Cuéntame, decía el abuelo del narrador a los forasteros
que llegaban a su aldea cretense. Cuéntame de otros lugares y otras personas, y
si el forastero lo hacía bien, si llevaba a esa casa un mundo desconocido,
hermoso y atrayente ―e
importaba poco que mezclase mentiras y verdades―, el abuelo le permitía quedarse para así viajar
fuera de su aldea sin necesidad de moverse de ella. Y eso es lo que hace el
narrador, un ratón de biblioteca que alquila una mina en tierra cretense,
tierra de sus antepasados, para salir al mundo, con Zorba, un sexagenario
vitalista y hablador que sabe cómo hacerse con la vida, cómo saciarse de ella. Cada
noche espera a Zorba en su cabaña junto al mar. Escucha cómo le fue el día en
la mina, le pide que le hable de su juventud, de sus amores, de sus viajes, de
la exuberancia con la que encara la vida. Y Zorba habla por la noche, guerras,
mujeres, hijos, paisajes, y cuando no sabe cómo explicar la emoción de un
recuerdo, lo baila para así hacerse entender.
Zorba domina la narración de Kazantzakis, se convierte en
un gigante mitológico,
alguien que ha vivido y cometido los mayores horrores y que a sus sesenta y cinco años conserva la capacidad de
sorprenderse y emocionarse por aquello que sucede ante sí, y que ve el mundo
por primera vez y lo celebra: la luz pálida del amanecer, el cielo estrellado,
el cuerpo de una mujer voluptuosa. El narrador encuentra en Zorba a un hombre
sencillo que tiene un conocimiento íntimo de la vida y del secreto para
liberarse de odios y patrias, un sexagenario que ama el cuerpo de la mujer y
busca su calidez, que baila y canta para contar una historia, Zorba como un
filósofo de otros tiempos que nos dice que nos saturemos de odio y pasiones
para poder liberarnos de ellos.
Kazantzakis
hace de Zorba el griego una novela de iniciación: un escritor-ratón de
biblioteca, que sale al mundo para medirse con él y mostrar a su mejor amigo,
un aventurero que viaja al Cáucaso a salvar a sus compatriotas, de lo que es
capaz; un intelectual que domina la palabra y la historia pero al que le falta
la experiencia de la vida, ser un hombre de acción. Es en el viaje a Creta, en
la compañía de Zorba, un hombre nacido en el monte Olimpo, donde empieza a ver
más allá de los libros. Novela de iniciación y deslumbre: la figura de Zorba es
fundamental para el crecimiento del escritor, su cuestionamiento de creencias y
religiones y su nuevo posicionamiento en el mundo.
Y
Kazantzakis también hace de Zorba el griego una novela donde se cruzan espacios
y tiempos mitológicos, la huella de la Grecia clásica donde los dioses aún habitaban
los montes con los hombres y mujeres de la Creta del presente que respetan un
código antiguo, una forma de vivir la vida abrupta y exuberante donde la sangre
bulle y domina las emociones. El escritor observa la tierra y las costumbres a
su alrededor, y aprende de ellas y de las historias que le cuenta Zorba,
confrontándolas con las ideas aprendidas en los libros, aquello que le parecía
férreo y seguro, las divinidades, las pasiones, el destino de los hombres. El
escritor mira en la distancia la poesía y el pensamiento profundo en el mundo,
Zorba, en cambio, es la acción pura y la experiencia.
Exuberancia
y voluptuosidad. Eso es lo que regala Zorba al escritor. Desaparece Zorba un
par de semanas y le cuenta, luego, que se ha gastado el dinero en una muchacha
con la que dormía cada noche, o intenta que el escritor salga de su caparazón y
conquiste a una viuda de movimientos sensuales, o le habla tierras rusas y
macedonias, de los combates vividos en los bosques, de las entrañas de las
montañas o de todas las mujeres con las que ha vivido, de joven y viejo, y de
las que se ha llevado una verdad: la vida tomada con alma infantil. Zorba como
guía en el aprendizaje. La novela de Kazantzakis es la mezcla del alma
aventurera de Zorba y de las reflexiones íntimas del escritor, una historia
vitalista.
Este
obrero analfabeto, que cuando escribe rompe las plumas por su impaciente
fogosidad, está dominado igual que los primeros hombres que escaparon a la
condición de monos, o que los grandes filósofos, por los problemas
fundamentales de la vida y los vive como necesidades inmediatas y urgentes.
Como un niño, él también lo ve todo por primera vez, y no deja de maravillarse
y preguntar, y todo le parece un milagro, y cada mañana que abre los ojos y ve
los árboles, el mar, las piedras, un pájaro, se queda con la boca abierta.
«¡¿Qué es esta maravilla?!», grita. «¿Qué significa árbol, mar, piedra, pájaro?».
***
―Me
liberé de la patria, me liberé de los popes, me liberé del dinero, cribo.
Conforme pasa el tiempo, más cribo; me aligero. ¿Cómo puedo explicártelo? Me
libero, me vuelvo un ser humano.
Los
ojos de Zorba brillaban, su ancha boca reía satisfecha.
Tras
un breve silencio, volvió a coger impulso; su corazón se desbordaba, no
conseguía controlarlo:
―Hubo
una época en la que decía: éste es turco y éste búlgaro, éste es griego. Yo he
hecho cosas por la patria, patrón, que te pondrían la piel de gallina; maté,
robé, quemé aldeas, deshonré mujeres, exterminé familias enteras… ¿Por qué?
Porque, ya ves tú, eran búlgaros, turcos. ¡Púdrete, imbécil, me digo con
frecuencia, y me mando al diablo!; ¡púdrete, mentecato! Después entré en razón,
ahora miro a las personas y digo: éste es un buen hombre, aquél es malo. ¿Qué
me importa que sea búlgaro o griego? Me da lo mismo; es bueno, es malo, es lo
único que quiero saber. Y cuanto más viejo me hago, lo juro por el pan que
como, creo que comienzo a no querer saber ni eso. ¡Qué más da que sea bueno o
malo! A todos los compadezco, se me desgarran las entrañas cuando veo a un ser
humano, aunque finja que me importa un bledo. Mira, me digo, también este
infeliz come, bebe, ama, teme, también él tiene su dios y su antidios, también
él estirará la pata y se quedará tieso en la tierra, se lo comerán los gusanos…
¡Ay, el pobre! hermanos somos todos… ¡Alimento para los gusanos!
Nikos Kazantzakis. Zorba el
griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba). Traducción de Selma Ancira.
Acantilado.
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