Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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lunes, 2 de octubre de 2023

Los lunes de Anay. Bola 8...

¿Te acuerdas de mí?

                                SONJA AKESSON


LA HORA DE SORPRENDERSE OTRA VEZ

algunos se siguen sorprendiendo
de que el asesino sea un chico tranquilo
y elegante, de sonrisa amable,
que haya frecuentado la iglesia
y que, de estudiante, sacase casi siempre
sobresalientes
y destacara igualmente en los
deportes,
y que fuese respetuoso con los mayores,
adorado por las niñas
y las jóvenes,
y admirado por sus
compañeros.

"no puedo creer que haya sido él...".

se creen que un asesino ha
de ser feo, grosero, antipático,
que ha de mostrar indicios,
señales de ira y
locura.

a veces los que son así también
matan.

pero a un asesino en potencia
no se le descubre nunca
por su aspecto.

ni a un político, un cura o
un poeta.

o al perro
o la mujer
que menean
la cola.

el asesino puede estar en cualquier sitio
como tú
que ahora lees esto

pensando.

                                   CHARLES BUKOWSKI
                                   (Versión de Eduardo Moga)



Feliz lunes.

Un beso,

Anay

martes, 24 de enero de 2017

Bukowski sobre Fante

Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía, se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una Logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber qué hacer ante las filas interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles.
Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por qué nadie decía nada? ¿Por qué no alzaba nadie la voz por encima de la de los demás?
Probé en las distintas secciones de la biblioteca. La sala de Religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de Filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión. No me afectaban en absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte.
Probé con la geología, y al principio sentí cierta curiosidad, pero me resultó insustancial a la postre.
Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron los libros sobre cirugía: las palabras eran nuevas y maravillosas las ilustraciones. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon.
Al final abandoné la cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos. (Cuando tenía morapio en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca era un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada para comer o beber y cuando la dueña de la casa le perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos, se podía ir al lavabo sin problemas). Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, y casi todos dormidos sobre el libro abierto.
Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas, y dejándolos en su sitio a continuación.
Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto.
Tenía tarjeta de lector. Rellené la hoja del servicio de préstamo, me llevé el libro a casa, me tumbé en la cama, me puse a leerlo y mucho antes de acabarlo supe que había dado con un autor que había encontrado una forma distinta de escribir. El libro se titulaba Pregúntale al polvo y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia vitalicia en mis propios libros. Acabé Pregúntale al polvo y busqué más libros de Fante en la biblioteca. Encontré dos. Dago red y Espera a la primavera, Bandini. La calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa.
Sí, Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: «¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!».
Fante fue para mí como un dios, pero yo sabía que a los dioses hay que dejarles en paz, que no hay que llamar a su puerta. Sin embargo, me ponía a hacer conjeturas sobre el punto exacto de Angel’s Flight en que al parecer había vivido y hasta pensaba que a lo mejor seguía viviendo allí. Casi todos los días pasaba por el lugar y me preguntaba: ¿será ésa la ventana por la que se deslizaba Camila? ¿Es ésa la puerta de la pensión? ¿Es ése el vestíbulo? No lo he sabido nunca.
Treinta y nueve años más tarde he vuelto a leer Pregúntale al polvo. Quiero decir que lo he vuelto a leer este año y que todavía se sostiene, al igual que las demás obras de Fante, pero que éste es el libro que prefiero porque constituyó mi primer encuentro con la magia. Escribió otros libros, además de Dago red y Espera a la primavera, Bandini. Por ejemplo, Plenitud de vida y Hermanos de vino. En la actualidad está escribiendo otra novela, Sueños de Bunker Hill.
Al final, gracias a otras vicisitudes, he conocido al novelista este mismo año. Queda mucho por decir de la vida de John Fante. Una vida con una suerte extraordinaria, con un destino horrible y llena de una valentía tan natural como insólita. Es posible que se cuente algún día, aunque creo que a él no le gustaría que yo la contase aquí. Permítaseme decir, sin embargo, que en su forma de escribir y en su forma de vivir se dan las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión.
Es todo. A partir de este momento, el libro pertenece al lector.
CHARLES BUKOWSKI
5 de junio de 1979
Charles Bukowski. Prólogo de Pregúntale al viento de John Fante. Traducción de Antonio-Prometeo Moya. Anagrama

sábado, 8 de agosto de 2015

Cartero. Charles Bukowski



Hay un momento especialmente triste en Cartero. Hank se reencuentra con una antigua amante años después de su separación. Ambos han envejecido mal, han pasado por otras relaciones, han visto su vida degradada y rota, sienten que han perdido algo, una oportunidad, un impulso, los días vividos, se acumulan las derrotas y las frustraciones, ella más vieja, lenta y alcohólica, él, borracho y superviviente. Es ahí, en este tipo de escenas protagonizadas por la derrota, la tristeza y la lucha, donde me atrapa Bukowski y me habla de la vida como un cómbate de boxeo y sobrevivir en el filo de la navaja. 


Bebimos un poco más y luego nos fuimos a la cama, pero no fue lo mismo, nunca lo es. Habla un espacio entre nosotros, habían ocurrido cosas. La observé mientras se iba al baño, vi las arrugas y pliegues bajo sus nalgas. Pobre cosa. Pobre pobre cosa. Joyce había sido firme y dura, agarrabas un pedazo de su cuerpo y era cosa fina. Ahora ya no estaba tan bien. Era triste, era triste, era triste. Cuando Betty salió, no cantamos ni reímos, ni siquiera hablamos. Nos sentamos a beber en la oscuridad, fumando cigarrillos, y cuando nos fuimos a dormir, yo no puse los pies sobre el cuerpo o ella los suyos sobre el mío como solíamos hacer. Dormimos sin tocarnos.
Algo nos habían robado a los dos.


Cartero fue la primera novela de Bukowski, sus días en el servicio postal estadounidense, las rutas y las normas, los diferentes estratos dentro del servicio, los compañeros y el sexo ocasional, el dolor del cuerpo y los días que se van en trabajar y dormir, la estupidez gregaria y los pequeños atisbos de libertad en las mujeres, los hipódromos. En Cartero, Bukowski no incide tanto en los cambios de trabajo o de mujeres como en sus posteriores Factotum y Mujeres, no se centra en juegos de cama y una ristra de polvos salvajes donde lo que menos importa es el nombre de la amante. Cartero es la lucha de un hombre por salirse del sistema, por no dejarse atrapar, por preferir el hambre a la sumisión. Bukowski dispara contra las normas absurdas.

Hay un puñado de buenas escenas en Cartero, mujeres que acaban en moteles de ínfima clase, pueblerinas soñadoras que creen en las palabras de amor de un desconocido, carteros pasados de vueltas y las amonestaciones de supervisores dictatoriales, los días en el hipódromo en una extraña calma, los cambios de casa, de la ciudad a un pequeño pueblo y de vuelta a un apartamento y la imposibilidad de una rutina y una vida en común, el nacimiento de la hija de Hank y el cuerpo de la mujer como único motivo para perder la razón.

Bukowski es escritura rápida y directa, es definir una escena y unos personajes con el menor número de palabras posibles, es la burla sobre el sistema establecido, es la lucha por salir adelante, por no sucumbir a normas ajenas, es la picaresca en el siglo XX y la búsqueda (a veces compulsiva) del placer, es obscenidad y ternura. También es tristeza, ser testigo de otras derrotas y muertes, de sueños truncados, de ver la vida como una repetición extraña y asfixiante.





Un día estaba en el bar, en el intermedio entre dos carreras, y vi a esta mujer. Dios o quien sea no para de crear mujeres y de lanzarlas al mundo, y el culo de ésta es demasiado grande y las tetas de esta otra son demasiado pequeñas, y esta otra está chiflada y aquélla es una histérica, y aquella otra es una fanática religiosa y ésa de más allá lee hojas de té, y ésta no puede controlar sus pedos, y la otra tiene una narizota, y ésta tiene piernas como palillos...
Pero de vez en cuando surge una mujer toda en sazón, una mujer que estalla fuera de sus ropas... una criatura sexual, una maldición, el acabóse. Miré y allí estaba, en el fondo del bar. Estaba bastante bebida y el camarero no le quería servir más y ella empezó a organizar un escándalo y llamaron a uno de los policías del hipódromo. El policía la cogió del brazo llevándosela para fuera y ella no paraba de discutir.
Charles Bukowski. Cartero. Traducción de Jorge Berlanga. Editorial Anagrama.