Leo las últimas páginas de Jakob von Gunten junto a la ventana. Cada pocas páginas levanto la
mirada fuera del libro, de los fragmentos de ficción a la realidad ahí
fuera. Un niño en bicicleta grita que
tiene muchísimo miedo. Veo a su madre correr la cuesta de entrada al barrio. Se
acerca rápida y apoya el peso de su hijo y la bicicleta contra su vientre. Esa
escena podría engarzar con aquella de la maestra que se sincera con Jakob y le
habla del miedo en su corazón y su pronta muerte. Retomo la lectura, pero cada
movimiento me lleva fuera de las páginas. Madres que empujan un carrito de
bebé, padres que dan la mano a sus hijos de dos años para que no caigan o no
cojan piedras o hierba del suelo, niños que corren y saltan y esperan la
llegada de sus padres junto al puente y sé que se detendrán en mitad del puente
y seguirán el camino de los patos sobre la ría y les tirarán pan duro del día
anterior y reirán al verlos volar unos metros y señalarán la blancura de las
ocas, sorprendidos por su tamaño, por parecer reyes entre patos. Todas esas
imágenes se cuelan con el diario de Jakob en su estancia en el instituto
Benjamenta, cuando dice Siento cuán poco
me concierne aquello que se denomina mundo, y qué grande y fascinante me parece
lo que yo, en mi fuero más interno, llamo mundo. Levanto la mirada cuando
un gesto, un vuelo negro de cormorán, un cambio en la luz, un nuevo silencio.
Sigo leyendo cuando aquello que no me pertenece.
Guardo unas fotos en blanco y negro cuando niño. En una, mi
padre me aguanta por el codo para que no caiga, en otra me sujeta por las
axilas para levantarme tras caer, las lágrimas en mis ojos. Tendré unos dos
años. Son fotos tomadas por mi tía g. Hay otra de mi bautizo, mi madre con el
pelo largo y rizado que sujeta mi cabeza antes del agua. Recuerdo cuando cogía
a mis padres de la mano, camino del colegio, un gesto que repitió mi sobrino
conmigo mientras contábamos autobuses o me preguntaba sobre los poderes del
olentzero en la noche del veinticuatro; recuerdo cuando dejé de dar la mano a
mis padres por sentirme demasiado mayor para aquel gesto. Todos, incluso el
peor de nosotros, queremos volver a ser niños, dicen en Grupo salvaje.
Me encuentro con j. en el supermercado. Le pregunto por su
familia, si todo está bien. Lleva guantes y mascarilla. Apenas hablamos medio
minuto, él ya con la compra hecha, yo a punto de empezar. Me despido con un
gesto de mi mano. En las últimas semanas, sólo las conversaciones diarias con
mis padres rompen el estrecho mundo de mi confinamiento. Atesoro la
conversación, cotidiana y en apariencia intrascendente, con j. Por un instante no
es aquello que veo sino otra mirada, otra realidad. Regreso a casa por el
puente, el mismo camino desde hace más de cuarenta bíblicos días —un padre sujeta a su
bebé junto a la barandilla para que vea a los patos nadar —. Estas semanas donde
corro en forma de U por casa y apenas hablo con otros que no sean e. o mis
padres, estas semanas de levantarme en el silencio de las cuatro de la mañana,
me hacen sentir con mayor precisión el encierro en el mundo de mi mente, la
necesidad de respirar en determinados momentos, de adentrarme en otras miradas.
Leo casi cada día para ese silenciarme que es dar la palabra al otro y escuchar
sobre otros mundos, dejo hablar a mis padres para que su voz me traiga
recuerdos de antaño o busque en sus distintos tonos qué me esconden —y encuentro miedo
cansancio tedio—,
hago bromas con los compañeros en las noches alternas de trabajo para descansar
de la tensión de estos días. Descubro aquello que paso por alto en una primera
mirada.
Termino el libro de Walser cuando los primeros truenos en el
calor extraño de la tarde. Esa frontera entre el impacto del relato en la
realidad, de la realidad en el relato.
***
Es en la poesía donde siento la grieta entre realidad y
ficción, entre observador y mundo, más profunda. Unas pocas palabras, unos
versos, y la subversión del mundo conocido e imágenes inesperadas donde pureza
espejismos espanto belleza principio, donde lo no-sucedido, la no-existencia
junto a la vida el dolor el amor. Leí los poemas de Szymborska a principios de
marzo, antes de, y en cierta forma, me enseñaron el camino del ahí fuera y el
encierro en la propia mente, en la propia vida, el revoltijo de recuerdos
sueños anhelos derrotas seres que nos habitan y dan forma al mundo que vemos.
Elegía viajera
Todo es mío, nada en propiedad,
nada en propiedad para la memoria,
y mío sólo mientras miro.
Apenas recordadas, ya inseguras,
diosas de sus cabezas.
De la ciudad Samokow sólo la lluvia
y nada excepto lluvia.
París, desde el Louvre hasta la uña,
cubierto por una catarata.
Del Boulevard Saint Martin quedan las escaleras
y conducen a la nada.
Apenas un puente y medio
del Leningrado de puentes.
Pobre Uppsala
con un poco de la gran catedral.
Desdichado danzante de Sofía,
cuerpo sin rostro.
Por una parte, su cara sin ojos,
por otra, sus ojos sin pupilas,
por otra, sus pupilas de gato.
Un águila caucasiano planea
sobre la reconstrucción de un desfiladero,
el oro impuro del sol
y las piedras falsas.
Todo es mío, nada en propiedad,
nada en propiedad para la memoria,
y mío sólo mientras miro.
Innumerables, infinitos,
y únicos hasta la fibra,
hasta el grano de arena, hasta la gota de lluvia,
los paisajes.
No retendré ni una brizna de hierba
totalmente de acuerdo con su imagen.
La bienvenida y la despedida
en una mirada.
Para el exceso y para la carencia
un movimiento del cuello.
*
Parábola
Ciertos pescadores sacaron del fondo una botella. Había en
la botella un papel, y en el papel estas palabras: “¡Socorro!, estoy aquí. El
océano me arrojó a una isla desierta. Estoy en la orilla y espero ayuda. ¡Dense
prisa. Estoy aquí!”
—No
tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde. La botella pudo haber flotado
mucho tiempo, dijo el pescador primero.
—Y
el lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano, dijo el pescador
segundo.
—Ni
demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla Aquí está en todos lados, dijo el
pescador tercero.
El ambiente se volvió incómodo, cayó el silencio. Las
verdades generales tienen ese problema.
*
Risa
A la muchacha que fui…
la conozco, naturalmente.
Tengo varias fotografías
de su corta vida.
Siento una piedad alegre
por algunos de sus poemas.
Recuerdo unos cuantos acontecimientos.
Pero,
para que el que está aquí conmigo
sonría y me abrace,
recuerdo sólo una historia graciosa:
el amor infantil
de esta pequeña fea.
Le cuento
que estaba enamorada de un estudiante,
es decir, que quería
que él la mirara.
Le cuento que, sana,
corrió a su encuentro,
con una venda en la cabeza
para que él preguntara al menos
qué le había pasado.
Qué graciosa chiquilla.
Cómo podía saber
que hasta la desesperación tiene ventajas
si por fortuna
se vive un poco más.
Le daría pasteles.
Le daría para el cine.
Déjame, no tengo tiempo.
¿No ves
que la luz está apagada?
No me digas que no entiendes
que la puerta está cerrada.
No tires del picaporte…,
el que se reía,
el que me abrazaba
no es tu estudiante.
Lo mejor sería que te fueras
de donde has venido.
No te debo nada,
yo, una simple mujer,
que sólo sabe
cuándo
revelar un secreto ajeno.
No nos mires así
con esos ojos tuyos
demasiado abiertos,
como los ojos de los muertos.
*
Nacido
Así que ésta es su madre.
Esta pequeña mujer.
Autora de ojos grises.
Barca en la que años atrás
llegó a la orilla.
De ella fue sacado
hacia el mundo,
hacia la no-eternidad.
Procreadora del hombre
con el que salto sobre el fuego.
Así que es ella, la única,
la que no lo escogió
ya listo, completo.
Ella lo atrapó
en una piel que conozco,
lo ató a unos huesos
escondidos ante mí.
Ella percibió
los ojos grises
con los que él me miró.
Así que es ella, su alfa.
¿Por qué me la mostró?
Nacido.
A pesar de todo, nacido él también.
Nacido como todos.
Como yo, que moriré.
Hijo de una mujer real.
Llegado de las profundidades del cuerpo.
Viajero a omega.
Expuesto
a la inexistencia
por todas partes,
a cada momento.
Y su cabeza
es una cabeza contra la pared
que cede hasta cierto momento.
Y sus movimientos
son evasiones
de un veredicto general.
Entendí
que él ya había recorrido la mitad del camino.
Pero no me lo dijo,
no.
Es mi madre,
me dijo solamente.
Wisława
Szymborska. Poesía no completa. Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia.
Fondo de cultura económica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario