(silencio)
***
Decía Beckett que Bove era el mayor de los autores
desconocidos franceses. Me sorprende, en Mis
amigos, lo moderno de su escritura. La búsqueda de un amigo, de un amor, de
un gesto de cariño y reconocimiento y hogar, de algo que lo saque de la
habitación de su pensión y le haga sentir en el mundo, que le sacuda la soledad
y la pobreza y la invisibilidad a la que parece destinado, su mirada que
describe aquello que ve sin apenas adjetivos, una mirada desnuda que busca y
anhela, una vida humilde y angustiosa que cree atraerá a los demás con su
figura triste.
El aire batía las puertas sin cerradura. Mis pies se
deslizaban por el embaldosado de cristal, como si estuviera en un bosque de
abetos. Había carteles pegados sobre los cristales mojados de un quiosco. Las
corrientes de aire impedían a la gente abrir los periódicos. Detrás de las
taquillas, había luz, a pesar de ser de día. Los empleados del ferrocarril
tenían un aire familiar con los policías municipales.
Nadie se fijaba en mí. Estaba triste. Y me esforzaba por
seguir estándolo. Quería que los viajeros sintiesen remordimientos, al partir,
que pensasen en mí, mientras rodaban hacia otros países.
Iba caminando con la cabeza baja y, cuando tropezaba con
alguna bella mujer, la miraba con melancolía, para conmoverla. Imaginaba que
así adivinaría mi necesidad de amor.
Emmanuel Bove. Mis
amigos. Traducción Manuel Arranz Lázaro. Editorial Pre-Textos.
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