Aquí tenemos el mismo grupo y es mayor, pero no tenemos nombre… es la generación X, que busca de modo deliberado el esconderse. Aquí hay más espacio para esconderse, para perderse, para camuflarse. En Japón no permiten que desaparezcas.
Las historias salvan a Andy,
Claire y Dag. Inventadas o reales, recuerdos o fantasías. Se esconden en el
desierto, observan la tierra amarilla y la distancia con sus vidas, se tumban,
miran al cielo y se cuentan historias del fin del mundo, amores (im)posibles, el
azar y el destino como líneas que se cruzan, astronautas pioneros en otros
planetas. Hablan para sí mismos, bucean en sus emociones y recuerdos, intentan
mostrar su manera de ver el mundo, las relaciones personales, la amistad, los
sueños y los objetivos, a veces son despectivos y condescendientes, a veces
alcanzan una emoción pura y se exponen ante los otros. Son treintañeros, viven
en pequeños bungalós en el desierto, tienen trabajos mal pagados, no aspiran a
encabezar una revolución y se desmarcan de las generaciones anteriores, son
apáticos y sienten que hay algo que no funciona en la sociedad, en ellos
mismos, que hay algo en la vida que no acaban de comprender. Sólo sus historias
son un lugar de apoyo.
Coupland habla de una
generación extrañada y perdida, tres amigos que se tumban bajo el sol en el
desierto y pasean por centros comerciales pero no explotan o arremeten contra
lo establecido, seres que se saben perdedores y fuera de los círculos sociales
y familiares imperantes, tres amigos que forman una pequeña comunidad, que
recuerdan sus anteriores trabajos y amores y encuentros con la familia con una
distancia cínica y hablan del fin del mundo como un resplandor ciego en un
supermercado y un último guiño inesperado y buscan algo de ternura.
Generación X es la marca de los años noventa del siglo XX, de unos
jóvenes desubicados e invisibles. Los personajes de Coupland parecen haber roto
con su familia y su pasado, se atrincheran cerca del desierto, son anodinos y
fantasiosos, son complacientes e irónicos, se dedican a dejar pasar el tiempo y
a inventar pequeñas historias con las que subvertir recuerdos y realidad.
Coupland, por momentos, me recuerda a la escritura rápida, crítica e irónica de
Kurt Vonnegut, el mundo como un manicomio y el ser humano con aspiraciones y
deseos extraños.
A lo largo de los capítulos,
Coupland incluye pequeñas definiciones (Oscurismo: Práctica de salpimentar la
vida cotidiana con referencias oscuras (películas olvidadas, estrellas de la
televisión muertas, países desaparecidos, etc.) como medio subliminal de hacer
patente tanto la formación como el deseo de distanciarse de la cultura de
masas), eslóganes (menos es una posibilidad) y viñetas en los márgenes de las
páginas que ahondan en esa mezcla de situarse fuera de lo establecido y de una
visión mordaz y triste sobre la propia vida. Generación X es una novela
divertida, a veces una bofetada, a veces una luz que brilla en el desierto, la
fotografía fija de una generación y un tiempo ya envejecido.
-Fíjate en ellos, ¿los ves?
Imagínate que tienes que ir a Disneylandia con todos tus hermanos y hermanas a
los veintisiete años. Me cuesta creer que me haya dejado arrastrar a algo como
esto. Si el viento no echa abajo este sitio primero, desaparecerá por falta de
buen gusto. ¿Tienes hermanos y hermanas?
Le expliqué que tenía tres de
cada.
-Entonces sabes lo que pasa
cuando todo el mundo se pone a dividir el futuro en trocitos asquerosos. Dios
santo, cuando empiezan a hablar así, ya sabes, de todos esos absurdos sobre el
fin del mundo, me pregunto si no se estarán confesando algo unos a otros.
-¿Cómo qué?
-Como que todos están
asustadísimos. Quiero decir que cuando la gente empieza a hablar en serio de
guardar cajas de comida en el garaje y les brillan los ojos al mencionar los
Últimos Días, entonces me parece que hacen la confesión más evidente, como si
su vida nunca funcionara del modo en que quisieran que lo hiciera.
***
Hace años, después de que
empezara a ganar un poco de dinero, todos los otoños solía ir al vivero de
plantas cercano y compraba cincuenta y dos bulbos de narciso. Inmediatamente
después, salía al jardín de mis padres con un mazo de cincuenta y dos naipes encerados
y lo lanzaba al aire por la pradera. Allí donde caía un naipe, plantaba uno de
los bulbos. Claro que podría haber lanzado directamente los bulbos, pero la
cuestión es que nunca lo hice.
Plantando bulbos de este modo
se consigue un gran efecto de dispersión muy natural: los mismos algoritmos
silenciosos que dictan la dirección de una bandada de gorriones o los nudos de
un tronco de árbol también pueden dictar el éxito de esta operación.
Y llegaba la primavera,
después de que los narcisos hubieran dicho sus delicados haikus al mundo y difundido su fresco y suave aroma, y sólo quedan
de ellos sus pétalos secos para informarnos que pronto llegará el verano y que
es hora de cortar el césped.
Nada muy bueno ni nada muy
malo dura nunca demasiado.
Me despierto hacia las cinco y
media de la mañana. Los tres estamos tumbados encima de la cama donde nos
quedamos dormidos. Los perros dormitan en el suelo cerca de las ascuas casi
muertas. Fuera sólo se ve un indicio de luz, las adelfas no respiran y las
palomas no zurean. Huelo el cálido dióxido de carbono del sueño y a sitio
cerrado.
Estas criaturas de aquí, que
están en esta habitación conmigo, son las criaturas que quiero y que me
quieren. Juntos nos sentimos como si fuéramos un jardín extraño y prohibido. Me
siento tan feliz que podría morir. Si pudiera, haría que este momento durase
toda la vida.
Me vuelvo a dormir.
Douglas Coupland. Generación X. Traducción de Mariano Antolín Rato.
Ediciones B.
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