De modo que la teoría dice que
el universo se expandió exponencialmente desde un punto, un punto singular
espacio/tiempo, una cosa/momento, un suceso original y particular o azar cuántico
fundamental, hasta el extremo de que la palabra explosión es inadecuada, aunque la teoría se conozca como Big Bang o
Gran Explosión. Lo que se supone que hemos de tener presente, y no olvidar, es
que el universo no estalló dentro de un espacio preexistente y disponible, fue
el espacio lo que estalló, llevándoselo todo en un inmenso florecimiento
expansivo, un silencioso destello que en un segundo o dos dio nacimiento a todo
el impetuoso universo de gas y materia y luz-oscuridad, un plof cósmico de la nada que se convirtió en el volumen y la cronología
del espacio-tiempo. ¿Entendido?
Y desde entonces la historia universal
ha sido una especie de evolución desde la materia estelar, el polvo elemental,
las nebulosas, ardientes, brillantes, pulsátiles, todo alejándose de todo lo demás
durante los últimos quince mil millones de años.
¿Y qué significa que la
singularidad original, o la originalidad singular, que incluía en su existencia
submicroscópica todo el espacio, todo el tiempo, que de manera repentina y
voluminosa y monumental iba a surgir en conceptos que podemos comprender, o
aprender... qué significa decir que... el universo no nació en un estallido a
través del espacio, sino que el espacio, que es en sí mismo una propiedad del
universo, es lo que explotó con todo en su interior? ¿Qué significa decir que
el espacio es lo que se expandió, se extendió, floreció? ¿Para formar qué?
Incluso ahora, el universo que expande sus galaxias de soles ardientes,
estrellas que mueren, monumentos metálicos de piedra, nubes de polvo cósmico,
debe de estar llenando... algo. Si se expande, tiene perímetros que en la
actualidad sobrepasan nuestra capacidad de medición. ¿Qué aspecto tienen las
cosas en este instante en el confín del universo? ¿Qué hay justo al otro lado
de ese confín paramétrico que todo lo anega antes de quedar anegado? ¿Qué es lo
que va a ser invadido, llenado, iluminado, activado? ¿O acaso no hay confín,
frontera, sino una serie infinita de universos que se expanden uno dentro del
otro, todos al mismo tiempo? De modo que la materia en expansión se expande
fútilmente dentro de sí misma, una materia oscura en infinita circunvolución de
aterradora e insensata infinitud, sin propiedades, sin volumen, sin energías elementales
transformadoras de luz o fuerza o cuantos pulsátiles, todo ello invenciones de
nuestra propia conciencia; y nuestra conciencia, que carece de volumen y
cualidad física, es un proyecto tan definitivamente absurdo, frío e inhumano
como el universo de nuestra ilusión.
Me gustaría encontrar a un astrónomo
con quien hablar. Pienso en cómo la gente se anestesiaba para sobrevivir a los
campos de concentración. ¿Se insensibilizan también los astrónomos ante el
universo estrellado? Lo que quiero decir es: ¿ven el universo como un trabajo?
(No lo digo para exonerar a los demás, a quienes se nos ofrecen esas angustiosas
insinuaciones de la vastedad del universo y seguimos con nuestras vidas como si
eso no fuera más que una exposición del Museo de Historia Natural.) ¿Entiende
el astrónomo corriente y moliente que hace su trabajo que más allá de los
fenómenos celestiales que constituyen su estudio —los cálculos de su radiometría,
por no hablar del obligado respeto reverencial de su vida profesional— reside
una verdad inmensamente aterradora —el definitivo contexto de nuestra lucha, la
conclusión de nuestros intelectos históricos tan desagradables de contemplar—
que incluso aunque uno se vuelva hacia Dios no puede mitigar la desdicha de tan
profunda, desastrosa, desesperanzada infinitud? Ésta es mi pregunta. De hecho,
si Dios tiene algo que ver en este asunto, en estos hechos elementales, en
estos aparentes conceptos, es tan temible que se halla más allá de cualquier
súplica humana de solaz, o consuelo, o de la redención que nos procuraría
compartir Su secreto.
E. L. Doctorow.
La ciudad de
Dios. Traducción de Damián Alou. Quinteto. El Aleph
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