Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

lunes, 5 de febrero de 2024

Los lunes de Anay. Actitud...

Es un momento apenas. El sol en la copa de un roble aún joven, encendiendo las ramas donde hace unas semanas hojas secas. Estoy en una parada de autobús, cercado por el estruendo del tráfico y la agitación en las aceras alrededor, a la espera. 
Esta noche soñé con mi padre, otra vez. Tenía mi edad actual. Aún era un hombre robusto, sin arrugas, con sus manos de carpintero encallecidas. No dijo ni hizo nada, mi padre, en el sueño. Sólo sonreír con aquella expresión socarrona y de niñez tras alguna pillería. En estos sueños donde silencio y miradas reencuentro a mi padre con diferentes edades, en sus distintos cuerpos de árbol —el gigante espigado, el carpintero de manos seguras, el hombre tembloroso, atemorizado y rabioso de sus últimos meses que se relataba su propia vida en un bucle que finalizó una tarde de septiembre—. El sueño de hoy alumbra el recuerdo de mi padre en una cocina gallega, con el humo del sempiterno caldo a fuego lento en torno a nosotros, escuchando a su madre hablar de cuántos años tardó en destetarlo. Mi padre miraba hacia el techo —perpetuando ese recuerdo—, y sonreía en paz. 
Esa luz efímera sobre el roble ilumina ausencias y apaga el ruido circundante.


Los lunes de Anay. Actitud…

"Métete en mis asuntos"

                                   ANAY SALA


MATAR AL DRAGÓN

Ha llegado la hora de matar al dragón,
de acabar para siempre con el monstruo
de las fauces terribles y los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón y a todos
los que a su alrededor se reproducen.

Al dragón de la culpa y al dragón del espanto,
al del remordimiento estéril, al del odio,
al que devora siempre la esperanza,
al del miedo, al del frío, al de la angustia.
Hay que matar también al que nos tiene
aplastados de bruces contra el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados, rotos.

Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta casa
hasta que nos alcance la cintura.

Y cuando ese montón de monstruos sea
solo un montón de vísceras y ojos
abiertos al vacío, al fin podremos
trepar y encaramarnos sobre ellos,
llegar a las ventanas, abrirlas o romperlas,
dejar que entren la luz, la lluvia, el viento
y todo lo que estaba retenido
detrás de los cristales.

                                   AMALIA BAUTISTA




Feliz lunes.

Un beso,

Anay

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