Nellie, la narradora de Mi enemigo mortal, tiene quince años cuando conoce a Myra Driscoll.
Nellie ve en Myra diferentes mujeres, la muchacha que eligió el amor sobre una
herencia, que se marchó a la gran ciudad y consiguió hacerse un hueco en ella,
su ausencia del pueblo que eleva su figura a mito, una mujer que camina entre
el aura de una leyenda y una realidad incómoda y terrenal. Nellie viaja a Nueva
York y es testigo de la vida de Myra, sus relaciones con artistas y la alta
sociedad, su apartamento en el centro, la relación con su esposo, de aquella
aventura donde se casaron por lo civil a cierta amargura por la posición social
del matrimonio, sus ansias de medrar, de ocupar un puesto mayor y mejor. Nellie
descubre las grietas en la vida de Myra, sus diferentes máscaras, algo
invisible que produce atracción y rechazo al mismo tiempo.
El reencuentro de Nellie con el matrimonio se produce
diez años después en un hotelucho junto
al Pacífico. El oeste como un nuevo edén, pero, dentro de esa tierra, la
rapidez y endeblez de las construcciones (de los sueños). Myra y su marido
Oswald ocupan una pequeña habitación, tienen deudas con la dirección, ella está
enferma, él con un empleo mal pagado. Nellie habla con Oswald y se pregunta por
sus facciones de hombre de acción encerradas entre cuatro paredes y en una vida
que ha pasado con tristeza, ve en Myra huellas de su pasado y, sobre todo, la
amargura de su caída, la soledad y la pobreza después de su vida en la gran
ciudad, una mujer que ambicionó una gran vida y que no supo conseguirla, y en
el camino, la pérdida de la pureza y el amor.
En apenas ciento veinte páginas, Willa Cather retrata el
desencanto de una mujer que soñó con una vida materialista y bohemia, que fue,
desde su huida, una leyenda en su pueblo y que intentó vivir con esa imagen, la
mujer misteriosa y aventurera, la mujer que consigue todos sus caprichos, que
se relaciona con grandes artistas y la alta sociedad y vive en el centro de
mundo. Cather da la voz de narradora a Nellie, una mujer que recuerda sus
encuentros con Myra y la ve con distancia, primero una muchacha de quince años
que asiste sorprendida al primer encuentro con Myra, que viaja a la gran ciudad
y siente que algo no encaja. Esa voz externa que habla de Myra hace que la
descubramos a la par que Nellie, que veamos las diferentes capas, que la
observemos con distancia y asistamos a su egoísmo y desencanto. Nellie ve en
Myra un alguien insatisfecho que ha perdido sus sueños.
El reencuentro es una sacudida y un despertar. Nellie
asiste a la toma de conciencia de Myra sobre el devenir de su vida, sobre sus
últimos años. Cather apenas explica ese paréntesis de diez años, queda la
imagen de la mujer en silla de ruedas, una tarde ante el Pacífico y la idea de
que, si viese amanecer sobre las aguas, conseguiría la redención y el perdón.
Nellie como narradora es testigo de los sueños rotos de los personajes, Myra
que dejó su casa por amor y que aquel gesto único, elevado, cambia con los
años, desaparece su grandeza. Oswald, cuyo físico puede recordar al de un
hombre de acción y parece que su vida, sus sueños, están al margen. La propia
Nellie, buscando su sitio sueño y que vive sola en una habitación de hotel.
Personajes que son consumidos por el tiempo, por sus propios sueños, por el
desencanto.
Y el amor. El amor como algo que puede salvar a los
personajes pero que los encierra o los hace derivar en un rumbo impensado, el
amor que se hace inseparable del odio, de la lucha entre dos contrincantes, la
reflexión sobre nuestras decisiones y cómo nos afectan, ver el pasado con los
ojos del presente (la distorsión que ello supone) y preguntarse por la
responsabilidad de nuestras decisiones, si es lícito culpar al otro por el
desgaste de los sueños y las promesas (y con esa desgaste, la desilusión, el
odio y la lucha). El amor pasa de leyenda o destrucción.
Las personas pueden ser amantes y enemigas al mismo tiempo, ¿comprendes? Éramos… un hombre y una mujer separados tras un largo abrazo, y fíjate en lo que nos hemos hecho el uno al otro. Quizá no pueda perdonarle por el daño que le he causado. Quizá sea eso. Cuando hay hijos, ese sentimiento experimenta cambios naturales. Pero cuando continúa siendo tan personal… algo se rompe dentro de uno. Con la edad lo perdemos todo, incluso la capacidad de amar.
Narrada con sencillez y profundidad, Mi enemigo mortal es una corta, concisa y buena novela de Willa
Cather.
Mientras le contaba todos los chismes divertidos sobre mi
familia que me venían a la cabeza, ella permaneció inmóvil en su silla de
inválida, pero poderosa aún en su brillante envoltura. Parecía fuerte y
destrozada, generosa y titánica, una vieja sagaz y malévola que detestaba la
vida por sus derrotas y las amaba por sus absurdos. Recordé su risa airada y el
modo que tenía de recibir siempre una sorpresa o una mala noticia con aquella
risa seca y exultante, que parecía decir: «¡Ajá, tengo una prueba más, una más, contra la abominable
injusticia que Dios permite en este
mundo!»
Willa Cather. Mi
enemigo mortal. Traducción de Gema Moral Bartolomé. Alba editorial.
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