Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 20 de marzo de 2023

Los lunes de Anay. Telón...

Era un camino blanco. 

Atravesaba aldeas y campos de maíz y valles 
y ventanas iluminadas —hogueras en la noche—, 
y bifurcaciones y rastros perdidos y raíces desnudas 
y el humo de chimeneas sobre solitarios tejados de pizarra —el mundo era verdad y promesa—. 
Y se ocultaba en dos breves surcos tras la oscuridad del monte —el ruido del viento en los árboles un misterio y una amenaza—. 

Había un puente con troncos que cruzábamos a la carrera por el vértigo y el miedo a caer sobre el río, 
y las ruinas de una escuela, 
y el lavadero donde lagartijas en verano, 
y el ruido debilitado de las ruedas de un molino sobre el agua, cuando el camino blanco se convertía en hierba alta y hojas aplastadas, 
y una casa abandonada de cristales rotos —de día una nave varada, de noche misas negras y sacrificios—, 
y un carballo centenario que era frontera entre la aldea y el mundo más allá, 
y un loco bueno que vio la sombra de un zepelín rumbo a América 
y la última habitante de una aldea —una forma negra y muda en la blancura del camino—, 
y la luz temblorosa de las luciérnagas que nos marcaba la vuelta a casa, 
y una ermita ante la que tumbarnos y ver el cielo moverse en una órbita extraña. 
Y la estela blanca de camiones madereros y tractores nos cegaba y nos ocultaba campos, casas, cielo. 

El camino se movía bajo nuestros pies entre huellas desconocidas, nuestro destino pegado a la piel, a punto de devorarnos.

(marzo 2014 y enero 2015)


Los lunes de Anay. Telón…

"Sueño tras sueño,
el hombre se hizo niño
para cumplirlos"

                         ALFREDO BUXÁN


CANCIÓN DE POLA

I knew Peter Pan:
Shewas a girl and loved me.
Itwas a long, long time.
James Barrie lied to us:
Todayshedied.

                                   JOSÉ CARLOS LLOP






Feliz lunes.

Un beso,

Anay

domingo, 19 de marzo de 2023

la sonrisa sin embargo

En aquel primer otoño tras su muerte, escribía recuerdos de mi padre en el tren de vuelta a casa. Intentaba, en un trabajo arqueológico en mi memoria, llegar lo más lejos posible, descubrir palabras y escenas y gestos perdidos donde reencontrarme con mi padre fuera de aquella habitación de hospital donde lo vi por última vez. O escribía sobre el peso y la presencia de su ausencia y las señales de mi tristeza. Eran notas rápidas y cortas, migas en el camino.

Esta mañana, mientras la inesperada penumbra en las páginas de mi libro anunciaba la lluvia, repasé aquellas notas donde confluían pasados y presente —y sueños, también sueños en los que no sabía cómo decir a mi padre que había muerto o volvía a andar sin muletas ni temblores y me sonreía porque ya no sentía dolor o se desvanecía al preguntarme una silueta negra si no estaba muerto mi padre o nos decíamos que nos queríamos o sólo era una presencia quieta en la calle—. Apenas eran un par de frases o algunos párrafos para rescatar una expresión típica suya o el temblor de sus manos o su mirada de niño al hablar de comida y jornadas de pesca.

Hace poco leí los reportajes de Joseph Mitchell sobre las aguas que rodean Nueva York: sus mercados de pescado, muelles, islas y viejos oficios ya desaparecidos o a punto de hacerlo. En las páginas donde se hablaba de pesca me reencontré con la imagen quijotesca de mi padre, la caña de pescar como lanza, su torso desnudo y flaco a través de su camisa abierta, las truchas brillantes sobre hojas de laurel en la cesta de mimbre. De aquella imagen salté a otras, el sonido de trompeta que sacaba a unas flores desconocidas en aquel camino blanco de mi infancia, la rapidez en descubrir nidos en los árboles y su ilusión al señalármelos, sus mentiras juguetonas cuando me decía que sabía karate y los giros y manotazos ante mi mirada crédula. 

“Se llama a voces cuando está lejos y despacito cuando cerca”, decía mi padre cuando alguien le preguntaba cómo se llamaba un vecino nuevo. Esa frase describía su sentido del humor. Como la vez que se puso su uniforme militar y se hizo pasar por de guardia civil para asustar a un par de pescadores furtivos —volvía a este recuerdo una y otra vez en las últimas semanas, cuando duchaba su cuerpo nudoso y enroscado, con aquella extraña voz cavernosa y grave que ocultaba la suya, la sonrisa sin embargo—.

Mi padre escribía cartas a máquina y postales a mano, leía revistas del corazón y novelas del oeste, escuchaba casetes de bilbainadas y gaiteros, veía películas del oeste “si eran de tiros” y hacía sopas de letras. Jugaba al tute y a la escoba en una cocina gallega en interminables partidas nocturnas y fumaba ducados y puros cuando en mi infancia, aquel gesto suyo de prender una cerilla, acercarse la “lumbre” al cigarro y la primera bocanada de humo que yo trataba de imitar los días de frío y niebla —hay momentos donde noto el tono de su voz en el mío. O me sorprendo al reproducir un gesto suyo. Nos habitan vislumbres—.

En mi casa guardo su reloj de pulsera y el que heredó de su padre, algún ruxe ruxe que me hizo cuando aún no temblaban sus manos, las mismas estanterías de mi biblioteca son suyas; guardo fotos y piedras y tierra de su patria. Y algunas herramientas de carpintero que me regaló, objetos de hierro y madera señales de un tiempo y unas expresiones desaparecidas. En casa de mi madre, la maleta blanca para una obra de teatro, más estanterías para todos los libros que no entran en ésta, las cajas donde guardar piedras. En mi recuerdo, la makila para cantar Santa Águeda por las calles del pueblo, vestido de vasquito, una canasta de baloncesto sobre la ventana de su taller y un arco con flechas.

Tal vez mi primer recuerdo sea el tacto de su mano envolviendo la mía. 

Dejo las notas y me preparo a esperar la lluvia.

lunes, 13 de marzo de 2023

Los lunes de Anay. Búnker...

Maravilloso, me dijo la librera cuando me vio con Hotel Splendid en la mano. Es la cadencia en la escritura, puntualizó. Me siento con el libro junto a la ventana de mi habitación. Ahí fuera, una carrera de patines y en los árboles la señal del viento. Dejo que entre la luz  en la habitación donde leo por primera vez a Redonnet —dejo que entre una voz que llega con frases cortas, distantes y austeras sobre un hotel en un pantano y la construcción de unas vías de ferrocarril y un cementerio anegado y tres hermanas (la brillantez pasada del hotel, la corrupción de los sueños de las hermanas y la negación de nuevos tiempos del pantano)—. Es una escritura cortante la de Redonnet, las frases cortas como cuchilladas. Me detengo cada pocas páginas para calibrar el mundo nuevo en derrumbe ante el que me encuentro. Hay un momento donde juego con el libro y lo inclino para buscar una línea diagonal que separe la página en mitades idénticas de luz y sombra —la sombra arranca en el inicio de la página e invade la luz hasta hacerse completa en el margen final—. Intento encontrar un significado a esa línea fronteriza de penumbra, como  intento ver significados en las sombras alargadas, perfectas y negras de los árboles sobre los edificios al atardecer o en los reflejos de las calles en ríos o las imágenes proyectadas fuera de las ventanas del tren, en el paisaje. Camino en la fina línea entre certeza e invención. 


Los lunes de Anay. Búnker…

"Mira tú qué gozada tenerte que aguantar"

                                                            CARMELO GUILLÉN ACOSTA


enhebrar, rebaja tras rebaja, una factura
de alquiler a medias, copagos,
transacciones médicas, hacer el amor
cuando la ansiedad lo permite.

ahora que hemos confirmado un estatus,
una pared donde asusta colgar diplomas,
una tragedia hilvanada con esquirlas
de animal antibiótico, potentes virutas,
    a veces nos miramos:
         te quiero
y casi parece una consigna soviética
o una declaración de impuestos.

                                               AZAHARA PALOMEQUE






Feliz lunes,

Un beso,

Anay

lunes, 6 de marzo de 2023

Los lunes de Anay. Prados...

Las tardes de viernes, cuando vagabundeo por la ciudad para aquietarme, ya sea en el fulgor de agosto o en la temprana oscuridad del invierno, me encuentro con sus figuras quijotescas en los bancos junto a la ría. Son seis o siete hombres de piel negra gris cetrina blanca. Beben cerveza, escuchan a Madonna en un radiocasete anacrónico y cantan papa don´t preach  a gritos y los brazos arriba y abajo, hablan en idiomas desérticos y gritan eufóricos aleluya o ladies —con la ese final alargada— a las mujeres que pasan a su lado y su sonrisa es abierta y su mirada conmemoración y resonancia de otros espacios. 
Hace unos meses, en uno de mis callejeos de viernes, encontré un altar sencillo y familiar junto la Alhóndiga, un almacén de vino abandonado reconvertido en centro cultural, durante años su lugar de reunión. Había un par de latas de cerveza sin abrir, un ramo de flores y velas, ya apagadas, en memoria de Aleksander. Escribieron una nota: Aleks falleció el cuatro de julio, decían, era una persona sin hogar, decían, lo echarán de menos, decían. 

Quedaban cumbres nevadas, el pasado viernes, en las afueras de la ciudad. Y dentro, una luz gris y amarillenta, nubes bajas y niebla. Hay ciertos hechos que marcan un camino, a izquierda o derecha.


Los lunes de Anay. Prados…

"Esta flor, para usted"

                                NICOLÁS GUILLÉN


VIEJA CANCIÓN

He escuchado en la radio, por azar, hace un rato,
un vieja canción,
un canción romántica que estuvo muy de moda
en la playa, durante los meses de un verano
maravilloso de mi adolescencia.
Muchas veces la oí entonces, junto a alguien
que junio quiso darme y me quitó septiembre.

Mientras la música sonaba,
he sentido en el pecho
la emoción de los días antiguos: tanta luz,
tanta ilusión brotando, tanta vida;
y he cerrado los ojos y he visto a una muchacha
que a través de la niebla del tiempo me sonríe
y con amor me mira.

                                 ELOY SÁNCHEZ ROSILLO





Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 27 de febrero de 2023

Los lunes de Anay. La primera vez...

De niño, en las mañanas del invierno, dibujaba corazones estrellas asteriscos mi nombre en la ventana empañada de la cocina antes de ir al colegio —he escrito este recuerdo una y otra vez—. La calle se desfiguraba al otro lado de la ventana y los ladrillos rojos de las fachadas y el parque de juegos y las farolas y el caserío donde comprábamos leche recién ordeñada se transformaban en líneas y colores difusos. Había una luz gris y compacta en esas mañanas. Al volver de clase, si acercaba mi cara y despedía un poco de vaho de mi boca, los dibujos volvían como apariciones fantasmales —y surgían surcos por donde se habían encauzado las gotas de los corazones estrellas asteriscos mi nombre—. 
Recuerdo hundir mis pies en mi primera nieve, que había ocultado aceras y carreteras y había tomado la forma de los tejados y los árboles, emblanqueciéndolos. Caminé por el parque de juegos, una pisada lenta tras otra, y al llegar a casa vi mi rastro desaparecer desde la ventana de la cocina. 
Hace años, ýb me confesó que nunca había visto nevar. No supe describirle la lentitud de una nevada, su leve electricidad o cómo la nieve, si caía de manera continuada,  encendía la noche. Sólo pude hablarle de un agosto que fue invierno —he escrito sobre este agosto invernal una y otra vez—, de mis trazos de niño sobre una ventana empañada —que aún hoy esbozo porque aún hoy soy aquel niño—, de la luz gris y compacta del invierno y del frío —de este frío de norte y costa— no sólo como una sensación asombrosa y favorable, también como reminiscencia.

Esta mañana apenas unos copos de nieve entre el cielo gris, los tejados y los árboles —y en mi ropa de cartero y en el carro de reparto—. Como en cada nevada, por sencilla y corta que sea, me he notado sonreír, triste y alegre, por todos estos recuerdos de rastros y tiempos que desaparecen en ventanas y nieve —por otros fríos.



Los lunes de Anay. La primera vez…

“Llevo tragando piedras algunos minutos”

                                                              LORETO SESMA


PEQUEÑA METAFÍSICA

Es duro
cuando a una le lanzan a la cara
el primer mundo.
Yo lo miraba pasar tras el cristal,
sin tocarlo,
como enseñan a los chicos
debe hacerse con las cosas de los grandes.

Y él se levantó
y me arrancó mi telescopio de papel:
“No se puede fumar.
—me dijo en dos idiomas—
En mi país está prohibido.”

Descubrí que aunque viajábamos juntos,
él estaba en Francia
y yo en el autobús.

Y comprendí entonces
los cuentos que se inventan a los pequeños,
porque aquel mundo siguió enterito
y fui yo la que me rompí.

                                     MILENA RODRIGUEZ






Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 20 de febrero de 2023

Los lunes de Anay. Sondas...


(morriña e saudade) Los atardeceres alargados del verano, cuando los insectos volaban sobre los campos de trigo y olía a hierba seca y los tañidos de las campanas indicaban el final de un mundo; las líneas blanquecinas de los últimos rayos de sol antes de los puntos verdes de las luciérnagas entre las casas abandonadas, antes de las noches donde velar a los muertos entre el arrullo de los adultos, el aporreo de las cuentas de un rosario y la hilaridad en nuestras miradas de niños frente al silencio último, antes del regreso a casa con un haz de linterna sobre el camino blanco y la silueta opaca de los árboles, cuando nos llegaba el retumbo del río tras la mudez de los tractores y volvíamos a sentir en nuestra piel los juegos en el agua y se encendían las primeras bombillas en las entradas de las casas —pequeñas hogueras en la oscuridad más allá de los montes negros y los sueños negros— y nos sentíamos como estelas de humo en las chimeneas de los tejados, antes de que alguien llamara a nuestra puerta y se sentara en la cocina y tocara su armónica y hablara de verbenas y amores con chicas de piel blanca y ojos azules y sonriéramos porque eran sueños de un loco, porque eran nuestros sueños.

(17.06.2014)



Los lunes de Anay. Sondas…


“el mar que se resiste al adjetivo"

                                                VICENTE GALLEGO


EL MAR DE HOMERO...

El mar de Homero ríe para ti,
que te acodas desnuda en la baranda
en busca de aire fresco, con la copa
de néctar en la mano, mientras vienen
y van los invitados por la fiesta
que has dado en el palacio de tu padre.
El aire puro inunda tus pulmones
y el néctar se te sube a la cabeza.
Llega entonces el hombre de tu vida
a la terraza. Es una hermosa mezcla
de fortaleza y de sabiduría.
Ulises es su nombre. Tú no ignoras 
que pasará de largo. Ya soñaste
su desdén tantas veces... Pese a todo,
el brillo de tus ojos insinúa:
"No me canso de verte". Y tus oídos
reclaman: "Háblame, dame palabras
para vivir". Y con el sexo dices:
"Dueño mío, haz de mí lo que te plazca".
Todo es entrega en ti, dulce Nausícaa.
Pero el está aburrido de la fiesta,
perdido en el recuerdo de su patria,
y no se fija en ti, ni en ese cuerpo
de diosa acribillado de mensajes
que nunca llegarán a su destino.

                                               LUIS ALBERTO DE CUENCA






Feliz lunes.

Un beso,

Anay

lunes, 13 de febrero de 2023

Los lunes de Anay. Briefing...

(una vez escribí…)

Deja el sombrero y la gabardina en la butaca vacía, se dirige a la barra y vuelve con tres cafés —me recuerda a las antiguas películas de cine negro—. Se sienta y nos dice que ha empezado a entrenarse en un gimnasio. Baila en la butaca, mueve los hombros y la cabeza, cierra los puños, lanza tímidos golpes al aire. Sus movimientos son precisos. Es poeta y boxea. Nos habla del ring y de sacos de arena. Se recuesta en la butaca y nos revela que dedica los primeros quince minutos del día a meditar. Una vez en el suelo, dice, cierra los ojos y consigue que todo lo que le envuelve, todo lo que le habita, desaparezca. Cuando abre los ojos y sale a la calle los colores las líneas el cielo tienen una mayor definición, es consciente de cada movimiento de su cuerpo y del movimiento de cuanto le rodea. 

Cuatro mujeres entran en la cafetería del hotel. Llevan ropa ajustada y la cara maquillada en exceso, la boca en una sonrisa bumerán (triste y alegre a la vez). Tu abuelo las llamaría mujeres de vida alegre, dices. Quieres aprender a meditar e ir a cámara lenta, dices. Nos hablas de un viaje reciente donde tú dentro de una cascada y la violencia del agua contra tu cuerpo empapado. Por primera vez sientes que no quieres morir nunca. Lo dices con un nudo en la garganta, no quiero morirme nunca

El poeta se levanta, recoge la gabardina y el sombrero y se despide de nosotros, te da un abrazo, a mí la mano. Se fija en que no hay poso en mi taza de café. Me dice, suerte, muchacho.

30.10.2012


Los lunes de Anay. Briefing…

SAJ (2007-2023). Os quiero.

"En vosotros aprendo que la vida
tiene menos que ver con los principios
que con la dignidad de los finales."
                                                    LUIS GARCÍA MONTERO


CONSUELO

Llegarán las horas
en que las viejas heridas,
esas que olvidamos hace tiempo,
amenazarán con consumirnos.

Llegarán los días
en que ninguna balanza
de la vida y los pesares
podrá inclinarse hacia uno u otro plato.

Trancurrirán las horas
y pasarán los días.

Pero una ganancia sí nos quedará:
la mera persistencia.

                                         HANNAH ARENDT
                                         (Versión de Alberto Ciria)




Feliz lunes.

Un beso,

Anay