Soldados, boxeadores y enfermos terminales. La jungla
vietnamita, un ring de boxeo, hospitales y manicomios. Armas encasquilladas,
golpes contra la lona y ataques epilépticos. Estar cerca del abismo y que el
miedo lo paralice todo, el sentido, la emoción, el tiempo, la realidad, y
llegar a un punto donde coger aire y seguir luchando. Aunque no se crea en la
victoria. Aunque espere la muerte, la enfermedad o el encierro entre cuatro
pareces. Hombres y mujeres que siguen adelante, que se agarran a una posibilidad
de vencer, por remota que sea, que viven al límite la guerra, la locura, el
boseo y el amor.
En El púgil en
reposo Thom Jones construye un puñado de relatos donde habla de sus años en
Vietnam, un ring y un manicomio, y los mezcla con otros sobre parejas que se
separan o enfermos de cáncer que esperan la muerte. Jones divide sus relatos en
cuatro partes y los mejores están en la primera, dedicada a su experiencia como
marine, el centro de entrenamiento, los primeros días en Vietnam, las
escaramuzas y batallas, el miedo y dolor, la reflexión sobre la guerra misma,
sus días en el ring y su última pelea que lo dejó al borde de la locura.
En estos primeros relatos de El púgil en reposo, Jones escribe de manera directa, dura y sin
piedad y destaca por sus descripciones rápidas de compañeros, luchas y
emociones al límite, la guerra que no difiere de un ring (y ambos que no
desentonan junto a un manicomio). Jones habla de los crímenes cometidos, de
jóvenes que pierden vidas o sueños, de una selva desconocida donde se
desencadena actos de una violencia y locura que dejará marcados a los
supervivientes de por vida, los detalles que diferencian a cada hombre, una
carta, la falta de algún apéndice, sus creencias. Como en Las cosas que llevaban los hombres que lucharon de Tim O´Brien, los
relatos de Vietnam de Jones se cruzan entre sí, vuelven a un mismo punto,
avanzan y retroceden, intentan comprender y recordar un momento pasado. Esta
primera parte de El púgil en reposo
es excepcional.
Superé aquel primer susto y me di cuenta de que yo era muy diferente de lo que había creído hasta ese momento. Nena mía sólo había probado los efectos de mi ejercicio de precalentamiento. Mi alma albergaba un pozo de maldad, de veneno y de sadismo vicioso que se derramó libremente en las selvas y arrozales de Vietnam. Agoté tres períodos de servicio. Quería cobrarme lo de Jorgeson. Lloré al soldado de primera Hanes. Lloré por mí mismo, lloré por lo que había perdido. Por los crímenes indecibles que cometí, me dieron medallas.
Las tres siguientes partes avanzan a trompicones. A
relatos aburridos le siguen otros que recuperan el nivel de los primeros. Jones
se detiene en sus luchadores al límite y hay fuerza en sus relatos, soldados
que pelean por su vida o por la cordura o que intentan volver a la vida tras
una experiencia traumática, mujeres que ven cerca la muerte y encuentran
consuelo en Schopenhauer, hombres que sufren ataques epilépticos y se
despiertan en un autobús o un avión en la otra parte del mundo y descubren a un
macilento caballo en las últimas al que salvar de la muerte, un gesto
simbólico, una lucha sin cuartel.
El púgil en reposo
es una buena colección de relatos, un libro nervioso, con el ritmo de un
combate de boxeo.
¿Ha
mejorado el hombre desde los tiempos de Teógenes? El mundo está lleno de
maldad. No voy a recurrir ahora a la tan manida costumbre de sacar a colación
la Inquisición, el Holocausto, a Stalin, a los Jemeres Rojos, etcétera. Ocurre
en nuestra propia casa. En el siglo XX, Estados Unidos es una de las naciones
más prósperas de la historia desde un punto de vista material. Pero démonos un
paseo por una prisión estadounidense, por un asilo de ancianos, por los barrios
más marginales donde la gente sin techo vive en cajas de cartón, por un hospital
oncológico. Vayamos a una reunión de veteranos de Vietnam, o a una de
Alcohólicos Anónimos, o a una de Glotones anónimos. «Cuán vacua e irreal es la
vida, cuán decepcionantes son sus placeres, qué aspectos más horribles tiene.»
¿No parece el mundo más bien un infierno, tal y como señalara Schopenhauer, el
lúcido visionario que tanto ha contribuido a transformar mi sufrimiento en
objeto de mis reflexiones? Lo han llamado pesimista y lo han anatemizado, pero
en sus páginas he encontrado la paz y el camino de mi renovación.
***
Una
tarde, después de que el yerno se
marchara a trabajar, encontró un pasaje marcado en su desgastado ejemplar de
Schopenhauer: «En la primera juventud, cuando contemplamos nuestra vida futura,
somos como niños sentados en un teatro antes de que se levante el telón,
animados y ansiosos a la espera de que comience la obra. Es una bendición para
nosotros ignorar qué ocurrirá realmente». ¡Sí, señor! Dejó el crucigrama y se
sumergió en la lectura de El mundo como
voluntad y representación. ¡Ese Schopenhauer era un genio! ¿Por qué no se
lo habían dicho antes? Era buena lectora y antaño había buceado un poco en la
filosofía… pero no podía sacarle ningún sentido. ¡El problema era la
terminología! Era una campeona de los crucigramas, pero palabras como
«escatología»… ¡caray! Schopenhauer, en cambio, iba al fondo de las cosas
importantes. De las cosas que importaban de verdad. Con Schopenhauer podía
hacer largas excursiones para alejarse del inexorable espectro de la muerte
inminente. En Schopenhauer, sobre todo en sus aforismos y reflexiones, encontró
una satisfacción absoluta, ¡porque Schopenhauer decía la verdad, mientras el
resto del mundo difundía mentiras!
***
-La
primera vez que te vi, yo volvía a casa de la escuela y tú estabas dándole al
saco. Estabas escuchando a los Doors, o sea que imaginé que debías de ser un
tío tranquilo, y entonces vi lo que hacías con el saco y enseguida me quedé
enganchado. Tenía a mi héroe. ¡Cómo te movías! Era hermoso. Era la cosa más
hermosa que había visto. Cogí el ritmo y el resto del mundo pareció
desvanecerse. En ese momento supe que me iría bien, porque de repente tenía un
sueño. Cursaba séptimo y tenía un proyecto para mi vida. Amo el boxeo, tío. Amo
todo lo relacionado con él. Amo todos los golpes y todos los movimientos de
fantasía. Me gusta sudar y me gusta el olor a cuero. Me encanta la dieta, el
entrenamiento, la rutina de cada día. Me encanta el individualismo y me encantan
los otros boxeadores. Me siento privilegiado al poder compartir su compañía.
Oye, tío, que soy como Peter Pan, que no quiero volver más a la realidad.
Thom Jones. El
púgil en reposo. Traducción de Adan Kovacsics. Muchnik editores.
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