Puesto que estoy en la orilla del mar puedo aprender del
mar. Nadie puede exigirle al mar que sostenga todos los navíos, o al viento que
hinche constantemente todas las velas. De igual modo nadie puede exigirme que
mi vida consista en ser prisionero de ciertas funciones. ¡No el deber ante
todo, sino la vida ante todo! Igual que los demás hombres debo tener derecho a
unos instantes durante los cuales pueda dar un paso al lado y sentir que no soy
únicamente parte de esta masa a la que llaman población, sino una unidad
autónoma.
Solamente en este instante puedo ser libre ante los hechos
de la vida que antes causaron mi desesperación. Puedo confesar que el mar y el
viento me sobrevivirán y que la eternidad no se preocupa de mí. ¿Pero quién me
pide preocuparme de la eternidad? Mi vida es corta sólo si la emplazo en el
cepo del tiempo. Las posibilidades de mi vida son limitadas sólo si cuento el
número de palabras o de libros que tendré tiempo de escribir antes de morir.
¿Pero quién me pide contar? El tiempo es una falsa unidad de medida para medir
la vida. El tiempo, en el fondo, es una unidad de medida sin valor ya que sólo
alcanza las obras avanzadas de mi vida.
Pero todo lo importante que me ocurre y que da a mi vida un
maravilloso contenido: el encuentro con una persona amada, una caricia, la
ayuda en la necesidad, el espectáculo de un claro de luna, un paseo a vela por
el mar, la alegría que se siente por un hijo, el estremecimiento ante la
belleza, todo esto ocurre completamente fuera del tiempo. Da lo mismo que
encuentre la belleza en el espacio de un segundo o de cien años. La dicha no
solamente se sitúa al margen del tiempo sino que niega toda relación entre la
vida y el tiempo.
Descargo pues de mis hombros el fardo del tiempo y, al mismo
tiempo, la exigencia de sacar buenos resultados. Mi vida no es algo que deba
ser medido. Ni el salto del ciervo ni la salida del sol son buenos resultados
conseguidos en una prueba. Tampoco una vida humana es la superación de una
prueba, sino algo que crece hacia la perfección. Y lo que es perfecto no
realiza pruebas con buenos resultados, lo que es perfecto obra en estado de
reposo. Es absurdo pretender que el mar está hecho para sostener armadas y
delfines. Ciertamente lo hace, pero conservando su libertad. Del mismo modo es
absurdo pretender que el ser humano esté hecho para otra cosa que para vivir.
Ciertamente aprovisiona máquinas y escribe libros, y también podría hacer otras
cosas. Lo importante es que, haga lo que haga, lo hace conservando su libertad
y con la plena conciencia de ser, como cualquier otro detalle de la creación,
un fin en sí. Reposa en sí mismo como una piedra en la arena.
Stig Dagerman. Nuestra
necesidad de consuelo es insaciable… Traducción de José Mª Caba. Pepitas de
calabaza editorial.
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