Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 7 de febrero de 2024

Lunas de miel. Chuck Kinder

Lunas de miel es acercarse a un territorio mítico. Libro de culto para algunos y parada obligatoria para los carverianos, fue un manuscrito que, en algún momento de los veinte años en los que Kinder trabajó
en él, alcanzó más de dos mil páginas. Intento imaginar lo descomunal del manuscrito a través de lo que ha quedado finalmente de él, estas cuatrocientas páginas donde Kinder aspira a (d)escribir su amistad con Carver, los problemas de ambos con las mujeres y el alcohol, sus estallidos de violencia, sus triunfos fugaces y la desolación perenne —en un cuarto o quinto plano la escritura en sí misma, que en Lunas de miel aparece de manera difusa y breve—, y entreveo esa novela inexistente como una sucesión de escenas conyugales y alcohólicas donde los personajes combaten entre sí en conversaciones y gestos violentos o reconciliadores y, siempre, una búsqueda del amor quimérica, una pregunta constante sobre de qué se habla cuando se habla de amor.

*

En estas memorias —en esta autoficción de seudónimos y un acercamiento oblicuo  al pasado—, Kinder refleja la época donde él y Carver eran escritores en ciernes, alcohólicos impenitentes y maridos inconsistentes. Jim (Kinder) y Ralph (Carver)  son amigos de borracheras y literatura, se quieren y torturan, dan clases universitarias, se traicionan a sí mismos y a sus mujeres y, a veces, escriben —es extraño ese vacío de la escritura en este libro con dos escritores como protagonistas, salvo que esa ausencia tenga como razón convertirse en una presencia fantasmal—. Es una amistad impetuosa y violenta la de Jim y Ralph, a veces compiten entre ellos, a veces son un dúo cómico, a veces luchan contra el otro y contra sí mismos. Es la época que Carver (Ralph) denominaba su primera vida, antes de la fama en los años ochenta, de dejar el alcohol y conocer a Tess Gallagher, una época turbulenta y brutal. Carver aparece como un niño grande, desmedido y, a veces, paranoico o de una ternura compasiva. Chuck (Jim) no se dibuja a sí mismo con benevolencia, es tan inmaduro y excesivo como Carver, pelea con un manuscrito del que apenas se habla —y cuyo resultado tenemos entre las manos—, y una adicción al alcohol y drogas tan fuerte como la de su amigo. Ambos, que se preguntan sobre la naturaleza del amor, no saben amar—o aman como beben, de manera autodestructiva—.

*

A medida que leía Lunas de miel, —entre capítulos que parecían relatos cortos, escenas cotidianas con un final en suspenso—, mi simpatía no iba hacía ese par de escritores incapaces de tomar un camino diferente al que se encontraban, atraídos por abismo mudo. Eran sus mujeres las que me atraían como lector. Y no porque fueran la antítesis de ellos —Alice Ann y Lindsay eran tan excesivas, alcohólicas y anárquicas como Ralph y Jim— sino porque se perciben como excusas para sus relatos y novelas, como aquellos fantasmas de Solaris entresacados de la imaginación de otro. Cada gesto y palabra podría acabar en un relato —Kinder rememora alguno de los relatos famosos de Carver, de qué lugar y momento proceden. Y, a la vez, todo Lunas de miel es una recreación de su relación con los Crawford (Carver) y con su mujer Lindsay, una observación en la distancia de aquellos años, de las conversaciones y encuentros mantenidos entre borracheras y resacas—. En la lucha entre Ralph y Alice Ann, que abarca desde su enamoramiento adolescente donde tienen dos hijos antes de los veinte años, dos personas convertidas en padres antes de empezar la vida adulta, hasta esas escenas crueles entre ambos, con sus hijos en la edad en que ellos se enamoraron, donde cada palabra es un infierno y la súplica de empezar de cero es una certeza de fracaso, no hay redención posible o una epifanía salvadora —esa batalla perdida de buenas intenciones contra circunstancias adversas fuera de control y la naturaleza humana, escribe Kinder—. Uno de los momentos más bellos y tristes de esta novela es Alice Ann preguntándose por el odio de su marido:

Lo que necesito averiguar, dijo Alice Ann, es exactamente en qué momento mi marido decidió odiarme. Necesito saber cuándo decidió volverse contra mí y causarme toda esta angustia y humillación, y poner mi dolor al descubierto para luego abandonarme para siempre. Todas las cosas amargas, duras y tristes acerca de mi matrimonio, que es el único error de mi vida, han salido a la luz para regocijo del mundo. Esa roca trágica me ha pasado una y otra vez por encima, y al final la persona que creía que era, o en la que creía que podía convertirme de nuevo, está muerta y enterrada. Poco a poco me han extraído del cuerpo la sangre de toda mi vida a lo largo de las largas reencarnaciones de mi matrimonio fracasado. 


Lindsay, la mujer de Jim, tiene las mismas preguntas:

Lo que más le asustaba de Jim, aparte de que bebía y se drogaba demasiado, y era en esencia un delincuente que terminaría entre rejas, era que siempre parecía estar escribiendo cosas en alguna parte de su mente, hurgando en su vida, la vida de ambos, en busca de material. Lo que más temía Lindsay era convertirse en un personaje, la esposa, de la colección de cuentos de alguien, metida a la fuerza en la ficción. Por favor, Dios, no más jodidos comienzos ilusionados, crisis, aterrizajes forzosos. Por favor Dios, no más jodidos melodramas en tres actos.

Ambas mujeres como objetos de estudio y disección con el fin de recrearlas en literatura, una arqueología de la propia vida en busca de escenas cotidianas que muestren desesperanza, dolor, angustia o el final de algo para insertarlo en una página—el despojamiento de lo real en algo parecido a la realidad—.

*

Intento no inmiscuirme en la vida de los escritores que admiro y separar la obra del autor. En Lunas de miel me encontré con un Carver desesperanzado, violento, vulnerable y egoísta. La imagen que construye Kinder de sí mismo no es alentadora, tal vez tenga algo más de humor socarrón, pero se muestra tan salvaje y cruel como Carver. Ambos, seres perdidos que perturban y trastornan a sus mujeres, convirtiéndolas en seres dubitativos y frágiles. Kinder escribió durante años Lunas de miel, el esfuerzo continuado de ver su propia vida y la de quienes le rodeaban con la perspectiva del tiempo y una página en blanco. Entonces, imagino ese manuscrito descomunal, del que este libro es el resultado tras pasar por un cedazo, como una pregunta constante y el intento de desentrañar todas las capas que nos habitan —ver, desde la distancia prudencial del presente, lejos del abismo, un pasado confuso de quiebras emocionales y económicas—. Como le dijo Cheever a Ralph, tú no eres tus personajes, pero tus personajes son tú. Y en este libro los personajes están desorientados, tristes, abandonados y a la espera de un giro que cambie la historia.

¿Había sido un error casarse con la encantadora chica de ojos claros a la que amaba? ¿Se había equivocado Alice Ann al casarse con el ilusionado y ambicioso chico al que amaba? ¿Habían estado sus días juntos contados desde el principio? ¿Cuánto tiempo podían seguir diciéndose que todavía eran capaces de llegar a ser las personas en las que habían creído que se convertirían? Se le ocurrió pensar que al final lo que nos identifica a todos es lo que hacemos a los demás, y que traición sólo es sinónimo de pérdida. Apartó de su mente esos pensamientos en el acto. Sentía como si alguien le hubiera cambiado los órganos de sitio y el corazón le palpitara en la parte inferior del estómago. De pronto se le pasó por la imaginación que carecía de un verdadero interior humano, que su alma no tenía un paisaje interior en el que moverse.

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Una última cosa. Kinder elige una tercera persona para narrar esta epopeya de lo cotidiano. Es una barrera lógica, amplía la mirada y permite ficcionar las escenas que no protagoniza su alter ego para un libro excesivo, Lunas de miel, tan intenso y deslavazado como sus protagonistas, con capítulos extraordinarios y otros aburridos y, en algunos momentos, la sensación de algo que falta.  



Ralph, dime cómo va a ser después de mañana, dijo Alice Ann. Apuró su copa y le dio a Ralph el vaso. Enciéndeme un cigarrillo, porfa.
¿Cómo va a ser?, dijo Ralph. ¿Qué es eso, Alice Ann, una de tus preguntas trampa?
Será como empezar una nueva vida, eso quiero decir, dijo Alice Ann. Ése es el enfoque que podemos dar a esta mala experiencia. Lo que más me asusta es que algún día se nos acaben las vidas nuevas. Hagamos las cosas de otro modo esta vez, Ralph. Finjamos que somos personas distintas.
¿Qué me dices del pasado, Alice Ann?, dijo Ralph. No podemos olvidar nuestro sórdido pasado, con todas sus pruebas y tribulaciones.
Lo que cuenta es lo que hagamos de ahora en adelante. Viviremos en el presente y el futuro. Nos pondremos metas. Metas comunes.
¿Qué calse de metas?, dijo Ralph. Reconozco que esta conversación me pone tenso, Alice Ann. Hablas de metas, y me vienen a la cabeza cosas como predicadores, recaudaciones de fondos y fútbol. Es una locura, lo sé, pero es así.
Chuck Kinder. Lunas de miel. Traducción de Aurora Echevarría. Circe

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