Piensa en el largo camino de regreso.
¿Tendríamos que habernos quedado
en casa pensando en este lugar?
¿Dónde estaríamos ahora?

Elizabeth Bishop

miércoles, 13 de mayo de 2020

-14. Blandiana


El sonido de la mañana: el ruido constante de un motor. Y ese ruido, fuera de la ventana, es el recuerdo de los días anteriores a nuestro confinamiento, cuando la rutina, los proyectos, la lluvia en la ropa, la humedad de la niebla en la cara. Por debajo de ese motor una grúa excavadora que abre la tierra de un solar desde días atrás, las campanas de la iglesia, nunca antes percibidas, y algún ladrido. Sin apenas darme cuenta la vida que solía vivir ha pasado a un segundo plano y sólo hay tiempo y preguntas y una vulnerabilidad perpetua —mi vulnerabilidad: la espera ante una pandemia que no deja que nada se pose y mantiene la vida en el aire, sólo los objetos parecen mantener su constancia de objetos; el miedo a que alguien que amo sienta dolor, que yo sienta dolor; los momentos de un olvido ligero cuando los libros y escribir e ir al trabajo; las preguntas sobre el mundo invisible que atravesamos con nuestros cuerpos y que nos atraviesa; el hueco en mis brazos. A veces, como juego, lanzo una flecha de tiempo hacia el futuro e imagino los días tras el confinamiento, días de luz de agosto y noches de lluvia de estrellas donde pedir deseos de niño, una flecha que se clava en la tierra del mañana donde un banco, un libro, los rayos de sol que tardarán ocho minutos en caer sobre mi piel, donde los niños en parques y los pasillos estrechos entre las estanterías de la biblioteca y el hueco en mis brazos saciado.

Nos dividen en dos grupos. Para trabajar noches alternas en el pabellón postal. Soy el primero en entrar. Durante una hora, estoy solo entre carros y jaulas vacías, en silencio. Mis guantes son mitones. Por el uso. Asoman desnudas las yemas de mis dedos entre el rojo y negro de la tela. Y siento una primera congoja al tocar los objetos, su superficie metálica o plástica: el mundo invisible que me atraviesa, que atravieso. Mis manos y la congoja. Hasta que entra el primer compañero, una hora más tarde. Hasta la palabra.


(coda) Es el tiempo de los balcones y ventanas. Salgo a la compra el cansancio y la preocupación y el hartazgo en la cara de las empleadas y un niño toca la pandereta, unas mujeres hablan mientras tienden la ropa, unos niños corren en un patio cerrado, un hombre fuma mirando a la nada y otro hace ejercicio en la barandilla de su balcón. Es el tiempo de los balcones y ventanas, es el tiempo de mi niñez. Y a las ocho de la noche, los aplausos y silbidos y gritos.

Leo.


***

Hago una foto de un par de libros de Ana Blandiana. Son recomendaciones. Y mensajes en una botella. Por si alguno de mis familiares y amigos los recoge. Para ocupar unos minutos de mi mente fuera de. Dice Blandiana: Lo fantástico no se opone a lo real, es sólo su representación más llena de significados. Y así son sus cuentos, lo fantástico que irrumpe y se mezcla en lo real, y hablan de miles de mariposas que se mueven a una en una capilla, su presencia una estela lóbrega, de ángeles diminutos en balcones, de mundos que se derriten hasta ser líquidos, de islas artificiales y manos que intentan agarrarlas para que no se desgajen en las crecidas de los ríos, lo fantástico en una época totalitaria, donde la mudez, el aislamiento, el miedo.


Olía a tierra tan intensamente que el olor se volvía casi carnal, y con cada inspiración sentía un leve mareo que rápidamente se me pasaba. Como resultado, este juego de vértigos me hizo sentir que el mundo se tambaleaba a mi alrededor, como si estuviera ebrio de una felicidad que yo ya no tenía tiempo de analizar o entender. ¿Pero qué había que entender en estos misterios eternos e incorruptos? ¿Es que mi sangre estaba creciendo al mismo tiempo que la savia? ¿O es que la savia de estas plantas era capaz de marear al igual que la sangre? ¿O, tal vez, era el sentimiento de que todo estaba preparado a propósito para mí, para mi salvación o mi perdición y, en ambos casos, el orgullo loco y casi malsano me henchía el pecho al pensar en la importancia, injustificada, que me otorgaban estas fuerzas tan secretas y poderosas? Olía a tierra, así como debió de haber olido en el momento de la creación del mundo, un olor a tierra madre, y los muertos más recuentes y más antiguos, más hermosos y más feos, más jóvenes o viejos, victoriosos o vencidos que la alimentaban con sustancias orgánicas y con sentimientos que la renovaban siempre y la volvían unos millones de años más joven no conseguían entorpecer en absoluto esta poderosa felicidad, casi física, que esparcía olor a tierra. Me senté en la lápida de una tumba, fatigada de tantas sensaciones y demasiado emocionada con tanta vida, vencida por ese cansancio dulce y casi triste, esa fiebre desgarradora y tentadora que llaman astenia primaveral.
Ana Blandiana. Las cuatro estaciones. Traducción de Viorica Patea y Fernando Sánchez Miret. Periférica.

2 comentarios:

Lucas Despadas dijo...

De Blandiana solo he leído un cuentario titulado "Proyectos de pasado", ambientados en la Rumanía comunista. Me dejó muy buen sabor de boca.

caminos que no llevan a ningún sitio dijo...

Fue mi primera lectura de Blandiana, tiene cuentos muy buenos ese libro. Las cuatro estaciones va por el mismo camino: imagenes oníricas en una realidad totalitaria. Blandiana escribe realmente bien