1) Estamos en una época en la que confluyen un mundo en
extinción, el salvaje oeste, y otro que nace, el mundo moderno de la primera
guerra mundial, preludio de los locos años veinte, la gran depresión y la
segunda guerra mundial. Los tres hermanos Jewett sueñan con el viejo oeste que
retrata la única novela que poseen, Vida
y época del sanguinario Bill Bucket, imaginan forajidos de leyenda, grandes
hazañas y la libertad de los espacios abiertos, una manera de evadirse de su
realidad como aparceros en una tierra pobre y bajo la mano férrea y dictatorial
de su padre, un hombre que tuvo una revelación en un encuentro con un vagabundo
y busca las mayores penurias y el peor de los sufrimientos para alcanzar el
banquete especial que espera a aquellos que evitaron tentaciones y vivieron de
manera austera. Todo sea por la redención final, ese sueño del paraíso futuro
que hace del padre de los Jewett un
hombre difícil y extraño, alguien con un destino que alcanzar y capaz de
la mayor mortificación con tal de sentir que está más cerca de él.
1b) Los tiempos han cambiado, dicen los personajes de Peckinpah en Grupo salvaje. En un momento donde
quedan pocas carretas o caballos de tiro y aparecen los primeros aviones y se
moderniza el armamento de los ejércitos, los hermanos Jewett miran al pasado e imitan
a Bill Bucket y se convierten en atracadores de bancos a la usanza del salvaje
oeste. Los Jewett son tres quijotes fuera del tiempo: toman como referencia una
vieja novela y la consideran un relato veraz de la vida de los forajidos, y se
apartan del banquete celestial del que tanto les habló su padre y buscan algo
que cambie en sus vidas, Cane, el mayor,
quiere un nuevo lugar donde empezar de cero, Cob, mujeres y dinero, Chimney, el
hermano pequeño, comida y amistad. Tres muchachos que leen al anochecer las
aventuras del sanguinario Bill Bucket y creen en él y en su mundo desaparecido
creen, cada sentencia una forma de vivir, cada gesto algo que aprender. Y, ahí
está lo cómico, son capaces de atracar bancos sólo con las pistas que obtienen
de la lectura de las aventuras de Bucket.
2) Pero El banquete
celestial no se detiene únicamente en las correrías de los hermanos Jewett,
sus primeras víctimas y atracos, sus caras en los carteles de se busca, su intento por llegar a Canadá
e iniciar una nueva vida. Hay un granjero que busca a su hijo descarriado en un
campamento militar, hay un inspector de letrinas, corto de entendederas y con
un sexo descomunal, que conoce la intimidad de cada habitante de la ciudad, hay
un chulo que se instala con tres mujeres a las afueras de la ciudad y espera
hacerse de oro a costa de los soldados de instrucción, hay un vagabundo negro,
orgulloso de su bombín, que va de mujer en mujer y vive de ellas hasta que se
les acaba el dinero, hay un oficial que busca el amor de otros hombres en un
cuartucho encima de un teatro, hay una partida de hombres que rastrean a los
hermanos Jewett y crean una estela de violencia a su paso, hay infinidad de
personajes secundarios y mínimos, de apenas media página, con los que Donald
Ray Pollock crea un microcosmos parecido al de sus relatos de Knockemstiff: historias turbias y
violentas y seres desarraigados y perdidos que guardan sueños (de amor, de
lucha, de grandeza) que parecen inalcanzables.
2b) Esta abundancia de
personajes, con Pollock dando nombre a un centenar largo de ellos y
describiendo, a veces a trazos, a veces en detalle, su vida y milagros, hace
que la lectura sea repetitiva en algunos capítulos. Como en los relatos de Knockemstiff, Pollock mezcla humor,
crueldad, escatología y sordidez: gusanos que salen del interior de los
cadáveres, hombres que observan la mierda de sus conciudadanos, mujeres capaces
de la mayor perversión sexual, algunos hombres y mujeres andrajosos física y
moralmente.
3) La editorial habla de influencias en la novela de
Pollock: Faulkner, McCarthy, O´Connor, Peckinpah, Tarantino y los hermanos
Coen. Jugando a las comparaciones, yo me quedaría con los westerns de Peckinpah y Sergio Leone y las novelas extrañas y turbias
de Erskine Caldwell. Lo mejor de Pollock es que se siente cómodo en el fango,
es crudo y brutal y hace que algunos de sus personajes bordeen el abismo,
sabedores de su negro destino y que intenten sobrevivir en un mundo violento y
descarnado. Sólo la inocencia de alguno de ellos, que alberga el sueño de un
hogar más allá del banquete celestial, parece digna de ser salvaguardada.
3b) El banquete celestial no llega al nivel de los relatos de Knockemstiff, es una novela dispersa por
momentos y a la que le sobran algunas páginas (y personajes), pero aún así se
disfruta del mundo de Pollock con personajes en el extremo y un salvajismo
primitivo.
Antes de darse cuenta, Pearl
ya le estaba explicando al hombre lo sucedido con Lucille y el gusano y
contándole todos los infortunios que habían venido después. Le confesó que
incluso estaba empezando a preguntarse si acaso Dios existía, y en caso de que
si, por qué trataba a algunos tan mal mientras que a otros no les pedía nada de
nada. No tenía lógica. Era imposible que sus irrisorios pecados se
correspondieran con las tribulaciones que les había tocado pasar a su familia y
a él. Al terminar Pearl, el hombre se pasó mucho rato sentado acariciándose la
barba larga y apelmazada. Luego se echó un vistazo a los pies callosos. Se
inclinó hacia delante y empezó a tirarse con los dedos nudosos de una de las
uñas del dedo gordo del pie. Sin una sola mueca de dolor, se la arrancó y la
sostuvo para que Pearl la viera.
-No lo has entendido, amigo
-dijo el hombre-. La verdad es que has sido elegido. Dios te está dando la
oportunidad de resucitar mejor, igual que se la dio a tu señora. Sin participar
uno de la miseria del mundo, no puede haber redención. Ni tampoco habrá gracia.
Esto no debería sorprenderte si lo estudias bien. Mira lo que Él dejó que le
hicieran los judíos a Su propio hijo. La mayoría de nosotros lo tenemos
condenadamente fácil en comparación con el sufrimiento que tuvo lugar aquel
día. Pero esos que hoy en día llaman «predicadores»
no quieren contarle la verdad a la gente. El viejo Satanás los ha convencido de
que la salvación se puede obtener a cambio de casi nada. Caray, hay algunos que
hasta van por ahí con su ropa elegante diciendo que el Señor quiere que todos
seamos ricos. ¿Cómo duerme alguien así por las noches, contando esas mentiras,
usando a Dios para llenarse los bolsillos? Un puro sacrilegio, eso es lo que
es. Espera y verás, cuando llegue el Día del Juicio serán esos los que más
ardan. Es una lástima que sus rebaños vayan a terminar ardiendo junto con
ellos. No, si quieres la redención tienes que dar la bienvenida a todo el
sufrimiento que te llegue.
-¿De verdá cree usté eso?
-dijo Pearl, mirándole el dedo ensangrentado del pie y acordándose del sombrero
de piel de castor y de los guantes de gamuza que el reverendo Hornsby de la
iglesia de Hazelwood llevaba con un orgullo un poco excesivo.
-Amigo, usted y esos chavales
que tiene podrían ahogarme en ese río ahora mismo y sería lo mejor que me ha
pasado en la vida.
-No sé -dijo Pearl-. Entiendo
que dormir al raso y pasar hambre de vez en cuando le pueda hacer bien a uno,
pero, señor, es que nosotros nos estamos muriendo de hambre.
El ermitaño sonrió.
-Yo no he comido nada en una
semana más que unos cuantos renacuajos y las criaturas que me encuentro en la
barba. Y no quiero nada más.
-En ese caso -dijo Pearl-,
¿qué gano yo con la redención esa de la que me habla?
-Pues que un día podrás comer
en el banquete celestial –dijo el hombre-. Y entonces ya no escarbarás en busca
de migajas, te lo garantizo.
-¿El banquete celestial?
-repitió Pearl.
Nunca había oído hablar de
aquello, y se preguntó si tal vez habría estado dormitando la mañana de domingo
en que el reverendo Hornsby había predicado sobre el tema.
-Eso mismo -dijo el ermitaño,
tirando la uña al suelo-. Pero acuérdate, solamente se sentarán en él quienes
rehúyan las tentaciones de este mundo.
-¿Me está diciendo entonces
que los que lo pasan bien aquí abajo no llegan nunca a la Tierra Prometida?
-Lo tienen prácticamente
imposible, pienso yo. Demasiadas manchas en la ropa y demasiados deseos en el
corazón.
Pearl cogió un puñado de
tierra arenosa y dejó que se le escurriera entre los dedos. Era obvio que el
hombre era un pensador.
-Bueno, pues déjeme que le
pregunte una cosa -dijo-. ¿Qué pasa con este ruido que oigo en la cabeza? Daría
el resto de mi vida por una noche sin oírlo.
-Acércate -le dijo el hombre.
Pegó la oreja a la de Pearl y
contuvo la respiración. De lejos parecían dos amantes agotados mirando correr
las aguas. Una libélula de alas azules flotó un momento sobre sus cabezas
canosas y después salió disparada y se metió en una mata de espadañas marrones.
-Cielos -dijo el ermitaño,
después de pasar varios minutos escuchando el zumbido de dentro de la cabeza de
Pearl-. Parece que te estés preparando para parir una estrella ahí dentro.
-¿Cree usté que se marchará?
-Oh, ya lo creo -dijo el
hombre-. Es lo único bueno que tiene esta vida. Que nada dura mucho. -Luego
echó un vistazo al pájaro que estaba en el ciprés y cogió su vara-. Bueno, me
ha gustado hablar contigo, hermano, pero veo que mi pequeño amigo está listo
para marcharse. ¿Quién sabe? Quizá un día de estos nosotros también tendremos
alas.
Justo cuando se estaba
poniendo de pie, estalló un estrépito en el río y Cane gritó de alegría y tiró
un siluro enorme a la orilla. El hombre negó con la cabeza mientras lo veía dar
brincos en el barro.
-Más le vale decirles que lo
vuelvan a tirar al agua -le dijo a Pearl.
-No puedo hacer eso, señor. Es
su cena.
-Hazme caso -dijo el hombre-.
Si les dejas comerse ese bagre, pronto los chavales querrán tenerlo todo fácil.
Luego se metió en el río y
empezó a cruzarlo. En el punto más hondo, el agua le cubrió por encima del
pecho y de pronto la barba se le puso a flotar delante de la cara como si fuera
una boya. Una masa de insectos subió correteando a la parte alta del nido de
pelo de su cara para evitar ahogarse, y Pearl vio cómo el pájaro blanco bajaba
volando del árbol y se ponía a picotearlos uno a uno y a colocarlos en la
lengua extendida del ermitaño.
Nada más desaparecer el hombre
entre los árboles del otro lado, el crepitar de la cabeza de Pearl se detuvo
con un chisporroteo y no volvió nunca más. Por un breve instante Pearl quedó
sumido en un silencio total y profundo, y en ese momento glorioso empezó a ver
a Dios bajo una luz nueva. Si la vida iba a ser dura, por lo menos el ermitaño
le había dado una buena razón para ello, incluso una razón excelente. A partir
de aquel día Pearl pareció seguir deliberadamente el camino que prometía mayor
aflicción, y lo único que le causaba satisfacción era el peor de los resultados
posibles. Con la esperanza de repetir una vez más aquel momento perfecto, se
taponaba los oídos con aserrín, arcilla, tabaco de mascar, piedrecitas y
pedazos de madera, pero el mundo exterior siempre conseguía infiltrarse. Hasta
se planteó atravesarse los finos tímpanos con una espina, pero le preocupaba
que Dios pudiera ver aquel acto egoísta como la execración de un templo
sagrado. Despacio, después de incontables experimentos fallidos, por fin se dio
cuenta de que no volvería a conocer el gran silencio hasta el momento de bajar
a la tumba. Aquel momento en la orilla del río Foggy no había sido más que un
vislumbre de la paz eterna que le esperaba si no se apartaba del camino y no
flaqueaba.
-Seré redimido –no paraba de
repetirse a sí mismo.
Lo deseaba más que nada en el
mundo, más que la comida, más que la tierra, el amor o la vida misma.
Donald Ray Pollock. El banquete celestial. Traducción de Javier Calvo.
Random House Mondadori.
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