Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

viernes, 22 de mayo de 2020

-05. Dick

e. duerme en el sofá. Dejo las compras en los armarios, me limpio manos y cara, desinfecto la ropa, los pomos, los interruptores, vuelvo a limpiarme las manos. Tardo cinco o diez minutos. El tiempo no es un problema. Intento alargar cada gesto y hacerlo tan lento como me sea posible. En el supermercado el altavoz nos recordó mantener la distancia de seguridad. Y en la pared de uno de los edificios cercanos, un mensaje nos animaba a no salir a la calle sobre al dibujo infantil de una casa como las que yo pintaba de crío, tejado a dos aguas, una chimenea de la que salía una nube de humo, ventanas cuadradas, sólo faltaba un árbol largo y verde y el sol en un cielo claro—. Al cruzar el puente, media docena de patitos seguía la estela de su madre. Me detuve unos segundos. Y salí del trance sintiendo que había hecho algo indebido. Detenerme a mirar. En la calle. Sin tiempo. Un gesto de antes de. Mirar a e., vigilar su sueño desde este lado de la realidad, sentir el cansancio y la tensión en su cara, sonreír al descubrir los bultos de nuestras gatas bajo las mantas, gestos que sí me están permitidos, gestos a los que me aferro como si salvaran, como si amuletos.

Escucho las noticias. Los muertos en las residencias. Un hombre de ochenta y nueve años, en la calle, huía de una de ellas por miedo. Los monólogos intrascendentes de tertulianos y periodistas sobre lo que el gobierno debió hacer, lo que debe hacer ahora, lo que tendrá que hacer en un par de meses. La soledad de quienes mueren, la soledad de quienes pierden a alguien querido. Pienso en esto último. En no poder despedirse, en no estar acompañado, en ir solo a la muerte nadie muere en nuestro lugar, pero muchas de las mujeres que recordaban para Alexiévich su experiencia en la guerra hablaban de la calma repentina que los soldados agonizantes sentían al coger una mano de mujer: un gesto fronterizo de calor.

Espero al final de la luz sobre los montes, una línea rojiza que sube por la copa de los árboles hasta extinguirse en la cumbre. No es un gesto nuevo. En la frontera entre resplandor y sombra del atardecer, o entre el primer fulgor en la oscuridad última de la madrugada, en ese punto intermedio donde ocaso y claridad convoco espíritus.

Leo.


***

Busco la última novela de Dick leída hará unos meses. Dick, escribo a mis amigos por whatsapp, es uno de mis escritores favoritos, se cuestiona qué es real, habla de capas de tiempos y espacios, de locura, entropía, drogas y semidioses, de la intromisión de un universo sobre otros, del reverso de todo aquello que vemos y somos. En Gestarescala, un planeta guarda el espectro del mundo terrenal en las profundidades de su mar, si vida en la superficie, su reflejo muerto o ruinoso en el mar. Zambullirse bajo su superficie es enfrentarse a la propia sombra. Novela jungiana, dicen.


—Va a encontrarse con una situación terrible ahí abajo. No se puede imaginar el desastre. El mundo submarino en el que se encuentra Gestarescala es un lugar de muerte, un lugar en el que todo se pude y decae hasta la ruina. Esa es la razón por la que Glimmung quiere reflotar la catedral. Es incapaz de mantenerla ahí abajo; nadie podría. Espere hasta que él baje con usted. Espere unos días; restaure lo que hay aquí y olvídese de bajar. Glimmung lo lama «el submundo acuático». Lleva razón, es un mundo cerrado en sí mismo, separado por completo del nuestro. Con sus propias leyes miserables, según las cuales todo debe declinar para convertirse en basura. Un mundo dominado por la fuerza inflexible de la entropía y nada más. Donde incluso aquellos dotados de una inmensa fuerza, como el propio Glimmung, se ven afectados y terminan por perder su poder. Es una tumba oceánica, y acabará con todos nosotros salvo que consigamos reflotar la catedral.
—No puede ser tan malo —comentó Joe, pero mientras hablaba, sentía crecer el miedo en su interior y asentarse en su corazón, un miedo generado en parte por la vacuidad de sus propias palabras.
El robot le miró de forma enigmática, una mirada compleja que poco a poco se tiñó de desdén.
—Si tenemos en cuenta que eres un robot —le dijo Joe—, no veo cómo puedes implicarte tanto en esto; no tienes vida que perder.
—Ninguna estructura, ni siquiera las artificiales, puede disfrutar con el proceso de la entropía. Es el destino último de todo, y todo se resiste a ello.
—¿Y Glimmung cree que puede detener ese proceso? Si es el destino final de todo, Glimmung no lo puede parar; está condenado. Fracasará y la entropía seguirá adelante.
—La única fuerza que funciona allá abajo es la de la decadencia —manifestó Willis—. Pero aquí, si la catedral se alza, habrá otras fuerzas que no actuarán en sentido destructivo. Fuerzas reparadoras y consagradoras. Constructoras, creadoras y, en su caso, restauradoras.  Esa es la razón por la que es usted tan necesario aquí. Es cosa suya y de otros como usted, que se anticiparán al proceso de decadencia con sus habilidades y trabajo. ¿Lo ve?
Philip K. Dick. Gestarescala. Traducción de Julián Díez. Cátedra.

No hay comentarios: