El hombre y el verdadero Dios
son idénticos —como lo son el Logos y el verdadero Dios—, pero un loco creador
enceguecido y su mundo demencial separan al hombre de Dios. Que el creador
ciego crea sinceramente que él es el verdadero dios sólo revela el grado de
obstrucción que padece. Esto es gnosticismo. De acuerdo con el gnosticismo, el
hombre debe situarse en la misma categoría que Dios en oposición al mundo y al
creador del mundo (que están los dos locos, se den cuenta o no). La pregunta de
Fat «¿Es el Universo irracional y lo es porque una mente irracional lo
gobierna?» recibe esta respuesta por intermedio del doctor Stone: «Sí, lo es;
el Universo es irracional; la mente que lo gobierna es irracional; pero sobre
todo eso se eleva otro Dios, el verdadero Dios, y él no es irracional; ha desafiado a los poderes de este mundo, además,
y se ha aventurado en él para ayudarnos; y lo conocemos como el Logos», lo
cual, de acuerdo con Fat, significa información viva.
Quizá Fat haya desvelado un
gran misterio al llamar al Logos información viva. Aunque quizá no. Es difícil
probar cosas de este tipo. ¿A quién preguntar? Fat, afortunadamente, le
preguntó a León Stone. Podría haberle preguntado a algún miembro del personal,
y en ese caso estaría todavía en la Sección Norte bebiendo café, leyendo y
paseando con Doug.
Además, sobre cualquier otro
aspecto, objeto o cualidad de ese encuentro con Dios, Fat había sido testigo de
un poder benigno que había invadido este
mundo. No había otro término que le cuadrara: el poder benigno, cualquiera
que fuera su naturaleza, había invadido este mundo como un campeón dispuesto al
combate. Eso le daba miedo, pero también lo alegraba. Había llegado ayuda.
Quizás el Universo fuera
irracional, pero algo racional había irrumpido en él, como un ladrón nocturno
irrumpe en una casa, inesperado en cuanto a lugar, inesperado en cuanto a
tiempo. Fat lo había visto, no porque tuviera nada de especial, sino porque la
racionalidad así lo había decidido.
Normalmente permanecía
disimulada. Normalmente, cuando aparecía, nadie podía distinguirla del fondo;
era fondo sobre fondo, como lo expresaba correctamente Fat. Tenía un nombre
para designarlo.
Cebra. Porque se confundía con
el escenario. Esto recibe el nombre de mimesis. Otro nombre es mimetismo.
Ciertos insectos recurren a él; miman otras cosas: a veces a otros insectos —a
insectos venenosos— o ramitas, etcétera. Ciertos biólogos y naturalistas han
aventurado especulativamente que quizás haya formas más elevadas de mimetismo,
puesto que formas inferiores —es decir, formas que engañan a quienes tienen por
objeto engañar, pero no a nosotros— se han encontrado en todas partes del
mundo.
¿Y si hubiese una forma
elevada de mimetismo, tan elevada que ningún ser humano (o muy pocos) la habría
detectado? ;Y si sólo se la detectara si ella así lo decidiera? Lo cual
significa que
no se la detectaría realmente,
pues en estas circunstancias habría abandonado el disimulo para desvelarse.
«Desvelarse» en este caso equivaldría a «teofanía». El ser humano diría
asombrado: «He visto a Dios»; cuando de hecho sólo habría visto una forma de
vida ultraterrestre altamente evolucionada, una UTI, o una forma de vida
extraterrestre (un ETI) llegada aquí en algún momento del pasado... y quizá,
como lo conjeturaba Fat, habría dormitado dos mil años en forma de semilla
latente como información viva en los códices de Nag Hammadi, lo cual explicaría
por qué las noticias sobre estos códices se interrumpieron abruptamente
alrededor del 70 DC.
Anotación 33 del diario de
Amacaballo Fat (esto es, su exégesis):
Cada parte del Universo padece esta soledad, esta angustia de la mente
desolada. Todas las partes tienen vida. Así, pues, los antiguos pensadores
griegos eran hilozoístas.
Un «hilozoísta» cree que el
Universo tiene vida; se trata aproximadamente de la misma idea del
panpsiquismo, de que todo está animado. El panpsiquismo o el hilozoísmo
comprende dos tipos de creencia:
1)
Todos los objetos tienen vida independiente.
2)
Todo constituye una entidad unitaria; el
Universo es una cosa viva con una mente.
Fat había descubierto una
especie de terreno intermedio. El universo es una vasta entidad irracional en la que ha irrumpido una forma de vida
de orden elevado, disimulada mediante un refinado mimetismo; por tanto,
mientras así lo decida, permanece inadvertida —por nosotros—. Mima objetos y
procesos causales (esto es lo que Fat sostiene); no sólo objetos, sino lo que
los objetos hacen. Cabe concluir que para Fat, Cebra es algo inmenso.
Al cabo de un año de haber
analizado el encuentro con Cebra, o con Dios o el Logos o lo que fuere, Fat
llegó ante todo a la conclusión de que Cebra había invadido nuestro Universo; y
un año más tarde se dio cuenta de que estaba consumiéndolo; esto es,
devorándolo. Cebra obraba mediante un proceso muy semejante a la
transubstanciación. Éste es el milagro de la comunión por el que las dos
especies, el vino y el pan, se convierten de manera invisible en la sangre y el
cuerpo de Cristo.
En lugar de verlo en la
iglesia, Fat lo había visto en el mundo; y no muy microformado, sino
macroformado, lo cual significa, en una escala muy amplia, que parecía no tener
límites. El Universo entero está convirtiéndose posiblemente en el Señor. Y de
esta conversión nace no sólo la sensibilidad, sino la cordura. Para Fat esto
significaría un bendito alivio. Había venido soportando la locura desde hacía
demasiado tiempo, tanto en sí mismo como fuera de él. Nada podría haberlo
complacido más.
Si Fat era psicótico, creer
que uno se ha topado con una irrupción de lo racional en lo irracional es una
especie de psicosis muy extraña. ¿Cómo tratarla? ¿Poner al paciente en punto
cero? Esto sería quitarle lo racional. En términos de terapia no tiene ningún
sentido; es un oxímoron, una contradicción semántica.
Pero aquí se plantea otro
problema semántico aún más fundamental. Supóngase que yo le diga a Fat, o que
Kevin le diga:
—No has tenido experiencia de
Dios. Sólo has tenido experiencia de algo con las cualidades, los aspectos, la
naturaleza, los poderes y la sabiduría de Dios.
Esto se asemeja a la broma
sobre la proclividad de los alemanes a las dobles abstracciones; una autoridad
alemana en literatura inglesa declara: «Hamlet
no fue escrito por Shakespeare; fue simplemente escrito por un hombre llamado
Shakespeare». En inglés la distinción resulta meramente verbal y carece de
significado, aunque el alemán como lengua expresa la diferencia (lo que da
cuenta de algunas características extrañas de la mente alemana).
«He visto a Dios», declara
Fat, y Kevin, Sherri y yo le objetamos: «No, sólo viste algo como Dios. Exactamente igual a Dios». Y
después de haber hablado, no nos detenemos a escuchar la respuesta, como un
Pilatos bromista, cuando él pregunta «¿Qué es la verdad?».
Cebra irrumpió en nuestro
Universo y disparó rayo tras rayo de luz coloreada y rica en información contra
el cerebro de Fat; le atravesó el cráneo, cegándolo y dañándolo y
deslumbrándolo, pero revelándole conocimientos inefables. Para empezar, así se
salvó la vida de Christopher.
No irrumpió en verdad para
disparar información; había ya irrumpido en cierta fecha pasada. Lo que hizo
fue abandonar el estado de disimulo; se desveló destacándose del fondo y
disparó información a un ritmo que nuestros cálculos no son capaces de
calibrar; le disparó información contenida en bibliotecas enteras en cuestión
de billonésimas de segundo. Y siguió haciéndolo durante ocho horas del tiempo
real transcurrido. En ocho horas de TRT hay muchas billonésimas partes de
segundo. A esa velocidad repentina se puede llenar el hemisferio derecho del
cerebro humano con una titánica cantidad de gráficos.
Pablo de Tarso tuvo una
experiencia similar. Esto ocurrió hace mucho tiempo. La contó años después,
pero sólo una parte. De acuerdo con su propio testimonio, mucha de la información
que le fue lanzada a la cabeza —justo entre los ojos mientras iba camino de
Damasco— murió junto con él, silenciada. El caos reina en el Universo, pero San
Pablo sabía con quién había hablado. Él lo mencionó. También Cebra se
identificó ante Fat. Se llamó a sí misma «Santa Sofía», designación que a Fat
no le era familiar. «Santa Sofía» es una inusitada hipóstasis de Cristo.
Los hombres y el mundo son
mutuamente tóxicos. Pero Dios —el verdadero Dios— ha entrado en ambos, ha
entrado en el hombre y en el mundo, con lo cual el paisaje parece más sereno.
Pero ese Dios, el Dios del exterior, se topa con una feroz oposición. Abundan
las estafas —los engaños de la insania— y se enmascaran reflejando la imagen
opuesta: el ademán de la cordura. Las máscaras, sin embargo, se desgastan y la
locura queda revelada. Es algo decididamente grotesco.
El remedio se encuentra aquí,
pero también la enfermedad. Como Fat lo repite de modo obsesivo: «El Imperio nunca terminó». En una
sorprendente respuesta a la crisis, el verdadero Dios mima al Universo, la
región misma que ha invadido: asume la apariencia de ramas y árboles y latas de
cerveza arrojadas en los vertederos; finge ser desechos descartados, basura que
ya nadie advierte. Al acecho, el verdadero Dios le prepara una emboscada a la
realidad y también a nosotros mismos. A decir verdad, en su papel de antídoto,
Dios nos ataca y nos hiere. Como puede atestiguarlo Fat, ser sorprendido por el
Dios Vivo es una aterradora experiencia. De ahí que digamos que el verdadero
Dios tiene la costumbre de ocultarse. Transcurrieron veinticinco siglos desde
que Heráclito escribió: «La estructura latente domina la estructura de lo
obvio» y «La naturaleza de las cosas tiene por hábito el ocultamiento».
De modo que lo racional, como
una semilla, se oculta en la masa irracional. ¿Qué objetivo satisface la masa
irracional? Pregúntese uno mismo cuál fue la ganancia de Gloria al morir, no en
relación con su propia muerte, sino en relación con quienes la querían. Ella
pagó el amor de Fat con... Pues bien, ¿con qué? ¿Malicia? No está comprobado.
¿Odio? Tampoco está comprobado. ¿Con irracionalidad? Sí; eso está comprobado.
En relación con el efecto que produjo en sus amigos —como Fat— no se satisfizo
propósito lúcido alguno, pero por cierto que lo había: un propósito con
despropósito, si eso es concebible. El motivo era la ausencia de motivo.
Estamos hablando de nihilismo. Bajo toda cosa, aun bajo la muerte misma y el
deseo de muerte, hay algo más y ese algo más es nada. El estrato básico de la
realidad es la irrealidad; el Universo es irracional porque se alza no sobre
arenas movedizas, sino sobre lo que no es.
Philip K. Dick. Valis. Traducción de Rubén Masera. Revisión
de Manuel Figueroa. Editorial Minotauro.
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