Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 15 de mayo de 2017

tres apuntes sobre El banquete celestial. Donald Ray Pollock

1) Estamos en una época en la que confluyen un mundo en extinción, el salvaje oeste, y otro que nace, el mundo moderno de la primera guerra mundial, preludio de los locos años veinte, la gran depresión y la segunda guerra mundial. Los tres hermanos Jewett sueñan con el viejo oeste que retrata la única novela que poseen, Vida y época del sanguinario Bill Bucket, imaginan forajidos de leyenda, grandes hazañas y la libertad de los espacios abiertos, una manera de evadirse de su realidad como aparceros en una tierra pobre y bajo la mano férrea y dictatorial de su padre, un hombre que tuvo una revelación en un encuentro con un vagabundo y busca las mayores penurias y el peor de los sufrimientos para alcanzar el banquete especial que espera a aquellos que evitaron tentaciones y vivieron de manera austera. Todo sea por la redención final, ese sueño del paraíso futuro que hace del padre de los Jewett un  hombre difícil y extraño, alguien con un destino que alcanzar y capaz de la mayor mortificación con tal de sentir que está más cerca de él.


1b) Los tiempos han cambiado, dicen los personajes de Peckinpah en Grupo salvaje. En un momento donde quedan pocas carretas o caballos de tiro y aparecen los primeros aviones y se moderniza el armamento de los ejércitos, los hermanos Jewett miran al pasado e imitan a Bill Bucket y se convierten en atracadores de bancos a la usanza del salvaje oeste. Los Jewett son tres quijotes fuera del tiempo: toman como referencia una vieja novela y la consideran un relato veraz de la vida de los forajidos, y se apartan del banquete celestial del que tanto les habló su padre y buscan algo que cambie en sus vidas,  Cane, el mayor, quiere un nuevo lugar donde empezar de cero, Cob, mujeres y dinero, Chimney, el hermano pequeño, comida y amistad. Tres muchachos que leen al anochecer las aventuras del sanguinario Bill Bucket y creen en él y en su mundo desaparecido creen, cada sentencia una forma de vivir, cada gesto algo que aprender. Y, ahí está lo cómico, son capaces de atracar bancos sólo con las pistas que obtienen de la lectura de las aventuras de Bucket.


2) Pero El banquete celestial no se detiene únicamente en las correrías de los hermanos Jewett, sus primeras víctimas y atracos, sus caras en los carteles de se busca, su intento por llegar a Canadá e iniciar una nueva vida. Hay un granjero que busca a su hijo descarriado en un campamento militar, hay un inspector de letrinas, corto de entendederas y con un sexo descomunal, que conoce la intimidad de cada habitante de la ciudad, hay un chulo que se instala con tres mujeres a las afueras de la ciudad y espera hacerse de oro a costa de los soldados de instrucción, hay un vagabundo negro, orgulloso de su bombín, que va de mujer en mujer y vive de ellas hasta que se les acaba el dinero, hay un oficial que busca el amor de otros hombres en un cuartucho encima de un teatro, hay una partida de hombres que rastrean a los hermanos Jewett y crean una estela de violencia a su paso, hay infinidad de personajes secundarios y mínimos, de apenas media página, con los que Donald Ray Pollock crea un microcosmos parecido al de sus relatos de Knockemstiff: historias turbias y violentas y seres desarraigados y perdidos que guardan sueños (de amor, de lucha, de grandeza) que parecen inalcanzables.


2b) Esta abundancia de personajes, con Pollock dando nombre a un centenar largo de ellos y describiendo, a veces a trazos, a veces en detalle, su vida y milagros, hace que la lectura sea repetitiva en algunos capítulos. Como en los relatos de Knockemstiff, Pollock mezcla humor, crueldad, escatología y sordidez: gusanos que salen del interior de los cadáveres, hombres que observan la mierda de sus conciudadanos, mujeres capaces de la mayor perversión sexual, algunos hombres y mujeres andrajosos física y moralmente.


3) La editorial habla de influencias en la novela de Pollock: Faulkner, McCarthy, O´Connor, Peckinpah, Tarantino y los hermanos Coen. Jugando a las comparaciones, yo me quedaría con los westerns de Peckinpah y Sergio Leone y las novelas extrañas y turbias de Erskine Caldwell. Lo mejor de Pollock es que se siente cómodo en el fango, es crudo y brutal y hace que algunos de sus personajes bordeen el abismo, sabedores de su negro destino y que intenten sobrevivir en un mundo violento y descarnado. Sólo la inocencia de alguno de ellos, que alberga el sueño de un hogar más allá del banquete celestial, parece digna de ser salvaguardada.


3b) El banquete celestial no llega al nivel de los relatos de Knockemstiff, es una novela dispersa por momentos y a la que le sobran algunas páginas (y personajes), pero aún así se disfruta del mundo de Pollock con personajes en el extremo y un salvajismo primitivo.








Antes de darse cuenta, Pearl ya le estaba explicando al hombre lo sucedido con Lucille y el gusano y contándole todos los infortunios que habían venido después. Le confesó que incluso estaba empezando a preguntarse si acaso Dios existía, y en caso de que si, por qué trataba a algunos tan mal mientras que a otros no les pedía nada de nada. No tenía lógica. Era imposible que sus irrisorios pecados se correspondieran con las tribulaciones que les había tocado pasar a su familia y a él. Al terminar Pearl, el hombre se pasó mucho rato sentado acariciándose la barba larga y apelmazada. Luego se echó un vistazo a los pies callosos. Se inclinó hacia delante y empezó a tirarse con los dedos nudosos de una de las uñas del dedo gordo del pie. Sin una sola mueca de dolor, se la arrancó y la sostuvo para que Pearl la viera.
-No lo has entendido, amigo -dijo el hombre-. La verdad es que has sido elegido. Dios te está dando la oportunidad de resucitar mejor, igual que se la dio a tu señora. Sin participar uno de la miseria del mundo, no puede haber redención. Ni tampoco habrá gracia. Esto no debería sorprenderte si lo estudias bien. Mira lo que Él dejó que le hicieran los judíos a Su propio hijo. La mayoría de nosotros lo tenemos condenadamente fácil en comparación con el sufrimiento que tuvo lugar aquel día. Pero esos que hoy en día llaman «predicadores» no quieren contarle la verdad a la gente. El viejo Satanás los ha convencido de que la salvación se puede obtener a cambio de casi nada. Caray, hay algunos que hasta van por ahí con su ropa elegante diciendo que el Señor quiere que todos seamos ricos. ¿Cómo duerme alguien así por las noches, contando esas mentiras, usando a Dios para llenarse los bolsillos? Un puro sacrilegio, eso es lo que es. Espera y verás, cuando llegue el Día del Juicio serán esos los que más ardan. Es una lástima que sus rebaños vayan a terminar ardiendo junto con ellos. No, si quieres la redención tienes que dar la bienvenida a todo el sufrimiento que te llegue.
-¿De verdá cree usté eso? -dijo Pearl, mirándole el dedo ensangrentado del pie y acordándose del sombrero de piel de castor y de los guantes de gamuza que el reverendo Hornsby de la iglesia de Hazelwood llevaba con un orgullo un poco excesivo.
-Amigo, usted y esos chavales que tiene podrían ahogarme en ese río ahora mismo y sería lo mejor que me ha pasado en la vida.
-No sé -dijo Pearl-. Entiendo que dormir al raso y pasar hambre de vez en cuando le pueda hacer bien a uno, pero, señor, es que nosotros nos estamos muriendo de hambre.
El ermitaño sonrió.
-Yo no he comido nada en una semana más que unos cuantos renacuajos y las criaturas que me encuentro en la barba. Y no quiero nada más.
-En ese caso -dijo Pearl-, ¿qué gano yo con la redención esa de la que me habla?
-Pues que un día podrás comer en el banquete celestial –dijo el hombre-. Y entonces ya no escarbarás en busca de migajas, te lo garantizo.
-¿El banquete celestial? -repitió Pearl.
Nunca había oído hablar de aquello, y se preguntó si tal vez habría estado dormitando la mañana de domingo en que el reverendo Hornsby había predicado sobre el tema.
-Eso mismo -dijo el ermitaño, tirando la uña al suelo-. Pero acuérdate, solamente se sentarán en él quienes rehúyan las tentaciones de este mundo.
-¿Me está diciendo entonces que los que lo pasan bien aquí abajo no llegan nunca a la Tierra Prometida?
-Lo tienen prácticamente imposible, pienso yo. Demasiadas manchas en la ropa y demasiados deseos en el corazón.
Pearl cogió un puñado de tierra arenosa y dejó que se le escurriera entre los dedos. Era obvio que el hombre era un pensador.
-Bueno, pues déjeme que le pregunte una cosa -dijo-. ¿Qué pasa con este ruido que oigo en la cabeza? Daría el resto de mi vida por una noche sin oírlo.
-Acércate -le dijo el hombre.
Pegó la oreja a la de Pearl y contuvo la respiración. De lejos parecían dos amantes agotados mirando correr las aguas. Una libélula de alas azules flotó un momento sobre sus cabezas canosas y después salió disparada y se metió en una mata de espadañas marrones.
-Cielos -dijo el ermitaño, después de pasar varios minutos escuchando el zumbido de dentro de la cabeza de Pearl-. Parece que te estés preparando para parir una estrella ahí dentro.
-¿Cree usté que se marchará?
-Oh, ya lo creo -dijo el hombre-. Es lo único bueno que tiene esta vida. Que nada dura mucho. -Luego echó un vistazo al pájaro que estaba en el ciprés y cogió su vara-. Bueno, me ha gustado hablar contigo, hermano, pero veo que mi pequeño amigo está listo para marcharse. ¿Quién sabe? Quizá un día de estos nosotros también tendremos alas.
Justo cuando se estaba poniendo de pie, estalló un estrépito en el río y Cane gritó de alegría y tiró un siluro enorme a la orilla. El hombre negó con la cabeza mientras lo veía dar brincos en el barro.
-Más le vale decirles que lo vuelvan a tirar al agua -le dijo a Pearl.
-No puedo hacer eso, señor. Es su cena.
-Hazme caso -dijo el hombre-. Si les dejas comerse ese bagre, pronto los chavales querrán tenerlo todo fácil.
Luego se metió en el río y empezó a cruzarlo. En el punto más hondo, el agua le cubrió por encima del pecho y de pronto la barba se le puso a flotar delante de la cara como si fuera una boya. Una masa de insectos subió correteando a la parte alta del nido de pelo de su cara para evitar ahogarse, y Pearl vio cómo el pájaro blanco bajaba volando del árbol y se ponía a picotearlos uno a uno y a colocarlos en la lengua extendida del ermitaño.
Nada más desaparecer el hombre entre los árboles del otro lado, el crepitar de la cabeza de Pearl se detuvo con un chisporroteo y no volvió nunca más. Por un breve instante Pearl quedó sumido en un silencio total y profundo, y en ese momento glorioso empezó a ver a Dios bajo una luz nueva. Si la vida iba a ser dura, por lo menos el ermitaño le había dado una buena razón para ello, incluso una razón excelente. A partir de aquel día Pearl pareció seguir deliberadamente el camino que prometía mayor aflicción, y lo único que le causaba satisfacción era el peor de los resultados posibles. Con la esperanza de repetir una vez más aquel momento perfecto, se taponaba los oídos con aserrín, arcilla, tabaco de mascar, piedrecitas y pedazos de madera, pero el mundo exterior siempre conseguía infiltrarse. Hasta se planteó atravesarse los finos tímpanos con una espina, pero le preocupaba que Dios pudiera ver aquel acto egoísta como la execración de un templo sagrado. Despacio, después de incontables experimentos fallidos, por fin se dio cuenta de que no volvería a conocer el gran silencio hasta el momento de bajar a la tumba. Aquel momento en la orilla del río Foggy no había sido más que un vislumbre de la paz eterna que le esperaba si no se apartaba del camino y no flaqueaba.
-Seré redimido –no paraba de repetirse a sí mismo.
Lo deseaba más que nada en el mundo, más que la comida, más que la tierra, el amor o la vida misma.
Donald Ray Pollock. El banquete celestial. Traducción de Javier Calvo. Random House Mondadori.

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