Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

sábado, 20 de junio de 2020

+24. (Tras)lúcidas

Fueron desconcertantes. Los días previos al estado de alarma. Esperábamos un primer gesto contra la propagación del virus, el cierre de colegios y fronteras, y la declaración del estado de alarma y el confinamiento como solución última. Estábamos a la espera, en aquellos días de marzo, ante la amenaza invisible y desconocida que estaba por llegar, y sentíamos, creo, incredulidad por aquellas noticias de inicio de año sobre el virus en China, los contagios y las muertes, la construcción de hospitales en diez días, los ataques de ansiedad de médicos sobrepasados por la enfermedad y la carga de trabajo, los primeros casos en territorio europeo todo lo que podía presagiar. De espectadores en la distancia a una marea que acabó por tragarnos.
Intento reconstruir mis días de marzo, si hubo algo significativo. Y recuerdo una tarde en la ciudad que hoy sólo puedo ver desde las puertas abiertas de los muelles, en las noches del pabellón, su silueta que marca la frontera de mi mundo porque más allá, el silencio. Aquella tarde, recuerdo gestos hoy lejanos: di un pequeño paseo junto a la ría, me senté a leer y vi el crepúsculo temprano sobre las torres de cristal frente a mí y a los turistas fotografiar el atardecer sobre el museo g., entré en una librería y compré El cuerpo (Cegador II) y Diario del asco después de abrir y leer fragmentos de un puñado de libros. Hoy, día del libro, me detengo en ese instante donde yo, sin tiempo, rastreo entre las estanterías de una librería en busca de nuevas lecturas, de más libros que acumular en mi biblioteca, de aquellos títulos que persigo desde hace años, Dios le bendiga, mr. Rosewater, Contraataque, Adiós a todo eso, y que me son esquivos. Pienso en  aquella tarde donde dejé la huella de mi mano en docenas de páginas como un tiempo mitológico, antes de descubrir las campanas y el canto de los mirlos en el silencio de los días, antes de la incertidumbre ante las superficies de los objetos, antes de la barrera invisible y de la vulnerabilidad en las noches de trabajo y las noches insomnes y los momentos donde, ahí fuera, el tiempo detenido, antes de este gesto, ya rutinario, de escribir un poco cada día este gesto que empezó como un diario de confinamiento y se ha desviado hacia los recuerdos de un camino blanco, de ciudades extranjeras, de sueños y recuerdos que no me pertenecen. Mis huellas en una página. Un gesto de antes de.

                                           Hoy, día del libro,
habría dedicado la mañana a ir a mi librería favorita con una lista a la que terminaría por no hacer caso
habría sacado docenas de libros de su lugar en la estantería y leído páginas al azar; habría recordado las lecturas que me quedan en casa, columnas de novelas y ensayos y poemarios que esperan su tiempo y me hacen sentir tan culpable como rico
habría hablado con el librero sobre Kolimá o la lengua del Tercer Reich
habría salido con dos o tres libros que abriría en la mesa de un café, junto a la ventana, en un primer acercamiento donde mezclaría páginas y relatos mientras,
ahí fuera,
el ruido del tráfico y las prisas en el andar y los encuentros inesperados y la certidumbre de la vida bajo el cielo
                                           cuántos equilibrios rotos, hoy


(coda) Entro en la página de una librería. Encuentro los poemas de Padgett, descubiertos en la película Paterson, y una novela de Ingeborg Bachmann, a la que hace tiempo quiero descubrir. Hago click sobre el dibujo de un carro de compra. La distancia, la ausencia de los sentidos.



***

Encontrarme con la lengua de mis padres, sus palabras primeras y puras, sus palabras que definían el mundo alrededor de aquel camino blanco por el que anduve, años después, y al que regreso en este confinamiento para rasgar el tiempo, los tiempos. Encontrarme con otras lenguas donde darle un significado propio a las palabras desconocidas, y pronunciar esas palabras en alto, sin saber más que el sonido que producen en mi boca. Encontrarme con una antología donde Meabe, Reyes, Bono, Parra, Pozo, y adentrarme en el desorden de miradas y mundos.


Cristina Morano: Una estatua a cada paso (Francesca Woodman)

Pero también al agacharte
o al trepar por el marco de la puerta
describías espacios, los nombrabas:
hasta aquí somos, desde allí éramos,
las cosas nos dan sus límites.
Cosas dispuestas dentro de una casa
que te servía de ensayo
para mundos mayores. Ah, pero qué tímida
se te ve en las fotos familiares,
apoyándote en tu amiga
o muy sola en aquella exposición en Providence.
Luego, ponías las cosas
y pasabas entre ellas haciendo siempre algo,
una danza que no es baile,
sino líneas tangentes a las cosas.
Poniéndolas en orden.
Lo que me importa es la secuencia, dices,
la creación de un mundo que no desasosiegue.

*

Olga Novo: Anquises

Arrastras os pés papá
lévote cos ollos ao carrelo
porque tentas fuxir da vellez coma dunha guerra ancestral
eu súbote ás miñas vértebras
combadas polo peso
arrastras os pés pero eu podo contigo
e lévote ao carrelo
ata o final da vida.

Arrastras a linguaxe e non che vén
á memoria un verbo
que aniñaba na parte esquerda do cerebro e eu
completo a túa frase coa palabra arar querer sachar tractor
         ou balboreta        arrastras

a mente cara o pasado
e só lembras aquela feira de 1952
cando se lles caeron os cascos aos bois volvendo de Pedrafita
e lles sangrban os pés no río
a súa cornamenta aínda se abre nalgunha das túas neuronas
e volves ser un tratante de gando corenta anos despois.

Eu non sei ata cando lembrarás inda o meu nome
e saberás aínda que son a túa filla.
Descoñezo como se enrodelan as terminacións nerviosas
e se crispan e ás veces atopan unha luz silábica
que lles indican o camiño.
Como é que de súpeto non sabes talvez
que había que pór un pé diante do outro
para poder soñar
e que se arrodeas unha muller cos brazos iso é amor
e todo o demais
desaparece.

Porque así de sinxelo é o universo.
Como o pequeno lexema ao que te agarras algunha tarde
coma se fora o mango dunha gadaña.
Ti
que fuches un orador no medio do agro ante un público estupefacto
de corvos grilos toupas ovellas e libeliñas
Ti
que tiñas a intuición do poema na punta da lingua
e explotábache no ceo do padal coma un figo maduro
carnoso exacto e brutal.
Que sabías que na nosa lingua o trigo déitase
ante unha orde do vento
que a rama das patacas arde
que existen cousas tan finas
coma a lingua dunha pita…

e só lembras aquela feira de 1952
cando se lles caeron os cascos aos bois volvendo de Pedrafita.

Papá
como será
cando se che despalatalicen as consoantes
e vexas chover desde dentro sen entender a auga
e remexas a lingua ata atopar a forma máis adecuada
e sorrís porque sabes
que aínda non caíches definitivamente
na curva melódica do silencio.

Lembras
con toda exactitude
que mamaches ata os cinco anos nos peitos da mai Benigna
que parira dazaseis fillo no último cuarto da casa
agarrada á branceira rezándolle a algún santiño
rompendo tódalas augas coma quen escacha un océano…

Eu penso que a podes ver ata cos ollos abertos
espalancados ao alén
cando ficas absorto e ninguén alcanza a saber
en que dimensión da marabilla está pousado o teu cerebro
coma as patiñas pequenas dun paporroibo riba da galla dunha pereira.

Igual ves a neve por dentro
a estrutura molecular do amor
as partículas dun bico cando se está formando na carne dos beizos e o ar
igual ves
a enerxía
e non atopas no abecedario
ferramentas para o inefable
e por iso calas ou lle chamas culler á lámpada
e te trabas no medio da oración simple
e comenzas a falar feremosamente poñendo por diante a subordinada.

Porque á fin
papá
te dirixes a min sen orde nas túas ordes
e desfás a sintaxe igual que debullabas fabas
e todo cobra o senso profundo daquilo que non ten lóxica
nin está sometido a nada.

Igual ves a neve por dentro
igual entendes a sombra
e es quen de calcular o radio dunha paixón
aínda que o resultado non poida comunicarse
máis que a través de pel.

Igual ves como vén cantar o poema na caracol do oído
e lle ves esvarar do peteiro ese po dourado
e caerme no tímpano
cando empezo a chorar coa emoción da escritura.

Igual ves como se me encolle a alma
cando se che encolle a túa.

Igual ves como vén cantar o poema no caracol do oído
e lle ves esvarar do peteiro ese po dourado
e caerme no tímpano
cando empezo a chorar coa emoción da escrita
e ti só lembras aquela feira de 1952
cando se lles caeron os cascos aos bois volvendo de Pedrafita.


Arrastras los pies papá
te llevo con mis ojos a la espalda
porque intentas huir de la vejez como de una guerra ancestral
te subo a mis vértebras
combadas por el peso
arrastras los pies pero yo puedo contigo
y te llevo a la espalda
hasta el final de la vida.

Arrastras el lenguaje y no acude
a tu memoria un verbo
que anidaba en la parte izquierda de tu cerebro y yo
completo tu frase con la palabra arar querer cavar tractor o
         mariposa              arrastras

la mente hacia el pasado
solo recuerdas aquella feria de 1952
cuando de tanto andar tus bueyes
perdieron en el monte sus pezuñas volviendo de Pedrafita
sus pies sangrando en el río
su cornamenta aún se abre en alguna de tus neuronas
y vuelves a ser un tratante de ganado cuarenta años después.

No sé hasta cuándo recordarás mi nombre
y sabrás aún que soy tu hija.
Desconozco cómo se enroscan las terminaciones nerviosas
y se crispan y a veces encuentran una luz silábica
que les indica el camino.
Cómo es que de repente no sabes tal vez
que había que poner un pie después el otro
para poder soñar
y que si rodeas a una mujer con los brazos eso es amor
y todo lo demás desaparece.

Porque así de sencillo es el universo.
Como el pequeño lexema al que te agarras alguna tarde
como si fuera el mango de una guadaña.
que fuiste un orador en medio del campo ante un público estupefacto
de cuervos grillos topos libélulas y ovejas
que tenías la intuición del poema en la punta de la lengua
y te explotaba en el paladar como un higo maduro
carnoso exacto brutal.
Que sabías que en nuestro idioma se acuesta el trigo
ante una orden del viento
que la rama de las patacas arde
que existen cosas tan finas
como la lengua de una gallina…

y sólo recuerdas aquella feria de 1952
cuando de tanto andar tus bueyes
perdieron en el monte sus pezuñas volviendo de Pedrafita

Papá
cómo será
cuando se te despalatalicen las consonantes
y veas llover desde dentro sin entender el agua
y remuevas la lengua hasta encontrar la forma más adecuada
y sonríes porque sabes
que todavía no has caído
definitivamente
en la curva melódica del silencio.

Recuerdas
con toda exactitud
que mamaste hasta los cinco años en los pechos de tu Benigna madre
que parió dieciséis hijos en el último cuarto de la casa
agarrada al cabecero de la cama rezándole a algún santo
rompiendo todas las aguas como quien hace añicos el mar…

Yo creo que tus ojos la ven
abiertos al más allá
cuando te quedas absorto y nadie alcanza a saber
en qué dimensión de la maravilla se ha posado tu cerebro
como las pequeñas patas de un petirrojo
sobre la rama de un peral.

Igual ves la nieve por dentro
la estructura molecular del amor
las partículas de un beso cuando se está formando en la carne de los labios y el aire
igual ves
la energía
y no encuentras en el abecedario
herramientas para lo inefable
y por eso callas o le llamas cuchara a la lámpara
y te trabas en medio de la oración simple
y comienzas a hablar hermosamente poniendo por delante la subordinada.

Porque al fin
papá
te diriges a mí sin orden en tus órdenes
y deshaces la sintaxis igual que desgranabas habas
y todo cobra el sentido profundo de cuanto no tiene lógica
ni está sometido a nada.

Igual ves la nieve por dentro
igual entiendes la sombra
y eres capaz de calcular el radio de una pasión
aunque el resultado no pueda comunicarse
más que a través de la piel.

Igual ves como viene a cantar el poema en el caracol del oído
y ves cómo resbala de su pico ese polvo dorado
a caerme en el tímpano
cuando empiezo a llorar con la emoción de la escritura.

Igual ves como se me encoge el alma
cuando se encoge la tuya.

Igual ves como viene a cantar el poema en el caracol del oído
y ves como resbala de su pico ese polvo dorado
a caerme en el tímpano
cuando empiezo a llorar con la emoción escrita
y tú solo recuerdas aquella feria de 1952
cuando de tanto andar tus bueyes
perdieron en el monte sus pezuñas
volviendo de Pedrafita.

*

Leire Bilbao: Memoria

Nire izena ahaztu nuen lehendabizi.
Eskuak zertarako nituen ahaztu nuen gero,
hitzak zertarako diren
minak zer esan nahi duen.

Nire izena ahaztu nuen lehendabizi.
Nigandik espero zituzten esperantza guztiak
ahantzi nituen gero,
zeini egin behar nion irribarre,
zeini eskua oratu.

Nire izena ahaztu nuenetik
beste ezertaz ez naiz oroitzen.

Ordutik aurrera sortzen dut.


Primero olvidé mi nombre.
Después olvidé para qué empleaba las manos,
para qué servían las palabras,
y el significado exacto del dolor.

Primero olvidé mi nombre.
Más tarde, todas las esperanzas depositadas en mí,
a quién debía sonreír,
a quién asirle la mano.

Desde que olvidé mi nombre
apenas me acuerdo de nada.

En ese preciso instante, comencé a crear.
VV.AA. (Tras)lúcidas. Poesía escrita por mujeres (1980-2016). Edición de Marta López Vilar. Bartleby editores.

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