Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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lunes, 26 de junio de 2023

Los lunes de Anay. Abroad...

Tal vez buscaba rescatar antiguos recuerdos con El libro del verano, pero sólo acudieron aquellos (d)escritos una y otra vez —los viajes en autobús donde, fuera, una noche extraña y veloz; las curvas y el mareo en la ascensión a las cumbres de los montes; la primera llegada a la casa de puertas rojas y la segunda a la casa de piedra y tejado de pizarra bajo el camino; las sendas abiertas en los campos aun sin segar hasta el recodo del río donde nadábamos mientras escuchábamos el trepidar de la caña de pescar de mi padre; las campanadas de la iglesia entre el chirrido de los insectos y las espigas de trigo y centeno y el motor de los tractores; el humo del cigarro alrededor de mi padre, en la penumbra de su taller de carpintero; los crucifijos en las habitaciones y el soñad con los angelitos de mi tía; el silencio sombreado de mi abuela, bajo la parra, su mirada en el horizonte, como si esperara el resurgir de un instante perdido; las fiestas de la malla y el camino blanco que era una promesa cuando se alejaba entre los montes y el camino blanco de estrellas en el cielo nocturno—.

El libro del verano es sencillez y ternura para hablar de una anciana que ve el iniciarse en la vida de su nieta, donde miedo y curiosidad e ira y expectación, y una muchacha que espera de su abuela conocimiento, comprensión, magia y contención tras perder a su madre. Cada capítulo son pequeñas estampas de un momento en apariencia intranscendente en el que abuela y nieta hablan de tormentas, miedos, dios, de naufragios, deseos, belleza en diferentes vacaciones de verano en una isla del archipiélago finlandés. Abuela y nieta se buscan o se enfadan entre ellas, intentan darle un sentido a lo misterioso o lo cotidiano, van al encuentro de tormentas y de prados y del mar, tallan figuras que dejar en un bosque fantasmal o dibujan aquello que les atemoriza, una naturaleza cambiante y luminosa aun en su oscuridad. En cada conversación entre abuela y nieta, un mundo nuevo en construcción y el hablar del pasado como forma de no perderlo. Hay mucho miedo en la nieta en ese abrirse a lo desconocido, en ese lento abandono de la infancia, en ese descubrir la muerte y la naturaleza. El padre, que aparece siempre de fondo, atareado y callado, sólo dice una frase en El libro del verano, y su vida en la ciudad apenas se menciona. Son las dos mujeres —los dos puntos apartados de la vida— quienes nos hablan y nos interpelan a explorar y preguntar y sacar nuestros miedos. Es un libro tierno, El libro del verano, una buena forma de apaciguarse en estos días rápidos y locos.

Anay me manda su último lunes de la temporada. Volverá en septiembre. Hoy, en mi respuesta a su carta, he compartido con ella un fragmento del libro de Tove Jansson donde habla de uno de sus vecinos de la abuela y nieta. 

Hacía mucho tiempo que, aun sin haberlo comentado nunca, habían comprendido que a Eriksson no le gustaban mucho ni la caza ni los motores. Lo que a él le gustaba era más difícil de precisar, aunque totalmente explicable. Su interés y sus deseos repentinos volaban como la brisa marina sobre las aguas, por aquí y por allá, de modo que vivía constantemente en una alerta relajada. El mar siempre está expuesto a sucesos de naturaleza extraordinaria, arrastra a la deriva o al fondo todo tipo de cosas, o caen al agua por la noche cuando cambia el viento. Es preciso tener conocimientos, imaginación y una atención que no flaquee. Y olfato, nada menos. Los grandes sucesos siempre se producen en alta mar y por lo general son solo cuestión de tiempo. Entre la costa y el archipiélago solo pasan cosas menores, aunque también requieren que nos ocupemos de ellas; son tares que quizá tengan que ver con las ocurrencias de los veraneantes. Alguno quiere un mástil en el tejado y otro una piedra de una tonelada y media, pero que sea redonda. Y todo lo encuentra uno, si busca y tiene tiempo, es decir, si puede permitirse buscar; y durante la búsqueda uno es libre y encuentra cosas que ni había imaginado. A veces las personas son como son y, por ejemplo, quieren un gatito en junio y que le ahoguen al dichoso gato a primeros de septiembre. Todo se arregla. Pero otras veces la gente tiene un sueño y algo que conservar mucho tiempo. 
El libro del verano. Tove Jansson. Traducción de Carmen Montes Cano. Minúscula.

Que sea un verano propicio y homérico.

Los lunes de Anay. Abroad…

"La e nos llama"

                           JUAN VICENTE PIQUERAS


CANTO NUPCIAL

Lejos de diccionarios y decretos,
lejos de dividendos, de prudencias
polvorientas, y miles, y partidos,

fuera de doctorados y desfiles,
más allá de seguros, homenajes,
métodos, uniformes y medidas,

                     tu amor y el mío;

en el bando del viento y la paloma,
del lado de la rosa amordazada,
alzando la bandera de la vida;

igual que un vino bravo, como un mar
que se nos mueva dentro y crezca y llene
el corazón de música y futuro,

                     tu amor y el mío.

                                             MIGUEL D'ORS





Feliz lunes y hasta septiembre.

Un beso,

Anay

lunes, 8 de mayo de 2023

Los lunes de Anay. Ensanche...


En la foto, mi madre acaricia a nuestra gata Maritoñi, acostada en su regazo. Una semana atrás se despidió de mi padre, sedado en la cama de hospital —cincuenta años juntos en las caricias y el beso y las lágrimas de mi madre en la mejilla de mi padre, en las últimas palabras que no podían abarcar el tiempo y el mundo creado entre los dos—. Nos sorprendió la cercanía de nuestra gata, siempre escondida cuando hay visitas en casa, sobre todo si son niños inquietos que quieren atraparla para jugar con ella. Se arrimó a las piernas de mi madre, nuestra gata, y se tumbó en su regazo tras saltar sobre el sofá. Mi madre sonreía y acariciaba a Maritoñi, y en esa sonrisa de labios cerrados y ojos húmedos, en esa mano sobre la cabeza de nuestra gata, la congoja y la añoranza y la vulnerabilidad de mi madre —una sonrisa de luto—. 
Hablo cada día con aita, me dijo una vez mi madre por teléfono, y le cuento cómo estáis —yo, desde hace veinte meses, enciendo una vela al atardecer junto a una foto de mi padre, las postales que me escribió, un puñado de su tierra gallega, y le digo que lo extraño o que todo está bien o que un vecino se ha acordado de sus bromas—. En los últimos años, mi madre ha perdido a sus hermanos y a su marido. Y no puedo llegar a imaginar esa pérdida y tantas ausencias.
De todas las fotos que he tomado en los últimos años, fotos de caminos y bosques y calles de Bilbao y pequeñas escenas cotidianas, ésta en la que mi madre sonríe triste tal vez sea mi favorita. Como aquellos retratos de mi padre en sus últimos meses, veo la niña que fue y la fragilidad del tiempo que ha pasado y sólo pienso en cómo me gustaría cobijarla y contenerla en los pliegues de mi pecho.


Los lunes de Anay. Ensanches…

"desnudo y renovado,
tu joven e indeciso corazón"

                                        ÁLVARO SALVADOR



Tú que entraste en mi vida
como una golondrina en una clase
de latín y desbarataste, luminosa
de risas y no sé, mi sangre sistemática.

Tú que has puesto a mi siempre
la música de fondo de tus inexplicables
pestañas, tus t'estimo, tu olor y tus arrugas.

Tú que te vas tan sola, algunos días,
cada vez más pequeña, más pequeña,
por la lluvia que cae (algunos días)
dentro de mí.
                   Tú que eres
ya más que yo mismo.
                                Tú que tienes
costumbres de cerezo.

                                                 MIGUEL D'ORS





Feliz lunes.

Un beso,

Anay