Hace días que busco entre las fotografías de hace veinte años un rastro de mis padres. Son fotos que hizo mi hermana mayor en los primeros años de o. En la mayoría veo a mi sobrino de bebé o niño en la playa, de vacaciones, disfrazado en carnaval, en su cumpleaños o jugando. A veces aparezco, más gordo, más delgado, con perilla, barba, afeitado, pelo largo, pelo rasurado, gafas pequeñas, gafas de pasta, sin apenas canas, con el pelo blanco. En algunas no recuerdo el día de esa fotografía. Mis padres son esquivos. Mi padre guardaba un centenar de fotos de su juventud en Galicia, fotografías que sólo podían tomarse en días de fiesta y romería. Mi madre apenas tiene una acompañada de las costureras de la Ribeira. Crecí con las cámaras de carrete, veinticuatro o treinta y seis oportunidades de capturar un instante de una celebración o un verano entero. Éramos morosos con la cámara. O no había ese gesto nervioso de aprehender la realidad —recuerdo leer en el instituto que algunos filósofos griegos estaban en contra de la escritura porque alentaba el olvido. La posibilidad de tener cientos de fotos de cada día, da igual su importancia, creo que hace que se atrofie el sentido de recuerdo y de relato—. Hay pocas fotos de mis padres, muy pocas, apenas una docena en esa colección de mi hermana, pero cada ocasión de verlos en un pasado donde aún jóvenes, con su nieto en brazos, y sin temblores ni lentitudes ni miedos hace que sonría y me sienta vulnerable al mismo tiempo.
Los lunes de Anay. Nevermore…
"una especie de corazón morado,
un talismán,
una estrella amarilla"
ANNE SEXTON
LA CASA DE MI INFANCIA
Fui feliz en aquella casa llena de flores
y de libros prohibidos. La casa en que tú eras
Ginebra en nuestros juegos, y yo era el rey Arturo
(no había un Lanzarote que echara a perder todo).
La casa donde fuiste doncella de mis ansias,
dueña de mis suspiros, muralla de mi pecho,
cofre de mi tesoro, brindis de mis soldados.
La casa que tenía un arcón misterioso
que guardaba el secreto de la sabiduría
y del amor eterno, la droga de la fe,
la copa del olvido y el cáliz del coraje.
La casa en que una tarde de sueños compartidos,
mientras se soleaba la ropa en la terraza,
te nombré soberana de un reino en que la noche
no existía y la muerte no dictaba sus leyes.
LUIS ALBERTO DE CUENCA
Feliz lunes.
Un beso,
Anay
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