1 El día del fin del mundo
Llamadme Jonás. Mis padres me
llamaban así, o casi. Me llamaban Juan.
Jonás –Juan-, aunque hubiese
sido Samuel, habría seguido siendo igualmente Jonás, no porque yo haya sido
causa de mala suerte para otros, sino porque alguien o algo me ha forzado a
estar sin falta en determinados lugares a determinadas horas. Se me han facilitado
transportes y motivos, tanto convencionales como raros. Y, según estaba
planificado, en el segundo señalado y en el lugar señalado, este Jonás estaba
siempre presente.
Escuchad:
Cuando era más joven, hace dos
esposas, hace doscientos cincuenta mil cigarrillos y más de tres mil litros de
alcohol...
Cuando era mucho más joven
aún, empecé a reunir material para un libro que iba a llamarse El día del fin del mundo.
El libro iba a basarse en
hechos reales.
El libro iba a ser un informe
acerca de lo que algunos americanos importantes habían hecho el día en que se
lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, Japón.
Iba a ser un libro cristiano.
Por aquel entonces yo era cristiano.
Ahora soy bokononista.
Y por aquel entonces habría
sido bokononista si hubiera habido alguien que me hubiese enseñado las
agridulces mentiras de Bokonon. Pero el bokononismo era algo desconocido más
allá de las playas de guijarros y los cuchillos de coral que rodean esta
pequeña isla del Mar Caribe, la República de San Lorenzo.
Nosotros, los bokononistas,
creemos que la humanidad se organiza en equipos, equipos que hacen la Voluntad
Divina, sin descubrir jamás qué es lo que hacen. Bokonon llama karass a tales equipos, y el medio, el kan-kan, que me condujo hasta mi karass fue el libro que no terminé
nunca, el libro que iba a llamarse El día
del fin del mundo.
2 Bien, bien, muy bien
«Si ves que tu vida se
complica con la vida de otra persona por motivos no muy lógicos -escribe
Bokonon-, puede que esa persona sea un miembro de tu karass.»
En otro pasaje de Los libros de Bokonon, Bokonon nos dice:
«El Hombre creó el tablero de damas. Dios creó el karass.» Con ello quiere decir que un karass no conoce limitaciones, tanto de clase, como familiares,
profesionales, institucionales o nacionales.
La forma de un karass es tan libre como la de una
ameba.
En su «Quincuagesimotercer calipso», Bokonon nos invita a
cantar con él:
Oh, un borracho
durmiendo
Hay en Central
Park
Y un cazador de
leones
En la oscuridad
tropical
Y un dentista
chino
Y la reina
británica
Todos juntos se
acoplan
En la misma
máquina
Bien, bien, muy
bien
Bien, bien, muy
bien
Bien, bien, muy
bien
Gente tan variada
En la misma
maquinaria
Kurt Vonnegut. Cuna de gato. Traducción de Ángel Luis Hernández
Francés. Editorial Anagrama.
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