a) Es una confrontación. Entre hija y madre. Entre
presente y pasado. Entre quienes fuimos, lo que aspiramos a ser y aquello que
heredamos y nos da forma a pesar de nosotros, de nuestra renuncia a ello, de
nuestra pelea y búsqueda de una identidad propia e independiente. Hay una lucha
entre madre e hija, y como en toda lucha, quedan las heridas, algunas sin
cicatrizar a pesar de los años pasados, el dolor, la renuncia y la separación,
la pregunta sobre si las decisiones importantes se toman para alejarse de la
imagen materna y no repetir patrones o desde una libertad propia y pura.
a1) Vivian Gornick escribe
sobre su vida y la relación con su madre sin ambages ni paños calientes, hay
inteligencia, rabia, diversión y erotismo en su mirada, se ve a sí misma y a su
madre sin un velo dulcificado por el tiempo. La madre poderosa, cruel a veces,
sin pelos en la lengua, una especie de reina en el edificio del Bronx donde
Gornick pasó su infancia. La hija que recuerda su descubrimiento del mundo, el
papel de su madre en él, la búsqueda de su propio camino, los descubrimientos
del deseo, la pasión, el vacío y la creación, el pequeño y estrecho canal que
la divide y por el que transitan sus palabras, un canal que libera y ahoga, que
muestra lo oculto o permanece en silencio, Gornick que siente su forma, cómo se
contrae o se estira.
b) Dos mujeres que pasean por las calles de Nueva York,
que se acercan o discuten, que se atacan o se callan en un silencio ciego, que
buscan algo de paz, vuelven una y otra vez a una misma conversación, la madre
que consagró su vida a una idea romántica del amor, su viudedad que la
convierte en una actriz solitaria sobre un escenario y su dolor en algo que
mostrar al mundo, la hija que pasa por relaciones donde no hay conexión o
transcurren en un equilibrio precario, a medio camino entre la felicidad y el
abismo, madre e hija que no logran encontrarse en un punto intermedio, que
sienten la amenaza de la otra, que hay una dureza soterrada, algo que no acaba
de definirse y que las mantiene alejadas.
c) Los museos y las cafeterías, el ajetreo de las calles
y la soledad del fin de semana, los vagabundos locos y los encuentros casuales,
un edificio en el Bronx donde vivir una infancia en un mundo que se desintegraba
poco a poco, un microcosmos de familias judías donde irrumpe una gentil
ucraniana con su sencillez y su sensualidad y descubre a Vivian Gornick el
deseo y la voluptuosidad, alguien que se aparta de las normas maternas, que ve
el amor como medio de supervivencia y no como un ideal romántico desfasado y
falso.
c2) Están las descripciones
cotidianas de un barrio en el Bronx, una mirada al pasado, a la vieja casa, a
los personajes extraños que la poblaban, judíos que emigraron en busca de una
nueva tierra y cuyos hijos se encuentran entre las raíces del viejo mundo y
aquello que viven en su nuevo mundo. Están las mujeres que abandonan su trabajo
por matrimonio, mujeres que son madres, esposas, amas de casa, su libertad y
mirada constreñidas ante la idea patriarcal de la mujer, un mundo en el que los hombres eran sexo, pero y las mujeres. Y, en
ese mundo doméstico, Nettie, una mujer que encarna la sensualidad y el deseo.
Están las preguntas de Gornick sobre su infancia y su paso a la adolescencia,
su cambio en la manera de mirar la vida y las relaciones, sentir que hay un
mundo invisible alrededor. Está el presente donde la madre lleva más años viuda
que casada y la hija siente la velocidad del tiempo. Están dos mujeres
enérgicas.
d) La escritura de Gornick es pura inteligencia y
sencillez, mezcla lo cotidiano con la reflexión sobre el papel de la mujer, las
relaciones familiares, el deseo y el amor. Hay rabia y tristeza a partes
iguales, hay una pregunta sobre aquello que somos, nuestras raíces, nuestras
metas, el mundo en qué vivimos y cómo nos colocan en un lugar que muchas veces
sentimos extraño, hay una madre y una hija que se enfrentan y se necesitan y se
hieren y sobreviven y salen adelante.
La relación con mi madre no es buena y, a medida que
nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora.
Estamos atrapadas en un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante:
durante años surge por temporadas un agotamiento, una especie de
debilitamiento, entre nosotras. Después, la ira brota de nuevo, ardiente y
clara, erótica en su habilidad para llamar la atención. Últimamente estamos a
malas. La manera que tiene mi madre de «lidiar» con los malos momentos es echarme
en cara a gritos y en público la verdad. Cada vez que me ve, dice: «Me odias.
Sé que me odias». Voy a hacerle una visita y a cualquiera que esté presente
–un vecino, un amigo, mi hermano, uno de mis sobrinos– le dice: «Me odia. No
sé qué tiene contra mí, pero me odia». Del mismo modo, es perfectamente
capaz de parar por la calle a un completo desconocido cuando salimos a pasear y
soltarle: «Ésta es mi hija. Me odia». Y a continuación se dirige a mí e
implora: «¿Pero qué te he hecho yo para que me odies tanto?». Nunca le
respondo. Sé que arde de rabia y me alegra verla así́. ¿Y por qué no? Yo también
ardo de rabia.
Pero paseamos por las calles de Nueva York juntas
continuamente. Ahora ambas vivimos en el Lower Manhattan, nuestros apartamentos
están a kilómetro y medio de distancia y, cuando nos visitamos, lo hacemos a
pie. Mi madre es una campesina urbana y yo soy la hija de mi madre. La ciudad
es nuestro elemento natural. Las dos tenemos aventuras a diario con conductores
de autobús, mendigas que arrastran carritos, acomodadores y locos callejeros.
Pasear saca lo mejor de nosotras. Yo ahora tengo cuarenta y cinco años y mi
madre, setenta y siete. Está fuerte y sana. Recorre la isla conmigo sin
dificultad. Durante estos paseos no nos queremos, sino que a menudo rabiamos
una contra la otra, pero de todas formas paseamos.
Vivian Gornick.
Apegos feroces. Traducción de Daniel Ramos Sánchez. Editorial Sexto piso.
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