Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

jueves, 9 de noviembre de 2023

Diario de un peón. Thierry Metz


Estoy sentado junto al ventanal triple de nuestra cocina abierta. Ahí fuera, el cielo inseguro y la luz del atardecer. Me siento cansado, con la espalda dolorida y las piernas cargadas y sólo puedo admirarme del afán de Metz por encontrar un hueco en su cansancio para escribir sobre sus días de peón —donde escribir significa tamizar las palabras hasta alcanzar una escritura desnuda, lenta y despojada en la que plasmar el instante como infinito y silencio, las manos encendidas y la vida provisional, las palabras como pájaros y los pájaros como rumor, las miradas abismadas en la tierra, el ser sed y simiente, los momentos de quietud y soledad en domingo bajo un tilo, fuera de la obra, la pregunta sobre si es preciso que el lenguaje se aísle de las cosas para poder hablar de ellas—.

*
Sólo quedan los muros exteriores y algunos cimientos de una antigua fábrica de zapatos. El interior, destruido. Y es en la transformación de las ruinas de un solar abandonado en pisos de lujos donde comienza este diario. Mis gestos sólo apuntan a la tierra, dice Metz en una de sus primeras entradas. Cavar, sacar tierra, los escombros y la lentitud, estar en lo provisional, buscar la simiente y el instante para recrearlos en estas páginas con la palabra justa, con la escritura desnuda y urgente, con el sonido de pájaros en las hojas. Un peón que crea, a partir de un vacío y un abandono, pisos y un poema: sus manos trituradas cavan y escriben —y ambos gestos hablan de lo efímero y lo imperecedero, de la repetición y el instante—.

Una pala, una piqueta. El peón ha de buscar con ambos, ir de un sitio a otro, perderse…
Un principiante: eso es lo que es. Su memoria no es sino un reguero de agua, un manantial que desconoce el río.
Sus movimientos son sencillos: los de un pájaro. Sube, baja, recoge ramascos, paja, cortezas. Cualquier cosa que se le presente.
Para delimitar el territorio que se extiende alrededor de su nombre, ha de trazar un círculo con lo que le dan: tierra, escombros, piedras, órdenes, fragmentos de creta, expectativas, cansancio…
Algo sobre lo que meditar algún día. Nada más. 

*
Metz describe el cansancio, el sueño, el dolor del cuerpo y la lentitud del trabajo. También la dicha en los momentos íntimos y familiares —y aquí, por momentos, me hace pensar en la mirada dichosa de Bobin—. Observar, en un silencio abarcador, los propios gestos, el paisaje y lo insólito en lo cotidiano. La escritura como esa voz velada durante el día y que se transforma en una voz pausada, expresiva y precisa, como sed, urgencia, simiente, como huella y sonido, como recreación de un mundo repetitivo del que entresacar la dicha y el dolor. Dice Metz, Aquí tu silencio es la cueva de dios. Tus gestos tienen alma. Dice Metz, Aquí tenemos los movimientos de un nómada; estamos fuera, en la arena. Dice Metz, El exterior no es sino una caverna. 

Acaso el verdadero trabajo consista en simplificarse. En decir lo menos posible y escuchar al máximo. En no llevar nada consigo por la mañana, en no complicarse. En ser una simiente para transformarse en una hoja al caer la tarde. En regresar a casa con las palabras soleadas del exterior.
Los pájaros a nuestro alrededor no dejan huella. 

*
Elegí esta lectura antes de llegar al final de Cegador, entrar en otro cosmos que apaciguara en parte el universo alucinado en el que me encontraba desde hacía unas semanas, leer otro ritmo, otra mirada, otro forma de dudar y relacionarse con la realidad y ver si había una senda que emparejara ambos mundos. No conocía a Thierry Metz hasta que ojeé su diario en una librería y sentí que en su prosa despojada, sencilla y lenta podría encontrar un descanso de la escritura febril y alucinada de Cărtărescu en su manuscrito ilegible.

No tengo ganas ni de moverme ni de hablar. Eso es lo único que queda en la voz del peón por la noche. Sólo veo petirrojos, gorriones, personas que regresan. Todas idénticas. Útiles para la realidad. Y habitantes del mundo.
Unas voces posadas al lado del gallo: gritos y palabras.
Cuesta decirlo. ¿Y por qué estamos tan cerca y tan ausentes? Bastaba con sacar agua. Pero la sed sólo quiere llegar a los hogares. ¿Cómo puedo morir rodeado de vosotros?

*
Un último fragmento de un obrero y poeta cuyo diario me habla de este dolor en la espalda que siento tras el trabajo, de los gestos diarios y repetidos de los que extraer un instante fugaz de luz dicha asombro.

No es más que un día de verano. Se puede analizar, mostrar simplemente lo que es: un puñado de poemas, un hombre rodeado de imágenes, una voz que cuenta e inventa la historia de las palabras en medio de un estrepitoso batir de alas, algo semejante a un nacimiento, semejante a una muerte. Una voz entrecortada, ronca, que se atreve a ser memoria en lo que no es sino urgencia y necesidad, y que tiene lugar ahí, en los textos. 
Thierry Metz. Diario de un peón. Traducción Vanesa García Cazorla. Editorial Periférica.

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