La tierra rojiza y las
tormentas de arena, las casas de madera que crujen y parecen hundirse en la
tierra y el polvo, la mirada de un anciano como pasado y el futuro una casa de
tierra y un nacimiento en mitad de una tormenta azul, las esperanzas, sueños, ideas,
frustraciones y anhelos de una pareja que se pregunta cómo salir adelante y
prosperar entre la arenisca y las privaciones, los planos para construir una
casa de tierra que combata tormentas, polvo, sol e inviernos, las
conversaciones y el sexo, palabras y sombras y abrazos y un cuerpo que acoge a
otro mientras se habla de dudas, deseo, miedo y rabia.
Wooy Guthrie escribe una
canción y un poema, una epopeya y una historia íntima, una denuncia y el amor y
la pasión de Tike y Ella May, una pareja de aparceros en una tierra dura, su
mirada intensa, excesiva por momentos, una escritura que mezcla la rabia y la furia
con la delicadeza de una balada, que habla de sueños e injusticias, de sudor y
propiedad y un país que deambula por la cuerda floja si desoye a la gente
humilde. Tike busca a Ella May en mitad de su jornada, hacen el amor, primero
de forma suave y queda, luego el deseo desinhibido, y entre la búsqueda de su
desnudez, del placer último, las palabras centradas en la dureza de su vida y
la injusticia de su situación, pobres aparceros en una granja que no es suya y
a los que sólo les queda el sueño de un palmo de terreno donde construir una
casa de tierra en la que sentirse a salvo de los elementos y la miseria.
—Tike.
—¿Sí?
—Abrázame. Mmm. Así. Así. Sé mi manta. Oooh. Así está bien. Una manta tan calentita y buena. Seguro que eres la mejor manta que he tenido en mi vida. Abrázame fuerte, fuerte. Y mucho rato, mucho rato. Lo que quiero es estar aquí tumbada y pensar. Y pensar. Y luego pensar más. —Abrió las piernas y desplegó las rodillas mientras Tike se movía y se tendía sobre ella; luego Ella May cerró las piernas alrededor de las caderas de Tike y los brazos alrededor de su cuello—. Cuando me chupas los pezones, Tikey, y me los empapas con tu saliva, y tu aliento sopla sobre ellos, entonces..., entonces..., no sé, se ponen muy fríos y duelen... De esta manera da más calor. Es mejor así.
—¿Quieres estar aquí tumbada y pensar, Dama? ¿En qué?
Tike movía las caderas y el pene contra el vello de entre las piernas de Ella May.
—En todo. —Le besó la oreja, y luego dejó caer la cabeza hacia atrás y fue recorriendo con los ojos el establo entero—. En todo este mundo grande y tan lleno de momentos difíciles, tan lleno de problemas, tan lleno de diversión y rodeado de una pequeña cerca roja.
—Me gustaría que pensaras en algo para que pudiéramos conseguir una buena tierra de labranza, con una casa de adobe en ella y un gran cercado también de adobe rodeándola.
—Sólo hay una manera de hacerlo. Y es seguir trabajando y peleando y peleando, y trabajar y ahorrar y ahorrar y seguir peleando —dijo Ella May.
—¿Pelear contra quién? —preguntó Tike.
—No lo sé. No estoy segura de saberlo. Pero creo que sobre todo contra esos terratenientes —dijo Ella May.
El paisaje envuelve a los
personajes, vibra y arremete con fuerza contra ellos, las tormentas de polvo y
arena, el viento que hace temblar casas y huesos, el frío azul del invierno, un
paisaje que encierra a los personajes y, a la vez, les da un sentido, una
identidad y un lugar, una forma de mirar y afrontar el mundo, algo por lo que
luchar y mantenerse en pie. Una casa de tierra es el sonido del viento en la
noche y el crujido de las casas de madera, el horizonte una frontera y la
tierra como huella de todas las vidas que nos precedieron.
Y a un puñado de la gente que vive en los alrededores quiero enseñarle que hay una forma de salir de esta situación horrible, que es posible construirse una casa mejor, sin tener que levantar el campo y escapar corriendo por la carretera. Yo nunca me iré por esa carretera que no lleva a ninguna parte. Puedo estar ahí fuera en este patio, un día claro, y ver el sitio donde nací, ver el sitio donde nació Tike, ver el sitio donde nació toda nuestra gente. Y creo que perdería el juicio por completo si tuviera que despertar cada mañana en un sitio diferente, lejos, un lugar en el que al levantarme y mirar fuera no viese todos esos sitios de nuestro nacimiento. No sé cómo va a ser, trabajo o lucha, o congelación o incendio, o qué, pero sé una cosa: que estoy aquí para quedarme.
Hay algo de Steinbeck en la
novela de Guthrie, la mirada centrada en los aparceros y sus duras condiciones
de vida, las tormentas y los bancos contra los que luchar, la supervivencia en
un puñado de terreno. Tike y Ella May, tienen algo más de treinta años sueñan
con casas de tierra y no depender de nadie, Tike enfebrecido por el sexo, Ella
May embarazada y a punto de dar a luz y que ve imágenes extrañas y apariciones
que le hablan en miedo de una tormenta azul, ambos miran a través de la ventana
y sienten que, en esa tierra, ellos tienen una identidad y una lucha.
Una casa de tierra tiene
páginas febriles y vertiginosas (al hablar de la pobreza de granjeros y
aparceros, de la situación económica y política), y páginas tediosas donde la
acción se detiene y las acciones parecen no tener sentido (un baile frenético,
conversaciones intranscendentes). La escritura de Guthrie es una montaña rusa,
y es en los momentos de vértigo donde Guthrie se desata y es pasional,
desmañado y profundo donde se encuentra lo mejor de Una casa de tierra.
Y Ella May sabía desde mucho
tiempo atrás qué era lo que Tike Hamlin tenía en la cabeza siempre que su boca
y su nariz emitían aquel sonido nervioso. Estaba furioso. Dolorido. Estaba
harto y asqueado de todo aquello. Tike Hamlin era un luchador, y ella sabía que
aquel bufido significaba que estaba lo bastante enojado, lo bastante furioso y
lo bastante nervioso para presentar batalla. A Ella May le bullía el cerebro
mientras pensaba:
«Pero... ¿batalla contra qué?
¿Contra quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Contra el viento, contra la lluvia? ¿Batalla
contra la luna y las estrellas? ¿Debía rasgarse las vestiduras y luchar contra
las estaciones y las nubes? ¿Luchar contra el viento y luchar contra el polvo
porque han llegado en un mal momento, porque nunca llegan en un buen momento?
¿Luchar contra la Ruta Sesenta y seis de allá a lo lejos porque corría en
direcciones equivocadas? ¿Luchar contra todo el mundo en la escuela Star Route?
¿Luchar contra todos los vecinos de los alrededores? ¿Luchar contra los cerdos
y los perros, contra las gallinas porque no paraban de andar de un lado a otro
debajo de la casa? ¿Luchar contra los gallos por perseguir a las gallinas?
¿Luchar contra el viejo verraco porque perseguía y hostigaba y mordía a los
lechones? ¿Luchar contra la pava porque volaba demasiado alto y se posaba en la
plataforma del molino de viento y se ponía a graznar como una idiota hasta casi
volver loco a todo el mundo en la granja? ¿Luchar contra qué? ¿Contra quién?
¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Luchar contra la gente que venía hasta la puerta a cobrar
todo tipo de deudas estúpidas? ¿Luchar contra el capitolio del estado, el
ayuntamiento, los retretes públicos? ¿Contra qué?» Era todo eso. Era más que
eso. Era algo tan grande que era muy difícil de expresar con palabras, y era
algo que se mezclaba y se enredaba en cada pequeño trabajo que sus dedos
hacían, en cada pequeño paso que sus pies tenían que dar, algo que era un dolor
lacerante en cada tarea y labor de la granja, algo, algo..., era algo tan
pequeño, tan pequeño que estaba en todo aquello en lo que ellos se empeñaban.
Y, como Tike estaba lleno de tales sentimientos, Ella May casi sonrió al oírle
resoplar unas cuantas veces más. Levantó la cara hacia el techo al pasarse el
vestido por la cabeza, y lo dejó sobre el respaldo de una silla de mimbre.
Sintió en la nariz la quemazón, la pequeña quemazón, aquella lejana, oscura y
distante quemazón que el polvo de la casa siempre le causaba. Aspiró
profundamente. Sintió que las lágrimas le aguaban el lápiz de ojos. Trató de
secárselas para ocultárselas a Tike, que estaba tendido en la cama, pero las
puntas de los dedos le mancharon de sombra de ojos las mejillas, lo cual le
hacía parecer de mejillas hundidas y le daba un aire enjuto, tétrico, como de
calavera seca y lívido al atardecer.
***
El golpear del viento contra
el establo hueco retumbaba con fuerza en sus oídos. Alzaron la voz para seguir
hablando. El ruido de las cosas moviéndose al viento les llegaba a los oídos
como un batir de alas. Tallos secos de grano, higuera, plantas rodadoras,
arbustos con pinchos resonaban al rebotar contra las tablas, al desprenderse de
su sitio y llegar volando, brincando, silbando y cruzando el establo de un
extremo a otro. El mundo se movía en torno a ellos. Todo el frente de la
naturaleza se movía sigilosamente, se arrastraba, vibraba, se agitaba, esperaba
su oportunidad y finalmente pasaba aullando sobre las raíces de hierba.
Los pastos, los tallos tiesos
de las malas hierbas, los arbustos, la maleza de las llanuras seguían en su
sitio y conservaban su base, pero parecían cantar y tararear y gritar de alguna
forma, mientras que otros elementos más sueltos como el papel, las hojas de
hierba, el lodo y la paja se alzaban de la tierra y se iban con el aire. Y para
Tike y Ella May, nacidos en el lugar, gente que vivía y trabajaba, que se
alimentaba y se criaba, que se amaba y se casaba allí mismo, en aquellas llanuras,
para ellos, en su interior, en su corazón, aquélla era una estación penosa, una
estación vieja y seca, una estación de separación, una estación en la que todas
las cosas de las llanuras, las ramitas, las hierbas, el heno, las flores, los
tallos y las cáscaras, las cosas que crecían de la tierra, se iban sin lanzar
ni un último grito, y eran arrastradas hasta alguna parte donde acababan
quebrándose, y desmenuzándose más y más. Y la tristeza en las altas nubes
oscuras y la tristeza en los mordientes vientos bajos ya era suficiente
aflicción y tristeza sin necesidad de empeorarlas fustigándose el uno al otro
con chanzas hirientes.
***
Era la belleza vasta e
imperecedera, la atracción dinámica y eterna, el señuelo, el cebo, el tirón
magnético lo que, sumado a su parentesco de sangre y su vivificante amor por
los inmensos espacios abiertos, y a los lazos que desde la cuna les unían a la
tierra y les movían a venerarla, hacían que no sólo Ella May y Tike Hamlin sino
centenares de miles y millones y millones de otras gentes parecidas a ellos
diseminaran sus semillas, sus palabras y sus amores en aquella tierra tan
pródigamente.
Y entre aquellos millones de
gentes duras e inflexibles, en aquella totalidad de seres, no había otra pareja
exactamente igual a Tike y Ella May. Ninguno de los demás millones de rostros
era como el de Tike, y ninguna de las demás voces era como la de Ella May. Y
aunque había millones de estas pequeñas casuchas torcidas, comidas por las
termitas, que se pudrían y se emponzoñaban a su alrededor, aun así ninguna de
ellas se inclinaba, se alabeaba, se pandeaba, se bamboleaba ni oscilaba por las
mismas partes que la suya, ni los agujeros, las grietas, las hendiduras, las
rajas, las fallas, los boquetes, las aberturas y rendijas no se hallaban exactamente
en los mismos lugares.
Woody Guthrie. Una casa de
tierra. Traducción de Jesús Zulaika. Editorial Anagrama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario