Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 8 de abril de 2024

Los lunes de Anay. Piruletas...

Hoy llueve y hace viento y el cielo gris cruza rápido sobre los montes. Es otra forma de primavera donde la lluvia acrecienta el color de los nuevos brotes. 

Ayer me acerqué al mercado dominical de libros y coleccionismo. Me detuve en las postales y fotografías antiguas con antiguos mensajes de amor y recuerdos entre amantes o familiares, postales que consiguen, por un instante, que esos hombres y mujeres en un difuso blanco y negro y con poses estudiadas parezcan estrellas que nunca mueren. Mi madre guarda las fotos que mi padre le enviaba. Apenas ocupan la palma de mi mano, más sellos que fotografías, primeros planos de mi padre con la mitad de años que tengo hoy yo —la firmeza de su mandíbula y su mirada, el pelo algo alborotado, la camisa blanca bajo la americana negra, el mundo que dejó de existir con su muerte estancado en esas fotografías—. Y detrás palabras de amor y añoranza y corazón roto con su letra grande de muchacho que apenas fue a la escuela. Se desvanece lo corpóreo, creo, lo tangible, aquello que podemos acoger en nuestras manos, cartas, fotografías, postales

Hay un puesto, en el mercado de libros, que me gusta por la excentricidad de su librero. Un poco mayor que yo, canoso, con coleta y barba, es un hombre hablador y ocurrente. Estábamos tres lectores habituales, en una de las esquinas del puesto, y el librero hablaba de cómo aprendió a no ordenar sus libros por nuestra culpa. Cuando empezó, hace años, quería seguir un orden, a veces alfabético, a veces por temática, algo que nos hiciera fácil la búsqueda. Pero desistió. Los lectores sois unos cabrones, nos decía, buscáis y removéis entre las cajas y me hacéis creer que tengo libros atléticos capaces de saltar de una caja a otra. Hemos creado una librería-duna, y junto a una biografía de Churchill te encuentras con novelas de Rosamunde Pilcher, libros sobre la Antártida o poemarios de Derek Walcott. Encuentro cosas interesantes en su puesto, esta vez una trilogía de Danilo Kiš, El palacio de los sueños de Kadaré, los relatos de viajes por su India natal de Ruskin Bond y el propio Walcott. Le gusta recordar una anécdota de José Luis Cuerda cuando nuestra conversación intenta un arreglo perdurable del mundo. Cuerda, nos dice, se reunía con sus amigos. Había embutidos, queso, vino en la mesa. Arreglaban el mundo mientras duraban las raciones. Luego se despedían. Y es aquí donde viene su parte favorita. Nos dice, el librero, que Cuerda se sorprendía cómo, en ese rápido intervalo entre recoger la mesa y abrir la puerta, el mundo volvía a estar descompuesto. Y se ríe. Porque hacemos lo mismo, nos dice. Ahora podríamos ir al siguiente puesto, a un metro de distancia, y el mundo volvería a estar roto. 


Los lunes de Anay. Piruletas…


Miro el jardín y digo: "¡Primavera!"

                                                    CONCHA LAGOS


LEVEDAD

La muchacha
entona una canción elemental, insípida,
mientras va y viene por la casa.
Lleva un traje de flores
ordinario e insulso como los días lunes.
No es tonta,
pero nadie podría decir qué inteligente,
y menos aún qué gracia tiene.
Difícilmente podría recitar las capitales,
jamás
los elementos químicos
ni hablarnos de Beethoven o sor Juana.
La muchacha
llana y vulgar, se pinta ahora las uñas
tarareando su sonsa cantinela.
Su alegría de feria,
rutilante y hermosa en su simpleza,
cae sobre mis manos
escépticas y apáticas
comO un globo de helio que ha equivocado el rumbo.

                                                                          PIEDAD BONNET




Feliz lunes.

Un beso,

Anay.

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