(silencio)
***
Ascienden el camino, dos ancianos, y buscan la tumba del
tejedor en el cementerio del pueblo, acompañados de su viuda, de los
enterradores, dos ancianos que hablan y se contradicen y luchan por ser la voz
del lugar, por demostrar que en ellos los secretos primigenios, por imponer sus
recuerdos sobre el otro, sus memorias difusas y fantasmales, más relato que
realidad, como todo recuerdo, como toda vida. Un libro homérico, impetuoso, el
de Seumas O´Kelly.
—No
estoy hablando ni la mitad de lo que debiera. ¿Acaso no nos preocupan el mundo,
las cosas del mundo en las que sólo podemos creer mientras las vemos? De una
estación a otra de nuestra vida, ¿no tenemos una especie de creencia de que en
algún momento vamos a despertar y a encontrarlo todo distinto? ¿Nunca has
tenido esa sensación, Nan? ¿No pensaste que las cosas cambiarían, y que todo lo
que ocurría a nuestro alrededor no era más que una empresa que nos despojaba de
otra cosa? ¡Nos aguantamos, pero en el fondo de nuestros corazones ansiamos esa
otra cosa! ¡Cuántos hombres creen que algún día ocurrirá La Cosa, que doblarán
una esquina y se despertarán en la nueva y gran Calle!
—Claro
—dijo la hija—, y quizá tengan razón,
quizá despierten.
El cuerpo del viejo se vio sacudido por un curioso ataque de
risa. Comenzó debajo de las mantas, le subió por el tronco, le recorrió los
brazos nervudos, pasó a la cuerda y sacudió el pie de hierro de la cama. Una
expresión de alegría extraordinariamente maliciosa iluminó la cara vivaz del
tonelero. La viuda lo observó fascinada, presa de una creciente inquietud.
Habría sido capaz de decir cualquier cosa. Habría sido capaz de hacer cualquier
cosa. Habría sido capaz de ponerse a cantar alguna horrible canción. Habría
sido capaz de levantarse de la cama de un salto.
—Nan
—dijo —, ¿tú crees que
doblarás la esquina y te despertarás?
—Pues
—dijo Nan, vacilando un poco—, creo que sí.
El
tonelero lanzó como un gorgorito de pavo real. Gritó:
—¡Ja!
¡Nan Roohan cree que se despertará! ¿De qué se va a despertar? ¡De
dormir, de un sueño, de este mundo! Pues bien, si así lo crees, Nan Roohan,
quiere decir que sabes cuántas son cinco. Conoces eso que te rodea y se llama
mundo. Sólo a quien sueña le cabe la esperanza de despertar, ¿me oyes, Nan?
Sólo a quien sueña le cabe la esperanza a despertar.
—Le
oigo, padre —dijo Nan.
—¡El
mundo no es más que un sueño, y los sueños no son nada! Todos queremos
despertar de la inmensa nada que es este mundo.
—Y si
Dios quiere, nos despertaremos —dijo Nan.
—Puedes
decirle a todo el mundo de mi parte —pidió el tonelero—, que no vamos a
despertar.
—¿Y por
qué no, padre?
—Porque
nosotros mismos somos el sueño —contestó el viejo—. Cuando nos vamos, el sueño
se va con nosotros. Por eso.
Seumas O´Kelly. La
tumba del tejedor. Traducción de Celia Filipetto. Sajalín editores.
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