

fuera de doctorados y desfiles,
más allá de seguros, homenajes,
métodos, uniformes y medidas,

                     tu amor y el mío;

en el bando del viento y la paloma,
del lado de la rosa amordazada,
alzando la bandera de la vida;

igual que un vino bravo, como un mar
que se nos mueva dentro y crezca y llene
el corazón de música y futuro,

                     tu amor y el mío.

                                             MIGUEL D'ORS





Feliz lunes y hasta septiembre.

Un beso,

Anay

jueves, 22 de junio de 2023

Diario de una soledad. May Sarton


Leí una parte importante de Diario de una soledad durante una tormenta, con la butaca hacia la ventana abierta —la penumbra en la habitación y en las páginas de May Sarton mientras, fuera, el resplandor de los relámpagos y los árboles retorcidos por el vendaval y la lluvia—. Había una sintonía entre lo que observaba a través de la ventana —un horizonte blanco, el vuelo de las hojas arrancadas de las ramas, la luz provisional y las sombras repentinas, el retumbo del granizo primero contra el suelo, las ventanas y las farolas y el tamborileo de la lluvia entre las hojas de los árboles después— y aquello de lo que me hablaba May Sarton —el paso del tiempo y el peso del amor; el silencio como algo nutritivo; la soledad como forma de entender y asimilar los encuentros y las emociones, de indagar y reflexionar sobre lo que nos está ocurriendo y la razón por la que ocurre y nos remueve; el trabajo de jardinería y la creación poética, ambos arduos y constantes y cuyos logros, aunque a veces efímeros, permanecen por una pequeña eternidad en nuestro recuerdo—. La letanía de la tormenta en su inicio, la violencia de su centro, el regreso del canto de los pájaros y la luz transformada tras la última lluvia: toda esa furia y ese apaciguarse y la tensión ante algo incierto e impredecible lo encontré, también, en la escritura de May Sarton.

Subrayé a lápiz este fragmento: (…) vivir en la luz cambiante de una habitación, sin intentar ser o hacer nada. Y este otro: Regresar a la infancia —con sus riquezas y sus terribles carencias— es lo que nos lleva a casa. Y otro más: La jardinería es algo completamente distinto. Ahí la puerta a lo sagrado (nacer, crecer, morir) siempre está abierta. Y otro: (…) si nos detenemos a observar cualquier cosa el tiempo suficiente, observamos detenidamente una flor, una piedra, la corteza de un árbol, una brizna de hierba o una nube, se produce algo semejante a una revelación. Algo nos es dado, y tal vez ese algo siempre es una realidad exterior a nosotros. Y un último fragmento: Hay que pensar como una heroína para comportarse como un mero ser humano decente. Después de cada subrayado levantaba la vista a la penumbra alrededor y reflexionaba sobre qué significaban para mí: la lentitud y la atención en cada gesto; la contemplación de aquello que nos rodea y en lo que estamos y somos; la medida del tiempo en la vida circundante; la fragilidad y la fuerza de voluntad en el acto de desnudarse en la palabra. Estas frases son ejemplos sencillos de un diario que aborda y se desborda al indagar en la soledad, la creación tanto poética como cotidiana y hogareña, la mirada política en el papel de la mujer en la sociedad, las disquisiciones sobre la homosexualidad y la sinceridad sobre sus depresiones y ataques de ira, la escritura considerada como la vida real, porque escribir otorga a May Sarton una forma de conocimiento y exploración del instante y la emoción y el descubrimiento de una verdad velada. Este diario, en esa tarde de tormenta, como una incursión descarnada en el yo hasta su centro, ese territorio de penumbra que nos define y en el que miedo angustia ira amor exigencia. 

Sarton inicia su diario en septiembre. Empiezo aquí, escribe un quince de septiembre. Es un día de lluvia, las rosas de otoño sobre el escritorio desprenden una extraña tristeza y la escritura de su diario es un camino en ambos sentidos, de dentro afuera y de fuera adentro, una manera de revelar la vida que nos inunda y la vida que callamos por la rapidez y la colisión con los otros. Es un inicio pausado donde Sarton construye los pilares de lo que será su diario, muestra las razones de su soledad, su trabajo de jardinería, su necesidad de tener y sentir cerca la presencia y el aroma de las diferentes  flores, su lucha con la escritura, tan agotadora y febril y diaria como el cuidado de su jardín, la desnudez última donde preguntarse sobre la vida propia y revelarse las dudas y los mitos que hemos construido. Lentamente, con una escritura sencilla, honda y despojada de fingimiento, asistimos al paso del tiempo —en una flor, una luz, un paisaje, un año— y los anhelos —la extinción de un amor, el recuerdo de amistades y lugares inefables—, y, sobre todo, vemos la pugna de una mujer para describirse de manera precisa y dejar constancia de su mirada y su idea del mundo, de su necesidad de soledad, luz cambiante y escritura.

En la penumbra de mi habitación, mientras fuera una insólita luz glauca tras la tormenta, me asombró la dedicación de Sarton a la escritura para encontrar la palabra exacta y fiel con la que hilvanar su diario, una tarea homérica y artesanal en la que adentrarse en las sombras que la habitan y verlas con perspectivas y descubrir sus depresiones, sus dichas, su dedicación incondicional a la creación, su percepción de la política y el puritanismo norteamericanos, su examen del papel de la mujer en aquel presente de los años setenta, cuando había que renunciar a los deseos propios por la familia o hacer equilibrios extraños en una sociedad patriarcal. Hay algo que me conmueve en la perseverancia y vulnerabilidad de Sarton al desnudarse y cobijarse en la palabra, en los reencuentros salvadores con la soledad tras las giras de presentación de libros y congresos, en el hogar construido en un pueblo norteamericano donde poder vislumbrar el paisaje interior y su reflejo exterior, en su pelea con los poemas. Esa perseverancia y ese cobijarse en la palabra lo traslada Sarton a sus cartas personales. Escribir cartas, un gesto perdido en esta época de inmediatez, donde lentitud, reflexión y un acercamiento real al otro, como forma de saber dónde se está en un instante determinado de nuestra vida.

Una última frase subrayada: ¿Cómo reconocer lo esencial? Este libro es luminoso.




Ahora espero abrirme camino entre las abruptas y rocosas profundidades para llegar al núcleo de la matriz, donde aún quedan iras y violencias no resueltas. Vivo sola, tal vez sin otro motivo que afirmarme como criatura imposible; distinguida por un temperamento que nunca he aprendido a manejar como es debido; capaz de desconcertarse por una palabra, una mirada, un día lluvioso o una copa de más. Mi necesidad de estar a solas siempre está en contrapunto con el miedo a todo aquello que sucederá si de repente, una vez adentrada en el enorme y vacío silencio, no puedo encontrar apoyo alguno. Subo al cielo y bajo al infierno en el curso de una hora, y solo me mantengo en pie a costa de imponerme rutinas inexorables. Escribo demasiadas cartas y muy pocos poemas. Pese a este aparente silencio que me rodea, en el fondo de mi mente suena un clamor de voces humanas; demasiadas necesidades, esperanzas, temores. Apenas consigo permanecer quieta sin que me asalten las cosas pendientes de cumplir o de enviar. Me siento agotada a menudo, pero lo que me cansa no es el trabajo —el trabajo es un descanso—, sino el esfuerzo por apartar las vidas y necesidades de los demás antes de poder abordar mi trabajo con cierta frescura y placer. 
May Sarton. Diario de una soledad. Traducción de Blanca Gago. Gallo Nero