Primera
fotografía. Un niño de diez años, apenas una sombra extraña entre las
mujeres que lo acompañan y una sonrisa inquietante y simiesca que hace apartar
la mirada del observador.
Primer cuaderno. Mi vida ha
estado llena de vergüenza, dice Yozo como inicio del cuaderno que dedica a
su infancia, una infancia en una pequeña provincia y en una familia acomodada.
Yozo tiene miedo a relacionarse con quienes le rodean, siente que no encaja con
la idea de felicidad y porvenir que ve en los demás, unas ideas egoístas, no
puede vivir como ellos y eso hace que no se sienta integrado, que se crea fuera
de la familia y de la amistad, fuera de una vida tranquila que transcurra
plácida y según las normas sociales, la soledad de Yozo dentro de la familia y
la escuela, saberse diferente y extraño y distante de todo y todos, Yozo que
intenta ganar afectos con bufonadas y bromas, una máscara para mitigar y esconder
el terror que le produce el contacto real y cercano con otro ser humano, un
hombre que, desde niño, busca complacer para no ser desenmascarado, que no
acaba de saber qué desea, incapaz incluso de decirle a su padre qué quiere como
regalo o hablar del abuso que sufrió de una criada (la figura paterna
autoritaria y fantasmal), su máscara aprendida que hace que pierda su propia
esencia tras las bufonadas que representa.
Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son. Pero son como una vaca pastando tranquila, que, de repente, levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tábano. Basta que se dé la ocasión para que muestren su horrenda naturaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar el cabello de terror al pensar en que este carácter innato es una condición esencial para que el ser humano sobreviva. Al pensarlo, perdía cualquier esperanza sobre la humanidad.Siempre me había dado miedo la gente y, debido a mi falta de confianza en mi habilidad de hablar o actuar como un ser humano, mantuve mis agonías solitarias encerradas en el pecho y mi melancolía e inquietud ocultas tras un ingenuo optimismo. Y con el tiempo me fui perfeccionando en mi papel de extraño bufón.No me importaba cómo; lo importante era conseguir que se rieran. De esta forma, quizá a los humanos no les importara que me mantuviera fuera de su vida diaria. Lo que debía evitar a toda costa era convertirme en un fastidio para ellos. Debía ser como la nada, el viento, el cielo.
***
Segunda
fotografía. Un muchacho apuesto pero carente de luz y calidez en su rostro,
la ausencia de vida en su gesto, el horror que transmite, un destino negro.
Segundo cuaderno. La máscara se agranda. Como el miedo al ser
humano. Yozo amplía sus bufonadas en la escuela, su primera experiencia fuera
de la casa familiar, falla a propósito en los ejercicios y dibuja sus primeras
historietas humorísticas en busca de una extraña aceptación, encuentra los
primeros amigos que vaticinarán su éxito con las mujeres y que será un artista,
un destino que se cumplirá a medias, y de manera cruel, Yozo que ve en la
pintura la manera de mostrar su verdadera identidad pero que abandona sus
cuadros por las historietas intranscendentes. Yozo descubre los movimientos
estudiantiles políticos, la bebida, el sexo, el amor como algo frío y ajeno, el
inicio de un destino negro y destructivo, su primer intento de suicidio junto a
una mujer que apenas conocía, el paso al mundo adulto acrecienta sus miedos
hacia el otro, sus primeras experiencias en reuniones políticas y con las
mujeres como forma de perfeccionar su fingimiento y vergüenza.
Existe la palabra «marginados», que denota a los infelices, a los fracasados y a los descarriados de la sociedad humana; pero yo creo que lo soy desde el momento en que nací. Por eso, cuando me cruzo con alguien calificado de «marginado», de inmediato siento afecto por él. Un afecto que llena todo mi cuerpo de un arrobamiento de ternura.También existe el término «conciencia de delincuente». Al estar en la sociedad humana, toda la vida he sufrido de esa conciencia; pero ha sido mi fiel compañera, como una esposa en tiempos de pobreza, y ambos hemos compartido nuestras miserables diversiones. Puede que esta haya sido mi actitud en la vida.Asimismo, la gente habla del «sentimiento de culpabilidad». En mi caso, me poseyó desde que era un bebé y, con el tiempo, en lugar de curarse se hizo más profundo, penetrándome hasta los huesos. Pero, incluso su se podía decir que mi sufrimiento por las noches era el de un infierno de infinitas torturas, pronto se me hizo más querido que mi propia sangre y carne. Y me llegó a parecer la expresión de ese sentimiento de culpabilidad vivo o quizá su murmullo afectuoso.
***
Tercera
fotografía. Un hombre avejentado que parece morir y la sensación de no
dejar huella en quien observa la imagen.
Tercer cuaderno. La degradación del hombre, el paso por mujeres,
amigos y trabajos temporales, sin luchar, sometido a la vergüenza y al
alejamiento del ser humano, los extraños momentos de paz que vaticinan una
tormenta mayor por venir, Yozo que intenta controlar su miedo y hacer algo con
su vida y no consigue otra cosa que fracasar, incapaz incluso de impedir la
violación de su mujer, un hombre bloqueado que usa la morfina para pintar, que
no puede detener el empuje de su pasado y vive por inercia, que llega a ser
ingresado en un manicomio, su miedo y su máscara que lo llevan a una vida
tormentosa, al odio hacia sí mismo, a la autodestrucción, denigrando incluso
aquello que ama, la pintura, sin un asidero en el que apoyarse, sin nada por lo
que luchar.
***
Epílogo. Dazai
escribe una historia cruda y desgarrada en Indigno
de ser humano. Un hombre deja tres cuadernos y fotografías que recoge un
observador neutral y que hablan de sus miedos, vergüenzas y máscaras. No hay un
respiro para Yozo, se siente fuera de la vida, la sociedad y las emociones y se
ve a sí mismo con una dureza seca y violenta, no se da paz y parece buscar su
destrucción de cualquier manera. Indigno de
ser humano es el yo distorsionado de Yozo, es su caída en el terror y el
abismo, alguien que busca la aceptación del otro, no molestar, ser necesario y
acaba por destruirse.
Indigno de ser
humano como un monólogo descarnado donde Dazai muestra parte de su
naturaleza, sus adicciones y depresiones y anticipa su final abrupto.
Osamu Dazai.
Indigno de ser humano. Traducción de Montse Watkins. Sajalín editores.
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