El teniente Edward Bartelstone
Cuando terminé la guardia, tenía frío y estaba enfermo; tiritaba y estaba calado hasta mis desgraciados huesos. Las sabandijas me picaban en la espalda y me subían por el pecho. Hacía semanas que no me lavaba y tenía los pies llenos de unas ampollas insoportables. En el refugio subterráneo el olor acre era asfixiante y me revolvía las entrañas, dándome náuseas. Encendí mi vela y pasé un buen rato mirándome las manos sucias y las uñas cubiertas de barro seco. Me invadió una sensación de repugnancia.
—Estoy dispuesto a soportar lo que sea —dije—, pero me niego a soportar ni un día más toda esta porquería. —Amartillé mi pistola y la dejé en la estantería al lado de la vela—. A medianoche en punto me mataré.
Encima de la cama encontré unas revistas que Archie Smith ya había leído y me había pasado. Cogí una al azar y la abrí. Delante de mí, con una mirada cargada de tristeza y compasión, estaba Lillian Gish. En mi vida he visto algo tan puro y limpio como su rostro. Pestañeé varias veces como si no diera crédito a lo que veían mis ojos. Entonces acaricié sus mejillas con el dedo, muy suavemente.
—Vaya, eres tan limpia y preciosa —dije sorprendido—. ¡Qué pura y preciosa y dulce eres!
Recorté la fotografía, hice una funda de cuero donde guardarla y la llevé conmigo a todas partes hasta que terminó la guerra. Solía mirarla todas las noches antes de irme a dormir y todas las mañanas nada más despertarme. Me protegió durante aquellos terribles meses y me ayudó a salir, cuando todo acabó, tranquilo y sereno.
William March. Compañía K. Traducción de Bianca Southwood. Libros del silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario