Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 18 de marzo de 2024

Los lunes de Anay. Luciérnagas...

Luciérnaga es una de mis palabras favoritas. Su luz de candil entre los campos y caminos nocturnos de mis veranos gallegos. Cuando críos, cazamos una de ellas e intentamos que nos alumbrara a través un bote de cristal con pequeños agujeros como respiraderos. Acercábamos la luciérnaga a los débiles destellos verdes entre los toxos en busca de una conversación, pero nunca conseguíamos siquiera un centelleo que nos hiciese creer en un lenguaje de luz. En aquel camino atrapábamos saltamontes, hacíamos carreras de caracoles en las tardes de lluvia, observábamos en silencio las lombrices arrastradas por un escuadrón de hormigas hacia la entrada de sus hormigueros —y nuestro silencio era el de un dios intrigado ante la lucha—. Eran días de tierra blanca y sombras luminosas.


Los lunes de Anay. Luciérnagas…

"Una luz diminuta no se rinde jamás."

                                                     RUBÉN GARCÍA CEBOLLERO



Alma, ¿te arriesgarás de nuevo?
En un peligro así,
hay miles que han perdido, ciertamente,
pero hay algunas que han ganado todo.

Los ángeles aguardan, sin aliento,
a que salga tu nombre;
mientras un corro ansioso de pequeños demonios
apuesta sobre ti.

                                    EMILY DICKINSON
                                    (versión de José Cereijo y María Taibo)





Feliz lunes.

Un beso,

lunes, 11 de marzo de 2024

Los lunes de Anay. Balsas...















"Suban, si les parece."

                                NICANOR PARRA


CALMA

Toda esta paz es tuya:
la de este mar,
la de las jarcias y las velas y los palos...
la de esta voz en mi garganta,
esqueje de tu soplo
que duerme a la galerna.

                                       JOSÉ LUIS VIDAL CARRERAS



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 4 de marzo de 2024

Los lunes de Anay. Pasajeras

"¿Quién cantará al amor?
 No yo.
 Yo amo."

                         ALEJANDRA PIZARNIK


ANÓNIMA

Ni muy feliz, ni triste. Como tantas
parecerá insensible a cuanto pueda
ocurrir a su lado. Cada día
andará iguales calles y las mismas
sombras la mirarán pasar. No habrá ninguno
capaz de distinguirla de las otras,
así, a primera vista. Cada día
se va muriendo un poco (no comulga
con esa triste rueda de molino
de la moderna mística; el trabajo,
rutinario y vulgar -bien lo comprende-
la embrutece y anula). Y qué remedio
queda. Y qué remedio.
Pero yo sé que guarda
intacta esa frescura y delicada
del corazón ardiente y una innata,
joven curiosidad. Estará sola,
como solos están los que, de un modo
u otro, son acaso diferentes.
Y no sospechará que hubo una tarde
en la que fue dictándome un poema.

                                                     VÍCTOR BOTAS




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 26 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Écrire...

Tu lunes me resguarda en esta tarde de lluvia fuerte y cielo gris compacto. El río viene turbio y crecido, arrastra ramas, troncos, plásticos. Hay una corriente en todo eso y, seguro, una señal, una metáfora. Me gusta ese impulso indomable de escribir —como me gusta esa parte de su etimología que viene de tallar—. Hace poco leí Escribir para salvar una vida, donde John Edgar Wideman, a través de documentos, recuerdos propios y ajenos, periódicos, actas y ficciones trata de escribir, de tallar, las vidas de Emmett Till, un chaval negro de catorce años secuestrado y asesinado en el sur de los años cincuenta y su padre Louis Till, ahorcado, sin defensa, o el silencio como defensa, diez años antes por actos indecorosos durante la segunda guerra mundial, como tantos soldados negros. Wideman indaga en el poder avasallador —en un universo en el que todas las verdades tienen el mismo valor hasta que el poder escoge una de ellas para servir a sus propósitos, dice Wideman— y el racismo como acto continuado en el tiempo y que une a padre(s) hijo(s) y escritor. Wideman escribe y parece tener la fuerza del viento, aunque a veces cree divagar o se pregunta sobre la dirección a tomar en ese encuentro con los muertos y silencios del pasado —Este texto no se convertirá en la narración sobre Emmett Till en el que creía que estaba trabajando. Todas las palabras que vienen a continuación son fruto de mi anhelo de darle algún sentido a la oscuridad estadounidense que separa a los padres negros de sus hijos, una oscuridad en la que los hijos y los padres se pierden la pista mutuamente, escribe Wideman—. Escribe por una vida, por tantas vidas, por su propia vida. Acongoja este libro por el dolor, la rabia y el miedo.


Los lunes de Anay. Écrire…

"Cuervo, pasa"

                       TED HUGHES

CRÓNICA

Acabaré contando
lo ocurrido.

Hurgando en el motín
de la conciencia.

Teclaendo sin razón
ni voluntad.

Ese deber
hacia ninguna parte.

                                 ANAY SALA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 19 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Convalecencias...

A Pablo Villuendas, mi padrastro.
                                                                                         Con todo mi amor.


"La ternura es hacerle entender al otro que es merecedor de la vida que le habita"

                                                                           EUGENIO BORGNA, psiquiatra.


HERENCIA

Nunca te vi feliz, lo que se dice
alegre como un chorro desbocado
vertiéndose sin tasa sobre el mundo.
El comedido afecto que expresabas,
perfectamente público, lo habías heredado
de una infancia severa y victoriana
en internados, campamentos, centros
regidos por la férrea ausencia de una madre.
No creas que importaba. Tras tus manos
cuidadas pero recias
siempre fue perceptible ese temblor
de la alegría alzándose
sobre las cosas, dándole su impronta de verdad
a la orfandad del mundo.

                                         ANTONIO MANILLA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

jueves, 15 de febrero de 2024

En el sur de Indiana. Frank Bill

Decía Donald Ray Pollock que En el sur de Indiana era uno de los viajes más bestias dentro de un libro. Tenía razón. Al terminar el tercer relato, en un vagón de tren camino del trabajo antes del amanecer, tuve que parar aturdido por su intensidad y brutalidad. Esos tres primeros relatos enlazaban personajes e historias hasta completar los espacios en blanco de los primeros en el último de ellos: del ajuste de cuentas por un intento de robo del primer relato pasamos de un abuelo que vende a su nieta como prostituta en el segundo para terminar con la venganza de esta muchacha hacia un mundo atroz en el tercero —más adelante, en otro de los relatos, otra mujer será la que cumpla venganza, diez años después, de todo el dolor y la violencia sufridas en su niñez. Porque en estos relatos no hay olvido posible de lo que fuimos y vivimos. Porque los personajes parecen atados a una rueda funesta y a las leyes bíblicas del ojo por ojo y desoyen aquello de poner la otra mejilla. El perdón nos es una alternativa en estos relatos y personajes—. 

*

Todo lo horrible cristalizó, dice Frank Bill, y lo horrible son caras desfiguradas por armas de gran calibre; hombres cavando sus tumbas; una muchacha convertida en una luchadora sangrienta y primitiva, un anciano que huye, con los intestinos desgarrados, de su mujer —una enferma anclada a una bombona de oxígeno—; brutales peleas de perros clandestinas; tipos con mono de anfeta que dejan una estela de cuerpos mutilados y ex combatientes con estrés postraumático cortadores de orejas; padres maltratadores y adolescentes atracadores cuya violencia es de un ensañamiento y salvajismo inauditos; maridos que ejecutan a sus amantes por el deseo egoísta de no perder su rutina doméstica y maridos que buscan penitencia en un vagabundeo sempiterno tras claudicar y ayudar a morir a su mujer desahuciada. Puede parecer que estamos ante relatos de violencia gratuita. Y no. Lo que hace Frank Bill es hablar de un lugar, un ambiente y unos personajes que sobreviven en un mundo caótico y furioso y hacen lo que pueden con reglas ancestrales que rigen sus vidas. 

*

No hay un in crescendo en estos relatos, no hay un clímax final o una revelación que convierta el mundo en un lugar comprensible y nítido. Sí hay odio y terror y estremecimiento en las historias de Frank Bill (creo en lo que tiembla, que diría Isabel Bono), y seres de carne y hueso que usan la violencia o se encuentran  ante ella y les muestra la parte sombría o de superviviente de su alma —algunos no tienen escrúpulos y sólo buscan la propia salvación o desencadenan tal grado de violencia que sólo pueden ser vistos como seres degradados—. Pero unos pocos intentan resistir en ese ambiente duro e implacable. 
Uno de mis relatos favoritos, El viejo mecánico, comienza con los recuerdos de niñez de una madre, cuando su hermana y ella estaban ante el televisor, en silencio, mientras su padre apalizaba a su mujer. 

Pero, cuando el Mecánico pegaba a su mujer, los golpes hacían temblar la pared opuesta. El cuerpo de la mujer rebotaba de un tabique a otro como la bola de una máquina de pinball. No resonaban melodías electrónicas por un récord de puntuación. Tan solo las sofocantes peticiones de perdón de ella, sin ninguna piedad por respuesta. Salvajismo puro y duro. Y, con la puerta de la habitación de dos y medio por dos y medio cerrada como una caja, los golpes viajaban a través de los tabiques de pladur, llegaban al salón y lo infectaban. Allí, en un sofá tan desgastado como confortable, los ojos de dos chiquillas se mantenían fijos en la televisión en blanco y negro. Una televisión que decoraba un rincón con Tom y Jerry. Con la adicción a la violencia propia de los dibujos animados, exhibida como entretenimiento infantil. Los respectivos portazos en varias partes del cuerpo. Los platos destrozados en la cabeza del otro. Los mazos de madera al compás de los puñetazos en la habitación de enfrente. 
Era algo que el papel pintado, bonito y brillante, no podía ocultar. Tanta fealdad en el ambiente.

Con el tiempo, el padre desaparece de la ecuación. Hasta que reaparece como sombra en el día a día de la hija y le pide conocer a su nieto. Ha cambiado, dice la hermana. Y accede. Y en ese día juntos, el nieto aterrorizado por los recuerdos de niñez de su madre, asiste a la confesión de su abuelo: las palizas son el punto final del rencor, horror e inadaptación tras la guerra —de su incapacidad para hablar de toda la violencia experimentada día a día—. Bill no excusa los actos del viejo mecánico, sólo muestra el infierno que la guerra y el silencio hacen anidar en el corazón de un muchacho. 

—Lo único que puedo decir es que pagué con tu abuela mi rabia y mi resentimiento con la vida. No estuvo bien. Sufrió hasta que no pudo más. Fui incapaz de adaptarme a lo que había visto y hecho. Porque, cuando un hombre le quita la vida a otro, la culpa del recuerdo lo atormenta y vivirá para siempre en la oscuridad de los muertos.
El viejo mecánico dobla el cuello. Baja la cara hasta hundirla en las mismas manos que Frank teme. 
En la voz del Viejo Mecánico, todo ímpetu, toda autoridad han desaparecido.

*

Hace un mes de En el sur de Indiana. Y la sensación que me queda de estos relatos es la de estar ante una tormenta desplegándose ante tus narices en un atardecer invernal extrañamente cálido y pegajoso.



Diez años era tiempo suficiente para que los moratones curasen por fuera. No por dentro. Para que los nudillos se le aplanasen por no haber usado protector de manos ni guantes de boxeo. Para que las descamaciones se convirtiesen en cicatrices a causa de los golpes al saco verde militar que un hombre le había colgado a la chica de una viga polvorienta del sótano. Pero ahora esa chica estaba sentada en la oscuridad, mirando a través del parabrisas pringado de mosquitos hacia el edificio de chapa oxidada al otro lado de la carretera. Mientras, esos mismos nudillos comprobaron una vez más el cargador lleno de la Colt del calibre 45.
El hombre que colgó el saco verde militar era el mismo que la había criado. De pequeña le enseñó a cargar, apuntar y disparar un arma. El hombre le enseñó el acervo del Antiguo Testamento. Era algo a lo que la figura sentada a su lado en la oscuridad no había tenido acceso hasta aquella semana de finales de septiembre. Cuando la piel curtida y machacada por el sol del hombre que la había criado pasó a ser plástico derretido de una garrafa de leche. Después de que las heridas sanaran y le dieran el alta en el hospital, aún tendría una condena que cumplir.
La familia de ella lo perdió todo. Se mudaron con su tío abuelo. Pero, durante aquella semana, hubo hombres apaleados y desfigurados y otros que perdieron la vida. Y así empezó todo. Diez años atrás, con una agresión.
Frank Bill. En el sur de Indiana. Traducción de Ce Santiago. Malas tierras 

lunes, 12 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Tramas...

"Ay de mí que asomé sonriendo por todo lo minúsculo"

                                                                              JULIETA VALERO


LA BELLEZA DEL MARIDO
(Anne Carson)

De contar nuestra historia,
me dije, debes ser honesto, ser indulgente
en la medida en que esta
también es suya, la mitad que nadie
va a contar, la mitad de cada línea
que ahora duerme en otro cuarto
de otro poema de otro libro.

De hacerlo, dije, inventa un nombre,
una ciudad, escribe en la tercera
persona de los cuentos,
una distancia, dije, que te sea
si no un peso liviano al menos
una carga que puedas soportar,
sé indulgente con ella, dale el aura
de la inocencia, di que al menos
no supo lo que hacía.

                               ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ




Feliz lunes.

Un beso,

Anay