Hay un momento especialmente
triste en Cartero. Hank se reencuentra con una antigua amante años
después de su separación. Ambos han envejecido mal, han pasado por otras
relaciones, han visto su vida degradada y rota, sienten que han perdido algo, una
oportunidad, un impulso, los días vividos, se acumulan las derrotas y las
frustraciones, ella más vieja, lenta y alcohólica, él, borracho y superviviente.
Es ahí, en este tipo de escenas protagonizadas por la derrota, la tristeza y la
lucha, donde me atrapa Bukowski y me habla de la vida como un cómbate de boxeo
y sobrevivir en el filo de la navaja.
Bebimos un poco más y luego nos fuimos a la cama, pero no fue lo mismo, nunca lo es. Habla un espacio entre nosotros, habían ocurrido cosas. La observé mientras se iba al baño, vi las arrugas y pliegues bajo sus nalgas. Pobre cosa. Pobre pobre cosa. Joyce había sido firme y dura, agarrabas un pedazo de su cuerpo y era cosa fina. Ahora ya no estaba tan bien. Era triste, era triste, era triste. Cuando Betty salió, no cantamos ni reímos, ni siquiera hablamos. Nos sentamos a beber en la oscuridad, fumando cigarrillos, y cuando nos fuimos a dormir, yo no puse los pies sobre el cuerpo o ella los suyos sobre el mío como solíamos hacer. Dormimos sin tocarnos.Algo nos habían robado a los dos.
Cartero fue la primera novela
de Bukowski, sus días en el servicio postal estadounidense, las rutas y las
normas, los diferentes estratos dentro del servicio, los compañeros y el sexo
ocasional, el dolor del cuerpo y los días que se van en trabajar y dormir, la
estupidez gregaria y los pequeños atisbos de libertad en las mujeres, los
hipódromos. En Cartero, Bukowski no incide tanto en los cambios de trabajo o de
mujeres como en sus posteriores Factotum y Mujeres, no se centra en juegos de
cama y una ristra de polvos salvajes donde lo que menos importa es el nombre de
la amante. Cartero es la lucha de un hombre por salirse del sistema, por no
dejarse atrapar, por preferir el hambre a la sumisión. Bukowski dispara contra
las normas absurdas.
Hay un puñado de buenas
escenas en Cartero, mujeres que acaban en moteles de ínfima clase, pueblerinas
soñadoras que creen en las palabras de amor de un desconocido, carteros pasados
de vueltas y las amonestaciones de supervisores dictatoriales, los días en el
hipódromo en una extraña calma, los cambios de casa, de la ciudad a un pequeño
pueblo y de vuelta a un apartamento y la imposibilidad de una rutina y una vida
en común, el nacimiento de la hija de Hank y el cuerpo de la mujer como único motivo
para perder la razón.
Bukowski es escritura rápida y
directa, es definir una escena y unos personajes con el menor número de
palabras posibles, es la burla sobre el sistema establecido, es la lucha por
salir adelante, por no sucumbir a normas ajenas, es la picaresca en el siglo XX
y la búsqueda (a veces compulsiva) del placer, es obscenidad y ternura. También
es tristeza, ser testigo de otras derrotas y muertes, de sueños truncados, de
ver la vida como una repetición extraña y asfixiante.
Un día estaba en el bar, en el
intermedio entre dos carreras, y vi a esta mujer. Dios o quien sea no para de
crear mujeres y de lanzarlas al mundo, y el culo de ésta es demasiado grande y
las tetas de esta otra son demasiado pequeñas, y esta otra está chiflada y
aquélla es una histérica, y aquella otra es una fanática religiosa y ésa de más
allá lee hojas de té, y ésta no puede controlar sus pedos, y la otra tiene una
narizota, y ésta tiene piernas como palillos...
Pero de vez en cuando surge
una mujer toda en sazón, una mujer que estalla fuera de sus ropas... una
criatura sexual, una maldición, el acabóse. Miré y allí estaba, en el fondo del
bar. Estaba bastante bebida y el camarero no le quería servir más y ella empezó
a organizar un escándalo y llamaron a uno de los policías del hipódromo. El
policía la cogió del brazo llevándosela para fuera y ella no paraba de
discutir.
Charles Bukowski. Cartero. Traducción
de Jorge Berlanga. Editorial Anagrama.
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