Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop
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viernes, 22 de mayo de 2020

-05. Dick

e. duerme en el sofá. Dejo las compras en los armarios, me limpio manos y cara, desinfecto la ropa, los pomos, los interruptores, vuelvo a limpiarme las manos. Tardo cinco o diez minutos. El tiempo no es un problema. Intento alargar cada gesto y hacerlo tan lento como me sea posible. En el supermercado el altavoz nos recordó mantener la distancia de seguridad. Y en la pared de uno de los edificios cercanos, un mensaje nos animaba a no salir a la calle sobre al dibujo infantil de una casa como las que yo pintaba de crío, tejado a dos aguas, una chimenea de la que salía una nube de humo, ventanas cuadradas, sólo faltaba un árbol largo y verde y el sol en un cielo claro—. Al cruzar el puente, media docena de patitos seguía la estela de su madre. Me detuve unos segundos. Y salí del trance sintiendo que había hecho algo indebido. Detenerme a mirar. En la calle. Sin tiempo. Un gesto de antes de. Mirar a e., vigilar su sueño desde este lado de la realidad, sentir el cansancio y la tensión en su cara, sonreír al descubrir los bultos de nuestras gatas bajo las mantas, gestos que sí me están permitidos, gestos a los que me aferro como si salvaran, como si amuletos.

Escucho las noticias. Los muertos en las residencias. Un hombre de ochenta y nueve años, en la calle, huía de una de ellas por miedo. Los monólogos intrascendentes de tertulianos y periodistas sobre lo que el gobierno debió hacer, lo que debe hacer ahora, lo que tendrá que hacer en un par de meses. La soledad de quienes mueren, la soledad de quienes pierden a alguien querido. Pienso en esto último. En no poder despedirse, en no estar acompañado, en ir solo a la muerte nadie muere en nuestro lugar, pero muchas de las mujeres que recordaban para Alexiévich su experiencia en la guerra hablaban de la calma repentina que los soldados agonizantes sentían al coger una mano de mujer: un gesto fronterizo de calor.

Espero al final de la luz sobre los montes, una línea rojiza que sube por la copa de los árboles hasta extinguirse en la cumbre. No es un gesto nuevo. En la frontera entre resplandor y sombra del atardecer, o entre el primer fulgor en la oscuridad última de la madrugada, en ese punto intermedio donde ocaso y claridad convoco espíritus.

Leo.


***

Busco la última novela de Dick leída hará unos meses. Dick, escribo a mis amigos por whatsapp, es uno de mis escritores favoritos, se cuestiona qué es real, habla de capas de tiempos y espacios, de locura, entropía, drogas y semidioses, de la intromisión de un universo sobre otros, del reverso de todo aquello que vemos y somos. En Gestarescala, un planeta guarda el espectro del mundo terrenal en las profundidades de su mar, si vida en la superficie, su reflejo muerto o ruinoso en el mar. Zambullirse bajo su superficie es enfrentarse a la propia sombra. Novela jungiana, dicen.


—Va a encontrarse con una situación terrible ahí abajo. No se puede imaginar el desastre. El mundo submarino en el que se encuentra Gestarescala es un lugar de muerte, un lugar en el que todo se pude y decae hasta la ruina. Esa es la razón por la que Glimmung quiere reflotar la catedral. Es incapaz de mantenerla ahí abajo; nadie podría. Espere hasta que él baje con usted. Espere unos días; restaure lo que hay aquí y olvídese de bajar. Glimmung lo lama «el submundo acuático». Lleva razón, es un mundo cerrado en sí mismo, separado por completo del nuestro. Con sus propias leyes miserables, según las cuales todo debe declinar para convertirse en basura. Un mundo dominado por la fuerza inflexible de la entropía y nada más. Donde incluso aquellos dotados de una inmensa fuerza, como el propio Glimmung, se ven afectados y terminan por perder su poder. Es una tumba oceánica, y acabará con todos nosotros salvo que consigamos reflotar la catedral.
—No puede ser tan malo —comentó Joe, pero mientras hablaba, sentía crecer el miedo en su interior y asentarse en su corazón, un miedo generado en parte por la vacuidad de sus propias palabras.
El robot le miró de forma enigmática, una mirada compleja que poco a poco se tiñó de desdén.
—Si tenemos en cuenta que eres un robot —le dijo Joe—, no veo cómo puedes implicarte tanto en esto; no tienes vida que perder.
—Ninguna estructura, ni siquiera las artificiales, puede disfrutar con el proceso de la entropía. Es el destino último de todo, y todo se resiste a ello.
—¿Y Glimmung cree que puede detener ese proceso? Si es el destino final de todo, Glimmung no lo puede parar; está condenado. Fracasará y la entropía seguirá adelante.
—La única fuerza que funciona allá abajo es la de la decadencia —manifestó Willis—. Pero aquí, si la catedral se alza, habrá otras fuerzas que no actuarán en sentido destructivo. Fuerzas reparadoras y consagradoras. Constructoras, creadoras y, en su caso, restauradoras.  Esa es la razón por la que es usted tan necesario aquí. Es cosa suya y de otros como usted, que se anticiparán al proceso de decadencia con sus habilidades y trabajo. ¿Lo ve?
Philip K. Dick. Gestarescala. Traducción de Julián Díez. Cátedra.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Philip K. Dick en Valis



El hombre y el verdadero Dios son idénticos —como lo son el Logos y el verdadero Dios—, pero un loco creador enceguecido y su mundo demencial separan al hombre de Dios. Que el creador ciego crea sinceramente que él es el verdadero dios sólo revela el grado de obstrucción que padece. Esto es gnosticismo. De acuerdo con el gnosticismo, el hombre debe situarse en la misma categoría que Dios en oposición al mundo y al creador del mundo (que están los dos locos, se den cuenta o no). La pregunta de Fat «¿Es el Universo irracional y lo es porque una mente irracional lo gobierna?» recibe esta respuesta por intermedio del doctor Stone: «Sí, lo es; el Universo es irracional; la mente que lo gobierna es irracional; pero sobre todo eso se eleva otro Dios, el verdadero Dios, y él no es irracional; ha desafiado a los poderes de este mundo, además, y se ha aventurado en él para ayudarnos; y lo conocemos como el Logos», lo cual, de acuerdo con Fat, significa información viva.
Quizá Fat haya desvelado un gran misterio al llamar al Logos información viva. Aunque quizá no. Es difícil probar cosas de este tipo. ¿A quién preguntar? Fat, afortunadamente, le preguntó a León Stone. Podría haberle preguntado a algún miembro del personal, y en ese caso estaría todavía en la Sección Norte bebiendo café, leyendo y paseando con Doug.
Además, sobre cualquier otro aspecto, objeto o cualidad de ese encuentro con Dios, Fat había sido testigo de un poder benigno que había invadido este mundo. No había otro término que le cuadrara: el poder benigno, cualquiera que fuera su naturaleza, había invadido este mundo como un campeón dispuesto al combate. Eso le daba miedo, pero también lo alegraba. Había llegado ayuda.
Quizás el Universo fuera irracional, pero algo racional había irrumpido en él, como un ladrón nocturno irrumpe en una casa, inesperado en cuanto a lugar, inesperado en cuanto a tiempo. Fat lo había visto, no porque tuviera nada de especial, sino porque la racionalidad así lo había decidido.
Normalmente permanecía disimulada. Normalmente, cuando aparecía, nadie podía distinguirla del fondo; era fondo sobre fondo, como lo expresaba correctamente Fat. Tenía un nombre para designarlo.
Cebra. Porque se confundía con el escenario. Esto recibe el nombre de mimesis. Otro nombre es mimetismo. Ciertos insectos recurren a él; miman otras cosas: a veces a otros insectos —a insectos venenosos— o ramitas, etcétera. Ciertos biólogos y naturalistas han aventurado especulativamente que quizás haya formas más elevadas de mimetismo, puesto que formas inferiores —es decir, formas que engañan a quienes tienen por objeto engañar, pero no a nosotros— se han encontrado en todas partes del mundo.
¿Y si hubiese una forma elevada de mimetismo, tan elevada que ningún ser humano (o muy pocos) la habría detectado? ;Y si sólo se la detectara si ella así lo decidiera? Lo cual significa que
no se la detectaría realmente, pues en estas circunstancias habría abandonado el disimulo para desvelarse. «Desvelarse» en este caso equivaldría a «teofanía». El ser humano diría asombrado: «He visto a Dios»; cuando de hecho sólo habría visto una forma de vida ultraterrestre altamente evolucionada, una UTI, o una forma de vida extraterrestre (un ETI) llegada aquí en algún momento del pasado... y quizá, como lo conjeturaba Fat, habría dormitado dos mil años en forma de semilla latente como información viva en los códices de Nag Hammadi, lo cual explicaría por qué las noticias sobre estos códices se interrumpieron abruptamente alrededor del 70 DC.
Anotación 33 del diario de Amacaballo Fat (esto es, su exégesis):
Cada parte del Universo padece esta soledad, esta angustia de la mente desolada. Todas las partes tienen vida. Así, pues, los antiguos pensadores griegos eran hilozoístas.
Un «hilozoísta» cree que el Universo tiene vida; se trata aproximadamente de la misma idea del panpsiquismo, de que todo está animado. El panpsiquismo o el hilozoísmo comprende dos tipos de creencia:

1)      Todos los objetos tienen vida independiente.
2)      Todo constituye una entidad unitaria; el Universo es una cosa viva con una mente.

Fat había descubierto una especie de terreno intermedio. El universo es una vasta entidad irracional en la que ha irrumpido una forma de vida de orden elevado, disimulada mediante un refinado mimetismo; por tanto, mientras así lo decida, permanece inadvertida —por nosotros—. Mima objetos y procesos causales (esto es lo que Fat sostiene); no sólo objetos, sino lo que los objetos hacen. Cabe concluir que para Fat, Cebra es algo inmenso.
Al cabo de un año de haber analizado el encuentro con Cebra, o con Dios o el Logos o lo que fuere, Fat llegó ante todo a la conclusión de que Cebra había invadido nuestro Universo; y un año más tarde se dio cuenta de que estaba consumiéndolo; esto es, devorándolo. Cebra obraba mediante un proceso muy semejante a la transubstanciación. Éste es el milagro de la comunión por el que las dos especies, el vino y el pan, se convierten de manera invisible en la sangre y el cuerpo de Cristo.
En lugar de verlo en la iglesia, Fat lo había visto en el mundo; y no muy microformado, sino macroformado, lo cual significa, en una escala muy amplia, que parecía no tener límites. El Universo entero está convirtiéndose posiblemente en el Señor. Y de esta conversión nace no sólo la sensibilidad, sino la cordura. Para Fat esto significaría un bendito alivio. Había venido soportando la locura desde hacía demasiado tiempo, tanto en sí mismo como fuera de él. Nada podría haberlo complacido más.
Si Fat era psicótico, creer que uno se ha topado con una irrupción de lo racional en lo irracional es una especie de psicosis muy extraña. ¿Cómo tratarla? ¿Poner al paciente en punto cero? Esto sería quitarle lo racional. En términos de terapia no tiene ningún sentido; es un oxímoron, una contradicción semántica.
Pero aquí se plantea otro problema semántico aún más fundamental. Supóngase que yo le diga a Fat, o que Kevin le diga:
—No has tenido experiencia de Dios. Sólo has tenido experiencia de algo con las cualidades, los aspectos, la naturaleza, los poderes y la sabiduría de Dios.
Esto se asemeja a la broma sobre la proclividad de los alemanes a las dobles abstracciones; una autoridad alemana en literatura inglesa declara: «Hamlet no fue escrito por Shakespeare; fue simplemente escrito por un hombre llamado Shakespeare». En inglés la distinción resulta meramente verbal y carece de significado, aunque el alemán como lengua expresa la diferencia (lo que da cuenta de algunas características extrañas de la mente alemana).
«He visto a Dios», declara Fat, y Kevin, Sherri y yo le objetamos: «No, sólo viste algo como Dios. Exactamente igual a Dios». Y después de haber hablado, no nos detenemos a escuchar la respuesta, como un Pilatos bromista, cuando él pregunta «¿Qué es la verdad?».
Cebra irrumpió en nuestro Universo y disparó rayo tras rayo de luz coloreada y rica en información contra el cerebro de Fat; le atravesó el cráneo, cegándolo y dañándolo y deslumbrándolo, pero revelándole conocimientos inefables. Para empezar, así se salvó la vida de Christopher.
No irrumpió en verdad para disparar información; había ya irrumpido en cierta fecha pasada. Lo que hizo fue abandonar el estado de disimulo; se desveló destacándose del fondo y disparó información a un ritmo que nuestros cálculos no son capaces de calibrar; le disparó información contenida en bibliotecas enteras en cuestión de billonésimas de segundo. Y siguió haciéndolo durante ocho horas del tiempo real transcurrido. En ocho horas de TRT hay muchas billonésimas partes de segundo. A esa velocidad repentina se puede llenar el hemisferio derecho del cerebro humano con una titánica cantidad de gráficos.
Pablo de Tarso tuvo una experiencia similar. Esto ocurrió hace mucho tiempo. La contó años después, pero sólo una parte. De acuerdo con su propio testimonio, mucha de la información que le fue lanzada a la cabeza —justo entre los ojos mientras iba camino de Damasco— murió junto con él, silenciada. El caos reina en el Universo, pero San Pablo sabía con quién había hablado. Él lo mencionó. También Cebra se identificó ante Fat. Se llamó a sí misma «Santa Sofía», designación que a Fat no le era familiar. «Santa Sofía» es una inusitada hipóstasis de Cristo.
Los hombres y el mundo son mutuamente tóxicos. Pero Dios —el verdadero Dios— ha entrado en ambos, ha entrado en el hombre y en el mundo, con lo cual el paisaje parece más sereno. Pero ese Dios, el Dios del exterior, se topa con una feroz oposición. Abundan las estafas —los engaños de la insania— y se enmascaran reflejando la imagen opuesta: el ademán de la cordura. Las máscaras, sin embargo, se desgastan y la locura queda revelada. Es algo decididamente grotesco.
El remedio se encuentra aquí, pero también la enfermedad. Como Fat lo repite de modo obsesivo: «El Imperio nunca terminó». En una sorprendente respuesta a la crisis, el verdadero Dios mima al Universo, la región misma que ha invadido: asume la apariencia de ramas y árboles y latas de cerveza arrojadas en los vertederos; finge ser desechos descartados, basura que ya nadie advierte. Al acecho, el verdadero Dios le prepara una emboscada a la realidad y también a nosotros mismos. A decir verdad, en su papel de antídoto, Dios nos ataca y nos hiere. Como puede atestiguarlo Fat, ser sorprendido por el Dios Vivo es una aterradora experiencia. De ahí que digamos que el verdadero Dios tiene la costumbre de ocultarse. Transcurrieron veinticinco siglos desde que Heráclito escribió: «La estructura latente domina la estructura de lo obvio» y «La naturaleza de las cosas tiene por hábito el ocultamiento».
De modo que lo racional, como una semilla, se oculta en la masa irracional. ¿Qué objetivo satisface la masa irracional? Pregúntese uno mismo cuál fue la ganancia de Gloria al morir, no en relación con su propia muerte, sino en relación con quienes la querían. Ella pagó el amor de Fat con... Pues bien, ¿con qué? ¿Malicia? No está comprobado. ¿Odio? Tampoco está comprobado. ¿Con irracionalidad? Sí; eso está comprobado. En relación con el efecto que produjo en sus amigos —como Fat— no se satisfizo propósito lúcido alguno, pero por cierto que lo había: un propósito con despropósito, si eso es concebible. El motivo era la ausencia de motivo. Estamos hablando de nihilismo. Bajo toda cosa, aun bajo la muerte misma y el deseo de muerte, hay algo más y ese algo más es nada. El estrato básico de la realidad es la irrealidad; el Universo es irracional porque se alza no sobre arenas movedizas, sino sobre lo que no es.
Philip K. Dick. Valis. Traducción de Rubén Masera. Revisión de Manuel Figueroa. Editorial Minotauro.

viernes, 14 de agosto de 2015

notas sobre Valis. Philip K. Dick



La búsqueda de una realidad a la que atenerse y en la que mantenerse, el intento último por encontrar una salida a la locura, por saber qué es lo real y lo insano dentro de nuestra mente, las preguntas sobre quiénes somos, qué hay sobre el espacio-tiempo, si el universo está enfermo y dónde está Dios en este desorden, si Dios somos nosotros o un sistema externo que intenta reiniciar un universo caótico, qué es la locura y si no hay en ella un atisbo de todos los mundos existentes fuera de la caverna, los tiempos y las dimensiones alterados y solapados en un único punto, el ser humano como eternidad (dentro de nosotros albergamos otros tiempos y otros espacios) y, sobre todo, el ruido de fondo de dios, el universo y la locura.

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Valis no es una novela de ciencia-ficción, no hay una historia como en El hombre en el castillo, Tiempo de Marte o Ubik, Valis es Dick angustiado por aquellos años donde escuchó una voz en su cabeza y vio el espacio-tiempo superpuesto, la Roma del 70 d.c. y la California de 1974 en un mismo plano, donde la realidad se convirtió en algo falso e inasible y Dios se presentó como un sistema de información en un rayo rosa. Valis es el terror por un mundo incomprensible, por no saber qué es real, la desesperada búsqueda de una salida y una respuesta, de una sanación que haga que el mundo se revele tal cual es, el diario de un psicótico que se sabe en un laberinto pero desconoce la forma de salir.

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Está Amacaballo Fat y está el narrador en tercera persona que habla de Fat, su caída en la locura, sus días en sanatorios y terapias, su encuentro con Dios a través de una extraña luz rosa y la información que le transmite, el universo es irracional y no hay un orden en él y hay un dios creador ciego y mentiroso, sus visiones de otra época, la Roma imperial y el futuro lejano, sus exégesis, el diario que lleva Fat donde intenta explicar sus experiencias con Dios y el universo. Qué es Dios, se acerca a la noción que tenemos de él o es algo nuevo, algo diferente, qué fuerzas hay en el universo y cuál es el tiempo real que ocupamos.

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O las visiones no son de Dios sino de nosotros mismos hablándonos desde el futuro, entonces, el ser humano como un punto en una línea infinita y alberga dentro de sí la eternidad y todos los seres encarnados y por encarnar. O emisiones de un satélite ruso. O las drogas y el alcohol. O un resplandor antes de la muerte. O nada en absoluto.


Durante un largo tiempo (o «vastos desiertos de eternidad», como él hubiera dicho), Fat desarrolló un montón de peregrinas teorías para explicar su contacto con Dios y la información de él derivada. Una de ellas, distinta de las demás, me resultó particularmente interesante. Describía una especie de capitulación mental por parte de Fat ante el proceso por el que estaba pasando. Esta teoría sostenía que en realidad no estaba experimentando nada en absoluto. Rayos de intensa energía que emanaban de muy lejos, quizá de una distancia de millones de kilómetros, le estimulaban selectivamente diversas partes del cerebro. Estas estimulaciones selectivas generaban la impresión —para él— de que en realidad veía y oía palabras, imágenes, figuras de personas, páginas impresas; en suma, Dios y el Mensaje de Dios o, como a Fat le gustaba decir, el Logos. Pero (sostenía esta teoría) sólo imaginaba que experimentaba estas cosas. Eran como hologramas. En verdad me llamaba la atención que un lunático desechara sus alucinaciones de manera tan elaborada; Fat, intelectualmente, se había excluido del juego de la locura mientras que al mismo tiempo seguía disfrutando de sonidos y visiones. De hecho, ya no sostenía que todo aquello estuviera allí presente. ¿Era un indicio de que había empezado a mejorar? Es difícil creerlo. Ahora afirmaba que «ellos» o Dios o algún otro le apuntaban a la cabeza con un rayo de energía de largo alcance y rico en información. No vi ninguna mejoría en esto, pero representaba un cambio. Fat ahora podía desechar sus alucinaciones, lo cual significaba que las reconocía como tales. Pero, como Gloria, ahora tenía un «ellos». Esto me pareció una victoria pírrica. La vida de Fat me daba la impresión de ser una larga letanía de lo mismo, como, por ejemplo, la manera en que había rescatado a Gloria.


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Amacaballo es Philip en griego. Y Fat es Dick en alemán. Dick habla de Fat (y habla con Fat) como alguien ajeno a él y, a la vez, como la parte colapsada de su mente. Valis es un juego de espejos, es Dick buscando una respuesta y un tiempo (según Fat, el tiempo se detuvo en el 70 d.c. y se reanudó en 1974), es la angustia y el terror de Dick, es una descripción detallada desde dentro de la locura.

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Hay dos mellizos. Uno de ellos nace prematuramente. No tiene toda la información. Crea un universo enfermo y caótico y ciego. Todo es apariencia. El segundo mellizo trata de mimetizarse en ese universo para devorarlo y sanarlo. Y Dick como testigo de la lucha por entre lo racional y lo irracional.

***

Tal vez sea Valis el libro más extraño, denso y doloroso de Philip K. Dick. Leer Valis es asistir a las visiones e hipótesis de un loco, al recuerdo de las religiones pasadas, de los gnósticos, presocráticos los alquimistas y los cristianos antiguos, y a la búsqueda de Dios. Y, sobre todo, Valis es el diario de un hombre que se describe a sí mismo con distancia y, a veces, humor, y que no sabe qué es real y que intenta encontrar algo de paz. La lectura de Valis me afectó, es leer dentro de la locura y de una mente bloqueada.







Fat me contó otro detalle de su encuentro con Dios: de repente el paisaje de California, Estados Unidos de América, 1974, se desvaneció y apareció en cambio el paisaje de Roma del siglo I EC. Durante un tiempo vio una superposición de ambos, como en algunas imágenes del cine. ¿Por qué? ¿Cómo? Dios le explicó muchas cosas a Fat, pero nunca esto, excepto la críptica frase que aparece en el diario como anotación.
3. Hace que las cosas luzcan diferentes para que parezca que el tiempo ha transcurrido.
¿Quién es el sujeto que hace semejante cosa? ¿Hemos de inferir que de hecho el tiempo no ha transcurrido? ¿Transcurrió alguna vez? ¿Hubo una vez un tiempo real y, por lo mismo, un mundo igualmente real, y hay ahora en cambio un tiempo fingido y un mundo igualmente fingido, como una especie de burbuja que crece y se modifica, pero que en realidad está estática?
A Amacaballo Fat le pareció atinado incluir tempranamente esta enunciación en el diario o exégesis o como guste llamarla. Es la anotación siguiente, la 4:
La materia es plástica ante el ojo de la Mente.
¿Existe en realidad un mundo exterior? En concreto Gurnemanz y Parsifal permanecen inmóviles y es el paisaje el que cambia; de modo que aparecen en otro espacio, un espacio que antes había sido experimentado como tiempo. Fat pensó en una lengua utilizada dos mil años atrás y vio el mundo antiguo que se adecuaba a esa lengua; el contenido mental armonizaba con las percepciones que tenía del mundo exterior. Parece que aquí hubiera una cierta lógica. Quizás hubo una disfunción temporal. Pero ¿por qué no la experimentó también su esposa Beth? Estaba viviendo con Fat cuando éste tropezó con Dios. Para ella nada cambió, salvo (como me lo hizo saber) que oyó ciertos sonidos extraños como de algo cargado en exceso a punto de reventar.

***

—Doctor Stone —dijo—, hay algo que desearía preguntarle. Quiero su opinión profesional.
—Hable.
—¿Es posible que el Universo sea irracional?
—Usted me está hablando de un Universo que no cuenta con la guía de una mente. Le sugiero que recurra a Jenófanes.
—Claro —dijo Fat—. Jenófanes de Colofón. «Un dios existe que en nada se asemeja a las criaturas mortales ni en cuanto a la forma del cuerpo ni en cuanto al pensamiento. Todo él ve, todo él piensa, todo él oye. Se mantiene siempre inmutable en el mismo lugar; no está bien...».
—«No cabe» —corrigió el doctor Stone—. «No cabe que se traslade ora por aquí, ora por allá». Y la parte importante está en el Fragmento 25. «Pero sin esfuerzo, lo maneja todo con el pensamiento».
—Pero quizá sea irracional —dijo Fat.
—¿Cómo podríamos saberlo?
—Todo el Universo sería irracional.
El doctor Stone preguntó:
—¿En relación con qué?
Fat no lo había pensado. Pero enseguida advirtió que esto no le quitaba el miedo; por el contrario, lo acrecentaba. Si todo el Universo fuera irracional, gobernado por una mente irracional —es decir, insana—, especies enteras aparecerían de pronto, vivirían y morirían sin siquiera adivinarlo, precisamente por la razón que Stone acababa de dar.
—El Logos no es irracional —decidió Fat en voz alta—. Yo lo llamo el plásmata. Sepultado como información en los códices de Nag Hammadi, que está de vuelta entre nosotros creando nuevos homoplásmatas. Los romanos, el Imperio, mataron a todos los originales.
—Pero usted dice que el tiempo real terminó en el 70 DC, cuando los romanos destruyeron el Templo. Por tanto, nos encontramos todavía en tiempo de los romanos; los romanos están todavía aquí. Este año sería... —El doctor Stone hizo un cálculo mental—. El 100 DC poco más o menos.
Fat entendió entonces que esto explicaba su doble exposición, la superimpresión que había visto de la antigua Roma y la California de 1974. El doctor Stone había resuelto el problema por él.
El psiquiatra que debía tratar su locura la había ratificado. Fat nunca abandonaría ahora la creencia de que se había encontrado con Dios. El doctor Stone se la había fijado con clavos.

***

Estamos hablando de Cristo. Es una forma de vida extraterrestre que llegó a este planeta hace millares de años, y que como información viviente pasó a los cerebros de los seres humanos que ya vivían aquí, la población nativa de este planeta. Estamos hablando de una simbiosis entre distintas especies.
Antes de ser Cristo fue Elías. Los judíos lo saben todo sobre Elías y su inmortalidad; y su capacidad de extender la inmortalidad entre otros «mediante la división de su espíritu». El pueblo Qumran conocía todo esto. Intentaban recibir parte del espíritu de Elías.
«Ya ves, hijo mío, aquí el tiempo se convierte en espacio».
Primero, se lo convierte en espacio y luego uno se traslada por él, pero como lo advirtió Parsifal, uno no se mueve en absoluto; permanece inmóvil y el paisaje cambia, metamorfoseándose. Por un momento tuvo que haber contemplado una doble exposición, una superposición, al igual que Fat. Éste es el tiempo onírico, que existe ahora, no en el pasado, el lugar donde habitan los héroes y los dioses y se cumplen las hazañas.
Fat, pues, había llegado a la conclusión de que el Universo era irracional y estaba gobernado por una mente irracional, la deidad creadora. Si el Universo fuera racional y no irracional, algo ajeno que irrumpiera en él parecería irracional. Pero Fat, que lo había invertido todo, consideró que lo irracional irrumpía en lo racional. El plásmata inmortal había invadido nuestro mundo y el plásmata era enteramente racional, pero no nuestro mundo. Esta estructura era la base de la cosmovisión de Fat. Era su fundamento.
El único elemento racional de nuestro mundo ha estado dormido durante dos mil años. En 1945 despertó, abandonó el estado de semilla latente y empezó a crecer. Creció dentro de sí mismo, y presumiblemente dentro de otros seres humanos, y creció también fuera, en el macromundo. Cuando algo comienza a devorar el mundo, algo muy grave está aconteciendo. Si la entidad que lo devora es malvada o insana, la situación no es meramente grave, es lúgubre. Pero Fat percibía el proceso de otro modo. Lo percibía exactamente como lo había percibido Platón en su propia cosmogonía: la mente racional (noös) persuade a la irracional (casualidad, determinismo ciego, ananké) de que se integre en el cosmos.
Este proceso fue interrumpido por el Imperio.
«El Imperio nunca terminó». Hasta ahora; hasta agosto de 1974, cuando recibió un golpe demoledor y quizá definitivo de manos —por así decir— del plásmata inmortal, activo otra vez, y que utiliza a seres humanos como agentes físicos.
Amacaballo Fat era uno de esos agentes. Era, por así decir, las manos del plásmata que se alzaban para acabar con el Imperio.
De esto dedujo Fat que tenía una misión, que el plásmata tenía la intención de utilizarlo con buenos propósitos.
Philip K. Dick. Valis. Traducción de Rubén Masera. Revisión de Manuel Figueroa. Editorial Minotauro.