Por senderos que la maleza oculta es un buen libro para preguntarse si es posible o aconsejable separar la vida del escritor de su obra escrita. Porque difícil hablar de Por senderos que la maleza oculta sin referirse a la vida de Hamsun, sus simpatías por el régimen nazi y sus últimos años enclaustrado en hospitales y manicomios para, en cierta forma, salvar su honor con un diagnóstico de locura. Quien lea esta novela/diario/ensayo, sabrá poco del pensamiento de Hamsun antes del encierro, su cercanía al gobierno fascista impuesto por los nazis en Noruega. En Por senderos que la maleza oculta, un diario/cajón de sastre, Hamsun incluye su día a día tras su detención por traición a la patria, los paseos entre la naturaleza y sus encuentros con otras personas, sus reflexiones ante su detención, el paso del tiempo y la vejez, sus recuerdos de su vida en la granja o como emigrante en Estados Unidos, el proceso judicial en sí, los interrogatorios y juicios a los que se ve sometido durante tres años y la espera a una decisión final. Hay varios niveles dentro de esta novela, el amor por la naturaleza de la parte de diario de esta novela que se mezclan con las cartas escritas al fiscal general sobre su situación o su discurso de defensa en el juicio celebrado tras años de demora.
En esta novela/diario de Hamsun sorprende la escritura de un hombre de más de noventa años. Como en Hambre, Por senderos que la maleza oculta parece fuera de su tiempo, Hamsun y su largo monólogo interior que se detiene en describir las diferentes fases por las que pasa un hombre cautivo. Si en Hambre un escritor lleva su pobreza y pasión hasta un límite excesivo, en Por senderos que la maleza oculta Hamsun se pregunta por los motivos de su encierro, escribe pequeñas anotaciones sobre su día a día y sobre su espera, rememora un pasado distante, su soledad presente, su sordera que le hace estar ante un mundo mudo y lo aísla en un doble encierro, los días en el psiquiátrico y cómo pasa de celda a habitación, de las preguntas del psiquiatra sobre su conducta a sus pensamientos posteriores sobre su estancia en el manicomio y cómo se sentía fuera del mundo.
Además, ¿para qué iba a servir todo eso? ¿Se trataba de conseguir que se me declarase demente y, en consecuencia, no responsable de mis actos? ¿Es esa la buena voluntad que quería ofrecerme el señor fiscal general? En ese caso no ha contado conmigo. Desde el primer momento, en el juzgado de instrucción, el 23 de junio, me responsabilicé de mis actos, y desde entonces he mantenido íntegramente esa posición. Pues sabía por mí mismo que si me dejaban hablar con libertad, el viento soplaría a favor de la absolución, o algo tan cercano a la absolución como yo hubiera podido esperar y el tribunal aceptar. Sabía que era inocente, sordo e inocente, me habría manejado bien en un examen realizado por el fiscal general, contándole la mayor parte de la verdad.
Pero esta situación se trastocó por las circunstancias por las que fui encerrado, mes tras mes privado de libertad, de voluntad, a la fuerza, con prohibiciones, torturas, inquisición. Soy consciente de que la institución puede expedir esmerados certificados que digan otra cosa. Que lo haga. No todos tenemos la misma sensibilidad, para bien o para mal, pero reaccionamos de diferentes maneras en nuestras aportaciones. Algunos viven, descansan y trabajan a tirones, no consiguen nada especulando. Si alguna vez reciben una pizca de la gracia del cielo, entonces todo marcha sobre ruedas en ese instante, por lo demás se quedan inmóviles. Yo, por mi parte, habría preferido diez veces estar entre rejas en una cárcel ordinaria que ser torturado conviviendo con esos seres más o menos enfermos mentales de la Clínica Psiquiátrica.
Pero allí me quedé.
Por senderos que la maleza oculta se inicia con la detención de Hamsun y su llegada a un hospital. Sordo y con octogenario, Hamsun vive en un silencio casi absoluto que lo aparta del mundo y enmudece los gestos de las personas alrededor, un silencio que lo convierte en un ermitaño, en alguien ajeno. Hamsun será trasladado de un hospital a un manicomio, le llevarán a interrogatorios escritos, el delito la traición a la patria por su simpatía con el régimen nazi. Apenas hay pistas de lo ocurrido antes de la detención de Hamsun, y sólo alguna justificación por el vacío de noticias sobre la realidad que ocultaba el nazismo.
Se nos había ofrecido la idea de que Noruega ocuparía un lugar destacado en esa sociedad germánica mundial que se estaba fraguando. Y en la que todos creíamos; en mayor o menor grado, pero todo el mundo creía en ella. Yo creía en ella, por eso escribía como escribía. Escribía sobre Noruega, que ocuparía un lugar destacado entre los países germánicos de Europa. El que también escribiera más o menos de la misma manera sobre el estado ocupante debería ser fácil de entender. Pues no quería exponerme al peligro de resultar sospechoso, lo que en realidad y como gran paradoja ocurrió. Mi casa estuvo siempre rodeada de oficiales y soldados alemanes, incluso por la noche, sí, muchas veces también por las noches, hasta el amanecer, y a veces era inevitable que tuviera la sensación de estar rodeado por observadores, por gente que iba a controlarme a mí y a mi familia. Por parte de círculos alemanes relativamente destacados, se me recordó dos veces (si la memoria no me falla), dos veces, que yo no realizaba tantas actividades como ciertos suecos cuyos nombres me indicaban, subrayando el hecho de que Suecia era un país neutral, lo que no era el caso de Noruega. No estaban pues demasiado contentos conmigo. Se esperaba recibir más de mí de lo que daba. Teniendo en cuenta que esas eran las condiciones bajo las que escribía, debe resultar comprensible, hasta cierto punto, que tuviera que mantener algún equilibrio entre mi país y el otro. No digo esto para defenderme o disculparme. No me defiendo en absoluto. Lo expongo como explicación, como información al honrado tribunal.
Y nadie me dijo que estuviera mal lo que estaba escribiendo, nadie en todo el país. Estaba solo en mi habitación, exclusivamente remitido a mí mismo. No oía, estaba tan sordo que no se podía tratar conmigo. Me daban golpes en la tubería de la estufa de leña desde el piso de abajo para que bajara a comer, ese sí era un sonido que podía captar. Bajaba, comía y volvía a subir a mi habitación. Así fue durante meses, años, durante todos esos años fue así. Y jamás me llegó la menor insinuación. Pues no era un fugitivo. Gozaba de una pequeña fama en el extranjero. Creía tener amigos en ambos bandos en Noruega, tanto entre los partidarios de Quisling como entre los que luchaban contra él. Pero nunca me llegó una pequeña advertencia, un buen consejo del mundo exterior. No, el mundo se abstuvo por completo de eso. Y tampoco de mi familia ni de la gente de mi casa solía recibir algo de información o ayuda. Conmigo todo había que hacerlo por escrito, y a la larga resultaba demasiado molesto. Me quedaba en mi habitación. En esas circunstancias solo tenía mis dos periódicos, Aftenposten y Fritt Folk, y en ellos no se decía nada de que lo que escribía estuviera mal. Al contrario.
Y no era incorrecto lo que escribía. No era incorrecto cuando lo escribía. Era correcto, y lo que escribía era correcto.Voy a explicarlo. ¿Qué escribía? Escribía para impedir que la juventud y los hombres noruegos se comportaran de un modo necio y provocador ante los ocupantes cuando no serviría de nada, excepto para ruina y muerte de ellos. Eso era lo que escribía de muchas y variadas maneras.
Hay algo en la escritura de Hamsun que asombra, su modernidad, su técnica depurada, su sencillez y profundidad, cierta rabia subterránea, la forma en la que contempla la naturaleza, el paso del tiempo y la muerte. Hay resistencia y superioridad, hay una mirada pausada y, a la vez, enérgica, hay un recorrido por los caminos y los bosques que recuerdan a Thoreau y un pasado donde se habla de ser emigrante en Estados Unidos, los días en granjas y pequeños pueblos que crecen poco a poco y la tierra como algo primordial (esas páginas dedicadas a los días en Estados Unidos, después de su alegato de defensa en el juicio, son pura aventura).
Por senderos que la maleza oculta es una lectura agridulce.
En la vida cotidiana no ocurre gran cosa. Un viejo sube la cuesta con un féretro en la carreta, su anciana mujer va detrás empujando. Ya es la segunda vez en el tiempo que llevo aquí que esta pareja de ancianos llega con un féretro, alguien ha muerto esta noche en el hospital, y el cadáver lo meten en una casita aparte, aquí en la colina, hasta que lo entierran. Silencioso y pacífico, nada especial. Él afloja la cuerda, se va al extremo y tira. La mujer vuelve a empujar. Y el ataúd se desliza por el suelo. (…)
De mi mundo exterior hay menos que decir. Aquí no hay más que la colina, sin un macizo de flores. El tiempo es inclemente, el viento es casi siempre vendaval; pero los árboles están cerca y el bosque con pajarillos en el aire y toda clase de bichos en la tierra. Ay, el mundo es hermoso también aquí, y deberíamos estar muy agradecidos de poder existir en él. Aquí hay una gran riqueza de colores incluso en las piedras y en el brezo, hay formas maravillosas en los helechos, y aún me queda un buen sabor en la boca de ese trozo de polipodio que encontré.
***
El verano pasa. No noto en mí ninguna gran diferencia entre las estaciones, no se suceden en meses, el tiempo no tiene tiempo y el verano me desaparece.
Pero ha sucedido algo. No escribo ningún libro, ni siquiera un diario, Dios me libre, me salto grandes trozos en línea recta y ni siquiera llevo la cuenta de lo que pasa. Pero algunas cosas del mundo exterior sí penetran en mí. Se ha ido la vieja directora de la residencia y una nueva ha venido en su lugar. Una de las dos bellezas de la oficina de abajo nos ha dejado, pero nos queda la otra. Nuestra vieja residencia de viejos se nos ha quedado anticuada, y tenemos intención de construir una nueva.
No es poca cosa. Veo que los vejestorios ya tenemos algo serio de lo que hablar, vamos a tener baños, lavandería, enfermería, panadería, gallinero, leñera y habitaciones exteriores para veinte o treinta personas bajo un solo techo. Nunca antes hemos sabido nada de tales prodigios, y tiene lugar en nuestra imaginación un acelerón que no hemos sentido desde la juventud. Algunos intentamos defender nuestra antigua residencia, tampoco hemos estado mal en ella, y además… ¿no hemos venido aquí para morir? Sí, claro. Pero hay que aprovechar lo que se pueda hasta el último momento. Tenemos que estar al día, ¿no? Tenemos que modernizarnos, ¿verdad? Tráenos una nueva residencia, no nos costará nada acostumbrarnos a nuevas necesidades así, con un pie en el estribo, y morirnos con un cigarrillo en la boca.
Claro que nos vamos a morir, dice san Agustín, pero todavía no.
***
Uno, dos, tres, cuatro —así voy anotando pequeños textos para mí mismo. No sirve de nada, no es más que una vieja costumbre. Tengo una tubería por la que se me escapan palabras prudentes. Soy un grifo que gotea, uno, dos, tres, cuatro…
¿No hay una estrella llamada Mira? Podría haberlo consultado, pero no tengo donde hacerlo. Da lo mismo. Mira es una estrella que llega, brilla brevemente y luego desaparece. Esa es toda su vida. Ser humano, en este punto pienso en ti. De todo lo vivo en el mundo, tú has nacido para poca cosa. No eres ni bueno ni malo, te has creado sin un objetivo planificado. Vienes de la niebla y vuelves a la niebla, tan cordialmente imperfecto eres. Tú, ser humano, si te subes a un caballo raro, ya no hay nada que haga raro a ese caballo. Así siempre, todos los días y por el mismo camino, lentamente…
¿Te bajas de un salto tocando la tierra con tu sombrero ante dos ojos, dos ojos con los que te encuentras? No tienes vida para eso.
Justo en este momento sube arremolinándose desde lo subterráneo una nueva estirpe llena de esperanza. Es recién nacida e inocente. Leo sobre ella, pero no conozco ningún nombre, y lo mismo da. Es una luz para el caminante, llega, brilla un poco y desaparece. Va y viene, como yo iba y venía.
***
Tácito opina que los germánicos somos hábiles para morir. Y los vikingos no nos deshonraron en ese aspecto. Nuestro conocimiento aún más reciente nos deja claro por qué existe en sí la muerte: pues no morimos para estar muertos, para ser algo muerto, morimos para poder pasar a la vida, morimos a la vida, estamos dentro de un plan. El mismo Tácito nos elogia porque no adornamos en exceso nuestras tumbas. Nos limitamos a echar algo de torva encima para evitar el olor. Luego nos elogia también por no querer tener altos monumentos sobre la tumba. Dice que los desdeñamos. No ha tenido en cuenta nuestra modesta decadencia en los últimos tiempos.
Knut Hamsun. Por senderos que la maleza oculta. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Nørdica libros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario