Tal vez el problema de La casa y el cerebro sea la multitud de historias de casas
encantadas que vinieron después y que hacen del relato de Bulwer-Lytton
reconocible y, en su primera parte, predecible. Una casa con fama de albergar
fantasmas, un hombre que quiere enfrentarse a lo que cree una leyenda o un acto
de sugestión, las presencias fantasmales que aparecen poco a poco, unas huellas
en el polvo del suelo, una sombra negra y diabólica, luces extrañas y la
representación incorpórea de crímenes pasados. Elementos conocidos, la
oscuridad tenebrosa, las apariciones demoniacas, el horror por asistir a lo
sobrenatural, las ideas preconcebidas y cómo luchar contra ellas.
La primera parte de La
casa y el cerebro es el narrador ante los horrores encerrados en las
habitaciones de la casa. Acompañado de su criado y su perro favorito, el
narrador recorre la casa, ve las primeras huellas de algo enigmático, descubre
unas cartas que revelan un crimen monstruoso e intenta centrarse en una lectura
agradable para que su mente no se engañe con ruidos que en otros momentos
consideraría normales. Los primeros pasos en la casa es la tensión de algo
escondido que está por revelarse. Y, cuando esto ocurre, el horror del narrador
ante lo que ve, su intento por permanecer cuerdo, cómo llega al límite y, una
vez ahí, saber que podrá soportar todo aquello que aparezca delante de él y
verlo hasta asistir a su final.
El día rompe con el encantamiento y el narrador
reflexiona sobre la presencia sobrenatural de la que ha sido testigo. Es ahí
donde empieza otro relato y aparece el mesmerismo y lo humano en lo
sobrenatural. Bulwer-Lytton aparca la historia de fantasmas y casas encantadas
y se adentra en una investigación sobre el origen de las imágenes fantasmales y
la mano que está detrás de ella, construye un personaje fascinante, un ser diabólico
que aspira a la inmortalidad y juega con la voluntad de los seres humanos y los
hace bailar como títeres, alguien capaz de tratar voluntades como marionetas y
de alargar su vida hasta límites imposibles, un ser escondido en la sombra,
lejano, invisible e inquietante.
La casa y el
cerebro es una lectura simpática, se lee en apenas una hora, se disfruta
con los horrores de la casa y la investigación posterior, el encuentro entre el
narrador y ese cerebro del título, una lucha de voluntades y unas imágenes que
recuerdan a Hodgson o Poe.
Como creo que la presencia de ánimo, o lo que llaman
coraje, se da en proporción a la familiaridad con las circunstancias que lo
originan, tendría que decir que desde hace mucho me he familiarizado lo
suficiente con cuantas experiencias atañen a lo prodigioso. He sido testigo de
muchos fenómenos extraordinarios en diversas partes del mundo; fenómenos que no
se creerían si los declarara, o que se atribuirían a poderes sobrenaturales.
Ahora bien, mi teoría afirma que lo sobrenatural es un
imposible; lo que se llama sobrenatural solo es algo, dentro de las leyes de la
naturaleza, que hasta ahora hemos ignorado. Si un fantasma se alza delante de
mí, no tengo razón al decir: «Luego
lo sobrenatural es posible», sino más bien; «Luego la aparición de un fantasma
está, en contra de la opinión recibida, dentro de las leyes de la naturaleza,
es decir, no sobrenaturales».
En
todas las cosas que yo he presenciado, y en todos los prodigios que los
aficionados al misterio de nuestra época registran como hechos, siempre se
requiere un mediador material vivo. Hallarán ustedes todavía en el continente a
magos que asegura poder evocar a los espíritus. Asuman por un momento que dicen
la verdad, y aun así la forma material y viva del mago está presente; él es el
mediador a través del que, gracias a algunas peculiaridades inherentes, ciertos
fenómenos extraños se presentan ante nuestros sentidos naturales.
Acepten
como igual de verdaderos los testimonios de manifestación espiritual en
América: sonidos musicales, o de otra clase; escrito en papel realizados por
una mano indiscernible; muebles que se desplazan sin aparente intervención
humana; o la visión y el contacto de manos cuyos cuerpos son invisibles.
También ahí ha de encontrarse el médium, o ser vivo, con peculiaridades
inherentes capaz de obtener esas señales.
En
suma, si se trata de prodigios semejantes, suponiendo incluso que no haya
impostura, debe haber alguien como nosotros mediante el cual, o a través del
cual, se originan los efectos presentados a los seres humanos. Así sucede en
los fenómenos, ya muy conocidos, del mesmerismo o la electrobiología; la mente
de la persona sobre la que se actúa es influida a través de un agente material
vivo.
Edward Bulwer-Lytton. La casa y
el cerebro. Traducción de Arturo Agüero Herranz. Impedimenta.
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