Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 27 de mayo de 2020

00. Gibbons

Espero a que la niebla atraviese la cumbre del monte, se haga jirones y desaparezca en la mañana. Espero porque ahí, en la última línea de luz en niebla, el recuerdo del camino entre eucaliptos, el humo en las chimeneas de los caseríos y el crujido de las ramas de los árboles los días de viento, porque ahí, en el muro blanco que separa un mundo espectral de otro real, la hierba en mitad de las roderas, las huellas de bicicletas, perros y senderistas, las hojas de otoño en la tierra que se pudren en una pasta resbaladiza cuando llega el invierno y la desnudez en los árboles, porque ahí, antes de la espera y el tiempo estancado, mis pasos y el aliento de mi boca y un café negro, fuerte y amargo en la cumbre, diferente de aquellos aguados de las potas gallegas y que apenas dejaban poso donde leer nuestro futuro. Hoy me imagino en la cumbre tras el ascenso por el camino de barro, intentando adivinar mi futuro en el fondo de una taza blanca, un futuro que atraviesa mi cuerpo, se hace jirones y desaparece en la mañana.
Cae aguanieve. Después de los días de mayo de la última semana, hemos regresado a enero en este penúltimo día de marzo. Hay un mirlo frente a mi ventana. Hace días que juego a creer que es el mismo mirlo el que se posa en las ramas aún desnudas de algunos árboles y canta entre las campanadas de la iglesia y el murmullo apagado de los pabellones cercanos y escarba con su pico en la tierra junto a las raíces buscando gusanos y lombrices. Y como no hay otra cosa que remontar horas le pongo un nombre a esos mirlos que concentro en uno solo. Y le llamo Orfeo. Oscuro, de pico amarillo, Orfeo sube y baja por las ramas, canta con la cabeza elevada hacia al cielo, hacia el río, hacia al tejado de este edificio, hacia esta ventana. Hay una repetición y un silencio en sus gorjeos e intento desentrañar un mensaje en su canto. Orfeo no teme ruidos extraños o movimientos inesperados. No hay nada nadie en la mañana.
Así mis primeras horas tras una noche insomne. Incapaz de dormir después del trabajo, el cuerpo agotado, la cabeza con un ruido persistente, la luz afianzada entre las rendijas de la persiana. Espero, observo, juego como cuando niño, me quedo en silencio sin saber qué hacer decir pensar. Mediante el sueño del mundo, despierto.

Leo.


***

Es la voz de una niña adulta que se desenreda poco a poco y habla de una primera mirada a la muerte el dolor y la culpa y el luto y la extrañeza y la soledad, de violencia, miedo, locura y poesía, del amor hacia una madre o una maestra o un libro, del mundo hundido de un padre violento, del acercamiento al otro cuando el otro es visto con recelo y tensión porque es acercarse a un relato impuesto sobre quién representa el bien y el mal.


Últimamente me pongo a leer libros viejos en la cama. Le dije a la bibliotecaria que quería leer todo lo que valiera la pena así que me hizo una lista. Eso fue hace dos años y ahora ya voy por las hermanas Brontë. No leo tebeos ni el periódico. Me entero de las noticias que quiero saber por la televisión.
No soporto los cuentos que leemos en el colegio. Cindy o Lou, con el perro o el gato, siempre emprendiendo alguna aventura. A veces se encuentran a un bandido o se montan en un tren de mercancías, pero el policía o el maquinista siempre los salvan y los llevan a casa y siempre siguen siendo niños buenos.
Yo prefiero los cuentos antiguos. Cuando empecé el proyecto me gustó el de la dama de la Edad Media que se reía y llevaba botas rojas. Iba de viaje con un grupo de personas contando historias y dándose palmadas en la espalda.
Lo que estoy leyendo ahora es un poco complicado para mí pero está en la lista. Hombres y mujeres que van de un sitio para otro a escondidas en una casa grande y oscura metiéndose en las cosas de los demás. La bibliotecaria me dijo que la autora y sus hermanas escribían libros porque en su época no podían trabajar. Pero seguro que eran ricas y no necesitaban trabajar.
Podría quedarme toda la noche leyendo. No puedo dormirme si no leo. Hay un momento en el que el cerebro no tiene nada constructivo que hacer y se dedica a dar vueltas. Yo le obligo a dejar de hacerlo leyendo hasta que se apaga del todo. Es que creo que es mejor hacer alguna cosa hasta el momento en que te duermes.
Kaye Gibbons. Ellen Foster. Traducción María José Rodellar. Editorial las afueras.

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