Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 6 de noviembre de 2023

Los lunes de Anay. Pueriles...

Tengo miedo al viento, dice mi madre. Desde niña, subraya. Mi madre ha visto desaparecer poco a poco el mundo que conoció en su infancia. Sus padres, sus hermanos, su marido, aquel valle donde casas de piedras, tejados de pizarra y un camino de polvo blanco son hoy ausencias— y por tanto, presencias—. Tiene miedo, mi madre. Al viento, a caerse, a salir a la calle en un día de lluvia, a un nuevo ictus, a nuevos —o viejos— dolores. Observo su lentitud, su forma temblorosa de levantarse del sofá, de escrutar cada paso en el suelo y veo, también, la sombra doblegada de mi padre en sus últimos años. Envejecer como árbol retorcido, pienso, es injusto. 

Si guardo un centenar de fotos de juventud de mi padre en romerías, feiras, bailes y en sus años en el servicio militar —y ahí, mi padre, con el torso desnudo y el cuerpo joven y sólido—, de mi madre, en aquella época, sólo tengo una pequeña fotografía acompañada por las costureras de las aldeas cercanas —y como las fotos de mi padre, cabe en la palma de mi mano, como el aleteo de un gorrión o un corazón minúsculo—. Está sentada en el suelo, mi madre, el pelo corto, una sonrisa joven, las manos en su regazo, las piernas cruzadas, un vestido a cuadros (anticipa los rasgos de mi hermana mayor en ella). Reconozco el tiempo transcurrido en su cara: de la luz de antaño a los surcos y los ojos pequeños, brillantes y claros de hoy. 
En nuestras reuniones, donde algarabía y palabras bulliciosas y gestos rápidos, mi madre sonríe y asiente en silencio, perdida en su semi sordera. Hay un momento en el que la siento como una niña pequeña en un mundo de adultos del que no tiene las claves y los significados permanecen ocultos. O nos ve desde un tiempo que no es el nuestro. O nosotros, que somos presencias, pesamos menos que la ausencia de un mundo entero. Ella, nuestra fuente, nuestro origen —los tres hijos aún erguidos y sin temblores—, ella, en silencio, lejos, la sonrisa y la mirada un pequeño fulgor.



Los lunes de Anay. Pueril…

"y aquí estoy otra vez, acariciando 
 este puñado de humo"

                                    JOSÉ HIERRO


FICCIONES DE LA INFANCIA

Desde la edad ficticia del recuerdo
regreso a la niñez,
a la casa que nítida aparece,
a su jardín de rosas
que jamás existió.

Su olor en cambio me persigue en sueños
y sus espinas todavía duelen.

Fui una niña feliz en esta casa,
tan fresca y tan solar al mismo tiempo,
tan luminosas sus habitaciones.

Una casa apacible y protectora.

En esta casa no viví jamás.
Lo único real es el jardín.

                                       IOANA GRUIA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

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